El sonido de los aviones y las avionetas forma parte del paisaje de Goma. Es un zumbido recurrente. Cada hora, una avioneta sobrevuela la ciudad en un goteo sin fin. Los aviones transportan fundamentalmente coltán y estaño, y vienen cargados al límite de su capacidad. Tal es así que, el año pasado, un Antonov que […]
El sonido de los aviones y las avionetas forma parte del paisaje de Goma. Es un zumbido recurrente. Cada hora, una avioneta sobrevuela la ciudad en un goteo sin fin.
Los aviones transportan fundamentalmente coltán y estaño, y vienen cargados al límite de su capacidad. Tal es así que, el año pasado, un Antonov que transportaba nueve toneladas de estaño se estrelló en Goma acabando con la vida de trece personas.
El coltán es un material de gran importancia para el desarrollo de nuevas tecnologías: telefonía móvil, consolas de videojuegos, industria de defensa y aeroespacial, medicina (implantes)… Esto se debe a sus propiedades de superconductividad, capacidad de soportar altas temperaturas, su capacidad de almacenar carga eléctrica temporalmente o su alta resistencia a la corrosión. Estas propiedades, unidas a la extraordinaria demanda y la escasa oferta, hacen de este material un bien muy preciado.
Hace pocos días, The Daily Telegraph informaba de cómo decenas de pequeños comerciantes, los comptoirs , esperan a estas aviones en el aeropuerto. Los comptoirs examinan el cargamento en busca del producto de más calidad. Tras tasarlo y realizar la transacción, el mineral se carga en camiones que parten rumbo al puerto de Mombassa, Kenia. Desde allí su destino es Extremo Oriente. En la actualidad, una tonelada de estaño se cotiza en el mercado a 14.100 dólares.
Quería comenzar este artículo destacando esto porque, tal y como señalan múltiples expertos, la suerte de los millones de personas que viven desplazadas hoy en día en Goma está íntimamente ligada a este goteo de aviones que sobrevuela, sin descanso, la ciudad.
Es indudable que el conflicto del Congo tiene un fuerte componente étnico: los tutsis congoleses, de los que Laurent Nkunda se arroga su representación, defienden una posición legítima: su derecho a ser congoleses, a ser tan congolés como cualquier otro. Desgraciadamente, se trata de un conflicto que viene de lejos. Dicho esto, la cuestión étnica es a día de hoy una parte menor del problema. La voluntad de asegurar el control de un territorio debido a su extraordinaria riqueza mineral es el centro de la cuestión. Esta es una guerra, pues, movida fundamentalmente por la codicia, y la codicia no entiende de nacionalidades. Quiero decir con ello que los responsables de la inseguridad permanente en esta región son de todo tipo: congoleños, rwandeses, ugandeses, occidentales y orientales.
Casi todas estas cuestiones suelen tener lugar en el más absoluto silencio informativo. Sin embargo, el pasado veintinueve de octubre la República Democrática de Congo logró aparecer de nuevo en los medios de comunicación. El ejército congolés huía en desbandada en Kivu Norte y las tropas de Laurent Nkunda amenazaban con tomar Goma. Miles de personas abandonaban temporalmente la ciudad. Desde entonces, la información sobre el conflicto en Kivu Norte ha permanecido con altibajos en los medios, y se ven coches con periodistas por la ciudad.
Los grupos armados presentes en la región son innumerables. Todos son culpables de graves violaciones de derechos humanos. Debido a la inseguridad y la impunidad reinantes, un millón de personas se han visto obligadas a abandonar sus casas en el último año. Por un lado, muchas se encuentran en zonas en las que los combates continúan y el acceso humanitario es imposible. La ausencia de un mínimo de seguridad impide la llegada de convoys de ayuda humanitaria, y en las pocas ocasiones en que algún camión ha logrado llegar la población ha saqueado su contenido. Por otro, gran parte de la población se ha dirigido a una ciudad, la de Goma, que sufre en la actualidad una auténtica explosión demográfica. La mayor parte de los desplazados están alojados en casas de familiares, de amigos y -sobre todo- de gente que sencillamente les acoge bajo su techo sin conocerse de nada. Hoy hablaba con una persona que tiene cinco hijos y ha acogido a otras cuatro personas desplazadas en su casa.
Muchas personas también están en iglesias. Los padres salesianos han acogido a mil quinientas en su parcela, y Médicos Sin Fronteras ha tenido que intervenir en varias ocasiones debido a brotes de cólera. Otras muchas personas (en torno a sesenta mil) están los cuatro campos de desplazados que existen a las afueras de la ciudad. Como consecuencia del recrudecimiento de los combates, esta semana se va a crear un nuevo campo de desplazados, Mugunga III, al que se dirigirán otras sesenta mil personas procedentes de Kibati, una localidad situada a quince kilómetros al norte de Goma.
La falta de comida es un problema gravísimo en la actualidad. Por una parte, las agencias humanitarias solo distribuyen mensualmente raciones para diez días, es decir, un tercio de las necesidades nutricionales de los habitantes de los campos. Es una distribución ínfima. Existe otro problema muy grave: la carretera de Rutshuru es la ruta principal de toda la comida que se vende en los mercados de Goma. El grupo armado que controla ese territorio está obligando a pagar un impuesto a todo comerciante que se dirija a Goma, y eso ha disparado los precios. Alimentos básicos como las alubias casi han triplicado su precio y la situación empeora.
Desgraciadamente, la misión de cascos azules de Naciones Unidas carece de la capacidad para hacer frente a esta situación. Si bien en un pequeño país como Liberia un contingente de quince mil soldados es capaz de asegurar la paz, en un país como el Congo (de una dimensión casi cinco veces la de España), los diecisiete mil soldados actuales se disuelven en la inmensidad de un territorio que, para mayor dificultad, es en su mayoría de bosque tropical. La incapacidad de los cascos azules se reveló especialmente hace escasas fechas en Kiwanja, una localidad al norte de Goma en la que se estima que al menos cien personas fueron asesinadas, casa por casa. A pesar de que ejecuciones sumarias tenían lugar a escasos metros, el pequeño contingente de cascos azules presente en la ciudad no salió de su cuartel.
La prioridad número uno en este momento en Kivu Norte es garantizar la protección de la población civil y el cese de las hostilidades. Sin protección, el acceso de la ayuda humanitaria es imposible. Para que esto sea posible, una misión de mil quinientos soldados enviados por la UE sería suficiente. Organizaciones como Oxfam o Human Rights Watch han alzado su voz por ello. Sin embargo, se sabe que en el seno de la UE hay división de opiniones. Ante la falta de consenso, la ampliación de la misión de paz para que tres mil soldados más lleguen a la zona parece la única opción viable a corto plazo. El papel del antiguo presidente nigeriano, Olusegun Obasanjwo, reciente nombrado representante especial del secretario general de naciones Unidas para este conflicto, es aún una incógnita.
Entretanto, la vida sigue con gran dificultad para cientos de miles de personas en Goma. Desde que la guerra comenzara en 1995, los habitantes de esta región han sufrido todo lo imaginable: saqueos, violaciones, asesinatos. La sensación de hartazgo es total. La gran pregunta que la población de Goma se hace es: ¿cuando acabará todo esto?
Mientras escribo estas líneas, un avión sobrevuela la ciudad.
Nicolás Dorronsoro es cooperante navarro en Goma, RDC