Marco el número de teléfono y llamo, me atiende la recepcionista de la clínica, quiero hacer una cita con un ortopedista, me explica los requisitos, es una clínica exclusiva para gente paria. Solo los olvidados y explotados del sistema asisten a ese tipo de clínicas en Estados Unidos. Soy una de ellos, mi salario como […]
Marco el número de teléfono y llamo, me atiende la recepcionista de la clínica, quiero hacer una cita con un ortopedista, me explica los requisitos, es una clínica exclusiva para gente paria. Solo los olvidados y explotados del sistema asisten a ese tipo de clínicas en Estados Unidos. Soy una de ellos, mi salario como indocumentada no da para pagar una clínica privada y no tengo seguro médico para ir a un hospital del sistema.
El requisito principal es ser paria, el segundo llevar una carta autenticada donde se especifique el salario, ¿qué patrono quiere darle una carta autenticada a un trabajador indocumentado? Por suerte mi patrono actual accedió.
El día de la cita llego a la clínica y me encuentro con mundos de gente esperando para ser atendidos. Es invierno y la temperatura está a -18 grados centígrados, no hay calefacción en el edificio. Me comenta una de las personas que está en la línea de espera que el sistema de calefacción lleva varios días descompuesto.
Abro paso entre el tumulto para llegar a la recepción, me atiende una afro descendiente que al notar que soy latina cambia el tono y se dirige hacia mí con desgano, con el inglés remarcado para que lo entienda y no tenga que verse en la necesidad de repetirlo dos veces. Mientras habla hace señas, es una práctica muy común en este país que utilizan los estadounidenses con quien no entiende inglés, y esta persona hará todo lo posible por buscarle significado (el que sea) a las gesticulaciones, lenguaje corporal y a los ademanes, es un modo de sobrevivencia para recién emigrados que no hablan inglés.
La observo atenta y presto atención a lo que me dice, tengo que pasar a caja, entregar mi carta autenticada y confirmar la cita programada. En caja me atiente una latina, me habla en inglés, me explica los pormenores: que debo pagar $30 dólares por consulta, pero revisa mi carta y nota que mi salario está muy por debajo del salario mínimo, corrige la cifra y me dice que solo pague $20. Me manda a la sala de espera.
Llevo un libro de poesía para leer mientras espero, pero no puedo, me abruma el frío del invierno que hace tiritar a las personas que están en línea de espera, latinas y afro descendientes, no veo a un solo estadounidense anglosajón, asiático o europeo. Los que estamos ahí somos los parias de los parias. Las dos partes de la población estadounidense que se pelean los trabajos que otros no quieren hacer, por sucios, cansados, mal pagados.
Tengo el libro en mis manos pero la mirada extraviada entre los zapatos rotos de las madres que esperan con sus hijos en los brazos. Pienso en la temperatura, -18 grados centígrados. Adultos mayores en sillas de ruedas también tiritando del frío. El personal de la clínica pasa de un pasillo a otro, caminan con ese desgano de quien está en el trabajo equivocado. Quisiera pensar que esa fatiga se debe al sobrecargo de trabajo, a las pocas horas de sueño, a penas personales pero hay algo inhumano en el trato hacia los pacientes; no los ven a los ojos, no son personas, son números, casos y enfermedades.
Como los indocumentados para los medios de información afines al «sueño americano» para estadistas, sociólogos, «defensores de derechos humanos de los inmigrantes» para cineastas, políticos, para ese sector que ve en nosotros un trampolín para beneficio personal. Para ellos somos números y remesas. Jamás nos verán como seres humanos en todo el contexto.
Lentamente se va formando un nudo de sal en mi garganta, respiro profundo y sigo observando, personas en andrajos con apariencia de indigentes, latinos y afro descendientes, muchos mexicanos y centroamericanos. Puedo notar que gran parte del personal es puertorriqueño o de descendencia puertorriqueña. Las paredes manchadas y con la pintura descascarándose, puertas oxidadas, sillas despintadas, todo aquello en decadencia. Un aspecto lúgubre y deprimente. Y tal como en los hospitales públicos de mi sufrida Guatemala, las medicinas de las recetas las compra el paciente por aparte. En un momento me sentí en el trajín del hospital San Juan de Dios, pero esta clínica lo supera en deterioro. Observo el techo y el cielo falso está a poco de desprenderse.
Vaya, -digo para mis adentros- la miseria en la yugular del capitalismo. La clínica está a pocas cuadras del centro de la ciudad, del glamur, de los rascacielos, de ese rostro estadounidense de la opulencia con el que los medios venden la treta del país más rico del mundo. La clínica es tan solo una radiografía, una pequeña revisión general, unas pastillas para el dolor, porque las enfermedades realmente serias son tratables solo en hospitales y nosotros los indocumentados no tenemos acceso a ellos. Quienes más mueren por enfermedades terminales en este país son latinos y afro descendientes, porque sus bajos salarios no alcanzan para pagar esos tratamientos costosos que se vuelven privilegio de unos cuántos. Si es muy difícil para estadounidenses que ganan el salario mínimo, para indocumentados es un imposible, pues no hay acceso y los salarios son de insulto.
Cómo es posible -pienso en mis adentros mientras observo la calamidad- que este país invierta millones de dólares en guerras, en invasiones a otros países, en sobornos, en polarizar la información, en cárceles para indocumentados, en deportaciones si aquí dentro hay tanta necesidad. Me repica en la cabeza la canción de Víctor Jara, «las casitas del barrio alto» y es tan real en este país, una autopista divide el norte del sur, en el norte de la ciudad están los rascacielos y en el sur la pobreza extrema, la decadencia injustificable. ¿Por qué no invierte en darle mejor calidad de vida a quienes viven dentro de su país y deja de andar haciendo desastres con su política externa? ¿Por qué no hace realidad la Reforma Migratoria en lugar de andar firmando Acciones Ejecutivas contra otros países? Que se preocupe por su política interna y que no meta las narices en gobiernos ajenos.
¿Por qué lo medios de comunicación no informan de esto, de esta calamidad a todas luces en este país? ¿Por qué se sigue engañando a las masas con la mentira de un sueño americano que nunca ha existido? ¿Por qué se sigue entrevistando a «latinos o emigrantes éxitos» cuando la realidad es otra y nos escupe el rostro todos los días. ¿Por qué se trata de ocultar a toda costa el hedor de la alcantarilla donde los pobres se pudren en la miseria? ¿Lo que abruma, lo que encara, lo que cuestiona? Este país con una clase política soberbia, de unos cuantos millonarios que se creen dueños del mundo y de vidas también tiene miseria, pobreza extrema, sus ciudadanos tienen necesidades básicas que el sistema no cubre por estar invirtiendo en invasiones a tierras extranjeras.
Cualquiera también soberbio e ignorante dirá, ¿pero por qué se van a ese país si tienen el suyo? ¿Por qué se van a limpiarles los baños a los gringos y a mendigar? La pregunta no es por qué se van, o por qué limpian baños, la pregunta es, ¿por qué los gobiernos del país de origen los obligan a migrar? La pregunta no es para quienes se ven forzados a migrar, la pregunta es hacia el sistema, hacia los gobiernos, hacia las sociedades indolentes. Hacia las sociedades que no hacen nada por cambiar el sistema colonizador, racista y clasista que obliga a los parias a migrar. ¿Qué harán esas sociedades y esos gobiernos para detener las migraciones forzadas? ¿Qué harán para que los que se fueron regresen a un país que les ofrezca oportunidades de desarrollo? ¿Qué harán para otros no se vean forzados a migrar?
La pregunta es hacia la política externa de este país, ¿cuándo dejará de invadir países y de comprar y manipular gobernantes y sistemas? ¿Cuándo los dejará ser en plusvalía propia para que esas masas no se vean obligadas a migrar? No quiere migrantes indocumentados en su territorio pues que deje de invadir países.
De la puerta de la sección de medicina interna sale una enfermara afro descendiente, tiene una hoja en la mano y llama a una tal Ilka Oliva, es mi turno, me levanto y camino hacia donde me indica, de mala gana me toma la presión. Me vuelve a decir que espere afuera, después de un tiempo que me parece interminable sale otra enfermera que me llama y me lleva al cubículo del médico que me atenderá, es una doctora latina que me dice habla muy poco español y que si hablo inglés se facilitaría bastante. ¿Cuál es su razón de consulta? Una lesión de ligamentos en una de mis rodillas.
Salgo de la clínica gélida, lúgubre y deprimente a encontrarme con la intemperie del invierno estadounidense, me detengo en una esquina esperando que cambie de color el semáforo para darle el paso al peatón, a unas cuadras luce ostentoso el centro de la ciudad con los rascacielos como metáforas de un capitalismo que le apuesta al consumismo y a la degradación humana. Por las mismas avenidas caminan indigentes buscando un plato de comida. ¿Otro mundo es posible? ¿Para cuándo?
Ilka Oliva Corado. @ ilkaolivacorado contacto@cronicasde unainquilin
Blog de la autora: Crónicas de una Inquilina