En toda mi vida lo único que siempre anhelé fue ser madre. Jamás ni siquiera pensé en hacerme de una carrera porque siempre quise tener hijos. Mi propia familia fue bastante disfuncional durante mi niñez y sencillamente lo único que yo quería era tener una familia propia a quien amar y educar. Cuando Pat y […]
En toda mi vida lo único que siempre anhelé fue ser madre. Jamás ni siquiera pensé en hacerme de una carrera porque siempre quise tener hijos. Mi propia familia fue bastante disfuncional durante mi niñez y sencillamente lo único que yo quería era tener una familia propia a quien amar y educar.
Cuando Pat y yo supimos que estaba embarazada de Casey, desde el principio nos pusimos contentísimos. Llevábamos más de un año de casados cuando decidimos que queríamos comenzar a tener hijos, y salí embarazada desde el primer mes que lo intentamos.
Casey nació el Día de los Muertos por la Patria, el 29 de mayo de 1979. No podía quitar los ojos de mi querido hijo recién nacido. Era un niño muy despierto, sus ojos atravesaban mi alma y siempre parecía como si él supiera lo que yo estaba pensando. Era un bebé muy bueno, aunque le gustaba quedarse despierto hasta avanzada la noche. Casey y yo solíamos ver muchas películas viejas en blanco y negro mientras lo mecíamos en el sillón que nos regaló el abuelo Miller.
Casey no tenía ni un año de edad cuando salí embarazada de Carly. Después que Casey nació, Pat y yo decidimos que tendríamos a cualquier otro hijo en el propio hogar, de modo que yo no tendría que dejar a Casey para ir al hospital a parir a los bebés, y así los nacimientos estarían más bajo nuestro control. Cuando yo estaba en medio del trabajo de parto de Carly, Casey venía con su cámara de juguete marca Fisher-Price y me decía: «Di ojal, mamá». Y pretendía tomarme la foto y luego salía de la habitación para ser adorado por sus diversas abuelas, tías y otros amigos y parientes que se habían reunido para el nacimiento de nuestro segundo bello bebé, Carly.
Yo amaba tanto a Casey que cuando estaba embarazada de Carly, me preguntaba cómo podría acomodar más amor en mi corazón para otro hijo. Después de que ella nació, descubrí que el corazón humano no tiene límites en cuanto al amor que puede guardar. Con el nacimiento de Andrew y Janey nuestra familia y nuestros corazones se expandieron proporcionalmente y estábamos completos: mamá, papá, dos varones, dos hembras…todo lo hacíamos juntos y éramos una familia muy unida.
Cuando Casey resultó muerto en la malhadada guerra lucrativa de George, nuestra familia quedó destruida. Muchas personas bien intencionadas me decían: al menos todavía te quedan otros tres hijos. Aunque eso es técnicamente correcto, no sirve de mucha ayuda. ¿A quién puede ocurrírsele decir a una persona a la que se le ha amputado un brazo: «Bueno, perdiste un brazo, pero al menos te quedan otros 3 miembros?» Me siento muy afortunada de estar bendecida con una familia tan maravillosa y grande. Conozco a muchas madres cuyos únicos hijos fueron robados por BushCo en su ambición de dinero y poder, pero yo soy la madre de cuatro, no de tres; y Carly, Andy, y Janey tenían a un hermano mayor, que siempre fue parte de sus vidas, y fue asesinado por mentiras.
Yo no estaba planificando tener más hijos, mi bebé tiene 20 años y yo paso de los 50, pero tener que extirparme el útero el otro día no fue menos traumático —allí llevé y alimenté a los cuatro amores de mi vida y eso era parte de mi. Me recuperaré de la cirugía y finalmente será agradable dejar de sangrar y recuperarme físicamente. Sin embargo, el dolor de parto y el dolor que estoy sintiendo en estos momentos no son nada en comparación con el dolor que sentí el 4 de abril de 2004 cuando me enteré de que mi hijo mayor había recibido un disparo en la cabeza en una emboscada por parte de combatientes de la resistencia iraquí que querían que él y los Estados Unidos de América se fueran de su país. Jamás podré recuperarme totalmente del dolor de perder a un hijo. Las heridas se restañan; las incisiones sanan; los huesos fracturados se corrigen; pero no es fácil, por no decir imposible, volver a armar un corazón hecho añicos por la muerte de un hijo.
Sigo aquí en Texas recuperándome de las intervenciones quirúrgicas a las que se sido sometida, y para la semana que viene espero estar en condiciones de ir a protestar contra George con el Alcalde Rocky en Salt Lake City y pienso estar totalmente bien para cuando regrese a Crawford para el fin de semana del Día del Trabajo. Al parecer George Bush es un «tipo normal» que se reúne con sus electores, de modo que espero ansiosamente lograr finalmente la reunión que llevo pidiendo desde hace un año para encontrarme con él.
Quiero la reunión para recitarle a George todos sus engaños. Si él o los demás neoconservadores nunca dijeron las palabras exactas: «Saddam ordenó el ataque del 9 de septiembre», sí repitieron una y otra vez las conexiones y también nos dijeron que Saddam tenía armas de destrucción en masa y que Saddam estaba tratando de comprar óxido de uranio bruto del Níger. Quiero reunirme con George para poder expresarle en términos muy humanos y emotivos lo doloroso que es sepultar una parte de sí mismo. Aunque no sea por mentiras, no es natural ni normal sepultar a un hijo. Quiero reunirme con George para exigirle que haga que nuestros otros hijos salgan de la pesadilla de Iraq y regresen a sus hogares, incluso mientras los belicistas están activando a más infantes de marina para ir al Medio Oriente, y que no deje que mueran otros soldados que solo quieren regresar a casa.
Quiero la reunión porque no quiero que ninguna otra madre sienta este dolor innecesario e implacable. Aun cuando algunas personas tratan de diabolizarme y atribuyen motivos siniestros a mi búsqueda de la paz, este es mi objetivo básico. Ningún otro.