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Yamahiriya en la aspiradora

Fuentes: Quilombo

La Yamahiriya, el Estado de masas que Muamar el Gadafi instauró en 1977, se desintegra a una velocidad increíble. La revolución impulsada desde arriba tiene ahora el rostro abotargado de su Guía supremo, que lanza violentos zarpazos para defenderse de la revolución de los de abajo, los hijos de la acelerada urbanización. Abandonado por casi […]

La Yamahiriya, el Estado de masas que Muamar el Gadafi instauró en 1977, se desintegra a una velocidad increíble. La revolución impulsada desde arriba tiene ahora el rostro abotargado de su Guía supremo, que lanza violentos zarpazos para defenderse de la revolución de los de abajo, los hijos de la acelerada urbanización. Abandonado por casi todos, después de haber provocado cientos de muertos en un corto espacio de tiempo, en su último discurso amenazó, como su hijo un día antes, con más sangre y terror. Qué mayor signo de debilidad que el empleo de mercenarios procedentes de las guerras africanas en las que se ha venido inmiscuyendo desde los años ochenta.

La revuelta libia comenzó en las ciudades de la región de Cirenaica. Lo que hoy conocemos como Libia, la unión de Tripolitania, Cirenaica y la desértica Fezzan tras la breve colonización italiana, es al fin y al cabo una creación reciente. Hoy  ciudades como Bengasi, Al Baida o Tobruk son ciudades libres, controladas por comités ciudadanos que nada tienen que ver con las estructuras creadas por el régimen. Los líderes de las tribus tuareg, warfalah (mayoritaria, con casi un millón de miembros, y de donde procede muchos de los miembros de las fuerzas de seguridad) y hasawna se han revuelto contra Gadafi, que ha perdido su habilidad en el manejo de las relaciones intertribales e interclánicas. Tradicionalmente las tribus de la Cirenaica han sido las más refractarias a la idea de un Estado centralizado, y la prueba la vemos en la manera en que se han apropiado del territorio. Conforme la represión se fue cobrando víctimas, las protestas se extendieron a la Tripolitania, la región más poblada del país.

Gadafi trató de compensar la debilidad del Estado postcolonial con la industrialización petrolera y la adopción inicial de un panarabismo de corte nasserista, aunque su religiosidad le llevó a impulsar una alternativa islámica propia, siendo el único dirigente musulmán que sostiene que sólo el Corán es fuente del derecho, excluyendo la Sunna y todo el cuerpo doctrinal de las escuelas musulmanas. Una vía muy diferente a la del burguibismo tunecino pero que tuvo una consecuencia similar: marginar a los ulemas tradicionales. Tras su primer período nasserista Gadafi trató de relegitimar al Estado refundándolo como Yamahiriya. De esta manera rechazaba, siguiendo las tesis defendidas en su Libro Verde, el sistema representativo liberal: introdujo una estructura piramidal basado en congresos y comités populares que en cada nivel elegían a sus delegados hasta acabar en el Congreso General del Pueblo y el Comité General del Pueblo (ejecutivo). Instancias que en realidad eran controladas a su vez por comités revolucionarios designados por el Guía Supremo, supuestamente dotado de auctoritas pero no de poder. En política exterior, las frustradas iniciativas de unificación con otros países árabes le hará sustituir parcialmente su peculiar visión del panarabismo (con un concepto expansivo y supremacista de la arabidad que llegaba a incluir a los tuaregs) por una retórica panafricanista que empleó para intervenir en los países sahelianos o de África occidental. Mientras tanto, encerraba o expulsaba a miles de migrantes africanos que intentaban llegar a los países europeos, a instancia de sus gobiernos. Tras un período prolongado de confrontación con Estados Unidos y el Reino Unido, finalmente obtuvo la rehabilitación internacional bajo el mandato de George W. Bush y Tony Blair.

El particular socialismo de la Yamahiriya y las tensas relaciones que mantuvo en su día con Estados Unidos -bombardeo incluido en 1986- le valió a Gadafi las simpatías de determinados sectores de la izquierda. Pero este mes -por si no había quedado claro antes- hemos podido comprobar los límites de la perspectiva estatista y de aquellas posiciones ancladas exclusivamente en la retórica antiimperialista, especialmente en América Latina. Al lamentable silencio del gobierno venezolano -que hasta ahora mantuvo excelentes relaciones con el mandatario libio, intereses petroleros obligan- hay que unir la cobertura de un canal, Telesur, que se ha caracterizado por hacerse eco de la propaganda de Gadafi y por encubrir la represión.

Las lecciones que pueden extraerse del socialismo y del antiimperialismo de Gadafi son exactamente lo contrario de lo que vienen expresando sus desconcertados partidarios, exclusivamente preocupados por una hipotética intervención occidental y no por lo que ahora mismo están viviendo los libios que se enfrentan al Guía supremo. En primer lugar, la necesidad de superar un capitalismo de estado rentista dependiente del petróleo, que fomenta relaciones clientelares y consolida «tendencias estatistas y verticalistas«, como está sucediendo en Venezuela (Edgardo Lander). Por ejemplo, en Venezuela los consejos comunales, teóricos instrumentos de participación, son con frecuencia estructuras creadas para conseguir financiación del Estado, que de este modo puede controlar la organización popular. Salvando las distancias, sucede algo parecido con los comités populares libios. En cuanto al antiimperialismo, una vez más comprobamos lo absurdo que resulta pretender valorar lo que sucede en Libia exclusivamente en función de lo que hace el gobierno de los Estados Unidos y lo que dice la prensa internacional, y cómo la retórica más inflamada de sus adversarios suele ocultar relaciones más prosaicas.

Gadafi fue uno de los primeros dirigentes árabes que entendió lo que se venía encima tras la caída de su amigo Ben Ali. En enero, antes de que ordenara a sus partidarios acabar con las ratas y drogadictos, se despachó a gusto con sus herramientas de comunicación:

«Este Internet, en el que cualquier demente, cualquier borracho puede escribir, ¿ustedes le creen? Internet es como una aspiradora, puede aspirar todo. Cualquier inútil; cualquier mentiroso; cualquier borracho; cualquiera bajo influencia; cualquier drogado puede hablar en Internet, y ustedes leen lo que escribe y lo creen. Esto es una charla gratuita. ¿Nos convertiremos en las víctimas de «Facebook» y «Kleenex»* y «YouTube«?» Muammar El Gaddafi, a propósito de la revuelta tunecina. Por Kleenex se refiere a Wikileaks.

Evidentemente, la aspiradora no es Internet, sino lo común que han estado construyendo los libios. Cualquiera puede hablar y compartir con los demás. La democracia es una charla gratuita,y esta charla colectiva y autónoma es lo que ha acabado con el dictador.

Fuente: http://www.javierortiz.net/voz/samuel