El próximo día 27 de este mes de febrero se cumplen treinta años de la creación de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). En estas tres décadas se ha pasado de la guerra a los acuerdos de alto el fuego, pero no se ha conseguido el principal objetivo del pueblo saharaui: su independencia. La vida […]
El próximo día 27 de este mes de febrero se cumplen treinta años de la creación de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). En estas tres décadas se ha pasado de la guerra a los acuerdos de alto el fuego, pero no se ha conseguido el principal objetivo del pueblo saharaui: su independencia. La vida en los campamentos de Tinduf (Argelia) se sigue organizando con el corazón puesto en la vuelta a casa: el Sahara Occidental.
Han pasado treinta años desde que hombres, mujeres y niños huyeron hacia esa antigua encrucijada de rutas caravaneras para librarse de las matanzas y bombardeos con napalm que acompañaron el avance de las fuerzas marroquíes por el territorio del Sahara Occidental. Entonces cruzaban la frontera argelina extenuados por el hambre, la sed, el frío y una larga marcha a pie, sin apenas pertenencias y sin imaginar que aquella extensión de piedras y polvo conocida como la hamada podía convertirse en un lugar habitable. No sólo lograron sobrevivir, sino que hicieron del lugar más inhóspito del desierto su segundo hogar y lograron que la proclamación el 27 de febrero de 1976 de la República Árabe Saharaui Democrática se convirtiera en una realidad.
Ahora los campamentos de los refugiados saharauis han sustituido los espacios vacíos con jaimas de muros de adobe que dan al paisaje la apariencia de pueblos modestos donde, sin embargo, es posible hallar facilidades como la línea de alta velocidad para Internet que se acaba de inaugurar con la colaboración de diversas organizaciones no gubernamentales. La magia de la nueva era de las comunicaciones ha convertido así un cibercafé en los territorios saharauis ocupados por Marruecos en una especie de unidad móvil. Allí, gracias también a las informaciones que otros compañeros le suministran desde la calle llamando a su teléfono móvil, una joven se convierte en los ojos y oídos de los compatriotas que, especialmente en Tinduf, siguen en vilo la retransmisión de ese nuevo episodio de la intifada cruzando los dedos para que no haya ningún familiar entre la lista de detenidos y apaleados que la improvisada locutora va haciendo públicos.
«Es una de las jóvenes de la generación de los ochenta. La mayor parte de los que conectan con nosotros desde allí lo son», comenta Nama, el principal experto de telecomunicaciones de los campamentos saharauis, refiriéndose a la franja de población nacida después de la Marcha Verde, que sirvió de tapadera para la entrega española a Marruecos de un territorio que, de acuerdo al derecho internacional, la potencia administradora no podía abandonar sin haber llevado a término una descolonización que tiene que pasar por una consulta en la que los saharauis decidan libremente si desean formar parte de Marruecos o ser independientes.
Nama recoge ése y otros testimonios de las comunicaciones virtuales con estudiantes saharauis, obligados por la política de marroquinización de los invasores a formarse en las ciudades del norte de Marruecos y los entrega a los servicios informativos saharauis. Su difusión a través de la emisora de radio y la televisión que los refugiados también acaban de inaugurar, es uno de los elementos, junto a las imágenes captadas por las cámaras digitales o los teléfonos móviles, con que los participantes en la intifada saharaui han sor-teado el aislamiento en que los invasores mantienen la antigua colonia española. Impedir el acceso al territorio de observadores e informadores ya no basta para evitar que la comunidad internacional se entere de los brutales métodos con los que Marruecos mantiene su presencia en el Sahara.
La información tiene, además, un efecto movilizador entre los refugiados en Tinduf. La valentía de esta chica y de sus compañeros demuestra lo equivocados que estaban los marroquíes cuando decían que el tiempo jugaba en contra del Polisario porque el dinero que estaban destinando al desarrollo del Sahara iba a borrar el independentismo en las generaciones que no habían conocido la guerra. Ahora son estos jóvenes los que tiran del carro de las protestas.
Lo que no han podido remediar las nuevas tecnolo-gías es el vacío y la tristeza ante la imposibilidad de que esos encuentros virtuales sustituyan el calor del abrazo en directo entre los familiares y amigos que llevan ya treinta años divididos por los muros marroquíes. «La situación es desesperante. La ONU no ha dicho ni mu sobre los saharauis asesinados -ya van cuatro- por la represión marroquí en las zonas ocupadas. Parece como si los que agredieron e invadieron tuviesen bula para hacer lo que les da la gana mientras que las víctimas estamos con las manos atadas por culpa de un plan de paz que parece que sirve sólo para que Marruecos no tenga que preocuparse de los gastos y quebraderos de cabeza que antes del alto el fuego le causaban los ataques del Frente Polisario», dice un joven de la generación de los ochenta de los campamentos, uno de los miles que está dispuesto a tomar las armas a la mínima señal. «Menos mal que la intifada le está demostrando a los marroquíes que la complicidad de las grandes potencias no lo puede todo», añade.
LAS NUEVAS GENERACIONES
La generación de los ochenta de los campamentos está inquieta. Los dirigentes del Polisario admiten que muchos de estos jóvenes les reprochan ahora haber caído en la trampa de un plan de paz que se ha convertido en la mejor baza de la monarquía marroquí en su estrategia de política de hechos consumados con el Sahara.
Los que fueron los jóvenes impacientes de los setenta y se lanzaron a la lucha armada del Polisario, en un primer momento contra la colonia española, son los que ahora recomiendan prudencia. Una de sus preocupaciones es que en el relevo generacional no cunda la admiración por el modelo de lucha de los extremistas palestinos y que, mientras no se tome la decisión de volver a las armas, los nuevos combatientes se integren de pleno en la estrategia para consolidar y mejorar esa retaguardia de la lucha saharaui que son los campamentos.
«Ha habido un antes y un después en la organización de los campamentos», explica Abidin Bucharaya, diplomático saharaui que encabeza la expedición de españoles de Castilla-La Mancha que, aprovechando un largo puente, han fletado un avión para visitar en los campamentos a los hijos adoptivos que hospedan durante los meses de vacaciones de verano. «Primero fue la época de la guerra en la que el interés individual no existía porque lo fundamental era el colectivo y todas las familias tenían lo mismo, comían los mismo y los niños vestían la misma ropa; pero el establecimiento del alto el fuego y la perspectiva de la celebración del referéndum prevista inicialmente para 1992 ha impuesto una transición que hay que aprovechar como antesala de la independencia, tanto para ensayar el modelo de Estado que tendríamos que poner en marcha en caso de ganar el referéndum, como para mentalizar a la población de que tiene que estar preparada para salir adelante en una situación en la que ya no podría contar con la sopa boba de la solidaridad internacional, ni con un estado paternalista que lo piensa y lo decide todo».
EL APOYO DE LAS FAMILIAS ESPAÑOLAS
Por el momento, los saharauis van compensando la reducción de las ayudas alimentarias y sanitarias con la tradicional ayuda argelina, la fidelidad de las asociaciones de solidaridad españolas y el balón de oxígeno que introdujo en los campamentos el pago de las pensiones a los militares saharauis que sirvieron en el ejército español. El programa de Vacaciones en paz, en el que participan unas 35.000 familias españolas, ha establecido vínculos de solidaridad tan fuertes con el entorno del niño acogido en verano que en invierno empujan a viajar a Tinduf cargados de regalos para «sus» familias saharauis a españoles de todas las autonomías.
El apoyo de las familias españolas y las pensiones de los jubilados han sido claves para la aparición en los campamentos de pequeños lujos que no dan de comer pero que hacen más llevadera la insoportable espera del referéndum y que delatan la creciente presencia entre las jaimas de cabras y camellas o la proliferación de paneles solares y antenas parabólicas para captar la televisión española. Además, estas modestas inyecciones económicas han hecho brotar una pequeña economía de mercado que fluye en los pequeños negocios que ahora anuncian en árabe y español la venta de productos alimentarios, servicios como el alquiler de taxis o pequeños locutorios telefónicos.
Para lograrlo, se sirven una vez más de la mujer, alma y motor de los campamentos, con iniciativas como las que promueven las escuelas profesionales para mujeres, que en el campamento de Dajla dirige Maima Saida. Allí, las mujeres que quieren ampliar sus conocimientos tienen un amplio abanico de posibilidades que van desde el estudio de la informática, los idiomas extranjeros, medios audiovisuales, costura, trabajos artesanales o peluquería. Vienen muchas jóvenes entre 18 y 25 años que no pueden ampliar sus estudios y mujeres que ya han criado a sus hijos.
«El objetivo es que la mujer, que ha llevado el peso de la organización de los campamentos durante estos años, pueda tener un oficio que le asegure una fuente de ingresos y contribuya a su autoestima», dice al explicar que los cursos más solicitados son los de idiomas e informática pero que los que hasta ahora han creado más empleo son los de costura y peluquería.
Maima, ingeniera de telecomunicaciones, ha renunciado por el momento a ejercer su profesión. Cuando estudiaba, esperaba poder ejercer en un Sahara libre. «Todo lo que se haga a favor de las mujeres, redundará en beneficio de los campamentos, que ellas mantienen con su constante entrega y sacrificio».
Cree que a los saharauis les ha perjudicado mucho el no dar la imagen de esos africanos que esperan desesperados al pie del camión y se pelean para llevarse los sacos de la ayuda. «Pero a veces -asegura- te gustaría que te mirasen con otros ojos, como un ser que tienes sentimientos e ilusiones y quiere construir algo, incluso en este infierno, para convertirlo en un paraíso. No hace falta pasar hambre para sufrir. Basta con la desesperación de no poder planificar tu vida más allá del día siguiente. Y mi generación, la de los ochenta, nunca ha podido pensar en el futuro porque nacimos esperando un referéndum que no llega».