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Un mosaico africano

Fuentes: La Palabra Inquieta

Guerra, hambre, sequía, crueldad, tiranía… son probablemente las primeras palabras que brotan de buena parte de la población occidental cuando piensa en África. La exuberancia de la naturaleza, la música, la danza y la artesanía conforman otra de las visiones más características. En realidad, son cinco las imágenes que se combinan según la ocasión para […]

Guerra, hambre, sequía, crueldad, tiranía… son probablemente las primeras palabras que brotan de buena parte de la población occidental cuando piensa en África. La exuberancia de la naturaleza, la música, la danza y la artesanía conforman otra de las visiones más características. En realidad, son cinco las imágenes que se combinan según la ocasión para construir el imaginario colectivo del continente: el África del horror , en la que están generalizados el hambre, la guerra, el crimen, la corrupción, el terrorismo, las enfermedades, los regímenes totalitarios, la violencia, etc.; el África atrasada, donde reinan la incultura y el barbarismo, donde el fanatismo religioso marca la vida de las personas y en la que destaca el sometimiento de la mujer; el África de los recursos, rica en minerales, en materias primas naturales y en mano de obra joven; fuerte e, incluso en algunos casos, se llega a aceptar que preparada; el África condenada, donde las cosas son como son porque sus gentes no tienen voluntad de cambiar, de transformar su realidad y progresar; y el África de la naturaleza, en la que es fácil encontrar paisajes de ensueño y donde corren en libertad animales salvajes; el continente del que proviene el ser humano y en el que aún perviven tribus exóticas.

Cinco imágenes, cinco áfricas que una vez combinadas conforman una única cosa, un escenario homogéneo en el que se ignora que en el continente coexisten cinco grandes regiones, trece ecosistemas, cincuenta y cuatro países, cientos de religiones, más de seiscientas etnias, mil setecientas lenguas y más de mil millones de habitantes: todo un mosaico africano.

Que la recreación de ese escenario es consecuencia de una mirada etnocéntrica no deja lugar a dudas. Como tampoco puede dejarlo que la representación del continente en el imaginario colectivo occidental es fruto de la acción conjunta de los medios de comunicación, los poderes públicos, el sistema educativo, el catolicismo y las ONGD. Para empezar, porque dichas instituciones y organizaciones monopolizan los principales discursos sobre el continente, pero, sobre todo, porque en esos discursos se manejan imágenes y categorías que generalizan y esencializan aquellas cinco áfricas.

El ideario racionalista y progresista, promovido en los últimos siglos de manera inequívoca por el Estado y el Mercado, ha necesitado convertir a los pueblos del continente vecino en seres necesitados de la tutela occidental, lo que ha justificado la explotación de todos sus recursos (incluso los humanos) y la violación de cualquier identidad cultural. Propiedad de las grandes corporaciones financieras, los medios de comunicación mantienen ese imaginario bárbaro, conformista y exótico del continente, mostrando sin rigor alguno sólo los efectos más perversos de realidades cuyas causas se encuentran en los envites de las instituciones económicas globales, la servidumbre hacia éstas de los gobiernos estatales africanos y el acoso a las estrategias locales de adaptación y supervivencia. Por fin, las ONGD y el catolicismo no sólo asumen el ideario progresista occidental -y con él la violación de las identidades culturales africanas- sino que tienden a favorecer una imagen infantilizada de las sociedades africanas, de la que se sirven para lograr el reconocimiento social y el apoyo económico del que dependen.

En definitiva, la globalización capitalista -de la mano de sus empresas y organismos transnacionales- exprime y condena a los pueblos del continente, mientras sus medios de comunicación se encargan de esconderlo. Por su parte, la cooperación al desarrollo asume una «misión laica» de difusión de la ciencia, la civilización, la democracia, de los derechos humanos, del desarrollo sostenible, etc.; una actividad misionera que, como la católica, es un acto unilateral que lleva la luz de la salvación, esta vez, de Occidente a los pueblos africanos y cuyo evangelio propugna que sólo el Mercado los salvará de la Barbarie.

Podría preverse que el poder seductor de ese proyecto modernizador y el triunfo planetario de Occidente como potencia real e imaginaria, habrían anulado cualquier manifestación de valores, instituciones y concepciones diferentes a las occidentales. Pero de ser así, en un continente tan castigado como África, ¿cómo sobreviven sus más de mil millones de habitantes?

La respuesta a esta pregunta se niega y se oculta sistemáticamente bajo el apelativo economicista de «sector informal». La de los pueblos africanos no es una sociedad de Mercado pero tampoco la pretendida África comunitaria tradicional: es un «apaño» elaborado entre las tradiciones nunca olvidadas del todo y los huecos a los que no alcanza el Mercado. Si bien el proyecto desarrollista occidental nunca ha tenido una oportunidad real en el continente, su población ha sobrevivido «reencajando» la economía y la técnica en lo social.

Y la clave de esta alternativa está en la famosa solidaridad africana, porque a pesar del envite del individualismo moderno, el sentimiento comunitario todavía perdura en gran parte del continente. Está a la orden del día en las relaciones familiares, pero también, y este es el verdadero «encaje», en un entramado de amistades, vecindario y asociaciones de todo tipo. Así, encontramos que en África no todo mercado es el Mercado; que el dinero no siempre es dinero; que no todo intercambio es económico; ni toda actividad, trabajo.

En un momento histórico en el que los derechos civiles y sociales de los pueblos occidentales están siendo severamente amenazados, quizás deberíamos cuestionar el proyecto modernizador -que es economicista, desarrollista y globalizador- y rebelarnos contra él. E incluso pedir ayuda a los pueblos africanos para recuperar el espacio social que hemos rendido a la economía, para aprender de nuevo a ser razonables en vez de racionales. Y, en el mismo gesto, devolver al continente y sus gentes el reconocimiento, la confianza y la comprensión que les corresponde y que necesitan más que cualquier «ayuda al desarrollo».

  • Castel, Antoni y Sendín, José Carlos (eds). (2009). Imaginar África. Los estereotipos occidentales sobre África y los africanos. Catarata. Madrid.
  • Latouche, Serge. (2007). La Otra África. Autogestión y apaño frente al mercado global. Editorial Oozebap. Barcelona.
  • Rubio Rosendo, Moisés (2013). Un mosaico africano. Transforma lo que piensas y lo que sientes sobre África. Observatorio Internacional CIMAS. Madrid.

(*) Esta reflexión es parte de un dossier elaborado en el marco de «Imagina África!», una investigación participativa que se ha desarrollado en Sevilla entre 2011 y 2013. Todos los detalles del proyecto así como el dossier completo y otros materiales están disponibles en la página www.imaginaafrica.org .

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.