Los resultados provisionales de los comicios presidenciales en Estados Unidos de América dan como claro vencedor al candidato republicano George Walker Bush, que habría obtenido casi cuatro millones de votos más que el candidato demócrata John Kerry. A falta de confirmar los resultados finales de Ohio, Iowa y Nuevo México, todo indica que nos esperan […]
Los resultados provisionales de los comicios presidenciales en Estados Unidos de América dan como claro vencedor al candidato republicano George Walker Bush, que habría obtenido casi cuatro millones de votos más que el candidato demócrata John Kerry. A falta de confirmar los resultados finales de Ohio, Iowa y Nuevo México, todo indica que nos esperan cuatro años más bajo la presidencia del instigador de la «guerra mundial contra el terrorismo», que disfrutará además de mayoría en el Congreso y en el Senado. La victoria de Bush que se ha dado con la participación popular más alta de las últimas décadas (60%), bajo la supervisión de miles de observadores y cosechando el mayor número de votos populares desde la creación del país (58 millones) no tiene duda y es incontestable, guste o no el sistema de voto delegado y mayoritario que se utiliza en el país norteamericano. Una vez pasada la campaña electoral y la propia votación y a falta de que se confirme la victoria del candidato republicano en el colegio electoral, reconocida ya por su oponente, es momento de hacer algunas consideraciones sobre el proceso, la salud de la democracia estadounidense y el futuro que nos puede deparar otros cuatro años de presidencia del tándem Bush-Cheney. En primer lugar conviene adquirir una cierta distancia analítica, tras el bombardeo de informaciones acríticas que hemos sufrido en nuestro país por parte de la mayoría de medios informativos, incluidos los del grupo público EiTB. Una catarata de informaciones y reportajes en que se vendía una supuesta lucha por la Casa Blanca entre un candidato reaccionario y otro progresista, ignorando al tercero en discordia, Ralph Nader, y envolviendo a la opinión pública con la idea de que la victoria de Kerry suponía un mal menor. Lo cierto es que se ha librado una batalla por el poder entre dos oligarquías político-financieras, engrasadas por millones de dólares procedentes de empresas multinacionales y con conexiones en los principales mass media estadounidenses. Una pelea entre dos candidatos conservadores, que en Europa serían calificados de extremistas y que han centrado su disputa en intentar demostrar que son el «campeón del antiterrorismo». No es de recibo plantear que Kerry tiene un perfil de centro progresista cuando se trata de un senador multimillonario cuya mejor idea en política exterior ha consistido en proponer aumentar la presencia estadounidense en Irak en 40.000 efectivos. Kerry no se ha separado un milímetro del militarismo de Bush, no ha ofrecido ideas alternativas en los temas decisivos y ha perdido. En segundo lugar toca decir que la democracia de Estados Unidos sufre de una fuerte anemia, con un sistema bipartidista que ahoga la presencia de candidatos outsider y reemplaza el combate de las ideas por cuñas publicitarias en las que se trata de ridiculizar al contrincante con chistes de mal gusto. La desaparición del debate político de ideas-fuerza originales, como las prestaciones sociales, el derecho al trabajo, el medio ambiente, la sanidad o los derechos de las minorías étnicas y lingüísticas evidencia que la salud de esa democracia es endeble, con un sistema de partidos reconvertido en una pugna entre dos grandes aparatos de marketing político, alejados de las preocupaciones de la mayoría social y obsesionados exclusivamente con la caza del voto. Por último se puede adelantar el panorama internacional que se adivina tras la reelección de Bush. Un escenario en el que va a seguir primando como eje central la política de «guerra preventiva», la separación entre estados amigos y enemigos, el desprecio a Europa y el reforzamiento de la doctrina de seguridad. Acabar la «tarea» emprendida en Afganistán e Irak será una prioridad a corto plazo y no se debe descartar que la lista de países a atacar se pueda ampliar, en la medida que los intereses del complejo económico-militar que domina la Administración de Washington así lo estime conveniente. –