El gobierno de Estados Unidos es, por su propia definición, terrorista y bajo las leyes -nacional e internacional- el presidente George W. Bush y sus asociados enfrentan la pena de muerte por sus acciones, pero también es obvio que esto jamás será tomado en serio, ya que se ha comprobado que los gobernantes de este […]
El gobierno de Estados Unidos es, por su propia definición, terrorista y bajo las leyes -nacional e internacional- el presidente George W. Bush y sus asociados enfrentan la pena de muerte por sus acciones, pero también es obvio que esto jamás será tomado en serio, ya que se ha comprobado que los gobernantes de este país nunca operan sujetos a las leyes, afirmó Noam Chomsky.
Durante una presentación anoche en un auditorio repleto -decenas de jóvenes debieron permanecer afuera por falta de cupo- en la universidad de Nueva York, Chomsky ofreció una vez más una amplia y profunda crítica del poder estadunidense y sus consecuencias mundiales. Hablando con su usual tono mesurado, destruye la versión oficial de la historia.
Hay verdades muy simples, dice, y están completamente a la vista, no hay nada complicado en reconocer que «los que están en el poder establecen las reglas». Simpre, añade, ha sido el caso: «las normas (del comportamiento internacional) se establecen por los poderosos y son legitimizadas por los intelectuales».
Destaca que las normas establecidas para crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad en Nuremberg fueron, desde su origen, definidas como «un crimen es un crimen llevado a cabo por otro y no yo». Recuerda que prisioneros alemanes fueron exonerados cuando podían demostrar que los aliados habían cometido el mismo tipo de crimen de guerra.
Lo diferente ahora -una posición expresada por el nuevo procurador general de Estados Unidos- es que ha llegado la hora de anular las Convenciones de Ginebra por completo para evitar que los estadunidenses sean sujetos a sus reglas en esta nueva «guerra contra el terror».
Toma las noticias de ayer sobre Fallujah como ejemplo. Chomsky cita la Convención de Ginebra según la cual los hospitales no pueden ser atacados ni ser objetivos militares, y señala que los estadunidenses atacaron el Hospital General de Fallujah, tomaron presos a los médicos y pacientes, y afirmaron que el hospital representaba «una arma mayor de propaganda», ya que de ahí salían los informes sobre bajas civiles en la guerra.
Esta acción, reportada por el New York Times y otros medios, fue grabada en fotos de los militares estadunidenses dentro del hospital. Fue una violación clara y comprobable de la Convención de Ginebra. Según la Ley de Crímenes de Guerra de 1996, que forma parte del código federal de Estados Unidos, este tipo de violación a la Convención por estadunidenses puede ser castigada con la cárcel y, si hay muertos como resultado, con la pena de muerte para los responsables.
«El presidente y sus asociados deberán enfrentar la pena de muerte bajo la ley», afirmó Chomsky, y agregó que a la vez «es ridículo entretener la idea de que líderes estadunidenses son sujetos a la ley de la nación». Claro, añadió, nadie lo considera como propuesta seria pero precisamente esto revela algo fundamental: el concepto de la universalidad del derecho internacional claramente no es aplicable a Estados Unidos, de hecho, jamás lo ha sido.
Chomsky argumenta que este es un punto básico y hace el recuento de varios ejemplos, incluido el rechazo al fallo contra Washington de la Corte Mundial que proclamó esencialmente que Estados Unidos estaba cometiendo actos de terrorismo contra Nicaragua en los 80, el apoyo clandestino a fuerzas terroristas en el sur de Africa en la misma década, y otros más.
Para Chomsky, el nombramiento de John Negroponte como embajador estadunidense a Irak es más revelador, ya que este «pro-cónsul» de Honduras fue el encargado de coordinar las actividades terroristas en Nicaragua. O la reciente visita del secretario de Defensa Donald Rumsfeld a El Salvador, otro «Estado cliente» de Estados Unidos, para elogiar la democracia y recordar la defensa del país centroaméricano contra la «insurgencia», sin mencionar que costó 70 mil vidas. O Colombia, donde también se apoya directamente actividades terroristas del Estado y sus aliados.
«No es coincidencia que Colombia es a la vez el país con el peor récord de derechos humanos y el mayor receptor de asistencia estadunidense en el hemisferio», afirma Chomsky. «Eso es un patrón casi siempre presente en varias regiones del mundo», y menciona a Turquía como otro ejemplo.
Subrayó que según las definiciones oficiales de Washington sobre el terrorismo, tanto el que es patrocinado por estados como los países que albergan terroristas (recordó a los terroristas cubanos anticastristas como Orlando Bosch y sus aliados, y los haitianos que viven en este país), Estados Unidos es un Estado terrorista.
Así, la definición «no es utilizable», ya que «la definición de terrorismo es virtualmente la misma que la política oficial de Estados Unidos… aunque aquí se le llama antiterrorismo. Claramente, Estados Unidos está comprometido con el terrorismo. Eso es fácilmente comprobable».
Si uno sigue la lógica de la definición oficial del terrorismo y la doctrina de Bush del derecho a un ataque preventivo contra esas fuerzas y los Estados que las patrocinan, sostuvo, se puede argumentar que «Cuba, Nicaragua y otros tienen el derecho de bombardear Estados Unidos».
Chomsky reiteró que Estados Unidos -como todo poder y vencedor en la historia- establece cuál es la excepción al concepto de la universalidad en torno al derecho internacional. Peor aún, los medios y gran parte de los intelectuales y políticos no sólo no cuestionan esto, sino que lo toman como punto de partida.
«Esto no es nada nuevo», aunque sí hay algunos elementos diferentes hoy día, señala. Uno es que la capacidad destructiva de fuerzas terroristas, sean extremistas fundamentalistas o Washington, es mayor que nunca (y advierte que es sólo cuestión de tiempo antes de que armas de destrucción masiva y terrorismo se mezclen), y emplear ejércitos privados o paramilitares en lugares como Irak y Colombia. «Esa es buena política neoliberal, privatizar las atrocidades», dice.
Chomsky finaliza, empapando a su público con información extensa, sí, pero más que nada, desmantelando engaños y enormes mentiras para revelar verdades potencialmente peligrosas, esas que podrían desatar pensamiento y, quién sabe, hasta rebeldía.
No es por nada que haya sido presentado anoche como «el disidente más prominente de Estados Unidos».