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Vicisitudes de Donald Trump en la cloaca

Fuentes: Rebelión

Los historiadores del futuro compararán la toma de la Bastilla con la pasada irrupción en el edificio del Capitolio de Washington y sus conclusiones dependerán de cómo se desarrolle la crisis política de EE.UU. Aunque estarán de acuerdo en una cosa, en que no era una lucha entre los candidatos Trump y Biden ni tampoco entre los partidos Demócrata y Republicano, sino que se trataba de un problema mucho más profundo, el conflicto entre tres grandes sectores del poder mundial: el internacionalista, el nacionalista y las corporaciones de la tecnología informática.

Los neocon pertenecen al sector internacionalista que, luego de la caída de la URSS, impuso al mundo la globalización y el neoliberalismo, doctrinas de la total libertad económica y comercial, de la fuerte reducción del gasto social y de la intervención privada en las competencias del Estado, lo que permitió enriquecerse más aún a las grandes corporaciones del mundo. Santo Tomás de Aquino dijo en plena Edad Media: “Teme al hombre de un solo libro”, en este caso, teme a la ideología de una sola receta. ¿Qué han hecho los neocon? Aplicar el mismo método pese a que, desde el punto de vista social, les falló desde el inicio.

La política financiera neoliberal permitió emitir dinero sin respaldo, o sea produjo la ruptura entre el sistema financiero y el productivo. Por eso, hoy día circula tanto dinero como para comprar diez veces el planeta entero; también hay una colosal diferencia entre los ingresos de la élite y el resto de la población. Nadie está en capacidad de encontrar una salida a este problema, lo evidente es que no da para más la política seguida por los gobernantes de los países desarrollados de Occidente, que se vive el preámbulo de una dolorosa crisis económica, cuya solución no se ve, pues el capitalismo arribó a los límites de su propio desarrollo.

Por otra parte, están los nacionalistas, en cierta manera representados por Trump, quien, cuando arribó al mundo político de Washington, que llamó la cloaca, parecía ser el enterrador del sistema bicéfalo de EEUU, pues amenazó con finalizar las guerras eternas, especialmente las que se libran debido a las decisiones erróneas que se tomaron hace muchos años; dijo que iba a eliminar gastos superfluos, como el mantenimiento de la OTAN; acusó a los medios de comunicación de ser corruptos e impedir a la gente conocer lo que en realidad sucede; propuso suscribir una alianza estratégica con Rusia para combatir al Estado islámico; habló de investigar lo que verdaderamente pasó el 9/11, cuya versión oficial, según Trump, es una flagrante mentira que contradice las leyes de la física, y pensó auditar a la FED, banco privado que controla el sistema financiero de EE.UU.

También acusó a Hillary Clinton de haber llevado “políticas estúpidas en Libia y Siria y haber matado a cientos de miles de personas con su estupidez… Fue realmente, si no la peor, una de las peores secretarias de Estado de la historia del país. Que pudiera ser que Obama sacara de mala manera a las tropas de Irak y parte de las desplegadas en Afganistán, pero meterse ahí fue, para mí, el peor error cometido en la historia de nuestro país… Gastamos siete trillones de dólares en el Oriente Medio… y hubo millones de muertos, porque me gusta contar las vidas perdidas en ambos lados de la contienda”; denunció que los principales líderes del Departamento de Defensa “quieren nada más que pelear guerras, para que sean felices todas esas maravillosas compañías que fabrican bombas, aviones y todo lo demás” y que “no es deber de las tropas estadounidenses resolver conflictos antiguos en tierras lejanas de las que mucha gente nunca ha oído hablar”.

Trump tiene el mérito de que estas cosas las dice por primera vez un presidente de EEUU y esta es la razón por la que es aborrecido por los miembros de la cloaca, sean demócratas o republicanos. Es que no los representa y es un extraño que ha roto una montonera de mitos, como el libre mercado, la libertad de prensa, las elecciones libres, la libertad de expresión, las Revoluciones de colores, entre otros.

Las discordias entre internacionalistas y nacionalistas son dos caras de la misma moneda, la que busca mantener la hegemonía mediante la globalización de su industria y la del Presidente Trump, que para volver a EEUU un país grande, optó a raja tabla por el proteccionismo, lo que va contra las reglas del neoliberalismo y poco a poco disminuirá la competitividad del sistema productivo estadounidense.

Parece que los neocon no aceptaron ni su propia derrota ni las propuestas de Trump, por lo que, para pescar en río revuelto, impulsan el actual desbarajuste, que más semeja ser un golpe de Estado. Para ello satanizan la figura de Trump, tarea bastante fácil, pues en muchas ocasiones él mismo colabora, y organizan un Maidán en casa propia. Esperan que si las revoluciones de colores han sido exitosas en el mundo, ¿por qué no va a triunfar una entre ellos, que les dé el poder absoluto?

Da la impresión que EEUU se deshace a pedazos y se autodestruye, porque se ve soldados de la Guardia Nacional y la policía estatal enfrentándose a protestas pacíficas, a grupos armados y a saqueadores; manifestaciones populares reprimidas o toleradas, algunas apoyadas por la policía. Por otra parte, el grave problema de EEUU es que el problema recién comienza, que todo se va a complicar, porque la sociedad de ese país se divide cada vez más en dos bandos intolerantes, que no se soportan mutuamente y que, desgraciadamente, están armados hasta los dientes. Lo real es que no da para más el sistema creado por los fundadores de EEUU, que ya se agotó y llegó a su límite.

El batiburrillo del pésimo sistema electoral estadounidense es justificado con el bodrio de que se trata de un país conservador, que no quiere cambiar sus tradiciones, pero lo cierto es que se preserva un método que filtra a los indeseables, como Trump. Puesto que la ley lo permite, los demócratas organizaron el voto por correspondencia, con más de cien millones de sufragios, algo imposible de contabilizar; esto les permitió hacer fraude. Cuando en el Estado de Míchigan se cerraron los centros electorales, Trump ganaba con cerca de 100.000 votos y la votación era pareja, pero perdió extrañamente al día siguiente con cerca de 18.000 votos. Resulta que, mientras los gallos cantaban, durante la noche llegaron 128.000 a favor de Biden y ni uno solo a favor de Trump. Si ambos candidatos tienen igual probabilidad de ser votados, es imposible que se dé este evento, pues es más factible, pero mucho más factible, si se supone que por cada átomo del universo hay un burro, que todos estos burros vuelen, antes de que haya 128.000 votos en favor de Biden y ni uno sólo en favor de Trump.

Luego entraron en el juego las corporaciones de la tecnología informática. Para evitar el riesgo de una mayor incitación a la violencia, Twitter, Facebook, Instagram y casi todas las demás redes sociales anunciaron el bloqueo permanente de las cuentas del Presidente Trump, al que acusaron de instigar a sus partidarios a irrumpir en el edificio del Capitolio.

Según María Zajárova, portavoz del Ministerio de Exteriores de Rusia: “La decisión de las plataformas norteamericanas de internet de bloquear al jefe de Estado puede equipararse a un ataque nuclear: las destrucciones no son tan espantosas como lo son las consecuencias… Desconectaron las cuentas que tenían millones de seguidores, fueron atacados los valores que Occidente dice defender”. Incluso, la Canciller Ángela Merkel se manifestó en contra de este atentado a la libertad de expresión.

Por su parte, López Obrador, Presidente de Méjico, dijo: “No puede haber un organismo particular en ningún Estado, que se convierta en un órgano de censura. La libertad debe garantizarse. Ninguna regulación puede estar en manos de particulares, esto corresponde a los Estados nacionales… hay que garantizar la libertad de expresión, no a la censura”. Su Canciller, Marcelo Ebrard, declaró que está en contacto con los países de América Latina y el sureste de Asia, para discutir y presentar una propuesta en conjunto que evite la existencia de un gobierno supranacional gestionado por empresas privadas. Es que si al presidente de EE.UU. le hicieron tal canallada, ¿qué puede esperar el ciudadano común?

¿A dónde va EE.UU.? La respuesta no la dio la elección del 3 noviembre, pues los problemas de esa sociedad son profundos y no se resuelven mediante ese mecanismo. Nadie está en capacidad de prever en qué va a terminar la actual convulsión social, ya que todo se ha complicado porque sus mandatarios no han abordado los acuciantes problemas sociales que les agobian. Por eso, ese país corre el riesgo de que el caos se propague más allá de los disturbios actuales y se ponga en entredicho, incluso, la integridad de ese país. Y aunque esto no sucediera y sorteara dicho peligro, han borrado todos esos valores de libertad y democracia, en los que dicen actúar los políticos, los economistas, los militares y el sistema financiero internacional, todo eso va a sonar huero cuando se descubra la verdad, que en concreto, el remedio, Biden, podría resultar peor que la enfermedad, Trump.