Los treinta últimos países en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de Naciones Unidas son africanos. Dicho así, queda en fría estadística. Después de reflexionar un poco es tan sólo la constatación de un desastre. Las cifras pueden ser sólo eso, números, pero también pueden decir mucho sobre una realidad concreta, la africana, enfrentada a […]
Los treinta últimos países en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de Naciones Unidas son africanos. Dicho así, queda en fría estadística. Después de reflexionar un poco es tan sólo la constatación de un desastre. Las cifras pueden ser sólo eso, números, pero también pueden decir mucho sobre una realidad concreta, la africana, enfrentada a un presente desalentador, plagado de enfermedades, guerras, miseria y dictaduras y a un futuro incierto, a medio camino entre el optimismo de quienes creen que finalmente explotará su potencial, enorme, y quienes auguran un devenir calamitoso para el continente.
África es la única región en la que ha aumentado la pobreza en los últimos veinticinco años. En cuatro países (Botswana, Uganda, Zambia y Zimbabwe) la esperanza de vida ha descendido desde 1975. En otros veintidós es inferior a los 46 años.
África es un continente poderoso, lleno de riqueza y de contrastes, que exporta futbolistas multimillonarios mientras se estanca en su desarrollo, con algunas ciudades plagadas de coches de gama alta que transitan por las calles de un arrabal con índices de miseria que no llegamos a imaginarnos. Un lugar lleno de gente de paz y abocado a los conflictos más sangrientos acontecidos en el mundo después de la II Guerra Mundial (recuerden el Congo o Ruanda); un continente rico en recursos materiales, humanos, culturales, históricos y pobre, mísero, en lo material.
Población, migraciones y fuga de cerebros
El inmenso e inabarcable continente se muere de sida. De los cerca de 45 millones de enfermos de VIH que hay en el mundo, treinta millones se encuentran en África, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Poco pueden hacer los médicos locales, que además buscan un futuro mejor a la mínima oportunidad, ellos que pueden. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), cada año se van a vivir al primer mundo 20.000 titulados en Medicina. Consecuencias de esta fuga de cerebros: 38 los 47 países de África no cumplen con el mínimo de 20 médicos por cada 100.000 habitantes. En una situación de auténtica locura, ante la falta de personal, los países africanos se gastan el 35% de su ayuda al desarrollo en fichar médicos y personal capacitado.
África afronta otros problemas ligados a los movimientos migratorios. Su población actual ronda los 940 millones, según el Anuario 2006 publicado por Mundo Negro, y ha aumentado en 75 millones en tres años. Es lo que se llama una bomba demográfica. Por supuesto, la mayoría de los países no pueden crear las condiciones para que estos jóvenes encuentren una salida en el mercado laboral. Solución: la migración interna que ha convertido a África en protagonista de uno de los más grandes flujos migratorios de los últimos siglos. Ahora bien, una vez que en las colapsadas Lagos, Gabón, Luanda, Kinshasa o Johannesburgo el joven no encuentra alternativas, busca la salida en el extranjero. Si se sigue este ritmo, en pocos años uno de cada diez africanos vivirá fuera del continente. Migración interna y externa afectan, sobre todo, al campo, donde en unos años no quedará ni siquiera quien mantenga la agricultura de subsistencia de la que vive la población más pobre.
Además, resultado de guerras y enfrentamientos que sólo en los últimos años parecen haber remitido, todavía hay tres millones de refugiados y dos millones de desplazados.
Las mujeres, la esperanza
En este contexto las mujeres se presentan como la gran esperanza de un continente que ya es femenino en su día a día. Las mujeres son las responsables de entre el 70 y el 90% de las transacciones comerciales, el 80% de la producción de alimentos y tres cuartas partes del trabajo agrícola.
Además, poco a poco se han ido colando en espacios de decisión. La llegada de Ellen Jonson-Sirleaf al poder en Liberia fue sólo el síntoma de un cambio que antes había llevado a la keniata Wangari Maathai a conseguir el Premio Nóbel de la Paz o a la mozambiqueña Luisa Diogo a ser primera ministra de su país. Y son sólo algunos ejemplos. El problema, como siempre, radica en que junto con estos progresos, el matrimonio forzado, la ablación del clítoris y otras aberraciones siguen siendo habituales y la discriminación en otros ámbitos de la vida algo palpable, sobre todo en los sectores financiero o industrial.
La injerencia extranjera
Alpha Omar Konaré, presidente de la Unión Africana dijo en 2005 que «África tiene buena parte de la responsabilidad en sus propios problemas, y debe estar dispuesta a poner orden en sus propios asuntos». Resumen perfecto de una tarea pendiente de la mayor parte de los dirigentes de un continente aquejado de cierto victimismo.
Dicho esto, es cierto que África sufre las consecuencias de desastres en los que poco o nada ha tenido que ver. Por ejemplo, el cambio climático. Paradójicamente, el continente africano será el más afectado por los efectos del calentamiento global, según se constató en la XII Conferencia sobre el Clima de Nairobi (Kenia, septiembre de 2006).
Pero además la sociedad africana tiene que sufrir las consecuencias de un fenómeno a corto plazo más devastador. Francia y Estados Unidos durante la guerra fría y ahora también China se disputan lo mejor de las riquezas de este continente. Y para eso no hay límites. Las versiones van desde la depredadora Françafrique, compendio de mafiosos al servicio de los intereses de París, pasando por el sutil chantaje financiero de los estadounidenses o la agresiva estrategia china. Eso sí, aderezada con sus dosis de corrupción, violencia siempre que sea necesaria (incluso financiando a los dos bandos de un mismo conflicto, como hacía la petrolera ELF en Angola), connivencia con los peores regímenes y apoyo a dictadorzuelos que adoran a sus amos. Sólo un ejemplo: durante la última cumbre franco-africana un grupo de gobernadores africanos pidió al presidente francés, Jaques Chirac, que se volviese a presentar a las elecciones. Chirac, el amigo de asesinos como Omar Bongo, Paul Biya o Hassan II, por citar sólo tres ilustres nombres. Las sociedades de Gabón, Camerún o Marruecos nunca habrían secundado la petición de estos mandatarios. Otro gran problema africano: el abismo entre la muy reducida elite gobernante y el resto de la sociedad.
Mientras se solucionan estos problemas y se buscan salidas al enorme potencial del continente, el desastre se consuma, delante de nuestras narices.