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Universitarios malagueños piden «un nuevo orden mundial» ante la situación de los inmigrantes subsaharianos

Fuentes: Rebelión

La naturaleza provoca a menudo tragedias humanas como las que estos días hemos vivido en Afganistán, India, Paquistán o Guatemala. En estos casos, sólo cabe prestar ayuda a los perjudicados con la máxima celeridad posible y exigible, en un ejercicio elemental de solidaridad y con la intención de restablecer o paliar los daños ocasionados y […]

La naturaleza provoca a menudo tragedias humanas como las que estos días hemos vivido en Afganistán, India, Paquistán o Guatemala. En estos casos, sólo cabe prestar ayuda a los perjudicados con la máxima celeridad posible y exigible, en un ejercicio elemental de solidaridad y con la intención de restablecer o paliar los daños ocasionados y los indecibles sufrimientos soportados por tantos seres humanos.

Sin embargo, en otras muchas ocasiones el sufrimiento, el dolor y los padecimientos no son debidos a causas naturales, sino resultado de torpes políticas humanas y es lamentable que, en estos casos, la respuesta no sea igualmente urgente y solidaria.

En los últimos días asistimos horrorizados pero paralizados a la odisea perversa que están viviendo un número indeterminado de subsaharianos que trataban de introducirse en nuestro país y que están siendo expulsados en condiciones infrahumanas y vergonzosas hacia sus supuestos lugares de origen, olvidando que la vida tiene el mismo valor para todos los seres humanos.

Cunden las acusaciones sobre el trato vejatorio que están recibiendo y sobre la responsabilidad de Marruecos por su escasa sensibilidad hacia los derechos humanos individuales y colectivos de los afectados. Una acusación de culpabilidad que, sin estar totalmente exenta de razón, actúa de bálsamo reparador y olvida, consciente e irresponsablemente, que son también otros los que pueden ser igualmente tenidos por autores de estas violaciones de derechos.

En primer lugar, son responsables quienes histórica y estructuralmente han provocado que África se haya convertido en un continente hambriento, en un verdadero infierno en vida para cientos de millones de seres humanos. En el continente donde se concentra la mitad de la población que intenta sobrevivir con menos de un euro al día, donde se registran más muertes infantiles por inanición, donde el SIDA alcanza dimensiones apocalípticas y donde el analfabetismo y demás indicadores de desarrollo arrojan niveles de sonrojo. O donde, a pesar de tener la menor tasa per cápita en uso de energías fósiles, es la región más vulnerable al cambio climático dada su poca capacidad de adaptación mermada por la pobreza. Sin lugar a dudas, una parte de culpa la tienen muchos de sus dirigentes políticos, a los que -por cierto- se aplaude y apoya permanentemente desde los países más ricos por adecuarse a sus pretensiones. Pero no sólo ellos, porque es imprescindible recordar que la mayoría de las profundas heridas que ahora sangran en África son el resultado de un colonialismo egoísta y usurpador y que nunca se han intentado sanar por nuestros Estados responsables.

En segundo lugar, son responsables quienes actualmente siguen creyendo que es posible defenderse de las invasiones de masas empobrecidas mediante el vano procedimiento de instalar vallas de seguridad más o menos altas o sofisticadas, como si la isla de la riqueza que es nuestro mundo del norte pudiera sobrevivir indefinidamente sin amenazas en este océano de pobreza. Lo increíble no es que unos pocos miles de personas intenten saltar las vallas de la miseria o se jueguen la vida atravesando en pateras un mar siempre peligroso, sino que queden detrás tantos millones de seres humanos resignadas a su suerte, esperando impasibles una muerte que en África llega mucho antes y más sufridamente que en cualquier otro lugar del mundo. Mientras sigamos permitiendo y creando en África más miseria serán muchos más los que traten de realizar un último intento para salvarse del hambre traspasando masivamente nuestras fronteras.

En tercer lugar, son responsables quienes asisten impertérritos a estos hechos, buscando responsables mediatos, pero actuando como si estas tragedias humanas fueran tan inevitables como los tsunamis, las lluvias torrenciales o los gigantescos terremotos. Quienes guardan silencio sin querer reconocer, de una parte, que todos formamos parte de la cadena de responsables y, de otra, que los recursos necesarios para paliar los sufrimientos que ya se están produciendo y, a continuación, para erradicar definitivamente los males que los producen, están verdaderamente a nuestro alcance pero los dedicamos a otros fines más irracionales y egoístas.

Por todo ello, como ciudadanos y miembros de la comunidad universitaria de Málaga y siendo en estos momentos especialmente conscientes de nuestra responsabilidad ante la sociedad:

EXIGIMOS a nuestros representantes políticos, con independencia de filiaciones y colores y del carácter local, provincial, autonómico o estatal de sus responsabilidades, que se adopten sin dilación las medidas urgentes necesarias para remediar la caótica e inadmisible situación de la que estamos siendo testigos y, a la vez, que se comprometan directa, definitiva y formalmente a destinar una parte más sustancial de los presupuesto públicos a ayudas reales al desarrollo, hasta alcanzar, al menos, los niveles a los que nos obligan las normas y los compromisos internacionales.

REQUERIMOS a la Unión Europea, de la que formamos parte, que actúe con contundencia para procurar el remedio inmediato de los problemas actuales y la prevención y futura solución de sus causas, a través de un titánico esfuerzo de reforma de las estructuras existentes en África, esfuerzo que es exigible tanto para hacer frente a la responsabilidad histórica que se supone asumimos desde finales del siglo XIX en ese continente, como para seguir manteniendo viva la creencia del sueño europeo que sólo es concebible desde la perspectiva de la solidaridad mundial.

INSTAMOS a otros actores internacionales, Estados u Organizaciones internacionales, a asumir el compromiso de establecer un orden mundial más sensible con la queja de los globalizados y a estar menos obsesionados con combatir los irracionales comportamientos de quienes se quieren constituir en portavoces de los oprimidos.

POR NUESTRA PARTE, nos comprometemos como ciudadanos y como universitarios, e instamos a comprometerse a nuestros conciudadanos, a entender desde posiciones más humanas y solidarias y menos nacionalistas, que el mal, el sufrimiento, el dolor, la injusticia o la pobreza que aquejan a cualquier otro ser humano nos afecta y afrenta igualmente a cada uno de nosotros; y a ser conscientes de que el trato vejatorio, el viaje hacia ninguna parte que observamos ahora, no sólo lo están imponiendo unas autoridades concretas, sino que éstas son meros brazos ejecutores del egoísmo y la irresponsabilidad de los poderosos y también del ominoso silencio de todos nosotros.

En la Universidad de Málaga, a catorce de octubre de dos mil cinco.