En un perfecto «spanglish», habla de su experiencia y de aquello que sabe de primera mano. «No de teoría política», aclara de inicio. El suyo es un testimonio de vida. Wendy Barranco se enroló en el ejército estadounidense con 17 años y participó en la guerra de Iraq con 19, pero renunció a continuar. En […]
En un perfecto «spanglish», habla de su experiencia y de aquello que sabe de primera mano. «No de teoría política», aclara de inicio. El suyo es un testimonio de vida. Wendy Barranco se enroló en el ejército estadounidense con 17 años y participó en la guerra de Iraq con 19, pero renunció a continuar. En la contienda iraquí permaneció 9 meses (allí ejerció como sanitaria) y, a pesar de las presiones, abandonó. Ahora es activista, estudiante de medicina y portavoz de la organización Veteranos de Iraq contra la Guerra (IVAW). Dentro de su gira por el estado español, Wendy Barranco ha participado en un acto organizado por Alternativa Antimilitarista-MOC, la Universitat de València y la Associació Feminista de Tírig.
La activista nacida en México tiene ahora 28 años. Con sólo cuatro emigró a Estados Unidos, a Los Ángeles, para reunirse con su madre. Creció en la ciudad californiana. A los 17 años, a Wendy Barranco se le presentó la oportunidad de ingresar en la Armada estadounidense. «Pensaba que era una oportunidad ideal», confiesa. Y se decidió a hacerlo. Era octubre de 2003 y aún humeaban los atentados del 11-S contra las Torres Gemelas, perpetrados dos años antes. «De alguna manera me creí toda la propaganda de que fuimos atacados, nuestra libertad, la democracia… Como hija de familia emigrante, no teníamos recursos para acceder a la educación de nivel superior ni dinero para libros; éramos pobres».
Si le quedaba alguna duda, una amiga le ayudó a resolverla. Esta compañera de la escuela, que ya había firmado el contrato e ingresado en la Armada, le dijo que podía practicar la medicina en la especialidad de médico de combate. Afirma Wendy Barranco que así «me podía dedicar a salvar heridos y sanar vidas». Conectaba de ese modo con su vocación: «De muy chiquita me apasionaba la medicina, y hoy igual; lo que a mucha gente le produce náuseas -la sangre y los fluidos del cuerpo- a mí me fascina». Dicho y hecho. Después de dos meses de adiestramiento básico y cuatro de preparación médica, consiguió una plaza en un hospital de Washington. Tenía 19 años, (había cumplido el sueño de enrolarse en el ejército) cuando recibió la orden de desplazarse a Iraq. Lo cierto es que a Wendy Barranco en Iraq se le presentaron oportunidades. La primera, prepararse como técnico-anestesista. Durante casi un año laboró con los equipos de emergencia y operaciones en un hospital móvil, donde trató a soldados norteamericanos y a los denominados «rebeldes» (ciudadanos iraquíes).
La portavoz de IVAW prosigue con el relato biográfico. «Vi al primer muerto; un joven de 19 años que llegó al hospital con heridas de bala y una hemorragia enorme; mi superior, la enfermera, rompió a llorar y salió de la sala». De la experiencia, la activista extrajo una lección: «En adelante, y para hacer mi trabajo de manera efectiva, no podía dejar que las emociones me afectaran». Durante la estancia en Iraq, sufría el acoso sexual de uno de los médicos. Era algo diario. «Tenía que preocuparme de hacer bien mi trabajo, pero también cuidarme de mis colegas; cerciorarme de que no me hallaba sola o en un cuarto oscuro para que el cirujano no pudiera encontrarme; también un colega entró en el cuarto y se propasó; fue casi una violación». La experiencia no fue mejor con los hombres-soldado en Estados Unidos, durante la fase preparatoria. «Un día el reclutador bebió mucho, me hizo que le llevara en su carro e intentó abusar de mí». Pero, sobre todo, padeció acoso verbal. «El sexismo en el ejército es muy cotidiano, tan normal que casi ni te das cuenta; las vías de denuncia existen, pero no son efectivas».
Después de nueve meses en Iraq, y a punto de cumplir con los tres años de contrato en el ejército de Estados Unidos, la activista regresó con las ideas claras. Intentaría empezar otra vida. Ya en busca del nuevo camino se matriculó en la carrera de Medicina, que todavía cursa. Dos experiencias le marcaron entonces. La frustración de la primera clase de inglés, con compañeros de 18 y 19 años sólo interesados en el iPhone y las computadoras. «Me sacaban de quicio, sobre todo porque en nombre de esas criaturas se llevan a cabo las guerras». El segundo golpe de efecto lo recibió en un debate universitario con excombatientes de Iraq contrarios a la guerra. En el fondo, «se trataba de experiencias compartidas; de lo que ellos hablaban, yo también estaba hablando». Hoy, en las conferencias, charlas y debates con ciudadanos encuentra una forma de terapia. También así «trato de rectificar el error que cometí a los 17 años, cuando ingresé en la Armada; hay personas jóvenes que piensan que la única vía para salir adelante es la militar, pero, personalmente, me gustaría un mundo en que la opción de entrar en el ejército fuera el último recurso».
Sobre Veteranos de Iraq Contra la Guerra (IVAW), Wendy Barranco opina que la organización «no es muy importante en Estados Unidos, por los asuntos que trata; hay gente que nos llama traidores pero pienso que, de algún modo, lo que hacemos es patriotismo». La entidad sin ánimo de lucro fue fundada en 2004 por un grupo de veteranos de la guerra de Iraq que, movidos por su experiencia, reivindicaban el fin de la ocupación y la retirada de las tropas; cobertura social plena para los veteranos que retornaban de la guerra; y compensaciones para el pueblo iraquí. Desde 2009 las mismas reivindicaciones se extendieron a la ocupación de Afganistán y, más recientemente, a los ataques de Israel contra el pueblo palestino.
La organización también se dedica a tareas de contra-reclutamiento ya que, según denuncia, los reclutadores ofrecen a los jóvenes una visión muy parcial de lo que se encontrarán en el ejército y, en el peor de los casos, mienten y falsean la realidad al decirles que no se les movilizará y, en caso de que así fuera, no se les llevaría a la primera línea de combate. Wendy Barranco ha informado en la Universitat de València de que varios miembros de IVAW se desplazaron recientemente a Iraq para colaborar con los sindicatos, especialmente del ramo del petróleo. Otro punto relevante en la actividad de la asociación es «dar el paso de pedir perdón; así se lo hemos comunicado a la gente iraquí».
Además, se aboga por el derecho de los veteranos a «sanar» los traumas y las heridas de guerra. Actualmente, informa Wendy Barranco, «hay una epidemia de suicidio de veteranos en Estados Unidos de la que se habla muy poco (22 suicidios diarios de media, según una fuente oficial, el Departamento de Asuntos de los Veteranos); al regresar, aunque el excombatiente sea afortunado y conserve las piernas, las manos y los brazos, padece un tremendo trauma psicológico; no hay persona que no salga cambiada de la guerra».
El valor del relato de la portavoz de IVAW es el de una persona directamente afectada, que conoce desde dentro el ejército y la barbarie que representa. «Hablamos de una cultura en la que, desde muy chiquitos, se crea una sensibilidad de patriotismo ciego; todas las mañanas te paras, pones tus manos sobre el corazón y haces una reverencia a la bandera». La lealtad a la nación se inculca desde muy pronto. «El propio entrenamiento de la Armada no necesita un explícito lavado de cerebro. El soldado está tan preocupado por el frío, el hambre y sobrevivir, que lo último que a uno se le cruza por la mente es su sensibilidad, su humanidad o el pensamiento crítico. A cualquier persona que genere problemas, los instructores se lo hacen pagar: los castigos físicos son muy habituales y, además, si uno se pasa de la raya, el grupo lo paga».
Wendy Barranco continúa aportando detalles conocidos por la filmografía bélica. «El entrenamiento es brutal; no duermen, casi no comen (tienen muy poco tiempo para hacerlo) y están haciendo ejercicio durante todo el día. Los soldados no se pueden preocupar sobre qué es lo correcto o lo moral». Sobre el lenguaje utilizado en el frente iraquí, «era deshumanizado y racista; veíamos a los iraquíes como menos que a animales, en ningún caso como a humanos. El entrenamiento y el entorno está centrado en sobrevivir, exclusivamente en las necesidades biológicas del soldado. En ningún caso el militar piensa en si el «enemigo» está peleando por lo correcto o en que se trata de un ser humano. Esto explica la violencia, la tortura y todo tipo de atrocidades». Y concluye la activista: «En cierta manera, me creo afortunada porque mi papel se centró en la medicina, pero no cabe duda de que tuve un rol en la guerra».
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