Recientemente, bajo las órdenes del actual presidente de EE.UU. y con una larga planeación, se llevó a cabo una redada masiva en Misisipi, en centros de trabajo donde fueron detenidos cerca de 700 migrantes. Esta acción, una de las redadas más grandes de la última década, consolida por enésima vez al jefe del ejecutivo norteamericano […]
Recientemente, bajo las órdenes del actual presidente de EE.UU. y con una larga planeación, se llevó a cabo una redada masiva en Misisipi, en centros de trabajo donde fueron detenidos cerca de 700 migrantes. Esta acción, una de las redadas más grandes de la última década, consolida por enésima vez al jefe del ejecutivo norteamericano como un racista consumado; y trajo como resultado el quiebre de muchas familias, niños que se quedaron sin sus padres y el crecimiento de un panorama de terror entre los trabajadores indocumentados. Para el presidente de EE.UU., tanto en sus constantes discursos de odio y división social, como en sus acciones, políticas e iniciativas de ley, el eje es el ataque directo y despiadado hacia las comunidades migrantes. Con su falsa y exagerada retórica de responsabilizar a los migrantes de los más diversos males (la violencia, el tráfico de drogas, la pérdida de empleos, etc.), ha justificado varias acciones que, no sólo han violado los derechos humanos y transgredido diversas leyes de EE.UU., sino que, además, ponen en riesgo y agreden en distintos niveles a los migrantes.
Mediáticamente han recibido más visibilidad sus iniciativas relativas a la detención de los migrantes que están intentando cruzar la frontera o pedir asilo (la lista es larga y ominosa, el intento de construir el muro, el incremento de las fuerzas de seguridad antinmigrantes, el envío del ejercito a la frontera sur, la separación de familias migrantes, la reclusión y aislamiento de niños migrantes en centros detención, la criminalización generalizada del migrante, entro otras). Los resultados de esto son palpables: el aumento de las agresiones veladas y directas hacia los migrantes, la muerte de varios menores en centros de detención, el incremento de los riesgos y el alarmante crecimiento de las muertes de migrantes en la frontera sur de EE.UU.. El desprecio del presidente de EE.UU. por los migrantes es rampante, y sólo usa la vida de ellos como moneda de cambio para sus fines políticos y de legitimación con su base más conservadora y reaccionaria.
No obstante, no ha sido menos agresivo con las migrantes que ya residen y laboran sin papeles en EE.UU.. En este sentido, la criminalización de los migrantes y las detenciones de facto (pero también las constantes amenazas de éstas) se han convertido herramientas de violencia política que han precarizado aún más las condiciones de vida y trabajo de los migrantes y sus familias. Lejos de la visión estigmatizada que pregona el gobierno de EE.UU., la gran mayoría de los migrantes son trabajadores explotados, en malas condiciones labores y sociales, que sólo buscan un mejor porvenir para ellos y sus familias.
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