Huey Long fue un político demócrata conocido por sus ideas radicales. En Baton Rouge tuvo la fama de ser defensor de los campesinos pobres y de los obreros explotados, lo que le ayudó en sus aspiraciones políticas.
En 1928 se postuló para gobernador de Luisiana. Sus promesas atrajeron el voto de grandes masas y, con ayuda de sus contactos en los sindicatos y en las asociaciones campesinas, rompió el monopolio político de los terratenientes de las antiguas familias de dicho Estado, que perdieron su influencia sobre el pueblo. Luego de su triunfo comenzó un vasto programa de obras públicas, construyendo gran cantidad de carreteras, caminos y puentes, lo que le aseguró la adhesión de la mayoría de la población.
Long incrementó la carga tributaria de las grandes empresas, pues, según él, los negocios más solventes deben pagar un mayor tributo al gobierno estatal. Tenía como lema: “Cada hombre es un rey, pero ninguno tiene corona”. Atacó a los dueños de las mayores fortunas de Luisiana, tachó a los ricos de parásitos y acusó a Wall Street de haber causado los males sufridos por la población rural durante la Gran Depresión. Al mismo tiempo, promovió la entrega de alimentos a las familias pobres, pero no apoyó las huelgas, ni a los sindicatos, ni a sus líderes, al extremo que impidió las actividades sindicalistas porque destruían el individualismo estadounidense que, para Long, era una de las virtudes nacionales. Si bien rechazaba férreamente a las grandes empresas y al capital financiero, también era enemigo frontal del socialismo y de cualquier revolución, que transforme radicalmente a la sociedad.
Long ganó en 1931 la elección de senador por el estado de Luisiana. En 1934 creó el programa “Compartamos nuestro bienestar”, en el que, con el fin de combatir la pobreza, consecuencia de la Gran Depresión, propuso la redistribución de la riqueza mediante impuestos a las corporaciones. Para estimular la economía, defendió el gasto federal en obras públicas, educación, pensiones de jubilación y otros programas sociales. Criticó la política de la FED de reducir los préstamos y apoyó al deudor pobre, ya que cada individuo puede asumir las deudas que desee, pues es el único responsable si algo llegara a fallar. También pidió que se imponga un tributo especial a las rentas de los más ricos, que se fije un gravamen del 1% sobre las fortunas que sobrepasen el millón de dólares y, a partir de allí, una progresión ascendente. Roosevelt desautorizó las propuestas de Long por considerar que fomentaban un peligroso radicalismo populista.
El 30 de mayo de 1934, Long pronunció un discurso en el Senado, en el que describió el modo de operar en Latinoamérica de la Standard Oil de Nueva Jersey. Denunció que entre 1932 y 1935 esa empresa había provocado la Guerra del Chaco, al financiar al ejército Boliviano para, por su intermedio, apoderase del Chaco Paraguayo y la trató de malhechora, asesina y conspiradora doméstica. “Estos criminales han ido allá y han alquilado a sus asesinos”, dijo.
Long atacó a la judicatura de su estado, a la que acusó de entorpecer sus medidas gubernativas y sometió a votación la destitución del juez Pavy. El 8 de septiembre de 1935, Carl Weiss, yerno de Pavy, acudió a la legislatura estatal de Luisiana, cuando estuvo cerca desenfundó un revolver y disparó contra Long. Los guardaespaldas mataron al atacante, pero fue tarde: Long falleció dos días después a la edad de 42 años. Dicen que sus últimas palabras fueron: “Dios, no me dejes morir. Tengo tanto que hacer todavía”, es que aspiraba a la presidencia de EEUU.
Long en 1933 publicó su autobiografía, Cada hombre es un rey, en la que presentó su plan para redistribuir las riquezas del país. A Long se le atribuye la frase: “Si alguna vez el fascismo triunfa en Estados Unidos, lo hará bajo consignas antifascistas”, palabras proféticas ahora que a ese país ha arribado algo semejante a un neo macartismo, que disfraza sus fines con lemas contrarios a sus intenciones, establecer un nuevo orden mundial mediante la destrucción de los estados nacionales.
El macartismo es un capítulo negro de la política de EEUU, durante el cual Joseph McCarthy, senador por Wisconsin, denunció una conspiración revolucionaria en las altas esferas del Estado, lo que desencadenó a su vez la persecución de los sectores progresistas estadounidenses, que durante la década de los cincuenta fueron acusados de ser comunistas, subversivos, desleales y traidores a la patria, sin que se respeten los procedimientos legales ni los derechos de los acusados, que llamaron a estos procesos irregulares, interrogatorios y listas negras, una verdadera cacería de brujas. La persecución fue general y tenaz. Se retiró de las bibliotecas libros como Robin Hood o la novela Espartaco, de Howard Fast. También diez guionistas de Hollywood fueron encarcelados por negarse a cooperar con la Comisión y no delatar a sus compañeros. Personalidades, como Bertolt Brecht y Charles Chaplin, escaparon de EEUU y muchos actores de Hollywood, escritores y guionistas fueron víctimas de delaciones y asedios, que les impedía trabajar porque quien les contratara sería acusado de colaborar con los comunistas; pese a esto, hubo resistencia. Muchos de los convocados a declarar en la Comisión de Actividades Antiamericanas no comparecieron por considerar que dicha indagatoria era contraria a la Constitución de EEUU. Incluso se formó el Comité de la Primera Enmienda, integrado por cerca de 500 actores de la talla de John Huston, Orson Welles, Burt Lancaster, Humphrey Bogart, Gregory Peck, Katharine Hepburn, Kirk Douglas, Gene Kelly, Frank Sinatra… quienes afirmaron que todo era una tramoya dirigida a destruir los derechos civiles. En cambio, Ronald Reagan, Walt Disney, Cecil B. DeMille, Elia Kazan, Gary Cooper, Robert Taylor… estuvieron entre los que denunciaron a sus amigos.
Mientras el maccartismo se estableció contra una minoría de la población de EEUU, que simpatizaba con el comunismo o era partidaria de profundizar las buenas relaciones con la URSS, establecidas durante la Segunda Guerra Mundial, el neo macartismo se establecería para reeducar a decenas de millones de estadounidenses que votaron por Trump.
Entre las cosas positivas que ha hecho el gobierno de Biden, está plantear la prorroga por otros cinco años de la vigencia del START III, Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, que establece que las partes reduzcan sus arsenales nucleares con la finalidad de que en siete años su cantidad total no supere las 1550 ojivas nucleares y 700 vectores de lanzamiento operativos. El START III es el único acuerdo en materia de control de armas nucleares que vincula a Rusia y EEUU, si no se lo prorroga, no habrá ningún tratado que limite el arsenal nuclear de estas poderosas potencias.
Jennifer Psaki, portavoz de la Casa Blanca, destacó que el acuerdo responde a los intereses de la seguridad nacional de EEUU y “su prolongación tiene más importancia en el período, cuando las relaciones con Rusia sufren un enfrentamiento tan grave, como ahora”. Incluso, el Secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, y el jefe del Pentágono, Lloyd Austin, pese a que ambos funcionarios consideran que Rusia es el principal enemigo de EEUU, han señalado que el acuerdo responde a los intereses estadounidenses y su conservación es una oportunidad para negociar con Rusia acuerdos sobre las armas que EEUU no ha desarrollado todavía, incluidas las hipersónicas. Dmitri Peskov, portavoz del Kremlin, declaró que la prórroga del START III interesa a ambos países, así como al mundo entero. Rusia está dispuesta a mantener un diálogo respetuoso con la administración de Washington, para que este importante mecanismo jurídico internacional funcione. Es más, los presidentes Putin y Biden expresaron satisfacción por el intercambio de notas diplomáticas sobre el logro de un acuerdo para la extensión del tratado.
Se recuerda que para Trump el enemigo número uno de su país es China y buscaba mejorar las relaciones con Moscú, para que en esta confrontación Rusia permaneciera neutral, si no se lograba que fuera aliada de EEUU. Con Biden existe el peligro de que Washington retorne a la vieja estrategia de primero derrotar a Rusia, sacarla de la contienda derrocando al actual régimen, para afrontarse con China a solas. Para ello fomentarían el aislamiento de Rusia, incrementarían el régimen de sanciones y presionarían más aún a los países de la ex URSS y del antiguo Campo Socialista, para que se enfrenten a Moscú, nada bueno para el mundo.
Esto es lo que se teme, que en Estados Unidos descarten un posible acuerdo de paz con Rusia y resuciten la fracasada estrategia de primero eliminarla, ahora que en Washington gobiernan las mismas personas que otrora llamaron luchadores por la democracia y la libertad a los fascistas que en la Plaza Maidán de Kiev cometieron todo tipo de barbaridades contra el Estado y el pueblo de Ucrania, pero que ahora, cuando este mismo problema surge en su propio país, llaman “terroristas internos” al sector del pueblo que está en la oposición y amenazan a las personas que se tomaron el Capitolio con 15 o 20 años de cárcel.
Tal vez, por esta razón Nancy Pelosi y Hillary Clinton buscan las huellas de Putin en la toma del Capitolio, porque, según ellas, el presidente ruso quiere destruir la democracia en EEUU y el mundo. De todo tipo de alimañas hay en la viña del Señor.