Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Cuando los expertos técnicos egipcios llegaron a Etiopía el 17 de octubre para empezar las negociaciones con sus homólogos acerca del impacto que se prevé tenga la Gran Presa del Renacimiento Etíope (GERD, por sus siglas en inglés) se encontraron con una desagradable novedad. Los miembros del Consejo de Ministros de la Iniciativa de la Cuenca del Nilo, al que Egipto h vuelto tras boicotearlo desde 2010, acababan elegir al ministro etíope del Agua Seleshe Bekele para sustituir a su homólogo ugandés en la presidencia del grupo para el próximo año.
De hecho, es probable que en el año 2018 aumenten las tensiones entre Egipto y Etiopía acerca del agua, unas tensiones que duran ya una década. Parece posible una crisis del agua en Egipto puesto que Etiopía empieza los preparativos para llenar la presa, cuya construcción está a punto determinar, y Sudán planea utilizar más flujo del río. Esta crisis no solo viene a sumarse a los importantes problemas internos que padece Egipto (una economía que se tambalea, violaciones generalizadas de los derechos humanos, un presidente impopular que se enfrenta a su reelección), sino que también abre la posibilidad de un conflicto en el Cuerno de África.
Egipto es uno de los países del mundo más pobres en agua y más dependientes de ella. El Nilo le proporciona casi la totalidad de su agua dulce. El índice de dependencia (esto es, el porcentaje de fuentes de agua renovable que se originan fuera de las fronteras del país) de Egipto es del 97 %. Aproximadamente un 85 % del agua que fluye a Egipto proviene del agua de lluvia caída en las zonas montañosas de Etiopía. Sin embargo, a pesar de ser un país pobre en agua que tiene una población de casi 100 millones de habitantes en rápido crecimiento y de que se espera que traspase el umbral de «escasez absoluta de agua» para 2030, Egipto ha demostrado con sus prácticas del uso del agua estar muy poco concienciado del problema. Utiliza aproximadamente un 86 % de su agua dulce para la agricultura, en general por medio de anticuados métodos de riego a base de inundaciones (lo contrario del método del goteo) en los que se produce una abundante pérdida de agua debido a la evaporación.
Una vez que se termine la presa, que será la mayor presa hidroeléctrica de África, el gobierno etíope prevé que se tardará entre 5 y 6 años en llenarla, aunque algunos expertos egipcios han afirmado que para garantizar las estabilidad del aprovisionamiento de agua en su país la presa se debería llenar más lentamente, en entre 12 y 18 años. Un estudio elaborado por la Sociedad Geológica de Estados Unidos prevé que si se llena en 5-7 años el agua del Nilo que fluya a Egipto se reducirá un 25 %, lo que supone no solo un drástico recorte del agua disponible para el consumo sino también de una tercera parte de la electricidad generada por la Presa de Asuan.
El gobierno egipcio no ingnora estos retos inminentes aunque es indudable que la inestabilidad política que sufre el país desde 2011 ha entorpecido la eficacia de la diplomacia y de sus competencias en el ámbito del desarrollo. Sucesivos gobiernos egipcios tanto bajo los derrocados presidentes Hosni Mubarak y Mohammed Morsi como bajo el actual presidente Abdel Fattah al-Sisi han tratado durante unas 15 sesiones diplomáticas desde 2010 de persuadir a Etiopía de que acate un tratado firmado durante la era colonial que concede a Egipto to 55.500 millones de metros cúbicos anuales de agua del Nilo y a Sudán 18.500 millones. Etiopía y otras naciones situadas aguas arriba del Nilo siempre han cuestionado la legitimidad de este acuerdo en el que ellas no participaron y que no contempla sus necesidades de agua. En el marco de la Iniciativa de la Cuenca del Nilo (NBI, por sus siglas en inglés), Etiopía, Ruanda, Tanzania, Uganda y Burundi firmaron un Acuerdo Marco de Cooperación (AMC) en 2010 con el objetivo de «promover una gestión integrada, el desarrollo sostenible y un uso armonioso de los recursos acuíferos de la cuenca». Egipto y Sudán no firmaron el acuerdo, en parte debido a que permitía a los países situados aguas arriba construir presas y almacenar agua. Después de firmar el AMC Egipto congeló su adhesión tanto a la NBI como sus proyectos técnicos en el Nilo. Un año después Etiopía empezó a construir la GERD. Aunque Egipto, Etiopía y Sudán firmaron un acuerdo de cooperación en 2015 por el momento no ha dado demasiados frutos.
Egipto sufrió recientemente un grave revés diplomático cuando Sudán, su vecino del sur que tradicionalmente está bajo el influjo de El Cairo, cambió de bando. Sudán se ha alineado con Etiopía tras valorar que la GERD podría aumentar su potencial agrícola (con la ayuda de amplias inversiones de Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, que están deseando mejorar su seguridad alimentaria), y también tras firmar un acuerdo para comprar electricidad a Etiopía. Egipto se ha vuelto hacia Sudán del Sur como nuevo socio y [el presidente egipcio] Sisi ha recibido al presidente de Sudán del Sur en El Cairo. Egipto también ha apoyado el proyecto del Canal de Jonglei que desviaría agua de Sudán del Sur a Egipto.
Al mismo tiempo Egipto ha buscado aliados en el ámbito internacional para ayudar a resolver la crisis de la GERD. En agosto, por ejemplo, Egipto y Alemania anunciaron un acuerdo de cooperación y abordaron la disputa por las aguas del Nilo. Alemania ha mantenido su cooperación para el desarrollo con Egipto por valor de 1.700 millones de euros y centrada en el agua entre otras cuestiones.
Pero a pesar de la atención que algunos de los donantes prestan al cada vez más obvio problema del agua de Egipto, por el momento parece que los proyectos de desarrollo para mejorar el uso del agua (encontrar una solución racional a este problema) no tienen ni la envergadura ni están lo suficientemente centrados para abordar el hecho de que se pueda perder hasta una cuarta parte del agua dulce renovable del país. Existen proyectos de tratamiento de aguas y de desalinización, pero la mayoría de ellos están destinados a zonas urbanas o industriales, en particular los proyectos de megaconstrucciones que son la especialidad del ejército egipcio, como la nueva capital administrativa que se va a construir al este de El Cairo. Estos monumentos en el desierto no solo son poco eficientes en términos de recursos como el agua sino que desvían capital y atención de necesidades más acuciantes: actualizar las prácticas agrícolas para ahorrar agua.
Ante la proximidad de una importante disminución del flujo del Nilo para la que Egipto está mal preparada existen informes no confirmados pero inquietantes de que se va a recurrir a la presión que ejerce la cuestión de la seguridad para conseguir lo que por el momento no han logrado ni la diplomacia ni el desarrollo. Los rumores de una base militar egipcia en Eritrea así como el supuesto apoyo egipcio a los rebeldes etíopes apuntan a una tensión cada vez mayor en la zona. Aunque hasta ahora Egipto ha recurrido a la diplomacia puede estar preparando otras opciones de refuerzo más extremas para presionar a Etiopía y atraer la atención internacional en caso de que fracasen sus esfuerzos.
Michele Dunne es directora del Programa de Oriente Próximo del Carnegie Institute. Es experta en los cambios políticos y económicos de los países árabes, en particular Egipto, y de la política estadounidense en Oriente Próximo.
Katherine Pollock es investigadora del Programa de Oriente Próximo del Carnegie Institute.
Fuente: http://carnegie-mec.org/diwan/73491
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