Arriba, cientos de ciudadanos llevan dos semanas manifestándose contra los desmanes de Wall Street y su responsabilidad en esta crisis mundial. Abajo, en los andenes del metro que diariamente transporta a 5 millones de personas, viven los últimos, los invisibles de la ciudad más rica del mundo, las personas sin hogar de Manhattan. Bajamos y hablamos con ellos.
«La noche del huracán la pasé deambulando por las calles de Nueva York,» cuenta un joven de 33 años de origen indio que vive en Estados Unidos desde 1995. No quiere dar su nombre real. Pide que se le identifique con un «nombre anónimo». Hace dos semanas que no encuentra mejor lugar donde pernoctar que en los andenes y vagones del metro de la Gran Manzana. «Por temor a las posibles inundaciones no quise dormir en el metro».
Las previsiones más catastrofistas auguraban que en la madrugada del pasado 28 de agosto el huracán Irene causaría grandes inundaciones y daños materiales en la ciudad de Nueva York. Ante dicho panorama, la Autoridad del Transporte Metropolitano del estado con el mismo nombre cerró el metro de la urbe por primera vez en la historia. En funcionamiento desde 1904, el metro de Nueva York ofrece un servicio ininterrumpido durante 24 horas al día 365 días al año. Dispone de más de 400 estaciones operativas y la longitud de sus vías supera los mil kilómetros. Los días laborales transporta a más de cinco millones de pasajeros, los mismos que en todo el fin de semana. Y según las estimaciones oficiales del gobierno de la ciudad de Nueva York, cada día sirve de cobijo a por lo menos 1200 personas, una cifra que va en aumento desde 2005 y que diferentes ONG´s aseguran que está por debajo de la realidad.
Ningún pasajero diría que este joven indio que viste tejanos claros y polo amarillo es una persona sin hogar. Hace buena cara y está bien aseado. «Si te mantienes limpio, sobrio y vistes de manera adecuada, no pasa nada», dice en referencia a las largas horas que pasa en el metro. Él es una más de las aproximadamente 40.000 personas sin hogar residentes en Nueva York, la cantidad más elevada de EE.UU. De entre todos ellos, un 1% es de origen asiático. La mayoría, el 53%, son afroamericanos y el 32% de origen latino.
Quien tuvo más suerte la noche en que Irene iba a azotar la ciudad es James. Es afroamericano y tiene 52 años. «Me fui a casa de mis padres porque el metro estaba cerrado», explica con normalidad. James responde al perfil más habitual de personas solteras sin hogar: tienen problemas de drogas y/o alguna enfermedad mental. Hasta hace diez años vivía bien en Phoenix, Arizona. Tenía novia y una casa con piscina y jacuzzi. Pero las drogas y la mala fortuna lo han traído hasta el metro de Nueva York. «Mi familia tiene educación y dinero», dice. Él terminó un ciclo de grado superior en la universidad.
Desde 1982, la ciudad de Nueva York tiene planes de atención para la población de personas sin hogar que habita en el metro. Actualmente, Bowery Residents’ Committee (BRC), una ONG que atiende a más de ocho mil sin techo al año, tiene 600 empleados y un presupuesto anual de 54 millones de dólares, es la encargada de ayudar a los sin hogar a salir de su situación.
José del Toro, doctor en Psicología Clínica y director de programas de BRC, explica que entre la población sin hogar del metro hay varios «factores bien comunes: sufren de una enfermedad mental severa, tienen problemas de dependencia a las drogas y alcohol» y, lo más importante, carecen de un círculo de personas que puedan ayudarlos. «Su red de apoyo está destruida», afirma del Toro.
Las personas solteras y sin hogar como James son una minoría en Nueva York. Entre las decenas de miles en dicha condición se cuentan 9.700 familias con más de 15 mil niños que representan el 75% del total, según datos de 2010 subministrados por la ONG Coalición por los Sin Hogar. En 2004, el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, anunció un plan para reducir en dos tercios el número de personas sin hogar en cinco años. En ese momento y según cifras oficiales, había alrededor de 38.000 personas sin hogar. Siete años después, el número no sólo sigue siendo muy parecido sino que Coalición por los Sin Hogar asegura que es el más alto desde los tiempos de la Gran Depresión. La misma ONG informa de que en la última década se ha duplicado el número de familias sin hogar en Nueva York.
«Conozco a varios matrimonios que viven en el metro debido a que perdieron la casa en la crisis financiera. Tienen sus trabajos pero no pueden pagarse una casa», explica el joven indio. «El problema con las casas es grande. Aquí encuentras trabajo pero no encuentras casa. En el resto del país, hay casas pero no hay trabajo».
Y es que el mercado inmobiliario de Nueva York nada tiene que ver con el del resto de Estados Unidos. Según la CNN, es el menos accesible considerando el precio medio de la vivienda, 435.000 dólares, y el sueldo medio anual, 65.000 dólares. Aunque en una ciudad con tantas disparidades como Nueva York, las medias pueden confundir más que aclarar. Según un informe que publicó el departamento de Salud del gobierno neoyorquino en 2004, el 60% de las familias vive con unos ingresos anuales inferiores a los 50.000 dólares.
Otra dificultad añadida a la hora de encontrar un hogar es la escasez de viviendas disponibles para alquilar. Tal y como mostró el estudio Vivienda y Oferta realizado por el gobierno de la ciudad en 2008, el índice de casas listas para alquilar estaba en un 2,88%, muy por debajo del índice medio de las grandes ciudades norteamericanas situado en el 10,6%.
Pero lejos de lo que podría intuirse, la crisis inmobiliaria apenas ha afectado al mercado inmobiliario de Nueva York. Si bien en 2010 el número de ejecuciones hipotecarias en EE.UU. alcanzó el millón y se espera que este año llegue al millón doscientos mil, en Nueva York, según la CNN, el índice de ejecuciones hipotecarias en 2010 se situó en el 1,08%, tres veces menos que en Los Ángeles, cuatro veces menos que en Washington D.C. y siete veces menos que en Miami. Una de las razones que explican dicha paradoja es que en Nueva York la mayoría de la población no puede comprar una casa. Según el Centro Furman de la Universidad de Nueva York, el índice de personas que poseen una vivienda era del 33% en 2008, muy por debajo del 68% en el que situaba la media nacional.
No obstante, la cantidad de personas que duermen al raso o en le metro en Nueva York es de las menores de EE.UU. Mientras en la ciudad del Empire State Building apenas supera las tres mil personas -lo que supone una ratio de una persona que duerme a la intemperie por cada 2688 habitantes-, en Los Ángeles supera las 24.000, una persona por tan solo cada 154 residentes. Todo ello siempre según las cifras oficiales ofrecidas por sus respectivos gobiernos.
Si esto es así, es en parte porque Nueva York dispone de un sistema de albergues públicos que según dice su Departamento de Servicios a Personas sin Hogar (DHS por sus siglas en inglés), es «el más completo del mundo». Según el Centro Furman, el presupuesto que la ciudad de Nueva York dedicó en 2005 a los programas para los sin hogar fue casi tan grande como lo que gastó el gobierno de EE.UU. en ayuda a los sin hogar en todo el país.
Aún así, para James no cumple las expectativas. Se queja de que el metro es muy ruidoso y que a veces es peligroso pero «un albergue es peor porque estás amontonado con más gente. Te puedes hacer daño» explica para luego añadir que «tienen a gente con enfermedades mentales que deberían estar en un lugar especial».
Pero dormir en el metro no fue una opción para las 143 personas que se refugiaron de manera excepcional en el albergue religioso Bowery Mission, un albergue que ofrece acogida de emergencia en invierno cuando bajan las temperaturas. Periodismo Humano ha contactado con el DHS para saber cuánta gente se hospedó en los albergues públicos la noche del huracán pero este se ha negado a dar la cifra, a pesar de publicar con regularidad en su propia web el número de personas que han dormido en albergues la noche anterior.
Dennis Álvarez, trabajador social de Bowery Mission, dice que quienes duermen en el metro lo hacen porque han tenido malas experiencias en los albergues públicos. «No son muy seguros porque les roban las pertenencias y a veces se pelean por los espacios. […] Hay mucho desorden y a veces es mejor estar en el metro».
«He dormido en los andenes pero ya no lo hago por culpa de las ratas y de la gente. La gente me pega y me tira cosas. Son personas vestidas como ovejas que en realidad son lobos. Son jóvenes y viejos, gordos y flacos, blancos y negros», relata James.Según la Coalición Nacional por los Sin Hogar, entre 1999 y 2009 se registraron ataques violentos contra personas sin hogar en nueve ciudades del estado de Nueva York. 16 personas murieron y 18 recibieron un ataque no letal. La violencia física no es la única que castiga a las personas como James. «La gente intenta usarte. Te piden favores sexuales», confiesa.
Vivir en la calle o en el metro también tiene consecuencias a medio y largo plazo. Según del Toro, la gente sin hogar ve su salud deteriorada con más rapidez. «Si la persona tiene asma o diabetes, los efectos negativos de estas enfermedades llegan más rápido. Se exponen a enfermarse mucho más».
En su trabajo en las calles y el metro de Nueva York, del Toro ha observado que con el tiempo, los sin hogar «se convencen a sí mismos de que ya están bien como están». No es el caso del joven indio. Cuando ve a los pasajeros con la compra, echa de menos su cocina. Le resulta duro no tener hogar cuando ve que los demás vuelven al suyo. «Ves a gente todo el día pero te sientes muy solo», dice. Aunque «lo más duro para mí es cuando la gente te mira por encima del hombro», reconoce el joven indio. Este chico indio explica que los policías que patrullan en el metro también pueden ser algo incómodos. «A veces me paran por mi apariencia [por sus rasgos raciales] y les explico mi situación, que trato de trabajar tanto como puedo pero que no tengo un lugar donde quedarme», explica. «Me dicen que no puedo estar ahí pero si eres amable con ellos, simplemente mirarán hacia otro lado y solo te pedirán que te vayas a otro sitio».
Si te cuelas en el metro, no obstante, la policía te puede detener. Por eso mismo, Anthony Horton, un afroamericano de unos 50 años que lleva más de 20 en el metro decidió huir corriendo por la vía cuando era perseguido por dos policías. Así lo cuenta en un libro que publicó en 2008 junto a la artista Youme Landowne a quien conoció en un andén. Al escapar descubrió escaleras y pasillos que lo llevaron seis niveles bajo tierra, donde tiene desde ya hace muchos años un espacio equipado con diferentes electrodomésticos que alimenta con el rail electrificado del metro.
«Contactar con Horton puede tomar semanas», dice Katy Rubin, directora del Teatro de los Oprimidos en Nueva York, un proyecto artístico que la ha llevado a trabajar con Horton y otras personas sin hogar. «Los mensajes le llegan por el boca oreja», explica. Rubin espera dar con Horton pronto porque la próxima semana retoma los ensayos de una obra de teatro escrita e interpretada por personas sin hogar de la ciudad: «en ella, los sin hogar explican por qué no quieren vivir en los albergues». Antes del verano ya la interpretaron en esos mismos albergues y ante «los blancos ricos de Nueva York». «Este teatro quiere que la gente se enfade. No hay audiencia en este teatro. Todo el mundo es una actor porque todos tenemos la capacidad de observar y actuar» explica Rubin. Por ello, cuando la obra termina, ha habido quien se ha dirigido al ayuntamiento, quien ha llamado al alcalde, quien ha escrito una historia y quien ha hecho donaciones. Todo con tal de mejorar la realidad de los albergues.
Para del Toro, el objetivo es reinsertar a las personas sin hogar en la sociedad. «Nosotros conversamos con ellos. Utilizamos la estrategia de la motivación, los hacemos conscientes de que hay una esperanza de cambio y que pueden confiar en ella. Muchas veces buscamos que conecten con la realidad». Pero los cambios no se dan de la noche a la mañana. «Trabajamos buscando cosas pequeñas que se puedan cambiar, a partir del deseo de la persona. Y poco a poco, vamos negociando esas pequeñas cosas como aceptar un tratamiento médico, una cama para dormir, dinero…, para que vean que el cambio es posible. Para que al final se sientan seguros y satisfechos y no tengan que mirar para atrás», exlica del Toro.
Pero a veces parece que el sistema empuja a los sin hogar de nuevo a la calle. Según Rubin, es muy común que los trabajadores de los albergues espeten a los sin hogar cosas como que «si no te gusta estar aquí, vete y duerme en el metro de la línea A». Eso mismo quiso hacer el joven indio la noche en que el huracán Irene amenazó Nueva York. Pero el metro también le cerró las puertas y solo la calle pudo amagar con abrigarlo. «Escoge el ‘nombre anónimo’ con el que quieres que te identifique en el artículo», le preguntó Periodismo Humano. «Pathik», respondió él, «que en hindi significa ‘el que camina por la calle'».
Fuente: http://periodismohumano.com/destacado/vivir-en-las-arterias-del-corazon-del-capitalismo.html