Los ricos, como creen muchos estadounidenses hoy en día, rigen. ¿Pero cómo? El bullicio actual respecto al déficit en el presupuesto federal abre una ventana para entender como los ricos se mantienen a tal altura.
¿Cómo sabe uno si vive en una plutocracia? Es fácil, basta con llevar a cabo una simple prueba. El primer paso es identificar un «problema urgente» que se encuentre discutido en las páginas editoriales de su país. Luego, dé un vistazo a las «soluciones políticamente posibles» propuestas en estas mismas páginas. Si usted vive en una plutocracia, estas soluciones jamás serán más que una pequeña inconveniencia a lo sumo para los super-ricos del país. ¿Listo para poner esta plutocracia a prueba en la vida real? Consideremos el problema que los analistas en EEUU han denominado como el más importante para la nación: el déficit del presupuesto federal.
Este mes, el New York Times ofreció a sus lectores una oportunidad interactiva en línea para resolver la situación. Este diario publicó una larga lista de opciones para recortar el déficit, todas tomadas de personas adentro de Washington, e invitó a sus lectores a escoger dentro de estas opciones para poner fin al déficit.
Pero los lectores que aceptaron esta invitación para «arreglar el presupuesto» se encontraron con un pequeño problema. Si los lectores evitaban todas las opciones en la lista que les causarían daños a las familias de clase media, les era imposible reducir el déficit a cero.
En cambio, estos mismos lectores podían llevar el déficit a la deseada marca de cero de manera muy sencilla evitando únicamente las sugerencias que les causarían daño a las familias adineradas. De hecho, la lista del Times no incluía opciones que requirieran grandes sacrificios de parte de personas adineradas.
Algunas opciones en la lista sí llamaban a aumentar los impuestos sobre los ingresos más altos. Pero estas opciones, si algún día fuesen adoptadas, harían que las personas adineradas de la nación pagaran impuestos menores a la mitad de la tasa de la década de los 50, bajo el Presidente Dwight Eisenhower, un Republicano.
En los tiempos de «Ike» (Eisenhower), un ingreso de $400.000 -cerca de $3,3 millones hoy, ajustando por la inflación- estaba sujeto a una tasa de impuestos del 91%. La medida más fuerte de la lista para imponer impuestos a los ricos -un regreso a la tasa máxima de 39,6% en efecto durante los años de Clinton, acoplada con un sobrecargo del 5,4% a ingresos mayores a $1.000.000- llevaría, si fuese adoptada, la tasa actual a sólo el 45%.
Ese 45% esencialmente representa lo que los principales medios estadounidenses consideran el límite de lo políticamente posible. Tenemos, en otras palabras, una sociedad que define como políticamente «imposible» una situación -una tasa del 91% máximo de impuestos- que existió, por años, como una realidad política.
Una realidad política ampliamente aceptada, deberíamos añadir. A mediados del siglo 20, incluso importantes pensadores conservadores podían apoyar y apoyaban altas tasas de impuestos a los altos ingresos. Un ejemplo: Henry Simons, economista de la Universidad de Chicago, un influyente pensador a favor del libre mercado que consistentemente promovió los impuestos progresivos.
Simons creía, como los analistas Neil Brooks y Linda McQuaig escribieron recientemente, «que el capitalismo solo sobrevive en una democracia si el público en general se beneficia de él, y que esto involucraba redistribuir sus recompensas que de otra forma acababan concentrándose en las manos de pocos.»
Muchos de los adinerados de mediados del siglo 20 en EEUU no estaban de acuerdo con Simons y se quejaban sin cesar acerca del peso de su carga tributaria. Pero esta carga había, a lo largo de los años, reducido los recursos que estas personas podían utilizar. Simplemente no tenían suficientes recursos para doblegar a la política de los Estados Unidos a su favor.
En 1955, como muestran los registros de la IRS, los 400 contribuyentes más ricos promediaban, en dólares actuales, apenas $12,8 millones en ingresos. Para poner esa paupérrima cifra en perspectiva: en el 2007, nuestros 400 más ricos promediaron $344,8 millones.
Los ricos de mediados del siglo 20 tenían, claro está, manadas de políticos dispuestos a cumplir sus órdenes. Pero estos políticos rara vez se atrevían a atacar abiertamente las tasas progresivas de impuestos. Al tomar ese paso, se daban cuenta, terminarían marginándose ellos mismos casi con certeza. Justo como T. Coleman Andrews.
Un cercano aliado del máximo jefe político de Virginia, Andrews se convirtió en el primer comisionado de la IRS de Eisenhower en 1953 y manejó dicha institución, según todos los recuentos, de manera eficiente. Pero Andrews renunció a su puesto en la IRS en 1955 para tomar un trabajo manejando una compañía de seguros para luego, de manera repentina y sorpresiva, emerger como un intenso y agudo crítico del impuesto federal sobre el ingreso.
Altas tasas de impuesto sobre ingresos altos, este «nuevo» Andrews acusaba, no eran más que un «instrumento de venganza» que reflejaba una «peligrosa tendencia hacía el socialismo.»
«Tal vez deberíamos ver que toda persona que reciba un declaración de impuestos», Andrews le dijo al US News & World Report en una entrevista de portada en mayo de 1956 «reciba con ella una copia del Manifiesto Comunista con ella.»
Esa entrevista encariñó a Andrews con los ricos, quienes veían rojo cada 15 de abril, y esencialmente acabó con cualquier esperanza de parte de Andrews para el éxito político.
En los años posteriores a la segunda guerra mundial, los políticos más serviles de los ricos entendían con claridad que apoyar abiertamente medidas amigables a los ricos en materia de impuestos jamás les daría mucha tracción. Ellos aceptaban, como dado, el apoyo fuerte y sólido del público para las tasas progresivas de impuestos, e hicieron su mejor esfuerzo para engañar a ese público.
Un engaño vino en la década de los 40, con una campaña de negocios para enmendar la constitución para limitar la tasa de impuestos sobre ingresos altos al 25%. Los estrategas detrás de esta campaña sabían que no tenían oportunidad de pasar un cambio de este tipo por el Congreso. Decidieron llevar su caso a las legislaturas estatales.
Los estados, señala el historiador de la Universidad de California Isaac Williams Martin, le ofrecían a los grupos de negocios «foros donde tanto la atención como la participación del público en los debates de política era limitada.» Para mantener al público aún menos informado, estos grupos iniciaron su ofensiva «en estados lejos de los mercados mediáticos principales de la nación.»
Pero el público eventualmente se dio cuenta y la campaña para la cota a los impuestos, después de lograr algunos éxitos de trastienda, se desvaneció a finales de los 50.
Que distantes parecen esos años ahora. Nuestros ricos de ahora no sienten la necesidad de conspirar en las sombras. Exigen abiertamente en cada oportunidad posible que se aligere su carga de impuestos, y cualquier otra acción de gobierno que pueda limitar su gran capacidad para crear una fortuna.
Estos ricos no siempre obtienen el aligeramiento que buscan. Todavía no tienen el poder para ganar todas las batallas en las que se involucran. Pero sí tienen el poder para rutinariamente definir tanto los problemas como las opciones que llegan al campo de batalla.
«El déficit presupuestarios y del seguro social, dificultades con Medicare», observó el presidente del sindicato de trabajadores del acero, Leo Gerard, la semana pasada, «todo se podría resolver si la nación regresara a las políticas que existían bajo el Presidente Dwight D. Eisenhower.»
Al momento, ese retorno no se encuentra en nuestro radar político principal. Y aún medidas modestas para imponer impuestos a los ricos, como el paquete de reducción del déficit del Republicano Jan Schakowsky de Illinois presentada el martes pasado, son ignoradas casi por completo. Eso no está bien. Eso es plutocracia.
Sam Pizzigati edita Too Much, el boletín semanal online sobre exceso y desigualdad, publicado por el Institute for Policy Studies con sede en Washington D.C.
Traducción para www.sinpermiso.info: Pablo Yanes Thomas