Lo levantan más de veinte generales retirados que rebasan la disciplina militar a la que están sujetos todavía y critican públicamente la guerra desatada por W. Bush. Una historia nada habitual en EE.UU.: pareciera que, en razón de los desastres de Irak y Afganistán, agoniza la antigua tradición de no cuestionar abiertamente al comandante en […]
Lo levantan más de veinte generales retirados que rebasan la disciplina militar a la que están sujetos todavía y critican públicamente la guerra desatada por W. Bush. Una historia nada habitual en EE.UU.: pareciera que, en razón de los desastres de Irak y Afganistán, agoniza la antigua tradición de no cuestionar abiertamente al comandante en jefe. En columnas de opinión, entrevistas en los medios y hasta avisos en TV, altos jefes rompen con la cultura de lavar la ropa sucia en casa y no sólo enjuician al mando superior: tampoco olvidan a los dirigentes políticos que han hundido al país en el pantano iraquí. Esto no pasó ni con la guerra de Vietnam, lo cual habla de exasperación ante el desastre.
Muchos de los comandantes son republicanos, votaron a Bush y aplaudieron el nombramiento de Donald Rumsfeld al frente del Pentágono. No se piense que estuvieron o están contra la ocupación de Irak: se sienten traicionados por lo que estiman una pésima conducción de la guerra. El mayor general (R) John Batiste participó activamente en las primeras etapas de planeamiento de la invasión y en diciembre de 2003 aterrizó en el país ya ocupado al frente de la 1ª División de Infantería estadounidense. Hoy piensa que tiene «la obligación moral y el deber» de criticar las estrategias de la Casa Blanca y algo más: «Sostener a un zar guerrero es arropar a la burocracia con otra manta. Tenemos una cadena de mandos y es hora de que nuestros líderes tomen nota y se hagan cargo» (Friday, 13-4-07). Pesadito, ¿no?
El mayor general (R) Paul Eaton estuvo a cargo del entrenamiento del nuevo ejército iraquí en los años 2003/04. A quienes le reprocharon la falta de ética por sus comentarios posteriores contra la Casa Blanca, respondió: «Lo ético es esto: dar las propias opiniones a los que están en posición de hacer cambios, no a los medios. Pero este gobierno es inmune a los buenos consejos» (www.signonsandiego.com, 23-9-07). No se quedó ahí: declaró que el gobierno Bush y sus aliados en el Congreso «han sido absolutamente lo peor que le ocurrió al ejército y al cuerpo de marines de EE.UU.» (thinkprogress.org, 3-10-07). Porta diez condecoraciones además de esa opinión.
Las amenazas de Bush de arrojar bombas atómicas sobre Irán y comenzar «la tercera guerra mundial» si Teherán insiste en desarrollar tecnología nuclear está despertando una resistencia notoria en la fuerza aérea y aun en los servicios de Inteligencia estadounidenses. «La oposición a un ataque (contra Irán) tiene más consenso en Washington de lo que la mayoría se imagina», informó el semanario Newsweek (1-10-07) con base en informaciones de agentes de los servicios secretos. El analista militar Eric Margolis señaló a su vez que «fuentes próximas al gobierno de EE.UU. señalan que existe una fuerte oposición a la guerra entre oficiales superiores del Pentágono y funcionarios de alto rango de la CIA y de los ministerios de Finanzas y de Relaciones Exteriores» (The Sunday Times, 22-9-07). Un episodio reciente así lo demostraría.
El 30 de agosto pasado, seis cabezas nucleares W80-1, armadas en sendos misiles de crucero avanzados AGM-129, partieron a bordo de un bombardero B-52 de la base Minot de North Dakota a la base Barksdale en Louisiana y «se perdieron» durante 36 horas (The Times, 21-10-07). Raro, raro. Ningún arma nuclear puede ser trasladada de un lugar a otro sin autorización de los altos mandos y la orden y los permisos del caso fueron debidamente otorgados. Se ignora qué nivel de la alta jerarquía castrense aprobó la operación y cuál era su objetivo declarado. El subjefe de Operaciones del Estado Mayor, general Richard Newton III, habló de errores de procedimiento y de «una erosión del cumplimiento de las normas atinentes al manejo de las armas» (The Sheveport Times, 27-8-07). Quién sabe. No «desaparecen» seis misiles nucleares durante un día y medio como si fueran cartón pintado.
La «desaparición» fue causada por la resistencia de oficiales aviadores que, con el auxilio de los servicios secretos, investigaron y descubrieron que los misiles estaban destinados al Medio Oriente, es decir, a ser arrojados sobre Irán. «La misión fracasó gracias a la oposición interna de la fuerza aérea y de los servicios de Inteligencia», señaló el notable periodista Wayne Madsen (www.waynemadsonreport.com, 24-9-07), a quien no le faltan conexiones con agentes de la CIA. Lo que medios como el Washington Post calificaron de «falla» del sistema de mandos fue -agrega Madson- una rebelión «contra un ataque estadounidense a Irán, para el cual se había previsto el uso de armas nucleares y de armas clásicas». Esto explicaría que el B-52 no levantara vuelo hacia el Este. Se trata de imputaciones no verificadas todavía, pero es indudable que un viento de fronda recorre filas de las fuerzas armadas estadounidenses. Es de esperar que sople bien fuerte.