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Welcome, Mr. Trump! Aunque… ¿realmente «welcome»?

Fuentes: Rebelión

«Lo que es bueno para la General Motors es bueno para los Estados Unidos, y viceversa«. Charles Wilson, Secretario de Defensa con el presidente Eisenhower, 1953. Desde el campo popular, en cualquier parte del orbe, es difícil, cuando no imposible, saludar alegre la llegada de un nuevo presidente a la Casa Blanca en Washington. Cuenta […]


«Lo que es bueno para la General Motors es bueno para los Estados Unidos, y viceversa«.

Charles Wilson, Secretario de Defensa con el presidente Eisenhower, 1953.

Desde el campo popular, en cualquier parte del orbe, es difícil, cuando no imposible, saludar alegre la llegada de un nuevo presidente a la Casa Blanca en Washington. Cuenta la historia que algún mandatario estadounidense salió la mañana de un lunes a hacer una gira por países amigos…, y a la tarde ya estaba de vuelta. El imperio no tiene amigos: ¡tiene intereses! Y los defiende a muerte, por cierto. Para eso están, entre otras cosas, las más de 6.000 cabezas nucleares que posee, posibles de hacer volar el mundo.

Si bien su pujanza de otras épocas está en declive (después de la Segunda Guerra Mundial aportaba el 52% del Producto Bruto global, hoy solo el 18%), lejos se está de poder decir que sea un país en bancarrota: Estados Unidos continúa siendo la primera potencia hegemónica, en lo económico, lo político, lo cultural y en lo militar. Sus decisiones siguen marcando muy buena parte de lo que ocurre en el mundo, y su influencia se siente en cada rincón del planeta. Si bien el dólar como patrón no está inamovible como años atrás, las principales marcas comerciales que recorren la aldea global siguen siendo de origen estadounidense, por lo que el inglés continúa siendo la lingua franca obligada, y la cultura y valores emanados de Hollywood son mercadería de consumo universal. La clase dirigente estadounidense (banqueros, dueños del complejo militar-industrial, propietarios de las petroleras y de otras grandes megaempresas globales) apuestan a que el siglo XXI siga siendo, como el anterior, otro «siglo americano».

El presidente de esta gran potencia, como cualquier mandatario de cualquier país de las llamadas «democracias» (democracias representativas, caricaturas de democracias reales), no es sino un administrador del gobierno central que, en definitiva, más allá de la ilusión -mediáticamente bien presentada- de gobernar para todos, beneficia siempre al verdadero poder, el que pone las condiciones y termina dando las órdenes: el capital.

Pero con Donald Trump sucede algo particular: para las recientes elecciones parecía ganadora obligada su contrincante demócrata: Hillary Clinton. Ella representaba, por antonomasia, a los factores dominantes del país: grupos financieros de Wall Street y complejo militar-industrial. Para sorpresa de muchos, ella no ganó. Triunfó Trump levantando un discurso que, de algún modo, se le podría decir populista. Pero que, imprescindible aclarlo, de preocupación real por las penurias populares no tiene nada, absolutamente nada.

Trump, sin ningún lugar a dudas -como todo vendedor de casas (es un magnate inmobiliario)- es un hábil vendedor. O, dicho en otros términos, un buen embaucador, mercader de ilusiones. Ese «oficio» fue el que le permitió imponerse en las elecciones, pues «vendió» a la clase trabajadora y sectores medios empobrecidos la ilusión de un resurgir económico del país. Ahora bien: el empobrecimiento de sus trabajadores, la desocupación y la creciente caída del poder adquisitivo real se debe a la forma que el mismo capitalismo actual fue tomando en su desarrollo, trasladando muy buena parte del parque industrial fuera de su territorio, simplemente por conveniencia económica, y priorizando de un modo afiebrado las finanzas por sobre la producción. La grandeza de Estados Unidos asienta hoy, básicamente, en su poder militar. «Para defender Mc Donald’s necesitamos los Mc Donnell Douglas«, sentenció jactanciosa la ex Secretaria de Estado Condollizza Rice.

Si Donald Trump se impuso contrariando los pronósticos y la apuesta del gran capital, no fue por la pretendida injerencia rusa en el hackeo de las elecciones sino por la gran masa de desocupados y empobrecidos trabajadores que quisieron escuchar en sus cantos de sirena proselitistas una promesa cierta: el renacer de la gran potencia y la recuperación de los beneficios perdidos. Ahora bien: nada indica realmente que ese bienestar puede recuperarse, porque la forma que el sistema-mundo ha ido alcanzando con el actual imperialismo globalizado -a costa de los trabajadores de todo el orbe, incluido los estadounidenses- no parece posible de ser revertido. ¿Volverán acaso las otrora fábricas del pujante Cinturón de Acero del Medio Este al ahora empobrecido y abandonado Cinturón Oxidado? ¿Dejarán los megacapitales de los paraísos fiscales de hacer sus negocios financieros para volver a invertir como los cuáqueros recién desembarcados del May Flower?

No parece posible que Trump lo pueda lograr. Más aún: nada indica que 1) lo quiera lograr, más allá de las insustanciales promesas de campaña, y 2) que le sea realmente posible hacerlo. ¿Quién da las órdenes finalmente?

La clase dominante de Estados Unidos, esa selecta oligarquía que dispone de casi la mitad de la riqueza de la humanidad, no tiene color partidario: no importa si gobierna un demócrata o un republicano. Lo que cuenta, ante todo -y para defender eso están las armas- es la ganancia empresarial. Lo demás es anecdótico.

Incluso en esa clase política no hay sustanciales diferencias. «Habría, se nos dice, «palomas» y «halcones» -expresa Samir Amin- en los dos campos, republicanos y demócratas, que dominan el Congreso y el Senado. El primero de estos calificativos es, sin duda, exagerado; se trata de halcones que reflexionan un poco más antes de embarcarse en una nueva aventura.» Y la aventura está clara: la clase dominante de Estados Unidos apuesta por ese nuevo «siglo americano». Si China y Rusia se muestran como obstáculo (la Unión Europea ni Japón lo son), verán cómo intentan vencerlas.

¿Qué hará Trump en este complejo escenario geopolítico, con una población propia bastante golpeada en lo económico, con un dólar que se mantiene artificialmente y con las provocaciones bélicas hacia sus enemigos que le lega su antecesor, Barack Obama?

Es difícil, o imposible, saberlo. Insistamos: Donald Trump es impredecible (¿millonario excéntrico?). Pero hay indicios de por dónde podrá ir. Por lo pronto, retomando lo primeramente expresado en el presente texto, para el campo popular fuera de Estados Unidos no hay ninguna buena noticia en el horizonte. Por lo pronto sus incendiarias declaraciones -posibles o no de ser cumplidas, no importa- respecto a un muro para separar el país de su vecino México ya es un más que claro indicio. Las manifestaciones xenofóbicas en relación a los inmigrantes irregulares de Latinoamérica, los funcionarios que ha ido nombrando para el gabinete (de derecha recalcitrante), la amenaza de revisar la anterior política para Cuba, lo dicho en relación a revisión de políticas sociales internas como el seguro médico o las medidas medioambientales, son todos indicadores de su verdadero proyecto. Si se ha dicho que es un populista, ello debe ser puesto muy entre comillas: es, ante todo, un buen vendedor de fantasías.

Los grandes factores de poder (bancos, industria militar, compañías petroleras) son siempre quienes se benefician del Estado de ese país, hablándole al oído al presidente. Cuando la bancarrota de algunas casas crediticias, o de la General Motors Company, por ejemplo, fue el gobierno el que salió a su rescate con casi un billón de dólares, cosa que no sucedió con los perjudicados por las hipotecas tóxicas cuando perdieron sus casas en la crisis del 2008. Y si bien el saliente presidente Obama recibió el Premio Nobel de la Paz, disciplinadamente emprendió todas las guerras que la industria bélica le solicitó. Pero si el presidente de turno no está alineado con ese complejo militar-industrial, tal como fue el caso de John Kennedy, quien quería terminar la guerra de Vietnam, se le pegó un balazo en la cabeza. Así de simple.

Para que esos beneficios de la clase dirigente estadounidense no decaigan (o al contrario: ¡sigan creciendo!), el campo popular del mundo no sale bien parado.

Con el solo hecho de haber manifestado que los inmigrantes indocumentados son sinónimo de delincuentes, se ve por dónde perfilará Trump su preocupación por los pobres del mundo. Pero, ¿por qué esperar que fuera distinto?

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Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.