Un lustro ha transcurrido, desde el inicio del despertar islámico, proceso político de levantamiento de algunas sociedades árabes que Occidente denomina, con su terminología de impacto mediático, como Primavera Árabe. El Occidente trataba de asimilarla así a las revoluciones de colores o de Flores impulsadas en países del espacio postsoviético, principalmente. Revoluciones – de las […]
Un lustro ha transcurrido, desde el inicio del despertar islámico, proceso político de levantamiento de algunas sociedades árabes que Occidente denomina, con su terminología de impacto mediático, como Primavera Árabe.
El Occidente trataba de asimilarla así a las revoluciones de colores o de Flores impulsadas en países del espacio postsoviético, principalmente. Revoluciones – de las Rosas en Georgia, Tulipanes en Kirguistán, Naranja en Ucrania o Blanca en Bielorrusia – basadas en módulos de intervención inicial no violento, con un marcado discurso pro-occidental, para transformarse posteriormente en mecanismos de injerencia extranjera indirecta – con armas sicológicas, sociales, económicas y políticas – a través de la cual determinadas potencias – Washington y sus aliados europeos- buscan cambiar líderes políticos específicos, considerados poco amistosos, por otros más sumisos a sus dictados. Ello, basado ideológicamente en los postulados del politólogo Gene Sharp, bajo el marco del denominado Golpe Suave, cuya experimentación la viven hoy en día los gobiernos de Brasil y Venezuela en Latinoamérica.
En otras zonas del mundo este Golpe Suave no se materializó en los pasos reseñados por Sharp. De los alzamientos iniciales de la población se transitó a la agresión exterior y la intervención directa y brutal. Cinco años de levantamientos populares en el Magreb y Oriente Medio, que ha tenido actores relevantes: Washington y sus aliados europeos, junto a la triada conformada por Ankara-Riad y Tel Aviv; que han intervenido abiertamente en esos procesos políticos, direccionándolos en función de sus intereses geoestratégicos regionales y que ha tenido como efecto la pretensión de hegemonización occidental, que ha dejado un reguero de muerte y destrucción. Libia es uno de los ejemplos que más ilustran la hipocresía respecto a las motivaciones pata intervenir y luego destruir un Estado considerado, por los propios organismos internacionales como el país con los mejores indicadores de desarrollo humano de África.
Las consecuencias catastróficas, para millones de habitantes de esas sociedades, han sido reconocidas por los mismos políticos y líderes de los gobiernos que propiciaron intervenciones en ciertos países, derribo de presidentes en otros, insurrecciones y el comienzo de guerras donde los intereses económicos y políticos tienen sumido a Libia, Siria y Yemen, por mencionar tres de los más recientes ejemplos, en guerras que buscan desintegrar esos Estados, generando focos de inestabilidad y el desarrollo de bandas terroristas. Grupos armados, esencialmente de raíz takfirí, cuyos orígenes los encontramos en las decisiones de los organismos de inteligencia como la CIA estadounidense, el Mossad israelí, el MI6 inglés, la al Mukhabarat al A´amah de Arabia Saudita, la Milli Istihbarat Teskilati de Turquía, que han utilizado a estos movimientos armados para el logro de su objetivos estratégicos.
Pretextos Inexcusables
Barack Obama, Hillary Clinton, David Cameron, François Hollande, Ban Ki-moon, reconocen hoy que los planes originales respecto a Libia han sufrido tales mutaciones, que se teme por un aumento del accionar del terrorismo y la Balcanización total de la nación norafricana. Opinión claramente hipócrita, pues desde el inicio, en los planes del Pentágono, de Bruselas y la poco Santa Alianza entre la Monarquía Saudí y la democracia representativa turca, con la complicidad de la organización de las Naciones Unidas – ONU – se ha planeado fragmentar, dividir y destruir principalmente a las sociedades árabes que conforman el Magreb y Oriente Medio, de tal forma que sirvan de antesala a botines mayores como es la destrucción de la República Islámica de Irán e impedir la expansión de la Federación Rusa a zonas consideradas estratégicas en su frontera occidental.
Túnez, Libia, Egipto, Yemen, Bahréin, Palestina, Siria e Irak han sido el escenario donde la sangre, las víctimas mortales y la ruina son la constante en estos cinco años – haciendo especial mención a los acontecimientos de noviembre del año 2010 en Gdeim Izik, en las inmediaciones de El Aaium en el Sahara Occidental ocupado ilegalmente por Marruecos y que se considera, por algunos analistas como Noam Chomsky, como el verdadero inicio del despertar islámico. Un pueblo como el Saharaui traicionado por su antigua metrópolis, España, olvidado en el desierto argelino donde radican su campamentos de refugiados y sometidos a una brutal represión en su tierra, tras el muro construido por Marruecos en los territorios ocupados. Cuando el caso refiere a Irak nos encontramos allí con la representación de un continuum de agresiones, que se remontan al año 2003 al ser invadido por una Coalición de países liderados por Estados Unidos, bajo el falso argumento de tener armas de destrucción masiva.
Sea en tierras saharauis, en el Magreb, en el Levante Mediterráneo o en Irak las cifras son tan elocuentes como vergonzosa para nuestras sociedades que hace oídos sordos al clamor de terminar con las guerras de agresión contra esas sociedades. Desde inicios del año 2011 hasta hoy, los organismos internacionales constatan, por lo bajo, 500 mil muertes, dos millones de heridos, 12 millones de desplazados internos y 10 millones de refugiados, gran parte de ellos concentrados en países como Turquía, El Líbano, Egipto y Jordania. Con parte de esos de esos expatriados, tratando de ingresar a Europa ya sea desde las costas libias o cruzando a Grecia desde suelo turco bajo la amenaza de ser devueltos, tras la firma del convenio migratorio entre la Unión Europea y Turquía.
Con ese acuerdo, la Unión Europea ha comprado la posibilidad de detener la irrupción de miles de hombres y mujeres, que tratan de llegar a la fortaleza Europea, dejando en manos del gobierno turco el trabajo sucio de contención. Seis mil millones de Euros ha sido el primer pago de Bruselas al gobierno de Erdogan, Este, gustoso está cumpliendo el papel de gendarme de los seres humanos que desean escapar de la guerra en la región. Un acuerdo que representa un desprecio al derecho internacional respecto a los derechos de los refugiados, cuyo objetivo no es proteger a la población siria que huye de la guerra, sino que contener flujos migratorios hacia Europa, violando con ello el estatuto internacional sobre refugiados. Para la Organización Amnistía Internacional – AI – «lo firmado por Europa con Turquía es un golpe histórico contra los derechos humanos… Las promesas de respeto al Derecho Europeo y al Derecho Internacional han quedado en un edulcorante para la pastilla de cianuro que la protección a los refugiados en Europa se ha tenido que tragar » señaló el Director de AI para Europa y Asia Central, John Dalhuisen.
El Nuevo Reparto de Africa
Libia en la zona magrebí y Siria en Oriente Medio, son el ejemplo patente de esa conducta intervencionista. Esta directriz política se concreta bajo los más disímiles argumentos, entre esos llevar la democracia representativa a esos países, terminar con períodos de gobiernos definidos por occidente como dictatoriales. En el caso libio se expresaba esta idea, repetida tozudamente por los medios de comunicación, a pesar que el ex Líder Libio Muamar Gadafi fue considerado los últimos años de su vida un aliado cercano de los gobiernos de Italia, Inglaterra y Francia, presididos en ese entonces por Silvio Berlusconi, David Cameron y Nicolás Sarkozy respectivamente. Sin olvidar la estrecha amistad con Tony Blair o el español José María Aznar quien consideraba al ex Coronel libio como «un amigo extravagante». Políticos europeos que veían con buenos ojos comerciar con la Libia que proporcionaba petróleo y protección frente a los afanes de miles de inmigrantes que deseaban cruzar el Mar Mediterráneo.
Se suma a lo señalado, como excusas para la intervención en Libia, el supuesto y publicitado apoyo a demandas políticas, sociales y económicas, como también a aquellos grupos alzados en armas con el respectivo suministro de armamento y financiamiento, sobre todo por parte de la Casa al Saud, las Monarquías feudales ribereñas del Golfo Pérsico, Turquía y la entidad sionista, que han jugado sus cartas en función de sus propios intereses regionales. Esto, con el norte definido de derrocar el gobierno de Damasco, y l meta mencionada de arremeter contra la revolución Iraní y en apoyo de la estrategia global de Estados Unidos y la OTAN de impedir la expansión de la Federación Rusa en su ámbito geoestratégico occidental.
A medida que transcurren los años, queda claro que ninguno de los objetivos planteados para el país norafricano se cumplió y con mayor certeza, nunca se trabajó en aras de lograr concretar la idea vendida al mundo, que la intervención en Libia era por razones humanitarias. Destinada a librar de gobiernos totalitarios a poblaciones que aspiraban a un cambio de régimen. Repetido en manifestaciones corales por los gobiernos de Estados Unidos, la Unión Europea y avalados por la ONU y la Liga árabe. Esta última ha cumplido lo largo de la historia labores de más de coordinación económica que de influencia política pero, en este tipo de situaciones suele servir de tapadera para planes de intervención. Libia es un mentís a la idea que el colonialismo en la mente de políticos occidentales ha pasado.
En el análisis del politólogo italiano Manlio Dinucci ese pensamiento colonialista ha abierto el apetito de la casta política italiana, casi sin excepción que aprovechando la destrucción del Estado Libio atacado desde afuera por la OTAN y desde dentro con grupos terroristas y fuerzas especiales «ha abierto la puerta a la reconquista y la partición de Libia, donde ahora vuelve a desembarcar una Italia que pisoteando su propia constitución reactiva su pasado colonial» . En el nuevo reparto de África el Pentágono le ha asignado a la Italia de Mateo Renzi el papel de guía mientras se consolida el denominado Gobierno de Unión Nacional dirigido por Sayez Farraj, que permita intervenir «con todas las de la ley en suelo libio sin que parezca una invasión. Simple teatralización exigida por la UE para actuar como agentes colonizadores».
Patrick Haimzadeh, analista de OrientXXI, ante la proximidad de una nueva intervención en Libia, sugiere que esta fortalecería a Daesh « Sugerida desde hace dos años por los dirigentes franceses, británicos e italianos, por sus Estados Mayores y por los discípulos de la ideología neoconservadora estadounidense de la época de George W. Bush, la perspectiva de una segunda intervención militar en Libia vuelve al orden del día. El objetivo declarado sería la erradicación de Daesh en Libia, cuya capacidad de implantación sin embargo es limitada, creando más problemas que una solución e incapaces de resolverlos.
Esta vez el objetivo declarado ya no sería «la protección de la población civil», sino la erradicación de Daesh de Libia en el marco de la «guerra contra el terrorismo» relanzada tras los atentados de París del 13 de noviembre de 2015″ Haiunzadeh señala que el escenario ideal de la intervención en el que trabajan los Estados Mayores británico, francés, italiano y estadounidense sería el de una petición de ayuda del Gobierno de concertación nacional, prevista en el acuerdo firmado el 17 de diciembre en Skhirat bajo presión de las potencias occidentales y las Naciones Unidas.
Para Haiumzadeh, si esa posibilidad no pudiera llevarse a cabo en el primer semestre del año 2016 occidente aplicaría el ya clásico Plan B: intervenir sin apoyo de gobierno local legítimo. A estas alturas ciertas confesiones respecto a los «errores cometidos en Libia» o que la «situación no es óptima» parecen una perogrullada, pero no por ello se les debe dejar pasar como si esas palabras no reflejaran la profunda doble moral de políticos que hablan de paz, democracia y derechos humanos y en verdad son activos belicistas, irredentos totalitarios y violadores de esos derechos humanos. Así ha sido con George W. Bush, así se constata con Barack Hussein Obama y se descubre que la aspirante presidencial demócrata Hillary Clinton camina bajo la misma cornisa.
En declaraciones efectuadas a la cadena estadounidense CBS la Sra. Clinton defendió la agresión y bombardeo de Libia sosteniendo que «Sin nuestra participación en los bombardeos que condujeron a la caída de Gadafi o la ausencia de acción por parte de la OTAN o de miembros de la Liga árabe, probablemente habría convertido a Libia en algo como Siria lo que habría sido una situación aún más peligrosa». Particular visión de la realidad de la aspirante presidencial demócrata, pues coincidentemente, tanto en Libia como en Siria el plan es destruir estos Estados. Es la hipocresía de gobiernos que se creen llamados a establecer su visión de mundo al costo de la muerte de millones de seres humanos, la destrucción de sus sociedades y la desintegración de sus Estados.
Hillary Clinton, los correos dados a conocer por medios de comunicación estadounidenses donde se muestra su papel político e influencia sobre las decisiones en política exterior de Washington. Esto, en los inicios del despertar islámico – cuando su labor como Secretaria de Estado se encontraba en su cenit – y sobre todo un artículo publicado en dos partes en el New York Times los días 27 y 28 de febrero del 2016, permiten formarse una idea muy clara del peligro que representa para el mundo la posibilidad de tener a esta mujer dirigiendo los destinos de Estados Unidos. Si Donald Trump representa la imagen viva del payaso político republicano con posibilidades de ocupar la Casa Blanca y la posibilidad latente de seguir con una política exterior agresiva, Hillary Clinton representa la amenaza evidente, palpable, cuantificable y crónica del establishment político-militar estadounidense