Traducido para Rebelión por Caty R.
Se esperaba el final desde que el 19 de octubre de 2011, por sorpresa, Hillary Clinton aterrizó en Trípoli para declarar públicamente su deseo de que Gadafi fuera eliminado.
El epílogo, sangriento, previsible. Cruzar miles de kilómetros, el océano Atlántico y después el mar Mediterráneo para formular ese deseo en Trípoli no es una casualidad. Sólo podía surgir de manera tan imperativa en cuanto que el objetivo del viaje era informar a los servidores libios de que se había puesto en marcha la ejecución ordenándola por una proclama pública.
Se podría imaginar un comportamiento mejor que fundase una nueva ética política. Pero el ejemplo viene de arriba, de un país que se autodenomina la primera democracia del mundo y acaba de sufrir una mutación de graves consecuencias.
Jamás un dirigente de una gran democracia occidental había dado rienda suelta, públicamente, a semejantes instintos asesinos.
La conmemoración del décimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre en 2011 y la proximidad de las elecciones presidenciales estadounidenses en realidad debieron estimular el ardor guerrero de un presidente que se presentó, hace poco, como el primer presidente post racial de la sociedad multicultural estadounidense y que, en realidad, sólo es la reproducción, en negativo, de sus carniceros antecesores.
Dar el nombre en clave de «Jerónimo» a la operación especial dirigida a eliminar a Osama bin Laden nos devuelve a los peores recuerdos de la conquista del Oeste y del correspondiente exterminio de los «pieles rojas». Y revela la patología de su autor.
Eliminado bin Laden el 2 de mayo, su sucesor en la Península Arábiga, Anuar al Awaliki, de Yemen, también fue eliminado por un drone estadounidense, así como el hijo de su compañero de viaje, el mulá Omar, en septiembre en Pakistán, por un segundo drone estadounidense. A Gadafi le tocó el turno en octubre, mientras los liberadores libios marcaban el paso a las puertas de Sirte y sus tutores occidentales padecían las sacudidas inflacionistas de la operación en plena crisis del endeudamiento bancario europeo y de la desafección de la opinión pública árabe ante el veto estadounidense a la admisión de Palestina en la ONU.
Bajo el paraguas de la instauración de la democracia, en realidad Estados Unidos ha inaugurado, en el orden subliminal, una política de asesinatos extrajudiciales a la manera de sus émulos israelíes, las famosas operaciones homicidas prohibidas por la legislación desde los excesos de la CIA en América Latina en las décadas de 1960 y 1970.
Es cierto que Estados Unidos no es el responsable directo del asesinato de Gadafi, pero creó las condiciones al detener a su convoy que intentaba escapar de la ratonera de Sirte.
Gadafi es el principal responsable del caos destructor de Libia y nadie lo niega. Pero sus oponentes no se han cubierto de gloria con semejante ensañamiento morboso sobre un hombre tirado en el suelo.
La historia contará que la revolución libia habrá sido «la primera revolución asistida por ordenador» y el asesinato liberador de su antiguo verdugo habrá sido objeto de una asistencia a distancia.
El final de Gadafi es el final de una larga levitación política y de una ilusión lírica. Los libios tienen que purgar la pesadilla que ha poblado su subconsciente y su inconsciente y demostrar que no son un pueblo de asistidos permanentes.
Al final de un prolongado letargo, forzar el respeto del mundo impulsando la reconstrucción del país sin corrupción, la reconciliación de los conciudadanos sin derramamiento de sangre, lo contrario, en suma, del esquema iraquí.
Que la liberación de Libia sea una acción de la OTAN, el enemigo más implacable de las aspiraciones nacionales del mundo árabe, es un síntoma grave que indica la inversión de los valores en plena primavera árabe y la vigencia de la contraofensiva occidental para hacerse con el control de los levantamientos populares árabes.
Si nos descuidamos, corremos el peligro de una nueva ola de colonización del mundo árabe, bajo el paraguas democrático, esta vez con la complicidad de los colaboracionistas árabes.
La peor de las posibilidades, que reducirá a la nada cualquier esperanza de renacimiento árabe.
Fuente: http://www.renenaba.com/libye-une-revolution-assistee-par-ordinateur/