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Unos 100 solicitantes de asilo político protestan en Rabat contra la impotencia de ACNUR

Fuentes: Agencias

Obligados a elegir entre la miseria o volver a los países de los que huyeron un día a causa de la guerra, un centenar de subsaharianos, solicitantes de asilo político, han optado por lo segundo, para lo que han acampado frente al Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Rabat. Emmanuel Mbolela, […]

Obligados a elegir entre la miseria o volver a los países de los que huyeron un día a causa de la guerra, un centenar de subsaharianos, solicitantes de asilo político, han optado por lo segundo, para lo que han acampado frente al Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Rabat.

Emmanuel Mbolela, un joven congoleño portavoz de este colectivo, en el que hay al menos diez niños de corta edad, ha explicado, que todos ellos durmieron la noche del martes «a la intemperie», porque no tienen ya dinero «para pagar el alquiler ni para comer».

«Cansados de pedir ayuda y que se reconozcan nuestros derechos como refugiados políticos, nos hemos instalado ante la sede de ACNUR aquí, para pedir que nos devuelvan a nuestros países, aunque eso represente la muerte, o bien que nos den una solución», se lamenta Emmanuel.

Estos africanos, que han dormido en la acera sobre viejos cartones, enarbolan los papeles que les acreditan como solicitantes de asilo, y varios de ellos, el documento que demuestra que ya son refugiados políticos.

Pero ni siquiera esa condición, asegura Mbolela, les protege de la miseria porque en Marruecos no lleva aparejada «la asistencia que establecen las leyes internacionales para los refugiados».

Billy Nlande Keba, uno de los que ya han obtenido el asilo político, corrobora las palabras del portavoz y denuncia en voz alta que nunca ha percibido «el subsidio de refugiado» ni ningún tipo de ayuda.

El pasado lunes, los representantes de este grupo se dirigieron a la sede de ACNUR en Rabat, donde, según cuentan, se entrevistaron con su representante, Johannes Van der Klauwn.

Emmanuel y sus compañeros explican que Van der Klauwn les ofreció estudiar ayudas para aquellos que estuviesen en situación más vulnerable.

Este ofrecimiento no convenció a los africanos, que aseguran que todos ellos son igualmente vulnerables, debido a que Marruecos no les da «la residencia legal en el país, ni trabajo ni un techo donde guarecernos», agrega el joven congoleño.

«Estamos tan desesperados por nuestra situación, que preferimos volver a que nos maten que seguir viviendo aquí, donde no se nos trata como seres humanos y nuestras mujeres tienen que prostituirse para subsistir», prosigue Emmanuel.

Los congoleños, liberianos y marfileños que se han instalado en la calle han tomado la drástica decisión de pedir que se les envíe a «una muerte segura», dice otro de ellos, porque hasta ahora sus peticiones de ser trasladados a otros países no han sido atendidas.

Mbolela sostiene que el ACNUR «tiene la posibilidad de trasladar a otros países a 500 refugiados al año, y nosotros, aquí en Marruecos, somos sólo unos 300, por lo que si no lo hacen es porque no quieren».

Antes de instalarse en la calle para pasar la noche, donde, según constató Efe, han estado sometidos a una discreta vigilancia policial, los africanos intentaron pernoctar en la catedral católica de San Pedro de Rabat. Una solución

Pero tampoco allí pudieron quedarse, porque, como relatan dolidos, los sacerdotes del templo les dijeron que no podían darles alojamiento, tras lo cual la policía les conminó a que abandonaran la catedral.

«Aquí, hasta los curas nos rechazan, cuando ni siquiera tenemos derecho a asistencia médica, y en los hospitales públicos no nos atienden porque no tenemos dinero y porque los marroquíes son racistas y no quieren tocar a los negros», se lamenta Fiston Mssamba, otro joven refugiado.

Astrid Mukendi cuenta que otro congoleño miembro del grupo que vivía en su barrio murió porque en el hospital no le dieron asistencia médica.

Esta mujer huyó de la República Democrática del Congo hace cuatro años, dejando tras de sí los cadáveres de tres de sus cuatro hijos muertos en la guerra. El último hijo que le quedaba con vida murió durante el viaje a Marruecos.

Mientras tanto, ante la presencia de los periodistas, los niños del grupo la emprenden a golpes contra la puerta de ACNUR con botellas de plástico, mientras corean a gritos una sola palabra: solución.