Hace 40 años el dictador Franco agonizaba. Y las altas instancias políticas del Estado planificaban su sucesión y el futuro inmediato de España tras 40 años de dictadura. La tensión política del momento era enorme para los próximos al régimen, pero también para la oposición que aguardaba para dar el salto hacia una democracia. Y […]
Hace 40 años el dictador Franco agonizaba. Y las altas instancias políticas del Estado planificaban su sucesión y el futuro inmediato de España tras 40 años de dictadura. La tensión política del momento era enorme para los próximos al régimen, pero también para la oposición que aguardaba para dar el salto hacia una democracia. Y entonces, aprovechando la debilidad de un régimen que llegaba a su final, el 6 de noviembre de 1975 la Marcha Verde echaba a andar. Unos 350.000 civiles marroquíes alzando banderas de su país y fotografías de su rey Hassán II, seguidos de 20.000 soldados, ponían rumbo hacia la entonces provincia española, el Sáhara Occidental, para intentar mediante la fuerza lo que no había conseguido el monarca diplomáticamente, la anexión de ese territorio. El Tribunal de Justicia de La Haya, el mes anterior, había dictaminado que no existía ninguna soberanía marroquí sobre el territorio del Sáhara Occidental.
Pocos días después, el 14 de noviembre, se firmaban en Madrid los Acuerdos Tripartitos, por los cuales España entregaba a Marruecos y Mauritania el Sáhara Occidental. Unos acuerdos ilegales, según viene reconociendo la ONU desde entonces. Aquellos acuerdos no son reconocidos por la legalidad internacional como aptos para transferir la soberanía de un territorio que debía iniciar su proceso de descolonización, un proceso que todavía hoy no está cerrado y del cual el Estado español sigue siendo la potencia administradora responsable para clausurarlo. Diego Camacho, que en el año 1975 era capitán en el Cuartel General de Madrid y que antes había estado destinado dos años en el Sáhara como teniente de las Tropas Nómadas hasta el año 1972, asegura a cuartopoder.es: «España tenía unas obligaciones como metrópolis clarísimas y según el derecho internacional las incumplió. Debido a las presiones francesas y norteamericanas, España hizo dejación de encaminar a los saharauis hacia su autodeterminación, como era el mandato de la ONU y de la Carta de San Francisco que es la que da lugar a la constitución de la ONU«. Para Camacho, la entrega del Sáhara Occidental es «la página más vergonzosa que nuestra nación haya suscrito en materia internacional», y relata que para sus compañeros militares que se encontraban allí fue «una profunda decepción, puesto que pensaban que tenían que defender los intereses nacionales y, de pronto, por las combinaciones políticas, se sintieron traicionados».
En la misma línea describe la situación Javier Perote, capitán destinado entonces en Pontevedra. «Aquello dolió a todo el ejército, puede que algún fanático intente justificarlo, pero se hizo tan sumamente mal aquel proceso que todo el mundo estaba indignado, fue una vergüenza», recuerda. Perote no llegó al Sáhara Occidental al que estaba destinado, la entrega de la colonia ocurrió precisamente cuando él iba a viajar a su nuevo puesto en África como castigo por formar parte de la Unión Militar Democrática. «Muchos compañeros míos fueron represaliados y enviados al Sáhara, y todos me comentaban la enorme tristeza con la que abandonaron al pueblo saharaui frente al ejército marroquí», prosigue. Quien sí que estuvo en la entonces provincia africana es José Taboada, actual presidente de CEAS-Sáhara y entonces soldado en El Aaiún en la tropa de Ingenieros. Para Taboada el abandono del Sáhara fue «una traición para el pueblo saharaui que todavía hoy sigue sufriendo con la ocupación y el exilio la falta de dignidad de España» y «una humillación para los militares que estábamos allí destinados y que habíamos convivido codo con codo con los saharauis, nuestros hermanos y amigos».
El exmonarca marroquí, Hassán II, y el exsecretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger. / Archivo Sahara Gasteiz
Taboada recuerda cómo el día 2 de noviembre de 1975, el entonces jefe del Estado en funciones, Juan Carlos de Borbón, se desplazó hasta El Aaiún y dio un discurso a las guarniciones españolas «prometiendo que se defendería el prestigio del ejército español y no se abandonaría al pueblo saharaui». «Los soldados estábamos convencidos de que defenderíamos el Sáhara frente al ejército marroquí, de hecho pusimos 60.000 minas para evitar que la Marcha Verde entrara en el territorio, pero luego recibimos la orden de retirarlas«, cuenta Taboada. Diego Camacho recuerda sobre la visita de Juan Carlos de Borbón: «En ese viaje prometió que España no se iba a retirar, que iba a defender el Sáhara como reconocía el derecho internacional. Después de este viaje, fue a Washington a recibir instrucciones. Yo lo que percibí de mis compañeros con los que tuve ocasión de hablar era una enorme decepción de la postura gubernamental de España, del abandono que se había hecho». «Muchos años después nos enteramos que no sólo fue un abandono, ya que las tropas militares marroquíes, con conocimiento del Gobierno español, habían entrado en el Sáhara estando nosotros todavía allí y lo habían invadido». Un giro en cuestión de días que hizo que solo cuatro después de la promesa del entonces Príncipe de Asturias en El Aaiún echara a andar la Marcha Verde, diseñada por el secretario de Estado de Estados Unidos, Kissinger, y negociada con los altos cargos españoles que tomaban las decisiones ante la ausencia del dictador. «Estados Unidos presionó para que un Sáhara independiente no cayera en la órbita argelina, más próxima al bloque socialista, y por los intereses económicos de los fosfatos y la pesca, abundantes en el territorio», describe Taboada.
«La Marcha Verde se para porque se desplaza el ministro de la Presidencia, Carro Martínez, por orden del presidente Arias Navarro, a Marrakech a reunirse con Hassán II para pedirle que se parara la Marcha Verde, organizada por los marroquíes, diseñada por la CIA y pagada por el gobierno kuwaití», asegura Camacho. «Cuando llegó el señor Carro a Marrakech le pidió al monarca marroquí que detuviera la Marcha Verde. Hassán II le respondió que lo haría, pero que tendría que firmar una carta de compromiso el presidente español, Arias Navarro. Hassán II exigió, además, que el texto de la misiva lo redactaría él», continúa el entonces capitán. «El presidente del Gobierno de España estaba firmando una carta redactada por el sultán de Marruecos, esta ignominia era un reflejo de esa situación de sometimiento, entreguismo y vergüenza nacional«, declara Camacho, que recuerda una anécdota anterior: «Tuve la oportunidad de vivir cuando el ministro de Exteriores, Cortina Mauri, se entrevistó en el Pardo con Franco. Franco le había quitado las responsabilidades en el asunto del Sáhara y Mauri salía totalmente desencajado. Todas esas responsabilidades se las encomendaron a Solís Ruiz, que desde unos años antes de la Marcha Verde era el encargado de los negocios de Hassán II en España».
«También recuerdo cuando, estando Franco inconsciente en el hospital, estaba yo de guardia y llegó un enviado del embajador marroquí con un centro de rosas para Franco. Estábamos en la puerta el jefe de la Seguridad Inmediata, el marqués de Villaverde y yo, que era el capitán de guardia», relata Camacho. «El marqués de Villaverde hizo un comentario, dijo que qué bueno era Hassán II, el único jefe de estado que se había acordado de la enfermedad del caudillo y presentaba testimonios, a lo que yo le respondí que nunca unas flores habían tenido tanto valor, un territorio de España como el Sáhara», prosigue. «Esto marca el sentido entreguista de las altas esferas de España en ese momento. Para mí era una enorme amargura, era consciente de que era un desastre para España y fue una traición«, sentencia.
Integrantes marroquíes de la Marcha Verde. / Archivo Sahara Gasteiz
Taboada describe cómo tuvieron que cumplir las órdenes de rodear con alambradas los barrios saharauis «para que no huyera la población civil y se alistara en el Frente Polisario». También cuenta cómo algunos militares españoles, «organizados en comités de soldados», ayudaban a huir a los dirigentes del Polisario, así como «algunos militares, decenas de legionarios, permanecieron en el Sáhara tras la traición y lucharon junto al Polisario hasta que finalizó la guerra en 1991». «Los saharauis eran nuestros amigos, habíamos tenido muchos contactos previos con algunos de ellos, les pasábamos información de los movimientos de las tropas y planos, les avisábamos de que España iba a venderles, aunque no nos creían los saharauis, quedábamos con ellos en el zoco y en los baños árabes», dice el actual presidente de CEAS-Sáhara. Camacho, refiriéndose a su etapa de teniente en el Sáhara, describe: «Estuve dos años y algunos meses patrullando por el desierto en una unidad camello y mis soldados eran todos saharauis. Eran patrullas muy largas, por la frontera, y duraban dos o tres meses. En ningún momento mis soldados dieron muestras ni de indisciplina, ni de falta de lealtad a España. Era gente entregada y sumamente leal».
Para Taboada, la despedida de sus amigos saharauis fue muy amarga y recuerda una imagen dantesca de los últimos días: «Yo dejé el Sáhara en diciembre de 1975, me habían encomendado la tarea de trasladar a España los cadáveres enterrados en cementerios cristianos, muchos no fueron reclamados por los familiares debido a que no los tenían, eran legionarios y prostitutas». «Recuerdo cómo algunos soldados sacaban los cuerpos de los féretros de las que habían sido sus prostitutas y bailaban con ellas para despedirse, era dantesco, los cuerpos en el Sáhara se mantienen intactos durante mucho tiempo por la falta de humedad», rememora. Taboada dejó el Sáhara, regresó a España. «Era consciente de que tenía que hablar, informar, pues era materia reservada y en los medios de comunicación no se informaba de aquello», asegura. «El Polisario organizó las guerrillas, nosotros teníamos que organizar el movimiento de apoyo internacional», prosigue.
Muchos saharauis huyeron hasta Argelia, a los campamentos de refugiados de Tinduf donde hoy permanecen. Otros quedaron en el Sáhara Occidental, donde el régimen marroquí sigue imponiendo una férrea ocupación militar. La guerra perduró hasta 1991, cuando se firmó un alto el fuego bajo el auspicio de la ONU que prometió un referéndum de autodeterminación al pueblo saharaui. El referéndum todavía no se ha llevado a cabo. Los saharauis fueron víctimas de bombardeos con napalm y fósforo blanco y la Audiencia Nacional, en España, investiga este caso de genocidio, porque el destino de los saharauis sigue ligado legalmente a España.