Tras el desmantelamiento del campamento de protesta y los posteriores disturbios en El Aaiún, la guerra propagandística ha consistido sobre todo en una guerra de imágenes y de cifras de muertos. El gobierno marroquí y Human Rights Watch (HRW) hablan de dos saharauis, incluyendo uno con nacionalidad española, y diez policías marroquíes entre los fallecidos. […]
Tras el desmantelamiento del campamento de protesta y los posteriores disturbios en El Aaiún, la guerra propagandística ha consistido sobre todo en una guerra de imágenes y de cifras de muertos. El gobierno marroquí y Human Rights Watch (HRW) hablan de dos saharauis, incluyendo uno con nacionalidad española, y diez policías marroquíes entre los fallecidos. Es a este balance al que se agarra el gobierno español. El Frente Polisario ha aportado, en cambio, los nombres de cuatro saharauis muertos, pero asegura que hay muchos más, en el Hospital Militar y en otros lugares. La diáspora saharaui, las organizaciones de solidaridad con el pueblo saharaui, al igual que los activistas que permanecieron en El Aaiún hasta hace unos días, hablan también de muchas víctimas, pero sin precisar y sobre la base de rumores, sin que por el momento se haya podido confeccionar una lista de los muertos y de los desaparecidos que habrían sido detenidos por las fuerzas de seguridad y que permanecen en paradero desconocido.
Los muertos se están empleando como criterio casi exclusivo con el que medir el grado de represión que ejerce el gobierno de Marruecos sobre los saharauis. Cuando la prensa repitió las declaraciones de Peter Bouckaert, representante de HRW, dejaron en un segundo plano sus declaraciones sobre los registros, las detenciones masivas y las torturas (que explican el miedo generalizado entre la población). Las torturas suelen ser calificadas simplemente de «abusos» por nuestros medios. Sin embargo, muchos activistas también han entrado al trapo en este debate y con este marco referencial preestablecido.
Por supuesto que urge saber qué es lo que ha sucedido en el Sáhara Occidental. Hay que alertar sobre la suerte de las personas que han desaparecido y que reclaman sus familiares. Pero el empeño por vincular la cifra de muertos a conceptos fuertes como los de «exterminio» o «genocidio», sin aportar datos más precisos, a ser posible con nombres y apellidos, puede producir un efecto bumerán en una batalla propagandística mal planteada.
Genocidio es una palabra equívoca que hoy se usa indiscriminadamente para reclamar el intervencionismo de los gobiernos occidentales en las crisis más variadas. La probabilidad de su empleo aumenta de manera directamente proporcional al poco caso que nos hagan. Ya he criticado en este blog su aplicación en un sentido revisionista en el caso de las guerras de los Grandes Lagos y la tragedia ruandesa. Con respecto al Sáhara Occidental, que las fuerzas de seguridad marroquíes hayan podido cometer una masacre no implica, necesariamente, que haya un plan deliberado de exterminio (acepción más común del concepto). Son dos cosas diferentes. Lo cual no quiere decir que los saharauis no estén oprimidos, discriminados en su propio país ocupado, y con sus derechos violentados por el hecho de ser saharauis. Pero esto es lo que podría darse a entender si se insiste en plantear la lucha saharaui de esa manera. Si solo cabe indignarse en presencia de una aniquilación masiva, ¿cómo podremos reaccionar frente al goteo cotidiano de humillaciones y de violencias, grandes y pequeñas, en que consiste la ocupación? ¿Cómo podremos entender – en términos políticos, no moralistas – su significado? Porque un daño colateral de esta ideología humanitaria del mal absoluto es la victimización absoluta. Pero los saharauis nos han mostrado que no son víctimas pasivas, y esto explica la intensidad de la represión. No podemos perder de vista el hecho de que, nos guste o no, la resistencia saharaui ha dejado un saldo de diez policías marroquíes muertos. Durante semanas se desarrolló un movimiento de desobediencia civil pacífico, sí, pero frente a la irrupción violenta de la policía los jóvenes saharauis respondieron con una violencia y con una rabia similar a la de los jóvenes de los suburbios franceses, atacando instalaciones representativas del Estado como la comisaría de policía. Una rabia que difícilmente aplacará por sí solo el terror estatal. A menos que, efectivamente, alcance proporciones genocidas.