Traducido del inglés al castellano por Germán Leyens, miembro del colectivo de traductores de Rebelión y asimismo de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística ([email protected]). Esta traducción es copyleft
Hace algunos años, en Florencia, me sumé a una marcha de miles de trabajadores en protesta contra el aumento de la edad de jubilación por parte del gobierno italiano. Anteriormente, los trabajadores podían jubilar después de 35 años de trabajo, pero una nueva ley no les permitiría recibir una pensión hasta que cumplieran 65 años.
Mi mujer señaló la ironía de marchar en solidaridad con trabajadores que tenían derechos que los usamericanos ni podían llegar a imaginar. Más tarde, varios italianos me preguntaron por qué el trabajador usamericano promedio no tiene seguro de salud, salarios más elevados, mejores condiciones de jubilación, más vacaciones y derechos que los que los trabajadores italianos consideran normales. ¿Cómo podemos ser tan estúpidos? Me costó explicar por qué los usamericanos apoyan a millonarios y multimillonarios en lugar de pensar en sí mismos. Nunca lo comprendieron y yo tampoco logro hacerlo.
Cuando volví a casa, los votantes en California rechazaron una ley que habría asegurado atención sanitaria para más trabajadores, pagada por los empleadores. La ley había pasado el legislativo y había sido firmada por el gobernador, pero antes de que pudiera ser implementada las corporaciones convencieron a los votantes que fuera sometida a votación. Sorprendentemente, el aumento de los costes sanitarios estaba en primer lugar en la lista de preocupaciones de los votantes y a pesar de ello votaron en su contra.
Mientras los estudiantes y los trabajadores franceses marchan para protestar contra una nueva ley que permitiría a los empleadores despedir a empleados sin causa durante sus dos primeros años de empleo, sería lógico que los trabajadores usamericanos simpatizaran con ellos. No lo hacen. Cuando dije que estaba de parte de los trabajadores, un amigo me criticó por tomar partido en lugar de considerar todos los aspectos del tema. Otro amigo con salario mínimo se excitó cuando protesté contra los cortes de impuestos para los ricos y afirmó: «No he renunciado al sueño de llegar algún día a ser rico.»
Muchos de nosotros no nos consideramos trabajadores, aunque un 80% de nosotros ganamos un salario por hora que apenas ha sido ajustado a la inflación durante los últimos 30 años. A los ricos, con el apoyo de nuestros votos, les va bien. El 20% de arriba representa casi la mitad de los gastos de consumo, mientras que el 80% inferior comparte el 54% restante. Desde 1984, 30 millones de trabajadores a tiempo completo han sido despedidos y obligados a aceptar puestos de trabajo a salarios más bajos, mientras que el 1% más rico de los hogares aumentaron su parte en la riqueza corporativa de un 39% en 1991 a un 59% en la actualidad.
La reacción de los medios ante la huelga de los trabajadores franceses indica la razón por la cual los trabajadores usamericanos no votan por sus propios intereses. A pesar de las afirmaciones derechistas sobre el prejuicio de los medios «liberales», los medios refuerzan actitudes dañinas para la gente trabajadora. Un análisis reciente de la cobertura de las huelgas francesas en la prensa usamericana de FAIR (siglas en inglés de Imparcialidad y Exactitud en la Información) un grupo de control de los medios, ilustra de dónde sacan sus actitudes los usamericanos.
Un editorial de Los Angeles Times recomendó que los franceses exijan que se relajen todas las garantías laborales, mientras que el «liberal» The New York Times sugirió que los franceses relajen sus «rígidas leyes laborales» y recorten «prestaciones costosas.» Fox News dijo: «los trabajadores no quieren trabajar» y afirmó que los franceses están molestos porque no pueden conseguir un «trabajo flojo en el que no hacen nada.» ABC y CBS se burlaron de los manifestantes, y cuando se le preguntó sobre la injusticia de permitir que los mandamases despidan a trabajadores sin causa, un periodista dijo: «Pero es así en todo el mundo.»
U.S. News & World Report ignoró la realidad de que los trabajadores franceses son más productivos que los usamericanos y sermoneó a los franceses sobre su semana de 35 horas, seis semanas de vacaciones pagadas por año, y su seguridad de los puestos de trabajo, que van por el camino del «dodo.» Bill O’Reilly de Fox condenó lo que calificó de «socialismo» usamericano que garantizaría a los trabajadores «una casa, atención sanitaria, un lindo salario, (y) prestaciones de jubilación.»
Los usamericanos sueltan peroratas sobre las creencias antigubernamentales que les son inyectadas por cientos de thinktanks, apoyados por los más ricos de los ricos, corporaciones que tratan de evitar la regulación gubernamental y los impuestos; iglesias que anhelan un retorno a la Edad de las tinieblas, y otras fuerzas derechistas que promueven programas para controlar el país. Cada semana publican cientos de artículos de opinión, informes, programas de televisión, comentarios y argumentos bien articulados para convencer a la gente que se identifique con individualistas independientes, partidarios del laissez-faire, que se oponen a todo programa gubernamental que trate de regular a los trabajadores que venden su tiempo por el cheque del sueldo.
Es sorprendente que los trabajadores usamericanos apoyen el programa de los capitalistas inescrupulosos del Siglo XVIII del Partido Republicano, un partido que constantemente vota contra sus intereses: reducciones de impuestos para los ricos, jueces que apoyen a los monopolios y siempre deciden a favor de las corporaciones; destrucción del medio ambiente; desregulación de las reglas que proteger a los consumidores y trabajadores; apoyo para un complejo codicioso militar-industrial-farmacéutico; una galopante corrupción empresarial y parlamentaria; y un Congreso que se niega a aumentar el salario mínimo, mientras aumentó su propio pago siete veces en ocho años.
Los trabajadores no existimos para crear una clase gobernante acaudalada: es hora que exijamos que se protejan nuestros intereses y que una minoría deje de obtener la mejor parte de los beneficios de la sociedad. Es hora de que comencemos a identificarnos con otros trabajadores y encontremos una causa común por la corrección de las injusticias y para que se termine con la corrupción legalizada. Por lo menos, es hora de que votemos por nuestros propios intereses y que salgamos a las calles cuando estos son ignorados.
Don Monkerud es un escritor de Aptos, California que se ocupa de temas culturales, sociales y políticos