Nuland participó en la planificación de la trama que culminó con el golpe de Estado en Ucrania.
La prensa conservadora internacional, siempre tan dispuesta a elogiar las decisiones de Estados Unidos, ha encomiado los nombramientos del nuevo gobierno de Biden resaltando su diversidad y su supuesta bondad, dado que algunos secretarios (ministros) son negros o latinos y la vicepresidenta es de ascendencia negra e india. Incluso el secretario de Transportes, Pete Buttigieg, es homosexual. Resaltando la novedad, The New York Times se entretuvo comparando la composición de los gabinetes de Biden, Trump, Obama, Bush y Clinton.
Sin embargo, esa prensa conservadora no ha recordado la trayectoria de muchos de esos nuevos responsables del gabinete Biden: Kamala Harris fue una severa fiscal en California, partidaria de llenar las cárceles; el nuevo jefe del Pentágono, Lloyd Austin, un militar negro, asoló Afganistán e Iraq además de culminar la destrucción de Mosul, tras Daesh. Buttigieg, ahora militar en la reserva, estuvo en el Afganistán destruido por Estados Unidos trabajando para los servicios secretos. El recién nombrado jefe de la CIA, William J. Burns, fue el embajador en Rusia con el gobierno de Bush, y el nuevo secretario de Estado, Antony Blinken, es el personaje que cuando colaboraba con el vicepresidente Biden impulsó la guerra en Libia y el asesinato de Gadafi. En el nuevo organigrama gubernamental hay muchos como ellos, en los distintos niveles de los ministerios.
Llama la atención Victoria Nuland, nombrada subsecretaria del Departamento de Estado, con Blinken. Nuland es una mujer dura, sin escrúpulos, miembro del Partido Demócrata, una diplomática siempre dispuesta a organizar operaciones encubiertas y sucias, a participar en el diseño de asesinatos de la CIA para impulsar los objetivos de la política exterior norteamericana. Estuvo destinada en la embajada estadounidense en Rusia, en los años de plomo entre 1991 y 1993 que culminaron con el bombardeo del parlamento por Yeltsin y el golpe de Estado, que Estados Unidos apoyó. En 1993, Nuland, como el embajador Thomas Pickering y el presidente Clinton, apoyaron el bombardeo del Sóviet supremo que ordenó el borracho Yeltsin y la matanza posterior de centenares de personas en las calles de Moscú para imponer el capitalismo en Rusia. Y el marido de Nuland es el halcón Robert Kagan, asesor de Bush y uno de los neocon de las guerras de agresión norteamericanas que llevaron a la invasión de Iraq, un hombre capaz de inventarse la existencia de un “campo de entrenamiento para terroristas” en Iraq que después se demostró que era otra de las mentiras para justificar la guerra.
Hasta que llegó Trump, Nuland fue subsecretaria de Estado para asuntos europeos y euroasiáticos desde 2013, con Obama. En esa etapa, desembarcó en Kiev repartiendo galletas a los rudos tipos del Maidán. También Geoffrey Pyatt, embajador en Ucrania desde 2013 hasta 2016, impulsó activamente el golpe de Estado del Maidán, y calificó de “terroristas” a quienes se oponían. Tenía el sostén del vicepresidente Biden: Washington llegó a adiestrar terroristas en Polonia y en los países bálticos para que actuasen en Ucrania, y sus servicios secretos enviaron los francotiradores que asesinaron a manifestantes para que el país y el mundo creyesen que actuaban por orden del gobierno de Yanukóvich: pretendían generar una oleada de indignación que llevase a la ocupación de organismos y ministerios y culminase con la toma del poder por los golpistas de extrema derecha. Lo consiguieron.
Nuland participó en la planificación de la trama que culminó con el golpe de Estado en Ucrania. La BBC publicó una reveladora conversación suya con el embajador Pyatt. En ella, Pyatt habla de su trabajo con la oposición del Maidán y Nuland se muestra insatisfecha con la Unión Europea: quiere que sea más agresiva con el gobierno ucraniano y que apoye con más decisión la tramoya golpista que preparaba Estados Unidos; por eso, con singular grosería, le soltó a Pyatt: “¡Que se joda la Unión Europea!” Nuland ni siquiera se disculpó después ante sus aliados. No dijo ni una palabra cuando algunos nazis fueron nombrados ministros en Kiev, ni cuando perpetraron la matanza de Odessa, donde quemaron vivas a decenas de personas, ni cuando iniciaron la sanguinaria persecución contra los comunistas y la izquierda. Era entonces la principal diplomática estadounidense para cuestiones europeas y euroasiáticas, artífice del siniestro Maidán, y ha sido escogida ahora por Biden como subsecretaria de Estado para asuntos políticos.