Traducido para Rebelión por Juan Vivanco
Un grupo de tunecinos fueron víctimas de verdaderos actos criminales y terroristas anoche (noche del 14 al 15 de enero de 2011) en los locales del Ministerio del Interior y del Desarrollo Local.
Todo empezó en la manifestación del 14 por la mañana. Algunos manifestantes, huyendo de los gases lacrimógenos, los palos y las balas de la policía, tuvieron que refugiarse en los edificios del centro de la ciudad. No podían volver a sus casas debido al toque de queda.
Entre estos ciudadanos podemos citar el caso de una chica y su novio, refugiados en un edificio para pasar la noche y poder regresar a su casa por la mañana, que fueron salvajemente atacados por la policía.
Después les llevaron al Ministerio del Interior. La joven fue salvada milagrosamente por uno de los jefes y pudo quedarse fuera, pero su novio no tuvo la misma suerte. En el ministerio le propinaron una paliza.
La chica nos ha contado las violaciones cometidas dentro de los pisos donde estaba acorralada con los otros ciudadanos. Hago una llamada a las víctimas. Habéis sufrido un crimen contra la humanidad. No os calléis.
Este es el testimonio de la chica:
«Nos refugiamos en una oficina del edificio porque teníamos miedo. Por la ventana vimos que la policía golpeaba con saña a todos los que estaban fuera. También vimos cómo les arrastraban hasta los locales del Ministerio del Interior, vociferando y profiriendo insultos horribles.
Éramos un grupo de chicas y chicos. Había algunas mujeres adultas y un viejo. En total, más de 30 personas. Bloqueamos la puerta del local con un armario y nos acomodamos como pudimos, a la espera de que la policía se calmara. Pero no fue así. La policía no dejó de aterrorizarnos, subiendo al edificio y llamado a las puertas para meter miedo. Nosotros, cuando venían, permanecíamos en silencio para que no se percataran de nuestra presencia.
A eso de las cuatro de la tarde nuestras familias nos llamaron para informarnos de que habría un toque de queda a las cinco. Entonces decidimos quedarnos allí hasta la salida del sol (…).
Tratamos de dormir. Fue la noche más larga de mi vida. Nadie pudo pegar ojo. Algunas personas se quedaron junto a las ventanas para ver lo que hacía la policía. A cada poco apaleaban a un tunecino y se lo llevaban al ministerio.
A las dos de la madrugada oímos a la policía gritar: «¡Están ahí arriba!». Empezaron a subir por la escalera. Nosotros guardamos silencio, pero los policías (de paisano y con palos largos) estaban seguros de que nos habíamos escondido allí. Empezaron a vociferar y a golpear violentamente las puertas. Nosotras, las mujeres, gritamos: «¡Esperad! ¡Vamos a abrir! No hace falta usar la fuerza». Pero era como hablarle a una pared.
Teníamos muchísimo miedo. Estábamos apiñados en un rincón, sin saber lo que iban a hacer con nosotros.
Unos hombres entraron en plan salvaje rompiéndolo todo en la oficina donde estábamos. Destruían todo a su paso, diciendo cosas horribles y gritando que nos iban a dar nuestro merecido.
Nos obligaron a ponernos en fila, una detrás de otra, temblando de miedo. Uno de ellos llamó a la primera mujer, una señora de unos cuarenta años. La arrojó encima de un sillón y le dijo a su colega: «Esta es para mí. Dejádmela, que ahora mismo voy a f… a esta hija de …». Y fue hacia ella.
Yo era la siguiente. Me golpearon en la cabeza y me empujaron fuera de la sala. Había una hilera de policías (todos de paisano con palos). Pasé entre ellos, intentando huir. Cada uno me insultaba groseramente y me apaleaba con fuerza, sobre todo en las piernas. Salí del edificio corriendo, pero fuera había otros policías con palos que me golpearon y me insultaron. Tenía mucho miedo, pero no de los golpes sino de que me violaran.
Un hombre mayor me salvó. Me agarró mientras les decía: «¡Dejadla!». Oí que un militar les decía a los policías: «¿Estaréis contentos? ¿Ya habéis hecho lo que queríais?».
El hombre que me arrancó de sus manos es un funcionario del Ministerio del Interior. Me llevó al lado de otra chica que estaba llorando. Me dijeron que no me moviera de allí. La chica me dijo que la habían pegado y le habían tirado del pelo a lo largo de la avenida y luego un militar la había salvado.
Veíamos cómo los policías arrastraban a los jóvenes apaleándolos con dureza y maltratándolos, y no vimos a ninguna mujer.
Por fin, milagrosamente, digo bien, milagrosamente, nos llevaron a casa, a mí y a la otra chica, a las tres de la mañana, escoltadas por la policía.
Antes de salir les dije que mi novio estaba entre esos hombres. Me dijeron: «Vuelve a casa, luego veremos»…
No tenía noticias suyas. Dos horas después de volver a casa me enteré de que estaba en una ambulancia con varios tunecinos más. Le habían pateado el pecho.
A las nueve de la mañana el padre de una chica que estaba conmigo durante la noche utilizó el teléfono de mi novio para llamar a su familia y nos llamó para decirnos que no tenía noticias de su hija. Dos horas después le llamamos. Nos dijo que había ido a buscarla al ministerio y que ella estaba bien.
Tengo todo el cuerpo hinchado y lleno de moratones. No puedo moverme sin que me duela todo. Estoy bien de ánimo y orgullosa de todos los tunecinos que estaban conmigo. Mi alegría es más fuerte que el dolor que siento.
Espero que el pueblo tunecino no se deje engañar por los medios, que dicen que esos policías son todos del pueblo. A esos policías los he visto con mis propios ojos en el Ministerio del Interior.
Una mujer policía nos dijo que esas personas no habían dormido en tres días. Eso explica lo que nos hicieron. ¡No les dejan dormir para que nos hagan todo eso!»
Otro testimonio de un joven que pasó la noche en los locales del ministerio:
«Cuando la policía empezó a lanzar bombas lacrimógenas contra la muchedumbre nos refugiamos en el centro comercial Claridge. Éramos por lo menos cien. Sobre las cuatro y media nos dijeron por teléfono que se había anunciado el toque de queda para las cinco, pero no podíamos escapar. Pasamos una hora a oscuras en el Claridge. Luego salí con otras treinta personas y nos tropezamos con diez policías con palos que nos llevaron a todos al Ministerio del Interior.
Nos dejaron en un patio. Nos metieron la cabeza en una especie de estanque grande. Estábamos arrodillados y nos golpeaban por detrás, por todo el cuerpo. Después nos obligaron a bajar una escalera de rodillas mientras seguían apaleándonos. Proferían insultos y se referían a las consignas que gritábamos en la manifestación: «Nosotros os protegemos pero vosotros no queréis. Insultáis a la policía». Luego nos llevaron a una sala oscura y nos obligaron a dormir de bruces en el suelo de cemento. Si alguien levantaba la cabeza nos golpeaban. La mayoría éramos estudiantes y chicos mayores que yo lloraban de lo fuertes que eran los golpes. Oíamos el llanto y los gritos de unas chicas a lo lejos, que decían: «¡Dejadnos, por favor!». En quince horas nos dieron una sola botella de agua. Había salido el sol, pero la sala estaba tan oscura que al principio no nos dimos cuenta.
Por fin nos dijeron que íbamos a salir y volver a casa. Nos ordenaron que nos quitáramos los zapatos y las zapatillas, y a medida que íbamos saliendo nos golpeaban en los pies. Nos dijeron que nos soltaban porque éramos estudiantes. Los que no eran estudiantes se quedaron allí. Ahora no puedo ni moverme de la cama y tengo moratones por todo el cuerpo. Pero no me importa, para mí lo más importante es que mi país sea por fin libre.»
Fuente: http://www.webdo.tn/2011/01/