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¿Una calle para Billy El Niño en Madrid?

Fuentes: Rebelión

Tras toda una vida dedicada a la tortura, el policía Juan Antonio González Pacheco, alias Billy El Niño, se ha ido de este mundo con su ultima victoria bajo el brazo. Esta victoria ha sido no pisar nunca una cárcel, por muy inculpado que haya estado en los crímenes cometidos a lo largo de toda su despreciable y ominosa profesión como torturador.

Entiendo que todas sus víctimas (las que lograron sobrevivir a sus bestiales interrogatorios, claro está) estén ahora celebrando su muerte; que muera un ser infrahumano como era Billy El Niño, una bestia sin el más mínimo atisbo de compasión, debe ser, sin lugar a dudas, motivo de alegría y satisfacción, no sólo para sus víctimas directas, sino para toda la Humanidad. Sin embargo, resulta triste, más que triste frustrante y descorazonador, que este monstruo haya muerto, tranquilo y sedado, en una cama de hospital, sin haber sido jamás procesado por ninguno de sus abominables e impunes crímenes y evitándole el dolor, el, brutal, devastador e intenso dolor, que él provocaba en sus víctimas cuando las torturaba en nombre del Estado español.

Según sus más allegados, Billy El Niño era un artista de la tortura: los devastadores efectos de sus sistemáticos y rebuscados suplicios, dejaban a sus víctimas bajo un severo shock postraumático que les atormentaría el resto de su vida. Aseguran que disfrutaba -y hacía disfrutar a sus compañeros policías- de los desgarradores gritos de dolor de sus víctimas mientras les partía los dedos y les arrancaba las uñas, los apaleaba con estacas o los ahogaba en “la bañera”. Muchas de estas torturas, con su sello personal, fueron practicadas y mejoradas en el cuartel benemérito de Inchaurrondo, de la mano del comandante Galindo, en la década de los 80 y 90.

Pero no nos engañemos: Billy El Niño se ha ido de esta vida riéndose a carcajadas de todos nosotros, con un impecable certificado de antecedentes penales que le eximirá de toda responsabilidad en el juicio final que, según los creyentes, le espera cuando llegue al Más Allá. Billy El Niño, seguro y jactancioso del trato de favor de que siempre ha gozado por parte de la justicia terrenal, es de los que se sentarán frente al juez Supremo presumiendo de que también allí goza de impunidad. Y no va muy descaminado ya que puede que Billy El Niño sea recibido con los brazos abiertos en el reino celestial. Lo decían los grafitis que llenaron los muros tras la muerte del dictador: “No os fieis de dios, que Franco está en los cielos”… ¿Alguien me sabe explicar por qué, cuanto más diabólico y perverso resulta un ser humano, cuanto más daño hace a los demás, más longevidad le concede el Señor?

Como aval terrenal para ese juicio final, Billy El Niño presentará su impecable curriculum vitae, donde una caterva de corruptos jueces y juezas, titulares de los más altos tribunales y bribones de la más baja estopa, se ocupan de alabar su trayectoria profesional y negar, una por una, todas sus escalofriantes torturas. Es muy posible que la complicidad de esa prostituida justicia tenga también su reflejo en el Más Allá.

Que a nadie le asombre que un día de estos, a petición de sus superiores y con el beneplácito de toda la cúpula democrática de nuestro Excelso Estado español, Su Majestad el rey imponga a título póstumo a este modélico policía una nueva condecoración por los muchos y grandes servicios hechos a la Corona. Parece ser que, como torturador, Billy El Niño ha prestado un apoyo decisivo para consolidar la monarquía en este país. Ya lo dijo Otegi y es hora de que lo repitamos otra vez: el rey, como jefe del Estado español, es también jefe de los torturadores que operan en nuestro país.

Todos los compañeros de profesión de Billy El Niño -me refiero a la muy ilustre generación de policías franquistas de la Brigada Político Social, la mayoría aun vivos y orgullosos de su conducta criminal-, han preparado una entrañable ceremonia de despedida a su encomiable compañero torturador. Cada uno hablará del amor y la dedicación que Billy El Niño tenía hacia su encomiable profesión, de las enseñanzas recibidas de su colega en el diabólico arte de torturar, de su abominable y despiadada impasibilidad ante el dolor ajeno que provocaba en los demás…

Puestos a exaltar la tortura y a los torturadores en este país… ¿Dispondrá el Excelentísimo y “Corruptísimo” señor Almeida, a la sazón alcalde de Madrid, registrar en el nomenclátor de la ciudad una calle con el nombre del ejemplar torturador: Juan Antonio González Pacheco, alias Billy El Niño español?