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La globalización es un disolvente poderoso de las costumbres y culturas locales y un corruptor de las clases dirigentes del tercer mundo

Somalia, pozo de dolor

Fuentes: Mundo Árabe

Antes de la invasión etíope apoyada por Estados Unidos, los Tribunales Islámicos habían instalado en el país un orden suficiente para que las ONG internacionales pudieran trabajar. Las heridas de Somalia, que poco a poco se habían ido cerrando, se han vuelto a abrir. Con apoyo y pertrechos de Estados Unidos, Etiopía ha invadido Somalia […]

Antes de la invasión etíope apoyada por Estados Unidos, los Tribunales Islámicos habían instalado en el país un orden suficiente para que las ONG internacionales pudieran trabajar.

Las heridas de Somalia, que poco a poco se habían ido cerrando, se han vuelto a abrir. Con apoyo y pertrechos de Estados Unidos, Etiopía ha invadido Somalia y ha derrotado de manera aplastante a los Tribunales Islámicos que habían restablecido una especie de normalidad por primera vez desde 1991. Este movimiento somalí era una solución estrictamente casera a una anarquía interminable debida en buena parte a una intervención extranjera que venía de antiguo.
La razón por la que Washington ha empujado a uno de los países más pobres del mundo a invadir Somalia es el miedo al establecimiento de una base de Al Qaeda cerca del estrecho de Bab el Mandeb, un paso vital que conecta Arabia Saudí y el Mar Rojo con el Golfo de Adén.
Como la típica infección que se aprovecha de un organismo debilitado, Al Qaeda se instala en los estados fallidos. ¿Qué es lo que hace que un estado no funcione? La globalización es un disolvente poderoso de las costumbres y culturas locales y un corruptor de las clases dirigentes del tercer mundo. En un sistema en el que incluso los grandes estados han perdido una parte considerable del control de su soberanía, la globalización puede arruinar la autoridad de un estado marginal.
Desde los días del Profeta, el islam ha demostrado su capacidad para crear orden a partir de un caos primitivo. La ley islámica o sharia es como un «kit portátil de orden político social» listo para desembalarlo e instalarlo rápidamente para establecer con carácter inmediato un sistema de autogestión de justicia, de fácil comprensión y puesta en práctica. La sharia es especialmente eficaz allí donde las lealtades tribales implican que no exista un gobierno de la mayoría que pueda ser considerado equitativo. Según The Washington Post, los musulmanes de Ruanda, de los que unos eran hutus y otros tutsis, no tomaron parte en el genocidio de 1994 y hutus musulmanes salvaron motu propio vidas de tutsis cristianos. Las ventajas de la sharia en el infierno de Somalia eran evidentes.
Antes de la invasión etíope, los Tribunales Islámicos habían implantado en el país un orden suficiente para que las organizaciones internacionales de ayuda pudieran trabajar. Si se les hubiera prestado apoyo y se hubiera colaborado en sus esfuerzos por organizar en Somalia una cierta realidad que funcionara y en la que se pudiera vivir, ¿acaso los Tribunales Islámicos habrían puesto en peligro esta ayuda con su colaboración con Al Qaeda? Atacar indiscriminadamente la ley islámica equivale a arrojarla irremediablemente en brazos de la organización terrorista de Bin Laden.
El catedrático de Historia Niall Ferguson, de la Universidad de Harvard, ha escrito en el Los Angeles Times que «al menos durante la guerra fría podía darse por descontado que nuestro hijo de puta [nuestro dirigente anticomunista en el país correspondiente] impondría una modalidad brutal de orden. Ahora, en plena guerra contra el terrorismo, Estados Unidos prefiere un país dividido entre múltiples hijos de puta que un país gobernado según la ley de la sharia. Sin embargo, cuanto más la política exterior de Washington promueva la anarquía en lugar del orden, más fuerte será el atractivo de los movimientos islamistas.

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Antes de la invasión etíope apoyada por Estados Unidos, los Tribunales Islámicos habían instalado en el país un orden suficiente para que las ONG internacionales pudieran trabajar.

Las heridas de Somalia, que poco a poco se habían ido cerrando, se han vuelto a abrir. Con apoyo y pertrechos de Estados Unidos, Etiopía ha invadido Somalia y ha derrotado de manera aplastante a los Tribunales Islámicos que habían restablecido una especie de normalidad por primera vez desde 1991. Este movimiento somalí era una solución estrictamente casera a una anarquía interminable debida en buena parte a una intervención extranjera que venía de antiguo.

La razón por la que Washington ha empujado a uno de los países más pobres del mundo a invadir Somalia es el miedo al establecimiento de una base de Al Qaeda cerca del estrecho de Bab el Mandeb, un paso vital que conecta Arabia Saudí y el Mar Rojo con el Golfo de Adén.

Como la típica infección que se aprovecha de un organismo debilitado, Al Qaeda se instala en los estados fallidos. ¿Qué es lo que hace que un estado no funcione? La globalización es un disolvente poderoso de las costumbres y culturas locales y un corruptor de las clases dirigentes del tercer mundo. En un sistema en el que incluso los grandes estados han perdido una parte considerable del control de su soberanía, la globalización puede arruinar la autoridad de un estado marginal.

Desde los días del Profeta, el islam ha demostrado su capacidad para crear orden a partir de un caos primitivo. La ley islámica o sharia es como un «kit portátil de orden político social» listo para desembalarlo e instalarlo rápidamente para establecer con carácter inmediato un sistema de autogestión de justicia, de fácil comprensión y puesta en práctica. La sharia es especialmente eficaz allí donde las lealtades tribales implican que no exista un gobierno de la mayoría que pueda ser considerado equitativo. Según The Washington Post, los musulmanes de Ruanda, de los que unos eran hutus y otros tutsis, no tomaron parte en el genocidio de 1994 y hutus musulmanes salvaron motu propio vidas de tutsis cristianos. Las ventajas de la sharia en el infierno de Somalia eran evidentes.

Antes de la invasión etíope, los Tribunales Islámicos habían implantado en el país un orden suficiente para que las organizaciones internacionales de ayuda pudieran trabajar. Si se les hubiera prestado apoyo y se hubiera colaborado en sus esfuerzos por organizar en Somalia una cierta realidad que funcionara y en la que se pudiera vivir, ¿acaso los Tribunales Islámicos habrían puesto en peligro esta ayuda con su colaboración con Al Qaeda? Atacar indiscriminadamente la ley islámica equivale a arrojarla irremediablemente en brazos de la organización terrorista de Bin Laden.

El catedrático de Historia Niall Ferguson, de la Universidad de Harvard, ha escrito en el Los Angeles Times que «al menos durante la guerra fría podía darse por descontado que nuestro hijo de puta [nuestro dirigente anticomunista en el país correspondiente] impondría una modalidad brutal de orden. Ahora, en plena guerra contra el terrorismo, Estados Unidos prefiere un país dividido entre múltiples hijos de puta que un país gobernado según la ley de la sharia. Sin embargo, cuanto más la política exterior de Washington promueva la anarquía en lugar del orden, más fuerte será el atractivo de los movimientos islamistas.

ciente para que las ONG internacionales pudieran trabajar.

Las heridas de Somalia, que poco a poco se habían ido cerrando, se han vuelto a abrir. Con apoyo y pertrechos de Estados Unidos, Etiopía ha invadido Somalia y ha derrotado de manera aplastante a los Tribunales Islámicos que habían restablecido una especie de normalidad por primera vez desde 1991. Este movimiento somalí era una solución estrictamente casera a una anarquía interminable debida en buena parte a una intervención extranjera que venía de antiguo.

La razón por la que Washington ha empujado a uno de los países más pobres del mundo a invadir Somalia es el miedo al establecimiento de una base de Al Qaeda cerca del estrecho de Bab el Mandeb, un paso vital que conecta Arabia Saudí y el Mar Rojo con el Golfo de Adén.

Como la típica infección que se aprovecha de un organismo debilitado, Al Qaeda se instala en los estados fallidos. ¿Qué es lo que hace que un estado no funcione? La globalización es un disolvente poderoso de las costumbres y culturas locales y un corruptor de las clases dirigentes del tercer mundo. En un sistema en el que incluso los grandes estados han perdido una parte considerable del control de su soberanía, la globalización puede arruinar la autoridad de un estado marginal.

Desde los días del Profeta, el islam ha demostrado su capacidad para crear orden a partir de un caos primitivo. La ley islámica o sharia es como un «kit portátil de orden político social» listo para desembalarlo e instalarlo rápidamente para establecer con carácter inmediato un sistema de autogestión de justicia, de fácil comprensión y puesta en práctica. La sharia es especialmente eficaz allí donde las lealtades tribales implican que no exista un gobierno de la mayoría que pueda ser considerado equitativo. Según The Washington Post, los musulmanes de Ruanda, de los que unos eran hutus y otros tutsis, no tomaron parte en el genocidio de 1994 y hutus musulmanes salvaron motu propio vidas de tutsis cristianos. Las ventajas de la sharia en el infierno de Somalia eran evidentes.

Antes de la invasión etíope, los Tribunales Islámicos habían implantado en el país un orden suficiente para que las organizaciones internacionales de ayuda pudieran trabajar. Si se les hubiera prestado apoyo y se hubiera colaborado en sus esfuerzos por organizar en Somalia una cierta realidad que funcionara y en la que se pudiera vivir, ¿acaso los Tribunales Islámicos habrían puesto en peligro esta ayuda con su colaboración con Al Qaeda? Atacar indiscriminadamente la ley islámica equivale a arrojarla irremediablemente en brazos de la organización terrorista de Bin Laden.

El catedrático de Historia Niall Ferguson, de la Universidad de Harvard, ha escrito en el Los Angeles Times que «al menos durante la guerra fría podía darse por descontado que nuestro hijo de puta [nuestro dirigente anticomunista en el país correspondiente] impondría una modalidad brutal de orden. Ahora, en plena guerra contra el terrorismo, Estados Unidos prefiere un país dividido entre múltiples hijos de puta que un país gobernado según la ley de la sharia. Sin embargo, cuanto más la política exterior de Washington promueva la anarquía en lugar del orden, más fuerte será el atractivo de los movimientos islamistas.