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La escuela de teología cristiana «Dios quiere que conduzca un Cadillac»

Fuentes: www.dissidentvoice.org

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Los peligros inherentes en la comercialización y politización de las prácticas religiosas en un intento de imponer la ideología religiosa a un sistema político democrático parecen haberse hecho más escalofriantes ahora de lo que eran el 18 de diciembre de 2000, cuando el presidente electo de entonces, George W. Bush, declaró a un entrevistador después de reunirse con el jefe de la Reserva Federal Alan Greenspan: «Si esto fuera una dictadura, sería muchísimo más fácil, siempre que yo sea el dictador».

Mientras mi mujer y yo conversábamos esta mañana, de alguna manera llegamos al «sermón más memorable que yo haya oído» como tópico de conversación. Tuve que decir que el sermón más memorable e instructivo que recuerde fue el que escuché en una estación de radio cristiana en el profundo sudeste de Texas a fines de los años 70. Yo trabajaba como técnico en reparaciones de máquinas de escribir y comerciales en esa época de mi vida, y llegaba a casa con unos 150 dólares por semana para tratar de mantener a una familia de cuatro. Pasaba por lo menos un par de horas de mi día de trabajo conduciendo una furgoneta Ford Econoline o un pequeño hatchback Chevette, escuchando las estaciones locales de radio mientras viajaba de un sitio a otro. Esto fue durante una era en la que la prosperidad era un tópico extremadamente popular entre los predicadores fundamentalistas cristianos, muchos de los cuales aún no habían descubierto las glorias del Gran Israel y del Libro de las Revelaciones [Apocalipsis]. No me sorprendió escuchar al individuo en la radio hablando de prosperidad, pero al escuchar me di cuenta rápidamente de que tenía una perspectiva muy personal. Desde luego, no puedo recordar exactamente sus palabras después de todos estos años, pero el predicador inició su sermón como sigue: «El Señor quiere que seas próspero, y el Señor quiere que yo sea próspero. Dios quiere satisfacer todas nuestras necesidades espirituales y materiales». Después de unos minutos de creciente grandilocuencia sobre el deseo de Dios de que los cristianos vivan vidas prósperas, el predicador informó a su audiencia radiofónica que le había llamado la atención que muchos de los mensajeros y profetas de prosperidad de Dios conducen Cadillacs. «Dios», dijo el predicador, «¡me ha revelado que Quiere que yo también conduzca un Cadillac!» La propiedad de un Cadillac, sugirió el predicador, es una indicación de la gracia y la aprobación divina. «Dios», dijo el predicador, «quiere que hagas tu parte: Dios quiere que vayas ahora mismo, saques tu libreta de cheques y te sientes y escribas un cheque a Southland Radio Ministries. Quiero que reces al respecto. Quiero que preguntes a Dios en cuánto Southland Radio Ministries ha enriquecido tu vida espiritual y cuánto vale este ministerio. Dios quiere que hagas tu parte».

Ahora bien, no tengo nada en contra de alguien que maneje un Cadillac. Son buenos coches y estoy seguro de que mucha gente buena y decente, creyentes y no-creyentes, poseen, conducen y gozan con un Cadillac. Aunque no siento deseo de poseer o conducir uno, no me es difícil concebir circunstancias en las que la posesión de un Cadillac puede ciertamente estar en armonía con la gracia y la voluntad de Dios, o que un no-creyente pueda tenerlo con una buena conciencia. Pero la noción de que Dios quiera que Sus mensajeros y profetas mediáticos posean grandes riquezas, gocen de vidas fáciles, poderosas e influyentes, y que conduzcan Cadillac, y que forme una parte esencial del plan de Dios que miembros del público oyente o vidente abandonen todo y corran a buscar sus libretas de cheques para lograr que ese plan para la prosperidad de Sus mensajeros y profetas fructifique, me pareció entonces, igual que ahora, como una teología cristiana vergonzosamente endeble. Mi problema es que entonces no podía, y tampoco puedo ahora, encontrar alguna parte de la filosofía y de las enseñanzas de Jesús en todo el asunto. En realidad, parece más bien una malinterpretación fundamental del Nuevo Testamento.

Ese sermón radial llegó a ser algo como un icono en mi entendimiento del Cristianismo Estadounidense. He llegado a pensar que es representativo de lo que podría llamarse la escuela de teología cristiana de «Dios quiere que conduzca un Cadillac». Y he llegado a comprender a través de los años que el mensaje central de la escuela de teología cristiana de que «Dios quiere que conduzca un Cadillac» en todas sus numerosas y variadas permutaciones es enormemente atractivo para numerosos cristianos estadounidenses. Para algunos no es nada menos que una justificación teológica del egoísmo y la codicia. Es un mensaje tan seductor que forma la visión del mundo de algunos así llamados cristianos y los lleva a reorganizar sus vidas a su alrededor. Es un mensaje mediático que tiene muchos seguidores y que ha desarrollado efectos sinergistas. En una edad de la información que se concentra cada vez más en el consumo, el bienestar material y el progreso tecnológico, el evangelio neocristiano de prosperidad es un mensaje adorado por el EE.UU. corporativo y los influyentes think-tanks conservadores. Es un mensaje apreciado por los medios corporativos, por razones obvias.

En épocas anteriores, las civilizaciones cristianas construyeron grandes, espléndidas, catedrales, muchas de las cuales sobreviven hasta nuestros días. Las grandes catedrales fueron los principales logros arquitectónicos de épocas pretéritas y en muchos casos fueron los esfuerzos más costosos de esas épocas, aparte de las guerras. En la actualidad, en EE.UU., nuestros mayores logros arquitectónicos tienden a ser los centros comerciales y los más espléndidos parecen inspirar algo parecido a reverencia en estadounidenses que regularmente rinden culto, ¡ay!, perdónenme, van de compras en ellos. Muchos que se llaman cristianos parecen particularmente cómodos con modos de vida y creencias que podrían conducir a un observador ignorante a creer que Jesús predicó un evangelio de «Dios quiere que cargue mi Cadillac Escalade en el Mall de América antes de que llegue el Gran Día del Señor».

Uno de los problemas con el evangelio de «Dios quiere que conduzca un Cadillac» es que crea un modo de pensar en el que todo el que no puede ser aprovechado en su apoyo es visto como, bueno, inútil, sin valor. Los que se le oponen son considerados con diversos grados de desconfianza y alarma. Dependiendo del tono y de la sustancia de la oposición, los que disienten del floreciente evangelio neocristiano de prosperidad a cualquier costo tenderán a ser considerados como peligrosos, como una amenaza que hay que controlar. Tengo el problema de que no llego a ver a Jesús tras el volante de un todo-terreno de 3,5 toneladas acelerando hacia el centro comercial, igual como no puedo imaginar a Jesús como un Dios vengativo de furor e ira en el Capítulo 19 del libro final del Nuevo Testamento, el Apocalipsis de San Juan, volviendo a la tierra sobre un caballo blanco, con Sus ojos como una llama de fuego, Su ropa teñida en sangre, Su lengua, una espada aguda, en Su mano una vara de hierro para herir y someter a las naciones del mundo. En los primeros días de la guerra de conquista de la administración Bush en Irak, Heritage Foundation, un think-tank conservador, anunció que Jesús estaba a favor de la guerra y, presumiblemente, de la campaña de bombardeo de choque y conmoción. ¡Qué raro!, no me había dado cuenta de que Jesús estaba tan interesado en las reservas petrolíferas de Irak. Pero, no importa cuánto necesitan las naciones del mundo que se las someta, no encuentro nada en nuestros documentos escritos sobre las palabras y hechos históricos de Jesús que sugiera que la visión cristiano-sionista de un Dios colérico de venganza violenta y destructiva sea otra cosa que el producto profunda y trágicamente viciado de mentes peligrosamente confusas y espíritus insensatos.

Supongo que se podría decir que desconfío más que un poco de los llamados cristianos de EE.UU. que se excitan tanto por someter a golpes y bombas a las masas paganas, ignorantes, sucias, que se niegan a adoptar los papeles que les han sido asignados en lo que muchos estadounidenses parecen pensar es el plan de inspiración divina de su gobierno de lograr la prosperidad, conocido estos días como globalización. Pero, si el concepto del evangelio neocristiano de prosperidad basado en mercados globalizados, mantenidos y reforzados por cualquier medio que sea considerado necesario por la política de guerra preventiva de la administración Bush, es inquietante, no puedo pensar que haya algún tema o aspecto importante respecto al cual se me pueda persuadir para que acepte lo que dicen las acaudaladas personalidades mediáticas cristiano-sionistas del culto del Apocalipsis o los políticos cuyas carreras promueven. Parecería que todos, sin excepción, predican alguna versión aderezada del evangelio de «Dios quiere que conduzca un Cadillac». A primera vista, es un mensaje decididamente miope y egoísta. Es un mensaje que no ofrece absolutamente ninguna ayuda a seres humanos razonables, racionales, creyentes o no-creyentes, muchos de los cuales han llegado a reconocer, por ejemplo, los obstáculos que existen entre ellos y una política energética económicamente sostenible y benigna hacia el entorno. (Dios sabe que es casi tan difícil encontrar modos de salir de un sistema económico que destruye sistemáticamente el medio ambiente, como es limitar los excesos horrorosamente destructivos del gobierno de EE.UU., que lanzó desde el aire unos 7 millones de toneladas de munición de alta potencia explosiva sobre el Sudeste Asiático durante la Guerra de Vietnam, el triple de la cantidad lanzada por los Aliados contra todos los países enemigos durante la II Guerra Mundial, matando a casi un millón y medio de civiles, y que subvencionó la matanza por el gobierno israelí de 20.000 libaneses, en su mayoría civiles, sólo durante la guerra de 1982.) Es un mensaje que dice: «Al diablo con las enseñanzas del Jesús histórico – voy a agarrar lo mío y al cuerno con el que se ponga en mi camino». Aunque no tengo forma de saber en qué otros vehículos, si fuera así, puede haber pensado Dios para los auto-engrandecidos líderes cristianos neoconservadores del culto del Apocalipsis, puedo decir que parece suficientemente claro que los planes de Jesús no incluían y no incluyen ni el insensato saqueo y ruina del planeta o la implacable explotación, la brutal opresión, la limpieza étnica y el asesinato masivo de los discriminados, de los pobres o de los no-educados en cualquier sitio de la tierra para que algún grupo racial, religioso o nacional, que goce supuestamente de una relación exclusiva con Dios, pueda prosperar.

Demasiados estadounidenses, en su mayoría gente que nunca ha viajado más allá de nuestras fronteras, parecen pensar que EE.UU. es el mundo, mientras ignoran o descartan despreocupadamente las preocupaciones legítimas de los que se encuentran en el extranjero, incluyendo a nuestros aliados, que se ven directa y a menudo muy negativamente afectados por las políticas externas de nuestro gobierno y las actividades rapaces de las corporaciones estadounidenses en el exterior. A muchos estadounidenses no se les ha pasado por la cabeza que los atentados que costaron las vidas de unas 200 personas en Madrid en marzo de este año fueron un resultado indirecto del continuo desastre que es la política exterior de nuestro gobierno en Medio Oriente y un resultado directo del apoyo poco meditado e impopular del primer ministro español José María Aznar a la guerra de la administración Bush en Irak. Los estadounidenses tienden a pensar que el mundo cambió el 11 de septiembre de 2001, pero ha pasado mucho tiempo desde que los europeos tuvieron el dudoso lujo de poder ignorar los efectos perjudiciales de los errores en política exterior de sus gobiernos. Nunca olvidaré un espectáculo inesperado que me recibió en el aeropuerto de Frankfurt cuando llegué a Alemania en enero de 1990. Un artista de graffiti, con un sardónico sentido del humor, había garabateado sobre un puesto de venta de periódicos, junto al logo de USA Today [EE.UU. hoy]: «Mañana el mundo». La pegatina más memorable sobre un coche que pude ver durante los siete meses que trabajé y viajé por Europa durante 1990 fue una que decía: «Cada cual es extranjero, en casi todas partes». Los graffiti y la pegatina fueron y son representativos de una percepción no atípica europea del mundo en general que aún, hoy en día, demasiados pocos estadounidenses están calificados para comprender o apreciar.

Me pregunto si los cristianos-sionistas de EE.UU. creen realmente que Jesús sonríe sobre un EE.UU. que se despreocupa tan decididamente de los derechos, las aspiraciones legítimas y las necesidades de sus vecinos, un EE.UU. que se despreocupa de tal manera de Su creación que parece decidido a alterar el medio ambiente del planeta de modos que podrían tener consecuencias catastróficas que ninguno de nosotros o las futuras generaciones podrán evitar o escapar. Tengo que decir que me es imposible reconocer el espíritu de Jesús en los cristianos-sionistas neoconservadores. Es un EE.UU. que gasta más petróleo, unos 20 millones de barriles por día, que la cantidad total utilizada por las seis naciones que lo siguen en el máximo consumo de petróleo – que probablemente se convertirá en una vara de hierra metafórica que impactará las vidas de estadounidenses de un modo tan negativo en todos sus aspectos como el impacto que tiene sobre las vidas de los ciudadanos de otras naciones en todo el globo. ¿Dónde se encuentra en los Evangelios alguna indicación de que Jesús represente a un Dios ansioso de castigar a Sus hijos equivocados?

Tal vez Falwell, Graham, Robertson, Bush, Cheney, Rumsfeld y compañía tengan intenciones de llegar a las puertas del Paraíso en sus limosinas blindadas con una escolta de la policía militar. Por mi parte, prefiero esforzarme por tener una conciencia tranquila y las manos limpias. Para este cristiano, una cosa parece perfectamente clara: si el Día del Juicio Final llega tarde o temprano, llegará y bastante pronto. En esta vida prefiero estar con los que, sean religiosos o no-creyentes, se oponen al fanatismo religioso y al excepcionalismo del culto del día del juicio final al mismo tiempo que defienden los derechos humanos para todos: hombres, mujeres y niños, sin diferencias de raza, religión o nacionalidad. Prefiero estar con esos hombres y mujeres en esta vida, en parte porque espero estar con ellos en la próxima. Como escribió Alex Cockburn sobre Edward Said poco después de su muerte en septiembre de 2003: «Marchamos por la vida animados por compañeros de los que sabemos que marchan con nosotros, bajo las mismas banderas, con los mismos colores, sostenidos por las mismas esperanzas y convicciones. Podrán estar a mil kilómetros de distancia, podremos no haber hablado con ellos durante meses; pero su camaradería está marcada con fuego en nuestras almas y nos sostiene el saber que están con nosotros en este mundo».

Si alguien siente la necesidad de ir a buscar su libreta de cheques, será un placer darle información sobre una organización caritativa responsable que asegura atención sanitaria desesperadamente necesitada por niños heridos y mutilados por la locura militar en Palestina, Irak y Afganistán.

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Michael Gillespie es un periodista independiente de Ames, Iowa, que escribe sobre política, medios y relaciones entre religiones. Aunque estudió la historia del terrorismo político en Harvard, no se mercadea como «experto en terrorismo». Su trabajo aparece frecuentemente en Washington Report on Middle East Affairs.



http://www.dissidentvoice.org/Oct04/Gillespie1026.htm