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Retórica republicana: Despiste demócrata

Hay que romper el cartel del Gran Petróleo

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión y Tlaxcala por Germán Leyens

¡Qué semana vivieron las gigantescas compañías petroleras! Una suma récord de miles de millones de ganancias trimestrales récord fluye a sus tesoros. Y viene otra onda aún mayor de ganancias por trimestre. Una bonanza pantagruélica de remuneraciones para los ejecutivos. Y una pila de excusas de «fuerzas más allá de nuestro control» para publicitar en respuesta a la indignación vacía de contenido de los políticos en Washington y un verdadero apretón para los consumidores y las pequeñas empresas.

El petrolero Bush, a la cabeza de su gobierno salpimentado de ex ejecutivos petroleros en altas posiciones, reitera que hay poco que pueda hacer. Se trata de un mercado de oferta y demanda. Sólo fuel cells e hidrógeno podrán salvar al país en algún momento de la dependencia del petróleo extranjero, antes del fin del Siglo XXI, dice una y otra vez. Y más perforaciones en el Refugio Natural del Ártico.

El acaloramiento público por los precios de la energía lo empujó, sin embargo, a cambiar un poco de retórica. Repitió su advertencia de que su gobierno no tolerará extorsión alguna. Sin embargo, los abúlicos periodistas no le preguntaron si alguna vez ha atrapado a algún extorsionista. Pero farfulló algo sobre estándares de economía de combustible más elevados para que los coches traguen menos gasolina. Dijo que a mediados de mayo se reunirá con los ejecutivos de las compañías automovilísticas nacionales en la Casa Blanca. Elogió de nuevo el etanol. Visitó una gasolinera en Mississippi para sentir el dolor de los automovilistas.

¿Terminará Hollywood por irse de Washington, DC?

En el Congreso – alias cumbres borrascosas – los republicanos comienzan a hablar sin rodeos, balbuceando sobre más impuestos a los beneficios de la industria del petróleo – una idea que Bush anunció que vetaría el año pasado. Los demócratas ni siquiera se pueden poner de acuerdo en un impuesto al exceso de beneficios, y prefieren la grasienta vendita de que se elimine el impuesto de 18,4 centavos a la gasolina durante sesenta días. Este nuevo desvío es patético ya que ofrece un respiro al precio de la gasolina de la industria que se dispara lejos de la franja entre 3 y 4 dólares por galón en muchos sitios.

Unos pocos, muy pocos, miembros del Congreso, como el senador Byron Dorgan (demócrata de Dakota del norte) saben lo que hay que hacer con esta industria y su viejo dominio sobre el gobierno federal. Primero, hay que recapturar los beneficios expoliadores y devolverlos ahora mismo a los consumidores. El gobierno también debe invertir en sistemas de transporte público avanzados.

El Gran Petróleo ha vivido una orgía de matrimonios y las fusiones, incluyendo el matrimonio de Exxon (número uno) y Mobil (número dos), han reforzado aún más el cartel corporativo del petróleo que se nutre con el cartel de los productores de petróleo en el exterior. Es necesario que venga una acción antimonopolista que lo deshaga.

La afirmación de los magnates del petróleo de que sólo reaccionan ante el mercado de oferta y demanda es ridícula. ¿Por qué obtienen beneficios dobles y triples? ¿Por qué sus máximos ejecutivos triplican sus propios emolumentos? Vendedores de petróleo en dificultades no obtendrían semejantes fastuosos beneficios y aumentos en espiral de su paga. 144.000 dólares cada día al presidente de Exxon, Lee Raymond, desde 1993, y luego lo despachan con 398 millones de dólares como compensación de pensión.

Una industria del petróleo nacional competitiva no podría cerrar montones de refinerías y luego convertir la «falta de refinerías» en mayores precios de gasolina en las gasolineras. Compañías competitivas tampoco se saldrían con la suya con un rendimiento del capital de un 46% para operaciones de perforación y producción, más un 32% por la refinación y la venta. Steven Pearlstein, periodista económico del Washington Post llama esos rendimientos «rendimientos de hedge fund [fondo de protección].» Con la excepción de que en los hedge funds existe un peligro de perder de vez en cuando. No es el caso cuando se trata del gobierno corporativo del Gran Petróleo.

Un presidente, preocupado por su guerra criminal, amañada, en Iraq, no permitiría que los usamericanos se quedaran indefensos mientras los precios del petróleo se comen sus presupuestos familiares. Un presidente con agallas ordenaría una investigación en todos los frentes de las prácticas de fijación de precios de la industria del petróleo, desde el pozo petrolífero hasta la estación de servicio.

Haría pleno uso de órdenes de comparecencia y de testimonio público bajo juramento de los mandamases del petróleo ante sus agencias reguladoras. Organizaría con su mayoría republicana en el Congreso una revocación de las desorbitadas reducciones de impuestos pasadas y recientes y dejaría de regalar el petróleo en la propiedad federal en el Golfo de México a las compañías petroleras sin el pago de ningún royalty. Presionaría por un impuesto al exceso de beneficios y por legislación que aumente por estatuto el uso más eficiente de combustible de vehículos motorizados nuevos, incluyendo los todo terreno, las camionetas y los camiones ligeros.

Un presidente con agallas aumentaría los requerimientos de márgenes de beneficios para reducir la especulación con futuros de petróleo que se inflan en la Bolsa Mercantil de Nueva York y que contribuyen a precios más elevados de gasolina y combustible. Apoyaría aranceles sobre productos refinados importados para impulsar a las compañías a expandir y construir refinerías más limpias en USA. ¿Dónde? Exactamente en algunos de los emplazamientos en los que la industria petrolera cerró esas refinerías durante los últimos treinta años para contratar una producción general y transferir las operaciones al extranjero a lugares con mano de obra barata.

Un presidente que da la cara se dirigiría a la nación para movilizar a empresas pequeñas y mayores que utilizan petróleo para que se unan a los consumidores en una causa común contra las sacudidas inflacionarias que se avecinan, que aumentarán los precios de numerosos productos y que conducirán a mayores tasas de interés de la Reserva Federal.

Bush nunca podrá mostrar una iniciativa semejante por el pueblo de USA que ya cree por un margen de 2 a 1 que le preocupan más los intereses del Gran Dinero que los de la gente de a pie.

Pero la movilización de las pequeñas empresas puede llevarlo a ceder y a permitir que ocurran algunos de estos cambios.

La revuelta de las pequeñas empresas puede comenzar con algunos cientos de camioneros en dificultades económicas, que lleven sus camiones de 18 ruedas a Washington en una protesta que rodee en un amplio arco el Congreso y la Casa Blanca y los edificios federales cercanos. Ahora eso sería más que un mensaje, Sería una imagen visual irresistible para las cámaras de televisión, día tras día.

http://www.counterpunch.org/nader04292006.html

Germán Leyens es miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala (www.tlaxcala.es), la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft.