Traducido para Rebelión por Silvia Arana
Viernes 14 de enero, por las calles del centro de Túnez gritamos «¡No!» -un millón de voces unidas contra los 23 años del largo gobierno dictatorial del Presidente Zine el-Abidine Ben Alí.
Los gases lacrimógenos, las balas y la muerte pasan encima de nosotros. Estamos emboscados en la estación Barcelona del metro, uno de los principales centros de transporte de la ciudad, y bajo ataque de gases lacrimógenos. Me cubro con un pañuelo negro y corro hacia la avenida Bourguiba, a la que los turistas llaman los Campos Elíseos Tunecinos. Allí nos reciben con palos y rifles.
Respirando conscientes de cada inhalación y exhalación, confrontamos las balas durante varias cuadras hasta que llegamos a una muralla de policías de civil. Bruscamente nos ordenan entrar a una estación de metro cercana, nos apilan en los trenes y se posicionan en ambos extremos.
Un hombre viejo que está cerca de mí respira con dificultad -había salido de su casa a comprar pan y se halló inesperadamente en medio de la manifestación-. Rasgo mi pañuelo en dos partes y le doy la mitad. Me encantaría preguntarle qué piensa de las protestas contra el gobierno pero todos estamos resistiendo los efectos de los gases lacrimógenos.
Esa noche salen las milicias. En mi edificio de departamentos escuchamos el sonido de las balas. Mi esposa se estremece. Rumores de redadas y violaciones han comenzado a circular por la radio y las calles. Me pregunta: -¿Qué haremos si nos atacan? Por favor, no me defiendas a mí; cuida de Haroun. (Mientras mira a nuestro hijo de 18 meses que juega solo y ríe.)
Le respondo: -No te preocupes, por favor, no te preocupes.
Ella dice: -No quiero que Haroun viva si nosotros morimos.
Salgo a ver si nuestros vecinos y yo podemos turnarnos para hacer guardia en el edificio. Llevo un pequeño cuchillo de cocina y una barra de hierro. Toco el timbre de mi vecino. Nadie responde; o no están en casa o están en pánico. Grito desde la base de la escalera: «¡Vecinos, salgan, tenemos que prepararnos!» Nadie responde.
Sé que el edificio está semivacío y que la puerta de entrada no está cerrada con llave. Peor, en el piso de arriba vive un hombre del que se sospecha que es miembro de la milicia leal al partido oficialista del Presidente Ben Alí.
Regreso al departamento. Mi esposa dice: -Por supuesto que no hay nadie.
Trato de calmarla pero Haroun es un niño bullicioso al que no se le puede explicar el significado de un estado de emergencia. Mi hermano, miembro de las fuerzas armadas tunecinas, llama por teléfono para preguntar cómo estamos, me dice que su esposa también está sitiada en el área donde él está asignado. La conversación no alivia nuestra preocupación.
La televisión tunecina me pone nervioso. Otro político anuncia, lentamente, que va a tomar el poder y agrega: «Por Dios todopoderoso, protéjanse». Una nación civilizada anuncia que no se hace responsable de mantener la paz.
No puedo quedarme y seguir mirando a mi esposa a los ojos; yo también siento pánico. Pasé un tiempo en la violenta Argelia y voy a usar la experiencia adquirida allí. Recojo un hacha y beso a mi esposa en la frente. Hago guardia en la escalera, canturreando: «Mata si no quieres que te maten». La noche avanza, pesada, acarreando la muerte.
Oigo que las milicias se desplazan en ambulancias confiscadas, transformándolas de mensajeras de compasión en mensajeras de muerte. El país se ha convertido súbitamente en el escenario de una película de gángsteres de Hollywood, y los extras son la gente pacífica y educada.
Suenan disparos afuera, me refugio detrás de la pared. Los sonidos de un helicóptero militar se sienten a lo lejos. Vuelvo a mi departamento y veo el rostro petrificado de mi esposa que con su mirada me pregunta qué sucede. Haroun baila feliz.
Trato de calmarla diciéndole que estoy bien y que el ejército nos protege con sus helicópteros. Haroun se acerca y me muestra su juguete, un pequeño auto de la policía. Su pregunta me produce un shock: -¿Sheriff? -refiriéndose a un personaje de los dibujos animados «Cars». Le digo: -Sí, mi hijo, sí. Lo beso distraídamente en la cabeza. Me pregunto si la era de los sheriffs ha terminado.
Regreso a tomar mi puesto de guardia y decido refugiarme en el Corán. Pero me olvido de la primera parte, la Fatiha, la principal de las oraciones; confundo las líneas, altero el orden. Pienso en escribir y palpo mi lápiz en el bolsillo del abrigo. Como no tengo otro papel que el de mi libreta de direcciones, la abro en la oscuridad porque quiero escribir algo.
De repente, las balas me pasan cerca. Me tiro al suelo. Trato de distinguir el sonido de los helicópteros antes de volver adentro para tranquilizar a mi familia y recargarme con el entusiasmo de Haroun. Imagino que soy un protagonista de la novela de Paul Auster «Un hombre en la oscuridad«, en la que se describe la situación de esta manera: «Estoy solo en la oscuridad, dándole vueltas al mundo en la cabeza». Recojo la barra de hierro para defender mi hogar y mis sueños.
El sábado por la mañana nos aventuramos por las calles y vemos rostros de extraños en el barrio. El centro comercial cerca de casa ha sido saqueado.
Voy con mi esposa e hijo a la casa de un familiar para coordinar la defensa del barrio. Con palos y piedras tomamos control del barrio. Pasamos la noche ahuyentando a extraños, que andan a pie o en autos. Por la mañana recorremos la ciudad en busca de pan y leche para los niños. No hallamos leche en ninguna parte. Gradualmente los residentes de la ciudad nos acostumbramos al estado de emergencia y al toque de queda, y empezamos a disfrutar del tiempo libre, y especialmente, de poder hablar libremente, de poder insultar y ridiculizar a Ben Alí y a su familia.
En lunes nos dicen que se ha formado un gobierno de «unidad». Cuando los tunecinos se enteran de que algunos funcionarios del viejo régimen han sido nombrados ministros, hay una ola de protesta, y la gente comienza a decir que les han robado la revolución.
El martes la gente joven toma las calles de nuevo exigiendo la disolución del partido de Ben Alí, el partido por la Democracia Constitucional, que ha gobernado Túnez desde la independencia en 1956. Otros sostienen que esto podría devenir en una repetición de las purgas de miembros del partido Baaz de Sadam Hussein, que contribuyó a la insurgencia en Irak. Estoy de acuerdo en que es imposible disolver el partido sin causar un caos en el país, pero creo que debemos intentarlo.
También hay manifestaciones en las sedes del grupo mayoritario de oposición por su complicidad con la presencia del viejo régimen en el nuevo gobierno. Hacia el fin del día al menos cinco ministros han renunciado, y nadie sabe qué va a suceder.
Por mi parte siento una felicidad desbordante porque ahora podré escribir libremente. Hace un año y medio una de mis novelas, en la que describía la vida bajo la opresión, fue representada como obra de teatro en un centro cultural. Todos los que participamos fuimos vigilados constantemente por la policía; ninguno de los periodistas presentes escribió una reseña.
Por eso apoyo la revolución y, como a muchos jóvenes, me preocupa la posibilidad de que los traidores, ladrones y asesinos que nos gobernaron demasiado tiempo nos la roben.
Kamel Riahi es un novelista tunecino.
Traducido del árabe al inglés por Ghenwa Hayek.
Fuente: http://www.nytimes.com/2011/01/19/opinion/19riahi.html?_r=1&emc=eta1
rCR