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2005: colapso de la autoridad de Bush

Fuentes: La Jornada

No importa lo que uno piense de la política de George W. Bush, no hay duda de que, al inicio de 2005, había llegado al pináculo de su autoridad. Se acababa de relegir y el Partido Republicano controlaba ambas cámaras del Congreso. De hecho, los republicanos habían podido derrotar al líder de la previa mayoría […]

Manifestaciones en Beirut contra Estados Unidos por su injerencia política en Líbano FOTO Ap No importa lo que uno piense de la política de George W. Bush, no hay duda de que, al inicio de 2005, había llegado al pináculo de su autoridad. Se acababa de relegir y el Partido Republicano controlaba ambas cámaras del Congreso. De hecho, los republicanos habían podido derrotar al líder de la previa mayoría demócrata en el Senado. Bush interpretó esto no sólo como validación de su invasión a Irak, sino una autorización para continuar con su muy conservador programa económico: la renovación de los recortes fiscales que expiraban, un destripamiento del programa de seguridad social, la perforación en busca de crudo en Alaska y, en general, una reducción de las medidas protectoras ambientales, para empezar. Afirmó que iba a implementar el mandato que sentía había obtenido. La disciplina republicana era muy fuerte y Bush controlaba las señales.

 

Más aún, los demócratas estaban profundamente divididos en torno a si el resultado tan pobre para ellos en las eleccionesse debía a que se habían movido muy a la izquierda o muy a la derecha.

 

El primer punto de vista era más fuerte entre los demócratas del Congreso. Así que Bush sentía que podía contar cuando menos con algunos votos demócratas para sumarlos a su sólido y unificado bloque republicano, en el momento de aprobar cualquier legislación que él favoreciera.

 

Un año después, todo esto ha cambiado y el cambio es radical. Casi ninguna de las leyes que estaban en la lista de Bush fue aprobada, y es muy poco probable que las aprueben el año venidero. Su inquebrantable bloque republicano hoy está hecho trizas. Los llamados moderados han roto la disciplina. Pero también lo hicieron las dos alas derechas, los ultraconservadores fiscales y la derecha cristiana. Los demócratas tienen ahora la disciplina que anteriormente mostraban los republicanos, de modo que los republicanos de ruptura les han permitido ganar votaciones muy cruciales en una de las cámaras del Congreso o en la otra, pero especialmente en el Senado. Los índices de las encuestas de opinión para Bush están muy bajos. Los republicanos que están en favor de la relección le piden al mandatario que no haga campaña por ellos. Y al final de 2005, algunos congresistas demócratas han comenzado a hablar de impugnación. Aun Bush, por vez primera, ha comenzado a admitir que podría haber cometido algunos errores menores durante su presidencia.

 

Cuando miramos el corazón de su política mundial -Irak- lo vemos luchando desde una posición de retaguardia contra la enorme presión en pos de que haga recortes y se retire, presión que viene del interior de Estados Unidos, de los iraquíes y, por supuesto, del resto del mundo. El presidente del Joints Chiefs of Staff estadunidense ha dicho que sabe que la mayoría de los iraquíes quiere la retirada de las fuerzas estadunidenses. Aunque Bush se niega neciamente a fijar un calendario para la disminución de las tropas, ésta es una fachada que cubre el hecho obvio de que Estados Unidos y todos sus aliados intentan retirar números significativos de tropas en 2006, mucho antes de que Bush fije la línea base, el punto en que las fuerzas del gobierno iraquí puedan lidiar militarmente con las milicias de la resistencia iraquí.

 

¿Qué ocurrió en 2005 que explica ese viraje en la fuerza política de Bush? Casi todo lo que cambió ocurrió en el interior de Estados Unidos, aunque contribuyeron sucesos del resto del mundo. Hubo cinco cosas que transformaron la atmósfera política en Estados Unidos. Ninguna de ellas habría sido así de dañina, pero los sucesos se acumularon y se combinaron para formar una piedra que rueda, que está juntando fuerza y que tendrá efectos en 2006.

 

El primero y más obvio es el asunto de la cifra de bajas en Irak, que crece constantemente, mientras que no hay indicio alguno de que la resistencia se debilite. Un cartón político en un periódico de Nueva Delhi hace eco de lo que todos sienten. Muestra a un enorme cocodrilo rotulado «insurgencia» cuyas fauces las abre con dificultad un soldado con el letrero «tropas estadunidenses». Junto a él hay una persona pequeña rotulada «fuerzas iraquíes». El soldado estadunidense dice al iraquí: «Más vale que crezcas rápido y asumas el control». No mucha gente en Estados Unidos pensaría ahora que esto es probable y muchos piensan que Estados Unidos debería detener el sacrificio de aún más vidas.

 

La segunda fue la enorme catástrofe de Katrina, que reveló el nivel de incompetencia y la indiferencia social del gobierno de Bush, algo que hizo que la mayoría de las personas tragara aire. Sintió que era necesario prometer que el gobierno haría algo para reparar el daño y presionó al Congreso para que adoptara un costoso programa. Esta fue la paja que molestó a los conservadores republicanos en lo fiscal, que desde hace mucho desfallecen ante el creciente nivel de gasto estadunidense con un presidente que en teoría estaba comprometido a mantener chico el tamaño del gobierno.

 

La tercera cuestión fue la ineptitud de Bush con respecto a lo que podría ser su único logro, nombrar jueces conservadores en la Suprema Corte de Justicia. El fiasco en el caso Harriet Miers presionó a la derecha cristiana que retiró su respaldo automático al régimen. Es seguro que no tiene más alternativa que Bush, pero ahora que se halla en problemas, nadie se apresura en apuntalar su posición. Ya no confían en él.

 

Luego vinieron las acusaciones a Lewis Libby por el intento de dañar a Joseph Wilson por exhibir las mentiras flagrantes asociadas con las supuestas armas de destrucción masiva en Irak (la justificación principal de la invasión). De Tom DeLay, el anterior líder de la mayoría de la Cámara, a quien se acusó de violar leyes como parte de sus esfuerzos por garantizar una mayoría republicana en la Cámara de Representantes. Y de Jack Abramoff, el operador que era parte de la red de DeLay destinada a comprar votos en el Congreso. Además, está pendiente la posible acusación de Karl Rove, principal asesor político del presidente, y de Bill Frist, líder de la mayoría republicana en el Senado.

 

Todos los regímenes políticos se avergüenzan de esta clase de acusaciones, pero ocurrieron muchas en un corto intervalo, e implican a personas clave.

 

Finalmente, sin embargo, son los actos ilegales los que pueden hacer que Bush caiga en lo personal. No es extraño que los presidentes de Estados Unidos afirmen sus potestades «inherentes». Sin embargo, la combinación de los instintos personales de Bush y las intenciones deliberadas de Cheney de inflar los poderes de la presidencia conducen a una forma inusualmente exagerada de tales reivindicaciones. Bush empezó dando órdenes secretas en 2001, que permitieron la tortura (aunque él no le llame así) y la intervención telefónica de los ciudadanos estadunidenses, en franca violación de leyes bastante explícitas. Conforme esto salió a la luz, la defensa fue triple: el presidente tiene tales poderes «inherentemente»; la Ley Patriota de 2001 más la resolución del Congreso en la resaca del 11 de septiembre, las condonaron «implícitamente»; las «reglas» cambiaron ante la nueva amenaza del «terrorismo».

 

Inicialmente tanto el Congreso como los medios aceptaron estos argumentos negándose a hacer objeciones públicas. El escándalo de Abu Ghraib causó un primer desasosiego público, que creció de manera constante. En 2005, el senador McCain, quien sufrió como prisionero de guerra durante cinco años y sabía las consecuencias, condujo una revuelta abierta y logró que el Congreso adoptara una resolución prohibiendo ese tipo de tortura, por sobre la fuerte -pero a fin de cuentas ineficaz- oposición del gobierno de Bush.

 

Luego alguien filtró la historia de las intervenciones telefónicas, donde el gobierno no quiso siquiera usar el bastante fácil camino legal de acudir ante una corte especial y secreta para obtener autorización.

 

Lo que hay que resaltar no es que haya ocurrido, sino que alguien se sintió inclinado a filtrarlo, y la prensa se aprestó a informarlo. Así fue como cayó Richard Nixon.

 

Si las cosas fueran bien en otras partes, Bush podría sobrevivir. Pero las cosas no van bien para Estados Unidos en otras partes; ni en Medio Oriente ni América Latina ni en Europa, y no van bien en Asia. Las elecciones se avecinan en Estados Unidos y Bush no está contento para nada.

 

© Immanuel Wallerstein

 

Traducción: Ramón Vera Herrera