En 2004, el brazo inversor de la CIA, In-Q-Tel, proporcionó dos millones de dólares en financiación inicial para tres jóvenes emprendedores. La cifra fue modesta. Para la nueva start-up de Silicon Valley, Palantir Technologies, mucho más importante fue hacerse de la logística y la asistencia tecnológica de la CIA, indispensables para el éxito de otro milagro nacido en un garage.
Como todo negocio exitoso, sus clientes se diversificaron. Un documento filtrado por TechCrunch en 2013 reveló que los clientes de Palantir incluían al menos doce grupos del gobierno de Estados Unidos que, aparte de la CIA, eran la NSA, el FBI, el Departamento de Seguridad Nacional, el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades, el Cuerpo de Marines, la Fuerza Aérea, el Comando de Operaciones Especiales y la Academia Militar de los Estados Unidos.
Uno de sus fundadores, el inmigrante alemán Peter Thiel, como sus mejores amigos, posee multimillonarias inversiones en Facebook, PayPal, Airbnb, LinkedIn, Spotify, SpaceX, Quora, Clearview AI (cuestionada por su tecnología de reconocimiento facial) y Artificial Intelligence Platform, usada para masacrar sub-humanos en Gaza. Según su propia definición, Palantir Gotham es una herramienta de inteligencia y defensa utilizada por militares y analistas contra el terrorismo…
Estas mega tecnológicas privadas son el perfecto enlace entre el inocente espionaje comercial y el heroico espionaje militar. Cada vez que recogen datos de nuestros hábitos, gustos y preferencias a través de Internet o de nuestras tarjetas de crédito en los supermercados, no sólo predicen y crean nuevas necesidades de consumo para vender chocolates, vinos, viajes o soutiens, sino también políticos, personalizando el bombardeo sobre cada individuo a favor de un candidato con un menú de nueve o diez propuestas diferentes y hasta contradictorias para reforzar y explotar los dos drivers ancestrales de la toma de decisiones de cada individuo: el miedo y el deseo. No la más relativa y discutible racionalidad de las ideas, de los hechos y las consecuencias de nuestras decisiones.
Este espionaje comercial está íntimamente ligado a los servicios secretos más poderosos del mundo, como la CIA, la NSA, el Mossad y el M16 británico, por nombrar sólo los polos occidentales, que todavía son los más poderosos del planeta, obsesionados con la guerra y la eliminación de cualquier competencia desde hace unos cuantos siglos.
Las mega tecnológicas, desde el Facebook de Zuckerberg hasta los sistemas de espionaje como Starlink del agente de la CIA Elon Musk, contratan a los mismos militares de estos países para sus negocios privados. El 80 por ciento de los generales de tres y cuatro estrellas que dejaron el servicio militar en los últimos cinco años fueron contratados por la industria de las armas, la que, a su vez, ha sido privatizada en gran medida y a elevadas tasas de corrupción, razón por la cual existe una tradición en el Pentágono de perder algunos billones de dólares en cada uno de sus reportes presupuestales. Por lo menos 700 ex altos funcionarios del Pentágono trabajan ahora para uno de los 20 principales contratistas de armas. También congresistas como el ex presidente del Committee on Armed Services de la Cámara de Representantes, Buck McKeon, cuyo grupo de lobby ha representado a contratistas de armas como Lockheed Martin y a compradores como Arabia Saudita.
El secuestro de la humanidad y de sus plusvalías es múltiple: económico, financiero, político, cultural, existencial. La peor parte se la llevan los humanos descartables en algún país sin importancia para los psicópatas que nos gobiernan. Las mega tecnológicas no solo roban el dinero de los contribuyentes en sus propios países y de los endeudados en países ajenos, sino también el progreso de la humanidad de los últimos siglos para presentarse como los creadores de lo mejor de nuestro mundo moderno, sin mencionar una sola vez las consecuencias catastróficas de esa avaricia, como la catástrofe climática y las guerras sin fin. Para no volver sobre la obviedad de la invención de las matemáticas más complejos como el álgebra y los algoritmos de los tiempos del imperio islámico, bastaría con recordar las más recientes tecnologías como el telégrafo, la radio, la televisión, Internet y la inteligencia artificial, ninguna creada y desarrollada por capitalistas sedientos de ganancias sino por individuos más bien modestos, inventores vocacionales, profesores asalariados y por instituciones como las universidades, públicas o privadas, financiadas por los gobiernos.
Si solo mencionamos el desarrollo de la computación moderna y de la inteligencia artificial, bastaría con enlistar unos pocos nombres fundadores, como Alan Turing, matemático y filósofo británico, considerado el padre de la computación moderna. En 1950, publicó su ensayo “Computing Machinery and Intelligence”, fundando los conceptos de la inteligencia artificial. En 1956, el profesor John McCarthy fue uno de los fundadores de la disciplina de la Inteligencia Artificial, junto con una larga lista de otros profesores del MIT, de la Stanford Universiy y de la Universidad Carnegie Mellon, todas en gran medida financiadas con fondos públicos.
Para los años 60, la agencia del gobierno Defense Advanced Research Projects financió y desarrolló el procesamiento del lenguaje natural y la IA como un sistema de redes neuronales.
Más reciente y en base a toda esta experiencia fundadora, en 2014 Google compró la británica DeepMind, cuyos primeros inversores fueron Peter Thiel, Elon Musk, quien declaró desde el principio que estaba contra esta tecnología pero invirtió en ella para tener una mano dentro del proceso.
En octubre de 2024, tal vez como una forma de recordatorio, la academia sueca le concedió el Premio Nobel de Física a John Hopfield y Geoffrey Hinton por sus aportes en la investigación de cómo las computadoras pueden pensar como humanos (“artificial neural networks”) ya desde los años 70.
Un mérito de la inteligencia, aunque no queda claro si también de la sabiduría.
Todo esto fue secuestrado por los feudos tecnológicos. Uno de los apologistas e ideólogos es Curtis Yarvin y su Nueva Derecha, la que promueve el reemplazo de la disfuncional democracia liberal por una dictadura similar al de las corporaciones de Silicon Valley. Sus amigos y donantes de Palatir (Peter Thiel, Alex Karp) y Elon Musk, entre otros, son los Empresarios. El tercer vértice de la Manipulación Orwelliana es un rostro político.
Ese rostro es también amigo de Yarvin, Thiel, Karp y otros compañeros de copas. Si la CIA, la NSA y otras agencias del gobiernos han apoyado las compañías exitosas de este club de millonarios, el Club se encarga de hacer lo mismo con sus amigos filósofos (Yarvin) y políticos (Vance), como cualquier buen mecenas renacentista.
J.C. Vence recibió 15 millones de dólares sólo de Thiel para su campaña electoral al congreso de Ohio. Luego de comparar a Donald Trump con Hitler en 2016, de afirmar en 2020 que las políticas populistas del presidente habían sido un fracaso, ocurrió in milagro y en 2022 Vance recibió el apoyo del lobby israelí, el AIPAC, y del mismo Donald Trump. En 2024 fue elegido compañero de fórmula de Trump como candidato a vicepresidente.
Como todo político de receta, Vance es el resultado de un cálculo de software: (1) Marine en la invasión de Irak hasta 2007; (2) Milagrosamente convertido en millonario gracias a sus muy buenas conexiones en Silicon Valley y alguna inversión en las dos mayores mafias financieras del mundo: BlackRock y Vanguard; (3) Joven blanco, representante del “self-made man” (hecho a sí mismo) a partir de una miseria inventada y una historia de adicción real de su madre, convertido por la plataformas amigas en un best seller autobiográfico y luego en una película aún más cursi, a pesar de la actriz elegida para representar a su abuela, Glenn Close.
Como cualquier conservador con un buen menú de políticas sexys, Vence está contra la inmigración, contra el matrimonio igualitario y a favor de prohibir la pornografía, posición que seguramente cambiará pronto, ya que el rabino Solomon Friedman, cofundador de Ethical Capital Partners (Sociedad de Capital Ético), adquirió por 52 mil millones de dólares PornHub, RedTube y YouPorn. Según Friedman, lo más atractivo de estas compras es hacerse de la tecnología que los impulsa.
En su menú de políticas, no puede faltar le frustración con la Guerra de Ucrania y la fobia antiinmigrante: “realmente no me importa lo que le pase a Ucrania”, dijo con un dejo de burla al hecho de que piensa que el orden global liderado por Estados Unidos tiene que ver tanto con enriquecer a los contratistas de defensa y a los miembros de los think tanks como con sostener la hegemonía de Estados Unidos. “Me preocupa el hecho de que en mi comunidad, en este momento, la principal causa de muerte entre los jóvenes de 18 a 45 años es el fentanilo mexicano”. Sus críticas a las grandes empresas tecnológicas como “enemigas de la civilización occidental” están en el menú, no en la cocina, sólo para provocar el deseo del comensal.
Otro plato del menú es el patológico occidentalismo de esta cofradía de psicópatas. Por ejemplo, Vance es partidario de ir a la guerra con Irán y evitar que China levante cabeza como “una prioridad de la política exterior para Donald… para evitar que China construya su clase media a expensas de la nuestra”.
Es decir, el vértice más visible del triángulo es el menos real.