La coalición Unidos por la Paz y la Justicia declaró que «este año hay dos momentos clave en los que la gente en Estados Unidos tendrá oportunidad de enviar un resonante mensaje de oposición a la Agenda de Bush: el 2 de noviembre y el 29 de agosto en Nueva York». La autora opina que «no hay posibilidad de que la agenda de guerra de Bush pueda ser rechazada el Día de la Elección, porque John Kerry promete continuar, y hasta fortalecer, la ocupación militar en Irak (…) sólo hay una oportunidad en la que los estadunidenses podrán expresar su rechazo total a la guerra: en las calles, fuera de la Convención Nacional Republicana»
Llevo una semana en Nueva York, mirando a la ciudad prepararse para la Convención Nacional Republicana y las protestas que la acompañarán. Mucho es predecible: histeria en la prensa amarillista sobre un estado de sitio anarquista; policías que presumen sus nuevos juguetes para controlar muchedumbres; feroces debates sobre si las manifestaciones dañarán a los republicanos o sin querer los ayudarán.
Lo que me sorprende es lo que no hay: Najaf. No está en ningún lado. Día tras día, las bombas y los tanques estadunidenses se acercan cada vez más al mausoleo del imán Alí, se informa que dañaron las paredes exteriores y arrojaron metralla al patio; diario, mueren niños en sus hogares mientras los soldados estadunidenses infligen un castigo colectivo a la ciudad sagrada; a diario, más cuerpos son molestados con los pisotones de los soldados estadunidenses en el cementerio del Valle de la Paz, sus botas se resbalan dentro de las tumbas cuando usan las lápidas como cubierta.
Seguro, los combates en Najaf llegan a los noticiarios, pero no vinculados a la elección. En vez, son relegados al estatus de un lejano y espinoso conflicto étnico, como Afganistán, Sudán o Palestina. Aun dentro del movimiento contra la guerra, los eventos en Najaf son escasamente visibles. La «entrega del poder» funcionó: Irak se ha vuelto el problema de alguien más. Es cierto que la guerra está en el centro de la campaña electoral -pero no de Irak. La discusión se centra en lo que pasó en los botes Swift hace 35 años, no sobre lo que se dejó caer desde los bombarderos estadunidenses AC-130 esta semana.
Pero mientras Vietnam acapara demasiado espacio en esta campaña, me descubro pensando en las palabras del veterano de Vietnam y novelista Tim O’Brien. En una entrevista para el documental realizado en 1980, Vietnam: la guerra de los 10 mil días, O’Brien dijo: «Mi estancia en Vietnam es una memoria de absoluta ignorancia, y me refiero a absoluta ignorancia. No sé el idioma. No me podía comunicar con los vietnamitas más que en un inglés rudimentario. No sabía nada acerca de la cultura de Vietnam. No sabía nada sobre la religión, las religiones. No sabía nada acerca de la comunidad aldeana. No sabía nada sobre las metas de la gente, si estaban a favor de la guerra o en contra… no tenía conocimiento sobre lo que quería el enemigo… y compensé esa ignorancia de un montón de maneras, algunas eran maneras malvadas: haciendo explotar cosas, quemando chozas por la frustración de ser ignorante y no saber dónde estaba
el enemigo».
Podría haber estado hablando del Irak actual. Cuando un ejército extranjero invade un país del cual prácticamente no conoce nada, hay bastante brutalidad intencional, pero también hay el no intencionado barbarismo de la ciega ignorancia. Comienza con desaires culturales y religiosos: soldados entrando de manera tempestuosa en un hogar, sin darle oportunidad a las mujeres para cubrirse las cabezas; botas militares paseándose en las mezquitas que nunca habían sido tocadas por suelas de zapatos; una señal de mano mal interpretada en una caseta con consecuencias mortales. Y ahora Najaf. No se trata sólo de que los sagrados lugares de entierro son profanados con sangre fresca; sino de que los estadunidenses parecen no darse cuenta de lo profundo de esta ofensa, y de las repercusiones que tendrá durante décadas. El mausoleo del imán Alí no es un lugar sagrado común y corriente, es el equivalente chiíta de la Capilla Sixtina. Najaf no es una ciudad iraquí más, es la ciudad de los muertos, donde los cementerios parecen no tener fin, un lugar tan sagrado que todo devoto chiíta sueña con ser enterrado ahí. Y Moqtada Sadr y sus seguidores no son un grupo de terroristas genérico más que busca matar estadunidenses; su oposición a la ocupación representa el abrumador sentimiento generalizado en Irak. Sí, si fuese elegido, Sadr intentaría convertir a Irak en una teocracia como Irán, pero por ahora sus demandas son elecciones directas y el fin de la ocupación extranjera.
Comparen la humildad de O’Brien con la altanería expresada por Glen Butler, un mayor en los marines, cuyo artículo de opinión del 23 de agosto en The New York Times parece haber sido escrito por Karl Rove [asesor estrella de Bush]. Butler se jacta de que a pesar de que ha estado en Irak durante poco más de un mes, «conoce un poco sobre el califa, sobre los cinco pilares y sobre Alá». Y explica que los vuelos rasantes sobre los cementerios de Najaf, no exacerban el odio anti-estadunidense en el mundo árabe, sino que «atacan la fuente de la amenaza». El piloto alegremente descarta a sus enemigos y los califica de luchadores extranjeros y ex baatistas, y de ser «algunos iraquíes frustrados que se preocupan de que la cultura Wal-Mart transgreda su barrio».
Es difícil saber por dónde comenzar. El ejército Mahdi que Butler ataca está compuesto por ciudadanos iraquíes, no extranjeros. No son baatistas, eran los más oprimidos bajo el régimen de Saddam y vitorearon su derrocamiento. Y no están preocupados de que Wal-Mart vaya a tomar por asalto su barrio, están enfurecidos porque no tienen electricidad ni plantas tratadoras de agua a pesar de los miles de millones de dólares prometidos para la reconstrucción.
Antes de que los seguidores de Sadr comenzaran su levantamiento, demandaron elecciones y el fin de la ocupación mediante sermones, protestas pacíficas y artículos periodísticos. Las fuerzas estadunidenses respondieron: clausuraron sus diarios, abrieron fuego sobre sus manifestaciones y bombardearon sus barrios. Fue entonces que Sadr emprendió la guerra contra la ocupación. Y cada tiro lanzado desde el helicóptero de Butler no hace que Des Moines y Santa Mónica estén más seguros, como afirma. Hace que el ejército Mahdi se fortalezca.
Mientras escribo esto, días antes de la Convención Republicana, el plan para manifestarse parece expresar una indignación generalizada sobre Irak, decir «no a la guerra» y «no a la agenda de Bush». Este es un mensaje importante, pero no es suficiente. También necesitamos escuchar demandas específicas acerca de poner fin al desastroso estado de sitio en Najaf, y apoyo inequívoco a los iraquíes que están desesperados por que haya democracia y por que finalice
la ocupación.
[La coalición] Unidos por la Paz y la Justicia declaró que «este año hay dos momentos clave en los que la gente en Estados Unidos tendrá la oportunidad de enviar un resonante mensaje de oposición a la Agenda de Bush: el 2 de noviembre y el 29 de agosto, en la ciudad de Nueva York». Tristemente, no es así: no hay posibilidad de que la agenda de guerra de Bush pueda ser claramente rechazada el Día de la Elección, porque John Kerry promete continuar, y hasta fortalecer, la ocupación militar en Irak. Lo cual significa que sólo hay una oportunidad en la que los estadunidenses podrán expresar su rechazo total a la guerra en Irak: en las calles, fuera de la Convención Nacional Republicana. Es hora de llevar Najaf a Nueva York.
(Traducción: Tania Molina Ramírez. Copyright Naomi Klein 2004. Una versión de este texto fue publicado en The Nation -www.thenation.com)
Naomi Klein es autora de No Logo y Vallas y ventanas