El progreso internacional en la recuperación del descenso económico de los últimos años ha ido a paso de tortuga. Pero hay crecimiento al menos en un sector. La desvergüenza de la élite financiera global. Enfrentado a una crítica del movimiento Ocupar que se ha unido bajo el lema «Somos el 99 Por ciento», el restante […]
El progreso internacional en la recuperación del descenso económico de los últimos años ha ido a paso de tortuga. Pero hay crecimiento al menos en un sector. La desvergüenza de la élite financiera global.
Enfrentado a una crítica del movimiento Ocupar que se ha unido bajo el lema «Somos el 99 Por ciento», el restante uno por ciento ha respondido. Y, al menos aquí en Estados Unidos, no ha sido agradable.
Anteriormente en este mismo año, The New York times ofreció un atisbo de un mundo en el que chocan el privilegio extremo, el «acceso» político y las perspectivas sorprendentemente fuera de contacto con la realidad. En una reunión con Jim Messina, director de campaña de Obama, más de 20 importantes donantes, muchos de ellos de Wall Street, expresaron con ira que se sentían acusados injustamente de crear la recesión y demonizados por su riqueza bien merecida. Un donante sugirió que, de la misma manera en que Obama en una oportunidad pronunció un poderoso y sanador discurso acerca de la raza, el presidente debía pronunciar uno ahora acerca de la desigualdad.
Se aclara que no es para apoyar a los que se quedan rezagados. Él quería un discurso que defendiera a los ricos.
Desde entonces, algunos en la cúspide han ido más allá de la autocompasión y han lanzado una agresiva campaña parta convencer al mundo que debiéramos agradecerles sus servicios.
Entre 1978 y 2011, a pesar de grandes incrementos en productividad, los salaries de los trabajadores se estancaron. Sin embargo, los más acomodados prosperaron. La compensación a los directores generales se incrementó en más de 725 por ciento, según el Instituto de Política Económica. El 10 por ciento más rico de los norteamericanos controla ahora más del 70 por ciento del valor neto del país.
¿Cómo justifican sus ganancias? El multimillonario Edward Conard, un antiguo colega de Mitt Romney en Bain Capital, ha dado un paso al frente como el portavoz sin tapujos del derecho al estilo de Ayn Rand. Conard dice a los reporteros que la concentración de riqueza en la cúspide debía ser del doble. De esa manera, los «licenciados en historia del arte» que persiguen sueños inútiles pudieran sentirse forzados a unirse a las filas de los inversionistas. Según él, nuestro progreso económico depende por completo de esos pocos adinerados que siembran los mercados en busca de ganancia financiera. (Y después de todo, ¿a quién le hace falta el arte?)
«Dios no creó el universo para que la gente de talento fuera feliz», explicó Conard al periodista Adam Davidson. «Es un trabajo duro. Es responsabilidad y fechas topes, trabajar hasta las 11 de la noche cuando lo que uno desea es ver a su bebé y estar con su esposa. No es serenidad y belleza».
Conard parece no saber que, a poca distancia de su mansión en Manhattan, tanto nativos como inmigrantes trabajan incontables horas -a menudo en empleos múltiples del sector de servicios de bajos salarios- para mantener a familias que tampoco ven con frecuencia. Baste decir que, aunque están entre los muchos que suministran la demanda al consumidor, indispensable para una economía que funcione, ellos no se jubilarán -como lo hizo Conard- a la edad de 51 años.
Los ejecutivos de Wall Street, extrañados aún de alguna manera por la indignación popular a la que se enfrentan, culpan a la administración Obama por producir «un entorno hostil para los creadores de empleo» Ellos ignoran todo lo que ha hecho el presidente para protegerlos de la crítica y la rendición de cuentas. En 2010, a pesar de los recientes rescates, los jefes de JPMorgan Chase y Goldman Sachs recibieron respectivamente regalías de $17 millones y de $9 millones. Obama no montó un campamento de protesta. Él declaró: «Yo, como la mayor parte del pueblo norteamericano, no envidio el éxito o la riqueza de otros. Eso es parte del sistema de libre mercado».
Otro hecho pertinente: a pesar de los abusos sin sentido que provocaron las quiebras, el procesamiento por fraude financiero por parte del Departamento de Justicia está en su punto más bajo en veinte años.
Recientemente Obama viajó por el país y celebró cenas de recaudación de fondos a $35 800 el puesto, tratando de recuperar el apoyo de los líderes corporativos. Conard, por su parte, admitió el verano pasado que formó una empresa fantasma con el propósito de donar en secreto $1 millón de dólares a un comité de acción política que apoya a Romney.
Planteen una objeción y la elite financiera protestará por lo presuntuoso de su actitud. Parece que embolsarse las ganancias por la productividad y usarlas para asaltar la democracia no ha sido suficiente satisfacción. Están esperando nuestra gratitud.
Mark Engler es analista principal de Foreign Policy In Focus y autor de Cómo dominar el mundo: la próxima batalla por la economía global (Nation Books). Se le puede contactar por medio del sitio web http://www.DemocracyUprising.com.