Traducido por Yudelkis Domínguez y revisado por Ana María Acosta, del Equipo de Traductores de Cubadebate y Rebelión
En los últimos meses, debido al deterioro de la situación en Iraq, el gobierno de Bush ha cambiado su estrategia con relación al Oriente Medio de manera significativa, tanto en su diplomacia pública como en sus operaciones encubiertas. El «cambio de dirección», como algunas personas en la Casa Blanca denominan la nueva estrategia, ha provocado que los Estados Unidos estén a punto de un enfrentamierento abierto con Irán y, en algunas partes de la región, los ha lanzado a un creciente conflicto sectario entre chiítas y sunitas.
Para socavar a Irán, donde predominan los chiítas, el gobierno de Bush ha decidido, de hecho, reorganizar sus prioridades en el Oriente Medio. En el Líbano, la Administración ha colaborado con el Gobierno de Arabia Saudita, que es sunita, en operaciones clandestinas que pretenden debilitar al Hezbolá, organización chiíta que cuenta con el apoyo de Irán. Los Estados Unidos, además, han participado en las operaciones clandestinas contra Irán y su aliado Siria. Una consecuencia de estas actividades es el fortalecimiento de grupos extremistas sunitas que propugnan una visión militante del Islam, son hostiles a los Estados Unidos y apoyan a Al Qaeda.
Un aspecto contradictorio de la nueva estrategia es que, en Iraq, la violencia insurgente contra el Ejército estadounidense, proviene principalmente de fuerzas sunitas y no chiítas. Así y todo, desde la perspectiva de la Administración, la consecuencia estratégica más profunda -e imprevista- de la guerra iraquí es la potenciación de Irán. Su presidente, Mahmoud Ahmadinejad, ha hecho desafiantes declaraciones sobre la destrucción del derecho de Israel y de su país a continuar con su programa nuclear. Por otro lado, la pasada semana su líder religioso supremo, Ayatollah Ali Khamenei, afirmó en la televisión estatal que «la realidad en la región demuestra que el frente arrogante, dirigido por los Estados Unidos y sus aliados, será el principal perdedor en la región».
Después que la revolución de 1979 llevó al poder a un gobierno religioso, los Estados Unidos rompieron con Irán y estrecharon sus relaciones con los líderes de los Estados árabes sunitas, tales como Jordán, Egipto y Arabia Saudita. Esa artimaña se tornó más compleja tras los ataques del 11 de septiembre, sobre todo con respecto de los Sauditas. Al Qaeda es una organización sunita, y muchos de sus agentes proceden de círculos religiosos extremistas en Arabia Saudita. Antes de la invasión a Iraq, en 2003, funcionarios gubernamentales, influenciados por ideólogos neoconservadores, dieron por sentado que la instauración de un gobierno chiíta en ese país, podría proporcionar a los extremistas sunitas un equilibrio a favor de los Estados Unidos, pues la mayoría de los chiítas de Iraq había sido víctima de la opresión durante el mandato de Saddam Hussein. Los funcionarios soslayaron las advertencias de la comunidad de inteligencia acerca de los vínculos entre los líderes chiítas iraquíes e Irán, donde algunos habían vivido en el exilio durante años. Ahora, para preocupación de la Casa Blanca, Irán ha establecido estrechas relaciones con el gobierno del primer ministro Nuri al-Maliki, dominado por los chiítas.
La nueva política estadounidense, en general, ha sido objeto de debate público. En un testimonio ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado en enero, la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, declaró que existe «una nueva alineación estratégica en el Oriente Medio», que divide a los «reformadores» y «extremistas». Se refirió a los estados sunitas como centros de moderación y dijo que Irán, Siria y Hezbolá estaban «del otro lado de la línea divisoria». (La mayoría de los sunitas sirios está bajo el dominio de la secta Alawi.) Irán y Siria «han hecho su elección y su elección es desestabilizar», afirmó.
Sin embargo, algunas de las principales tácticas del cambio de dirección no se han hecho públicas. Según actuales y antiguos funcionarios cercanos a la Administración, en algunos casos, las operaciones clandestinas se han mantenido en secreto al dejar la ejecución y el financiamiento a los sauditas, o al buscar otras maneras de influir en el proceso normal de asignaciones del Congreso.
Un importante miembro del Comité de Asignaciones de la Cámara de Representantes me dijo que había escuchado algo acerca de la nueva estrategia, pero creyó que él y sus colegas no habían sido debidamente informados. «No hemos recibido ninguna información al respecto. Preguntamos si ocurre algo y ellos contestan que no», dijo. «Por demás, cuando hacemos preguntas específicas ellos responden, ‘Nos pondremos en contacto con usted’. Es muy frustrante».
Las piezas claves tras el cambio de dirección son el vicepresidente Dick Cheney, el asesor asistente de Seguridad Nacional Elliott Abrams, el embajador saliente en Iraq (y candidato a embajador ante las Naciones Unidas), Zalmay Khalilzad y el príncipe Bandar bin Sultan, consejero saudita de seguridad nacional. En tanto Rice ha estado sumamente enfrascada en la definición de la política pública, antiguos y actuales funcionarios han dicho que la clandestinidad ha sido dirigida por Cheney. (El despacho de Cheney y la Casa Blanca se rehusaron a hacer comentarios acerca de esta historia. El Pentágono no respondió las preguntas específicas, pero dijo: «Los Estados Unidos no están planificando entrar en guerra con Irán».)
El cambio en la política ha traído consigo una alianza estratégica entre Arabia Saudita e Israel, principalmente porque ambos países ven en Irán una amenaza existencial. Han estado inmersos en conversaciones directas, y los sauditas, quienes piensan que una mayor estabilidad en Israel y Palestina representará menos influencia de Irán en la región, están más enfrascados en negociaciones entre árabe-israelíes.
La nueva estrategia «es un cambio de gran importancia en la política estadounidense: es un cambio substancial», afirmó un asesor del Gobierno estadounidense estrechamente relacionado con Israel. Agregó que los Estados sunitas «estaban aterrorizados ante un resurgimiento chiíta, y hubo un creciente resentimiento hacia nuestro proceder, que ponía en riesgo a los chiítas moderados en Iraq. No podemos invertir el aumento de los chiítas en Iraq, pero podemos detenerlo».
Vali Nasr, experto del Consejo de Relaciones Exteriores, quien ha escrito mucho sobre los chiítas, Irán e Iraq, me comentó: «Parece que ha tenido lugar un debate en el seno del Gobierno acerca de quién es el mayor peligro, Irán o los radicales sunitas. Los sauditas y algunas personas en el Gobierno alegan que la mayor amenaza es Irán y que los radicales sunitas son enemigos menos peligrosos. Esta es una victoria para la línea saudita».
Martin Indyk, alto funcionario del Departamento de Estado durante el Gobierno de Clinton, y quien fue además embajador en Israel, dijo que «el Oriente Medio se encamina hacia una Guerra Fría de grandes proporciones entre sunitas y chiítas». Indyk, director del Centro Saban para la Política del Oriente Medio en la Institución Brookings, añadió que, en su opinión, no estaba claro si la Casa Blanca era del todo consciente de las consecuencias estratégicas de su nueva política. «La Casa Blanca no sólo está doblando la apuesta en Iraq. Está doblando la apuesta en toda la región. Esto podría complicarse mucho. Todo está patas arriba», dijo.
La nueva política del Gobierno dirigida a detener a Irán, parece complicar su estrategia para ganar la guerra en Iraq. Sin embargo, Patrick Clawson, experto en estudios iraníes y director adjunto de investigaciones en el Instituto de Washington para la Política del Cercano Oriente, adujo que lazos más fuertes entre los Estados Unidos y los sunitas moderados o incluso radicales pudieran «infundir» miedo al gobierno del primer ministro Maliki y «hacer que le preocupe la posibilidad de que los sunitas realmente ganen las guerra civil en Iraq. Según Clawson, esto podría servir de acicate para que Maliki colabore con los Estados Unidos en la eliminación de las milicias chiítas radicales, tales como el ejército Mahdi de Moqtada al-Sadr.
Así y todo, por el momento, los Estados Unidos continúan dependiendo de la colaboración de los líderes chiítas iraquíes. Tal vez el ejército Mahdi se muestre abiertamente hostil a los intereses estadounidenses; sin embargo, otras milicias chiítas figuran entre los aliados de los Estados Unidos. Tanto Moqtada al-Sadr como la Casa Blanca apoyan a Maliki. A finales del pasado año, Stephen Hadley, asesor de seguridad nacional, escribió un memorando en el que propuso que el Gobierno tratara de separar a Maliki de sus aliados chiítas más radicales creando su base entre sunitas moderados y kurdos. Hasta el momento, no obstante, las tendencias han ido en dirección contraria. Entre tanto el ejército iraquí sigue fracasando en sus enfrentamientos con los insurgentes, el poder de las milicias chiítas sigue aumentando gradualmente.
Flynt Leverett, ex funcionario del Consejo de Seguridad Nacional del gobierno de Bush, me comentó que «no hay nada fortuito ni irónico» acerca de la nueva estrategia respecto de Iraq. «El Gobierno está tratando de hacer creer que Irán es más peligroso y provocador para los intereses estadounidenses en Iraq que los insurgentes sunitas, cuando, si se tiene en cuenta el número de bajas reales, el castigo impuesto a los Estados Unidos por parte de los sunitas es mayor en magnitud», dijo. «Todo esto es parte de la campaña de acciones provocadoras con el objetivo de incrementar la presión sobre Irán. La idea es que en algún momento los iraníes van a responder y luego el Gobierno tendrá vía libre para atacarlos».
En un discurso pronunciado el 10 de enero, el presidente George W. Bush explicó este enfoque de manera parcial. «Estos dos regímenes», Irán y Siria, «están permitiendo que los terroristas e insurgentes utilicen su territorio para entrar en y salir de ese país», manifestó Bush. «Irán está proporcionando ayuda material para los ataques contra los soldados estadounidenses. Obstaculizaremos el ataque contra nuestras fuerzas. Bloquearemos el flujo de apoyo desde Irán y Siria. Además, buscaremos y destruiremos las redes que proporcionan armamentos avanzados y entrenamiento a nuestros enemigos en Iraq».
En las semanas siguientes, hubo una olada de acusaciones por parte del Gobierno acerca de la participación de los iraníes en la guerra en Iraq. El 11 de febrero, a algunos periodistas les mostró dispositivos explosivos de técnica avanzada, encontrados en Iraq, que el Gobierno aseguraba provenían de Irán. En esencia, de acuerdo con el mensaje del Gobierno el sombrío panorama decía que la difícil situación en Iraq era el resultado, no de sus fracasos respecto de la planificación y ejecución, sino de la injerencia de Irán.
Además, el ejército estadounidense ha arrestado e interrogado a cientos de iraníes en Iraq. Según un ex oficial superior de inteligencia, se dio a conocer la orden el pasado agosto, de que el ejército capturara tantos iraníes en Iraq como era posible. «Tenían quinientos encerrados a la vez. Estamos trabajando con ellos y sacándoles información. El objetivo de la Casa Blanca es hacer creer que los iraníes han estado promoviendo la insurgencia y que lo han venido haciendo desde el primer momento- que Irán está, de hecho, apoyando la matanza de estadounidenses». El asesor del Pentágono confirmó que las fuerzas estadounidenses han capturado a cientos de iraníes en los últimos meses. Sin embargo, me dijo que ese total incluye muchos trabajadores de asistencia humanitaria que son «apresados y liberados en un corto período» luego de ser interrogados.
«No estamos planificando una guerra con Iraq», declaró Robert Gates, nuevo secretario de Defensa, el 2 de febrero, y aun así la atmósfera de enfrentamiento se ha intensificado. De acuerdo con los actuales y ex oficiales de inteligencia y militares de los Estados Unido, las operaciones secretas en el Líbano han estado acompañadas de operaciones clandestinas dirigidas contra Irán. El ejército y los equipos de operaciones especiales de los Estados Unidos han intensificado sus actividades en Irán para recopilar información y, según un asesor del Pentágono sobre el terrorismo y el ex oficial superior de inteligencia, también han atravesado la frontera en busca de agentes iraníes en Iraq.
En una comparecencia de Rice ante el Senado en enero, el senador demócrata por Delaware, Joseph Biden, le preguntó deliberadamente si los Estados Unidos planificaban cruzar la frontera de Irán o de Siria durante la búsqueda. «Evidentemente, el Presidente no descarta la posibilidad de proteger nuestras tropas, pero el plan es destruir estas redes en Iraq» dijo Rice y añadió: «sí creo que todos lo comprenderán: el pueblo estadounidense y yo suponemos que el Congreso espera que el Presidente haga lo necesario para proteger nuestras fuerzas».
La ambigüedad de la respuesta de Rice suscitó una reacción por parte del senador republicano por Nebraska, Check Hagel, quien ha criticado al Gobierno:
Algunos de nosotros recordamos 1970, señora Secretaria. Y eso fue Camboya. Por demás, cuando nuestro gobierno mintió al pueblo estadounidense y dijo: «No cruzamos la frontera hacia Camboya», de hecho, lo hicimos.
Por casualidad sé algo al respecto, como algunos en este comité. De manera que, señora Secretaria, si usted pone en marcha el tipo de política a que el presidente se refiere aquí, será muy, muy peligroso.
La preocupación del Gobierno en cuanto al papel de Irán en Iraq guarda relación con su vieja inquietud por el programa nuclear de Irán. El 14 de enero, Cheney advirtió, en Fox News, de la posibilidad, en unos pocos años, «de la existencia de un Irán con armas nucleares, asido fuertemente al suministro mundial de petróleo, capaz de perjudicar a la economía mundial, listos para utilizar organizaciones terroristas y/o sus armas nucleares para amenazar a sus vecinos y otras naciones de todo el mundo». Además, dijo: «Si vas y conversas con los Estados del Golfo, o con los sauditas, o con los israelitas, o los jordanos, toda la región se preocupará. Irán representa una amenaza creciente.
En estos momentos el Gobierno investiga una oleada de nueva información sobre los programas armamentistas de Irán. Según me comentaron actuales y antiguos funcionarios estadounidenses, la información, proveniente de agentes israelitas que operan en Irán, incluye una afirmación en el sentido de que Irán ha desarrollado un misil intercontinental de tres fases y combustible sólido, capaz de lanzar varias pequeñas ojivas, cada una con precisión limitada, en Europa. Aún se debate la validez de esta información.
El preludio de la invasión a Iraq fue el resultado de un argumento similar acerca de la amenaza inminente que representaban las armas de destrucción en masa, y de las interrogantes en torno a la información que se utilizó para formular dicho argumento. Muchos en el Congreso acogieron las afirmaciones sobre Irán con recelo. El 14 de febrero, Hillary Clinton dijo en el Senado: «Todos hemos aprendido lecciones del conflicto en Iraq, y tenemos que aplicarlas a cualquier acusación que se haga con relación a Irán. Porque, señor Presidente, lo que estamos escuchando nos es muy familiar y debemos estar alerta para que nunca más tomemos decisiones sobre la base de información que resulte ser falsa».
Así y todo, el Pentágono continúa elaborando un plan intensivo con vistas a un posible bombardeo a Irán, proceso que comenzó el pasado año, bajo las instrucciones del Presidente. En meses recientes, el ex oficial de inteligencia me dijo que en las oficinas del Estado Mayor Conjunto se estableció un grupo especial de planificación, que tendría la responsabilidad de crear un plan de contingencia para bombardear a Irán, que pueda ejecutrase en 24 horas, a las órdenes del Presidente.
El mes pasado, un asesor en selección de objetivos de la Fuerza Aérea y el asesor sobre terrorismo del Pentágono me dijeron que al grupo de planificación de Irán se le asignó una nueva misión: identificar objetivos en Irán que pudieran estar involucrados en el suministro o la ayuda a militantes en Iraq. Anteriormente, la atención se centraba en la destrucción de las instalaciones nucleares de Irán y en un posible cambio de régimen.
En estos momentos, dos grupos de choque de portaaviones, el Eisenhower y el Stennis, están en el Mar Arábigo. De acuerdo con varias fuentes, uno de los planes consiste en relevar a los grupos a principios de la primavera, pero al ejército le preocupa que se dé la orden de permanecer en la zona tras la llegada de los nuevos portaaviones. (Entre otras inquietudes, los juegos de guerra han demostrado que los portaaviones podrían ser vulnerables a la táctica del enjambre que utiliza un gran número de pequeñas embarcaciones, técnica que los iraníes practicaban en el pasado. Los portaaviones han limitado la maniobrabilidad en el Estrecho de Hormuz, en la costa sur de Irán.) El ex oficial superior de inteligencia dijo que los actuales planes de contingencia prevén una orden de ataque para esta primavera. Añadió, sin embargo, que oficiales superiores del Estado Mayor Conjunto confiaban en que la Casa Blanca no sería «tan tonta para hacerlo en la cara de Iraq, y en que ello ocasionaría problemas a los republicanos en el año 2008».
El juego del príncipe Bandar
Los esfuerzos del Gobierno para reducir la autoridad iraní en el Oriente Medio han dependido en gran medida de Arabia Saudita y el príncipe Bandar, asesor de seguridad nacional saudita. Bandar fue embajador en los Estados Unidos durante 22 años, hasta 2005, y ha mantenido relaciones de amistad con el presidente Bush y el vicepresidente Cheney. En su nuevo cargo, continúa reuniéndose con ellos en privado. Recientemente, altos funcionarios de la Casa Blanca han realizado varias visitas a Arabia Saudita, algunas de ellas de forma secreta.
El pasado noviembre, Cheney viajó a Arabia Saudita para una reunirse por sorpresa con el rey Abdullah y Bandar. The Times informó que el Rey advirtió a Cheney que Arabia Saudita apoyaría a sus amigos sunitas en Iraq si los Estados Unidos se retiraban. Un oficial de inteligencia europeo me dijo que el encuentro se centró, además, en los temores más generales de los sauditas relacionados con «el ascenso de los chiítas». En respuesta, «Los sauditas han comenzado a utilizar su influencia: el dinero».
En una familia real en la que reina la competencia, Bandar ha construido, con los años, una base de poder que se sostiene en buena medida en su estrecha relación con los Estados Unidos, lo que es decisivo para los sauditas. A Bandar le sucedió en el cargo como embajador el príncipe Turki al Faisal. Turki dimitió luego de 18 meses y fue sustituido por Adel A. al-Jubeir, burócrata que ha trabajado con Bandar. Un ex diplomático saudita me comentó que durante el ejercicio de su cargo Turki se enteró de las reuniones privadas sostenidas entre Bandar y funcionarios superiores de la Casa Blanca, además de Cheney y Abrams. «Supongo que Turki no estaba contento con eso», dijo el saudita, pero añadió: «No creo que Bandar se vaya por su cuenta». A pesar de que a Turki le desagrada Bandar, dijo el saudita, compartía su objetivo de detener la propagación del poder chiíta en el Oriente Medio.
La separación entre chiítas y sunitas se remonta a una enconada disputa ocurrida en el siglo XVII, sobre quién debía suceder al Profeta Mahoma. Los sunitas dominaban el califato medieval y el Imperio Otomano. Los chiítas, tradicionalmente, han sido considerados como intrusos. En el mundo, el 90 por ciento de los musulmanes son sunitas, pero los chiítas son la mayoría en Irán, Iraq y Bahrein, y son el mayor grupo musulmán en el Líbano. Su concentración en una región inestable y rica en petróleo ha suscitado preocupaciones en Occidente y entre los sunitas por el surgimiento de una «media luna chiíta,» sobre todo teniendo en cuenta el aumento de la importancia geopolítica de Irán.
Frederic Hof, oficial militar retirado, experto en el Oriente Medio, me dijo: «Aún los sauditas ven el mundo como en los días del Imperio Otomano, cuando los musulmanes sunitas estaban en el poder y los chiítas eran la clase inferior». Añadió que si se consideraba que Bandar provocaría un cambio en la política estadounidense en favor de los sunitas, su posición dentro de la familia real mejoraría.
Los sauditas temen que Irán pueda desviar el equilibrio de fuerza no sólo en la región sino en su propio país. Arabia Saudita tiene una gran minoría de chiítas en su Provincia Oriental, región con importantes yacimientos de petróleo. Las tensiones sectarias son fuertes en esta región. Según Vali Nasr, la familia real considera que los agentes iraníes, que colaboran con los chiítas locales, están detrás de muchos ataques terroristas perpetrados en el reino. «En estos momentos, los Estados Unidos han destruido el único ejército capaz de detener a Irán»: el Ejército iraquí. Ahora nos enfrentamos a un Irán, que podría tener capacidad nuclear y que cuenta con un ejército permanente de cuatrocientos cincuenta mil soldados». (Arabia Saudita tiene setenta y cinco mil soldados en su ejército permanente.)
A continuación Nasr afirmó: «Los sauditas poseen considerables recursos financieros, y mantienen fuertes lazos con la Hermandad Musulmana y los salafíes,» los sunitas extremistas que veían a los chiítas como apóstatas. «La última vez que Irán fue una amenaza, los sauditas lograron movilizar lo peor de los radicales islámicos. Una vez que los sacas de la caja, no puedes ponerlos dentro de nuevo».
Sucesivamente, la familia real saudita ha sido patrocinadora y blanco de los extremistas sunitas, quienes se oponen a la corrupción y la decadencia existente entre los miles de príncipes de la familia. Los príncipes confían en que no serán derrocados mientras continúen apoyando las escuelas religiosas y las obras de beneficencia vinculadas a los extremistas. La nueva estrategia del Gobierno depende en gran medida de este trato.
Nasr comparó la situación actual con el período en el que surgió Al Qaeda. En los años ochenta y principios de los noventa, el Gobierno saudita se ofreció a subvencionar la guerra indirecta de la CIA estadounidense contra la Unión Soviética en Afganistán. Cientos de jóvenes sauditas fueron enviados a las zonas fronterizas de Pakistán, donde instauraron escuelas religiosas, bases de entrenamiento e instalaciones de reclutamiento. A la sazón, como ahora, muchos agentes remunerados con dinero saudita eran salafíes. Por supuesto, entre ellos estaba Osama bin Laden y sus adeptos, quienes fundaron Al Qaeda en 1988.
Esta vez, el asesor del Gobierno estadounidense me dijo que Bandar y otros sauditas han asegurado a la Casa Blanca que «mantendrán una estricta vigilancia sobre los religiosos fundamentalistas. Su mensaje dirigido a nosotros decía. ‘Hemos creado este movimiento y podemos controlarlo. No se trata de que no queremos que los salafíes lancen bombas, sino de quiénes sino los objetivos: Hezbolá, Moqtada al-Sadr, Irán, y a los sirios, si continúan colaborando con Hezbolá e Irán.
El saudita declaró que, su país opinaba que corría un riesgo político al unirse a los Estados Unidos en el enfrentamiento contra Irán. En el mundo árabe, ya se considera que Bandar está demasiado vinculado con el gobierno de Bush. «Tenemos dos pesadillas, que Irán obtenga la bomba y que los Estados Unidos ataquen Irán. Preferiría que los israelitas bombardearan a los iraníes, de manera que podamos culparlos. Si los Estados Unidos lo hacen, nos atribuirán la culpa», me dijo el diplomático.
El año pasado, los sauditas, los israelitas y el gobierno de Bush elaboraron una serie de entendimientos oficiosos acerca de la dirección de su nueva estrategia. El asesor del Gobierno estadounidense me comentó que al menos se incluyeron cuatro elementos esenciales. En primer lugar, debía convencerse a Israel de que su seguridad era primordial y de que Washington, Arabia Saudita y otros Estados sunitas compartían su inquietud respecto de Irán.
En segundo lugar, los sauditas debían instar a Hamas, el Partido Islámico palestino que cuenta con el apoyo de Irán, a detener su agresión contra los israelitas e iniciar conversaciones serias acerca del ejercicio de un liderazgo colectivo con Fatah, grupo palestino más secular. (En febrero, los sauditas actuaron de intermediarios, en la Meca, en un acuerdo entre las dos facciones Aun así, Israel y los Estados Unidos han expresado su desacuerdo con los términos).
El tercer elemento consistía en que el gobierno de Bush trabajaría directamente con las naciones sunitas con el objetivo de contrarrestar la supremacía de los chiítas en la región.
En cuarto lugar, el Gobierno saudita, con el consentimiento de Washington, suministraría los fondos y la ayuda logística necesariospara debilitar al gobierno del presidente Bashir Assad de Siria. Los israelitas consideran que ejercer presiones de esa índole sobre el gobierno de Assad lo hará más conciliatorio y abierto a las negociaciones. Siria es un importante conducto de armas para Hezbolá. Además, el Gobierno saudita está en conflicto con los sirios por el asesinato de Rafik Hariri, ex primer ministro libanés, en Beirut, en 2005, por lo que se cree que el gobierno de Assad fue el responsable. Hariri, multimillonario sunita, tenía estrechos vínculos con el régimen saudita y el príncipe Bandar. (Una investigación de la Naciones Unidas indica claramente que los sirios estaban involucrados, pero no aportó ninguna prueba directa. Existen planes de realizar otra investigación por parte de un tribunal internacional.)
Patrick Clawson, del Instituto de Washington para la Política del Cercano Oriente, definió la colaboración de los sauditas con la Casa Blanca como un avance importantísimo. Clawson me dijo: «Los sauditas saben que si quieren que el Gobierno haga un ofrecimiento político más generoso a los palestinos, deben convencer a los Estados árabes para que hagan un ofrecimiento más generoso a los israelitas». El nuevo enfoque diplomático, añadió, «muestra un gran esfuerzo y sutileza así como habilidad para manejar los asuntos, lo cual no siempre es inherente a este Gobierno. ¿Quiénes están corriendo el riesgo mayor? ¿Nosotros o los sauditas? En un momento en que la posición de los Estados Unidos en el Oriente Medio es extremadamente inferior, en realidad los sauditas nos están acogiendo. Debemos dar gracias por lo que tenemos».
El asesor del Pentágono tenía un punto de vista diferente. Afirmó que el gobierno tenía a Bandar como «reserva», pues se había dado cuenta de que la fracasada guerra en Iraq podía dejar al Oriente Medio «disponible».
JIHADIS EN EL LÍBANO
El centro de atención de la relación entre los Estados Unidos y los sauditas, después de Irán, es el Líbano, donde los sauditas han tenido gran participación en los esfuerzos del Gobierno por respaldar al Gobierno libanés. El primer ministro Fouad Siniora está luchando por permanecer en el poder contra la persistente oposición dirigida por Hezbolá, organización chiíta, y su líder el jeque Hassan Nasrallah. Hezbolá posee una amplia infraestructura: unos dos a tres mil soldados activos y miles de miembros adicionales.
Hezbolá ha formado parte de la lista de terroristas del Departamento de Estado desde 1997. La organización estuvo implicada en el bombardeo de un cuartel de la Marina, ocurrido en 1983 en Beirut, que ocasionó la muerte de doscientos cuarenta y un hombres. También fue acusado de complicidad en el secuestro de estadounidenses, entre ellos el jefe de la estación de la CIA en el Líbano, quien murió en cautiverio, y de un coronel de la Marina al servicio de una misión de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz, que resultó muerto. (Nasrallah niega que el grupo haya participado en estos incidentes.) Muchos ven a Nasrallah como un terrorista acérrimo, que considera que Israel es un Estado que no tiene derecho a existir. Sin embargo, muchos en el mundo árabe, especialmente los chiítas, lo ven como un líder de la resistencia que se enfrentó a Israel en una guerra que duró 33 días el pasado verano. A juicio de Siniora, es un político débil que cuenta con el apoyo de los Estados Unidos, pero que fue incapaz de convencer al presidente Bush para que pusiera fin a los bombardeos de Israel contra el Líbano. (Fotografías de Siniora besando a Condoleezza Rice en la mejilla en una visita durante la guerra, estaban expuestas muy a la vista en las protestas en las calles de Beirut).
El gobierno de Bush prometió públicamente al gobierno de Siniora mil millones de dólares de ayuda desde el verano pasado. Una conferencia de donantes celebrada en enero en París, que los Estados Unidos ayudaron a organizar, generó promesas de contribuciones por valor de casi ocho mil millones de dólares más, además de la promesa de más de mil millones por parte de los sauditas. La promesa de contribución de los Estados Unidos es de más de doscientos millones de dólares en ayuda militar y cuarenta millones de dólares para la seguridad interna.
De acuerdo con el ex oficial superior de inteligencia y el asesor del Gobierno estadounidense, los Estados Unidos también han ofrecido apoyo clandestino al gobierno de Siniora. «Estamos planeando incrementar la capacidad de los sunitas para hacer frente a la influencia chiíta, y estamos repartiendo tanto dinero como podemos. El problema consiste en que ese dinero «siempre va a parar a más bolsillos de lo que se cree», dijo. «En este proceso, estamos financiando a muchos tipos malos, lo que acarreará algunas posibles consecuencias graves no previstas. No tenemos la capacidad para determinar y obtener los comprobantes de pago firmados por las personas que nos agradan y evitar a las personas que no. Es una empresa de muy alto riesgo.
Funcionarios estadounidenses, europeos y árabes con quienes he conversado me dijeron que el gobierno de Siniora y sus aliados habían permitido que parte de la ayuda financiera terminara en manos de incipientes grupos radicales sunitas en el norte del Líbano, el Valle de Bekaa y alrededor de los campos de refugiados palestinos en el sur. Estos grupos, aunque pequeños, son vistos como parachoques de Hezbolá. A su vez, tiene vínculos ideológicos con Al Qaeda.
Durante una conversación conmigo, el ex diplomático saudita acusó a Nasrallah de intentar «robar al Estado», pero, además, se opone al respaldo de jihadistas sunitas en el Líbano por parte de libaneses y sauditas. «Los salafíes son morbosos y odiosos. Estoy totalmente en contra de la idea de relacionarme con ellos. Odian a los chiítas, pero más odian a los estadounidenses. Si tratas de burlarte de ellos, ellos se burlarán de nosotros. Será horrible», dijo.
Alastair Crooke, quien estuvo cerca de treinta años en M16, servicio de inteligencia británico, y ahora trabaja al servicio gabinete estratégico en Beirut, me dijo: «El Gobierno libanés está haciendo espacio para estas personas. Podría ser muy peligroso». Crooke manifestó que el grupo extremista sunita Fatah al-Islam se había separado de su grupo matriz en favor de los sirios Fatah al-Intifada, en el campo de refugiados Nahr al-Bared, al norte del Líbano. En ese momento, el número de miembros era menos de doscientos. «Me dijeron que en 24 horas, algunas personas que se dieron a conocer como representantes de los intereses del Gobierno libanés, les ofrecieron armas y dinero, supuestamente para enfrentarse a Hezbolá», dijo Crooke.
El grupo más numeroso, Asbat al-Ansar, se ubica en el campo de refugiados palestinos Ain al-Hilweh. Asbat al-Ansar ha recibido armas y suministros de parte de las fuerzas de seguridad interna y las milicias libanesas vinculadas al gobierno de Sinora.
En 2005, según un informe del International Crisis Group radicado en los Estados Unidos, Saad Hariri, líder de la mayoría sunita del Parlamento libanés e hijo del fallecido ex Primer Ministro (Saad heredó más de cuatro mil millones de dólares luego del asesinato de su padre), pagó 48 mil dólares de fianza a favor de cuatro miembros de un grupo militante islámico de Dinniyeh. Los hombres habían sido detenidos cuando trataban de establecer un mini estado islámico al norte del Líbano. El Crisis Group apuntó que muchos de los militantes «se habían entrenado en los campamentos de Al Qaeda en Afganistán».
De acuerdo con el informe del Crisis Group, más tarde Saad Hariri se valió de su mayoría en el Parlamento con el objetivo de obtener amnistía para 22 islamistas de Dinniyeh, así como para siete militantes sospechosos de tramar la colocación de una bomba en las embajadas de Italia y Ucrania en Beirut el año anterior. (Además, consiguió un indulto para Samir Geagea, líder de la milicia cristiana maronita, quien ha sido condenado por cuatro delitos políticos, incluido el asesinato, en 1987, del primer ministro Rashid Karami.) Hariri calificó sus acciones de humanitarias ante los reporteros.
En una entrevista en Beirut, un alto funcionario del gobierno de Siniora reconoció que había jihadistas sunitas operando en el Líbano. «Hemos adoptado una actitud liberal que permite a Al Qaeda tener algunos representantes aquí», dijo. Relacionó este hecho con la preocupación en el sentido de que Irán o Siria decidan convertir al Líbano en un «teatro de conflicto».
El funcionario indicó que su gobierno no tenía posibilidades de ganar. Sin un arreglo político con Hezbolá, dijo, el Líbano podría «avanzar lentamente hacia un conflicto», en el que Hezbolá luchara abiertamente contra las fuerzas sunitas. Las consecuencias podrían ser terribles. Sin embargo, si Hezbolá llegara a un acuerdo aunque mantuviera un ejército dividido, teniendo como aliado a Irán y a Siria, «el Líbano pudiera convertirse en blanco». En ambos casos, nos convertimos en un objetivo».
El gobierno de Bush ha descrito su apoyo al gobierno de Siniora como un ejemplo de la creencia del Presidente en la democracia, y su deseo de evitar que otras potencias interfieran en el Líbano. Cuando en diciembre Hezbolá dirigió las manifestaciones en Beirut, John Bolton, quien a la sazón era embajador de los Estados Unidos ante las Naciones Unidas, los llamó «parte de un golpe de inspiración sirio-iraní».
Leslie H. Gelb, ex presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, indicó que la política de el Gobierno estaba más a favor de la seguridad nacional estadounidense que de la democracia. El hecho es que sería terriblemente peligroso que Hezbolá dirigiera el Líbano». Según Gelb, la caída del gobierno de Siniora se consideraría «en el Oriente Medio como una señal de la decadencia de los Estados Unidos y la supremacía de la amenaza terrorista. Además, de esta manera, los Estados Unidos tendrán que oponerse a cualquier cambio en la distribución del poder político en el Líbano, y tenemos una justificación para ayudar a cualquier partido no chiíta que oponga resistencia a ese cambio. Debemos decirlo públicamente en vez de hablar de democracia».
Así y todo, Martin Indyk, del Centro Saban, afirmó que los Estados Unidos «no poseen tanta influencia como para evitar que los moderados en el Líbano se relacionen con los extremistas». Añadió: «El Presidente ve la región dividida entre moderados y extremistas. Sin embargo, nuestros amigos en la región la ven dividida entre sunitas y chiítas. Los sunitas que vemos como extremistas son considerados por nuestros aliados sunitas sencillamente como sunitas.
En enero, luego de un arranque de violencia en las calles de Beirut por parte de seguidores del gobierno de Siniora y Hezbolá, el príncipe Bandar voló a Teherán para analizar el estancamiento político en el Líbano y para reunirse con Ali Larijani, negociador iraní en asuntos nucleares. De acuerdo con un embajador del Oriente Medio, la misión de Bandar también tenía el objetivo de «crear problemas entre iraníes y sirios, misión que, según el embajador, fue aprobada por la Casa Blanca. Habían existido tensiones entre ambos países debido a las conversaciones de Siria con Israel, y el objetivo de los sauditas era fomentar un distanciamiento. Aun así el embajador afirmó: «No funcionó. Siria e Irán no se van a traicionar mutuamente. Es muy poco probable que la misión de Bandar tenga éxito».
Walid Jumblatt, líder de la minoría Druze en el Líbano y un firme seguidor de Siniora, ha agredido a Nasrallah por considerarlo agente de Siria, y, en varias ocasiones, ha revelado a periodistas extranjeros que Hezbolá está bajo el control directo del liderazgo religioso de Irán. En una conversación que sostuvo conmigo el pasado diciembre, calificó a Bashir Assad, el presidente sirio, como un «asesino en serie». Nasrallah, dijo, era «culpable moralmente» del asesinato de Rafia Hariri y, el pasado noviembre, del asesinato de Pierre Gemayel, miembro del Gabinete de Siniora, debido a su apoyo a los sirios.
Entoces Jumblatt me dijo que, el pasado otoño, se había reunido con el vicepresidente Cheney en Washington para debatir, entre otras cosas, la posibilidad de socavar a Assad. Jumblatt dijo que él y sus colegas comunicaron a Cheney que, si de hecho los Estados Unidos trataran de llevar a cabo alguna acción contra Siria, «tendrán que hablar» con los miembros de la Hermandad Musulmana Siria .
La Hermandad Musulmana Siria, facción de un movimiento sunita fundado en Egipto en 1928, se dedicó durante más de una decenio a oposiciones violentas contra el régimen de Hafez Assad, padre de Bashir. En 1982, la Hermandad tomó el control de la ciudad de Hama; Assad bombardeó la ciudad durante una semana y ocasionó la muerte de seis mil a veinte mil personas. En Siria, los miembros de la Hermandad están condenados a muerte. La Hermandad es, además, un enemigo declarado de los Estados Unidos e Israel. Sin embargo, Jumblatt indicó: «Dijimos a Cheney que el enlace entre Irán y el Líbano era Siria. Además, para debilitar a Irán se necesita abrir las puertas a una oposición efectiva contra Siria.
Existen pruebas de que la estrategia de cambio de dirección del Gobierno ya ha beneficiado a la Hermandad. El Frente de Salvación Nacional de Siria es una coalición de grupos de oposición, cuyos miembros principales forman una facción dirigida por Halim Khaddam, ex Vicepresidente sirio que desertó en 2005, y la Hermandad. Un oficial superior de la CIA me dijo: «Los estadounidenses han proporcionado tanto apoyo político como financiero». Los sauditas llevan la delantera en el apoyo financiero, pero hay participación estadounidense». Dijo que Khaddam, quien en estos momentos vive en Paris, estaba obteniendo dinero de Arabia Saudita, con el conocimiento de la Casa Blanca. (En 2005, de acuerdo con informes de prensa, una delegación de miembros del Frente se reunió con funcionarios del Consejo de Seguridad Nacional.) Un ex funcionario de la Casa Blanca me manifestó que los sauditas habían facilitado documentos de viaje a los miembros del Frente.
Jumblatt dijo que sabía que el asunto era delicado para la Casa Blanca. «Dije a Cheney que a algunas personas en el mundo árabe, principalmente los egipcios», cuyo liderazgo sunita moderado ha estado luchando contra la Hermandad Musulmana Egipcia durante decenios, «no les gustará que los Estados Unidos ayude a la Hermandad, per si no te enfrentas a Siria estaremos cara a cara con Hezbolá en el Líbano, en una larga lucha; una lucha que tal vez que no ganemos».
EL JEQUE
En una cálida y clara noche a principios de diciembre, en un barrio bombardeado que se encuentra a unas pocas millas al sur del centro de Beirut, tuve un adelanto de cómo pudiera terminar la nueva estrategia del Gobierno en el Líbano. El jeque Hassan Nasrallah, líder de Hezbolá que ha estado escondido, aceptó conceder una entrevista. Los preparativos de seguridad para la reunión se hicieron en secreto y minuciosamente. Me llevaron, en el asiento de atrás de un carro oscuro, hasta un garaje subterráneo en malas condiciones situado en algún lugar de Beirut. Me registraron con un escáner de mano, me montaron en un segundo carro para conducirme a otro garaje subterráneo en ruinas debido a los bombardeos, y me trasladaron nuevamente. El verano pasado, según se informó, Israel estaba tratando de asesinar a Nasrallah, pero las extraordinarias precauciones no sólo obedecieron a esa amenaza. Los asistentes de Nasrallah me dijeron que creen que él es blanco principal de los árabes, principalmente los agentes de inteligencia jordanos, así como los jihadistas sunitas quienes, según ellos creen, están afiliados a Al Qaeda. (El asesor del Gobierno y un general retirado de cuatro estrellas afirmaron que la inteligencia jordana está tratando de infiltrar grupos chiítas para trabajar en contra de Hezbolá, con el respaldo de los Estados Unidos e Israel. El rey de Jordania Abdullah II ha advertido que un gobierno chiíta en Iraq cercano a Irán podría conducir al surgimiento de una media luna chiíta.) Se trata de un cambio irónico: la batalla de Nasrallah con Israel el verano pasado lo convirtió, un chiíta, en la figura más popular e influyente entre los sunitas y chiítas de toda la región. En los últimos meses, sin embargo, muchos sunitas lo ven cada vez más, no como un símbolo de unidad árabe sino como participante de una guerra sectaria.
Nasrallah, vestido con un atuendo religioso como de costumbre, esperaba por mí en un apartamento común y corriente. Uno de sus asesores dijo que posiblemente no pasaría la noche allí. Ha estado de un lado para otro desde que decidió, el pasado julio, ordenar el secuestro de dos soldados israelitas en una asalto fronterizo ocurrido el día 33 de la guerra. Desde entonces, Nasrallah ha dicho públicamente, y me lo ha repetido, que juzgó mal la respuesta israelita. «Sólo queríamos capturar prisioneros con fines de intercambio, nunca quisimos arrastrar la región hacia la guerra», me dijo.
Nasrallah acusó al gobierno de Bush de colaborar con Israel para, de manera deliberada, provocar «fitna», palabra árabe que se utiliza en el sentido de «insurrección y fragmentación dentro del Islam». «En mi opinión, hay una enorme campaña en todo el mundo mediante los medios de difusión para poner a todos contra todos», dijo. «Creo que la inteligencia estadounidense e israelita está detrás de todo esto». (No proporcionó ninguna prueba específica de esto.) Dijo que la guerra de los Estados Unidos en Iraq ha aumentado las tensiones sectarias; pero sostuvo que Hezbolá había tratado de evitar que se desplegaran en el Líbano. (Los enfrentamientos entre sunitas y chiítas se acrecentaron, unido a la violencia, en las semanas que siguieron a nuestra plática.)
Nasrallah afirmó que creía que el objetivo del presidente Bush era «diseñar un nuevo mapa de la región. Desean la división de Iraq. Iraq no está a las puertas de una guerra civil. Hay una guerra civil. Hay una depuración étnica y sectaria. Como preludio de la división de Iraq, la matanza y el desplazamiento diarios están dirigidos a dividir el país en tres partes, que serán sectarias y puras étnicamente. Dentro de uno o dos años como máximo, habrá zonas de sólo sunitas, zonas de sólo chiítas y zonas de sólo kurdos. Incluso en Bagdad, se teme que pueda ser dividido en dos zonas, una sunita y otra chiíta».
Prosiguió: «Puedo decir que el presidente Bush miente cuando dice que no desea que Iraq sea dividido. Todo lo que está ocurriendo ahora en el terreno te hace jurar que está llevando a Iraq a la división. Además, llegará el día en que dirá: ‘No puedo hacer nada si los iraquíes desean la división de su país, y yo cumplo los deseos del pueblo de Iraq’. «
Nasrallah dijo que pensaba que los Estados Unidos también querían provocar la división del Líbano y de Siria. En Siria, dijo, el resultado sería empujar al país «hacia el caos y las batallas internas como en Iraq». En el Líbano, «Habrá un estado sunita, un estado Alawi, un estado cristiano y un estado Druze». Sin embargo, dijo: «No sé si habrá un Estado chiíta». Nasrallah me comentó que sospechaba que uno de los objetivos del bombardeo de Israel contra el Líbano el pasado verano era «destruir zonas chiítas y desplazar a los chiítas del Líbano. La idea era hacer que los chiítas del Líbano y Siria escaparan hacia el sur de Iraq, «el cual está dominado por chiítas. «No estoy seguro, pero lo presiento», me dijo.
La división dejaría a Israel rodeado de «pequeños Estados tranquilos», dijo. «Le aseguro que el reino de los sauditas también será dividido, y el problema trascenderá a los Estados del norte de África. Habrá pequeños estados étnicos y confesionales», dijo. «En otras palabras, Israel será el Estado de la región más importante y fuerte que haya sido dividido en Estados étnicos y confesionales, en armonía unos con otros. Este es el nuevo Oriente Medio».
De hecho, el gobierno de Bush se ha negado categóricamente a hablar de la visión de Iraq, y su posición pública indica que la Casa Blanca ve un futuro Líbano intacto, con un Hezbolá débil y desarmado que desempeñe, en el mejor de los casos, un papel político insignificante. Tampoco hay pruebas que respalden la creencia de Nasrallah de que los israelitas estaban tratando de llevar a los chiítas hacia el sur de Iraq. Así y todo, la visión de Nasrallah de un conflicto sectario mayor en el que los Estados Unidos estén implicados apunta a una posible consecuencia de la nueva estrategia de la Casa Blanca.
En la entrevista, Nasrallah hizo ademanes de calma y promesas que tal vez sus oponentes juzgarían con escepticismo. «Si los Estados Unidos dicen que los debates acerca de nuestras preferencia son útiles e influyentes para determinar la política estadounidense en la región, no tenemos objeción en conversar o reunirnos. Pero si su objetivo mediante esa reunión es imponernos su política, será una pérdida de tiempo», dijo. Indicó que la milicia de Hezbolá, a menos que fuese atacada, sólo operaría dentro de las fronteras del Líbano, y prometió desarmarla cuando el Ejército libanés lograra recuperarse. Nasrallah afirmó que no tenía ningún interés en iniciar otra guerra con Israel. Sin embargo, añadió que se estaba anticipando y preparándose para otro ataque israelí en una etapa más avanzada de este año.
Nasrallah insistió además en que las manifestaciones en las calles de Beirut continuarían hasta que el gobierno de Siniora caiga o satisfaga las exigencias políticas de su coalición. «Hablando en términos prácticos, este gobierno no puede gobernar», me dijo. «Puede emitir órdenes, pero la mayor parte del pueblo libanés no tolerará ni reconocerá la legitimidad de este gobierno. Siniora continúa en el poder debido al respaldo internacional, pero eso no quiere decir que Siniora pueda gobernar el Líbano».
Según Nasrallah, los repetidos elogios del presidente Bush con respecto del gobierno de Siniora, «es el mejor servicio que puede brindar a la oposición libanesa, porque debilita su posición contra el pueblo libanés y las poblaciones árabes e islámicas. Están apostando a que nos cansaremos. No nos cansamos durante la guerra, de manera que, ¿Cómo podríamos cansarnos en una manifestación?»
Existe una marcada división de opiniones dentro y fuera del gobierno de Bush acerca de la mejor manera de lidiar con Nasrallah, y si, de hecho, él pudiera ser socio en un acuerdo político. El director saliente de la Inteligencia Nacional, John Negroponte, durante una reunión de información ante el Comité de Inteligencia del Senado durante su despedida, en enero, dijo que Hezbolá «está en el centro de la estrategia terrorista de Irán. . . . Podría decidir realizar ataques contra los intereses de los Estados Unidos en caso de que sienta que su sobrevivencia o la de Irán están amenazadas. . . . Hezbolá en el Líbano se considera a sí mismo socio de Teherán.
En 2002, Richard Armitage, a la sazón subsecretario de Estado, denominó a Hezbolá «el equipo A» de terroristas. En una entrevista reciente, sin embargo, Armitage reconoció que el asunto se ha tornado más complicado de alguna manera. Armitage me comentó que Nasrallah ha surgido como «una fuerza política de cierto renombre, que deberá desempeñar un papel político en Líbano, si decide hacerlo». Según Armitage, en términos de relaciones públicas y astucia política, Nasrallah «es el hombre más listo del Oriente Medio». Aun así, añadió, Nasrallah «ha tenido que poner en claro que quiere desempeñar el papel correcto como oposición leal. Para mí, aún existe una deuda de sangre por pagar», haciendo referencia al coronel asesinado y el bombardeo a los cuarteles de la Marina.
Robert Baer, quien fue agente de la C.I.A. durante mucho tiempo en el Líbano, ha criticado duramente a Hezbolá y ha advertido sobre sus relaciones con el terrorismo financiado por los iraníes. Sin embargo ahora, me dijo, «tenemos a los árabes sunitas preparándose para un conflicto catastrófico, y necesitaremos que alguien proteja a los cristianos en el Líbano. Solían ser Francia y los Estados Unidos quienes lo hacían, y ahora serán Nasrallah y los chiítas.
«La historia más importante del Oriente Medio es la evolución de Nasrallah de callejero a líder, de terrorista a estadista», Baer añadió. «El perro que no ladró este verano», durante la guerra con Israel, «fue el terrorismo chiíta». Baer se refería a los temores de que Nasrallah, además de lanzar cohetes contra Israel y secuestrar a sus soldados, pudiera desatar una oleada de ataques terroristas contra objetivos israelitas y estadounidenses en todo el mundo. «Pudo haber apretado el gatillo, pero no lo hizo,» Baer dijo.
La mayoría de los miembros de la inteligencia y comunidades diplomáticas reconocen las actuales relaciones con Irán. Sin embargo, existen diferencias en cuanto hasta qué punto Nasrallah pondría a un lado los intereses de Hezbolá a favor de los de Irán. Un ex oficial de la CIA quien además estaba al servicio del Líbano llamó a Nasrallah «fenómeno libanés», y añadió: «Sí, él recibe ayuda de Irán y Siria, pero Hezbolla ha ido más allá». Me comentó que hubo un período a finales de los años ochenta y principio de los años noventa en que la estación de la CIA en Beirut podía controlar, de forma clandestina, las conversaciones de Nasrallah. Definió a Nasrallah como «un líder pandillero que era capaz de hacer tratos con las otras pandillas. Mantenía contactos con todo el mundo».
Informes al Congreso
La dependencia del gobierno Bush en operaciones clandestinas que no han sido informadas al Congreso, y sus relaciones con intermediarios con dudosas agendas, han hecho recordar, a algunos en Washington, un capítulo anterior de la historia. Hace dos decenios, el gobierno de Reagan intentó financiar ilegalmente a los contras en Nicaragua, con la ayuda de ventas secretas de armas a Irán. El dinero saudita estuvo involucrado en lo que se conoció como el escándalo Irán-Contra, y algunos de los participantes en ese entonces, en particular el príncipe Bandar y Elliot Abrams, están involucrados en los tratos actuales.
El escándalo Irán-Contras fue el tema de un debate oficiosos sobre las «lecciones aprendidas» hace dos años entre veteranos del escándalo. Abrams dirigió del debate. Una de las conclusiones se refiere a que, aunque finalmente el programa se descubrió, había sido posible ejecutarlo sin informar al Congreso. En cuanto a la experiencia aprendida, en términos de futuras operaciones encubiertas, los participantes determinaron: «Uno, no puedes confiar en nuestros amigos. Dos, la C.I.A tiene que estar totalmente fuera. Tres, no puedes confiar en el ejército uniformado, y cuatro, tiene que ser dirigido fuera de la oficina del vicepresidente», haciendo referencia al papel de Cheney, comentó el ex oficial superior de inteligencia.
Posteriormente, ambos asesores del Gobierno y el ex oficial superior de inteligencia me dijeron que el eco del escándalo fue un factor que influyó en la decisión de Negroponte de renunciar a la dirección de la Inteligencia Nacional y aceptar un puesto de Subsecretario de estado en el Subgabinete. (Negroponte se negó a hacer comentarios.
El antiguo oficial superior de inteligencia me comentó, además, que Negroponte no quería repetir la experiencia que vivió cuando era embajador en Honduras, durante el gobierno de Reagan. «Negroponte dijo: ‘De ninguna manera. No tomaré ese camino de nuevo con el Consejo de Seguridad Nacional llevando a cabo operaciones clandestinas, sin obtener resultados.'» (En el caso de las operaciones encubiertas de la CIA, el Presidente debe presentar por escrito los resultados e informar al Congreso.) Negroponte se mantuvo como subsecretario de Estado ya que, «él considera que puede tener una influencia positiva en el Gobierno», añadió.
El asesor del Gobierno dijo que Negroponte compartía las metas de la política de la Casa Blanca, pero quería hacerlo «conforme a lo que está reglamentado.» El asesor del Pentágono me dijo, además, que «al nivel de los rangos superiores se tenía la impresión de que él no estaba de total acuerdo con las iniciativas clandestinas más aventureras.» Dijo además que también era cierto que Negroponte «tenía discrepancias con esta maquinaria de la política al estilo de Rube Goldberg para solucionar los problemas del Oriente Medio.»
Añadió que una dificultad, en cuanto a supervisión, era la contabilidad de los fondos encubiertos. «Existen muchísimas fuentes oscuras de dinero dispersas en muchos lugares y utilizadas por todo el mundo en diferentes misiones,» añadió. El caos en el presupuesto en Iraq, donde miles de millones de dólares no se declaran, ha constituido un vehículo para transacciones de este tipo, según el ex oficial de inteligencia y el general retirado de cuatro estrellas.
«Esta situación se remonta al conflicto Irán-Contra,» me dijo un ex asesor del Consejo de Seguridad Nacional. «En buena medida lo que hacen es dejar fuera a la Agencia.» Aseguró que al Congreso no lo habían informado completamente del alcance de las operaciones EUA-Arabia Saudita. Añade que: «La CIA pregunta ‘¿qué está ocurriendo?’ Están preocupados porque creen que es el momento de los aficionados.»
El tema de la supervisión comienza a atraer más la atención del Congreso. En noviembre pasado, el Servicio de Investigación del Congreso presentó un informe al Congreso acerca de lo que describe como la falta de claridad, del Gobierno, en cuanto a la diferencia que existe entre las actividades de la CIA y las que son estrictamente militares, que no tienen los mismos requisitos para la presentación de informes. El Comité de Inteligencia del Senado, dirigido por el senador Jay Rockefeller, programó una audiencia, para el 8 de marzo, sobre las actividades de inteligencia del Departamento de Defensa.
El senador demócrata por Oregon, Ron Wyden, miembro del Comité de Inteligencia, me comentó: «El gobierno de Bush ha fracasado con frecuencia al cumplir con su obligación jurídica de mantener al Comité de Inteligencia completamente informado y actualizado. El tiempo ha pasado y de nuevo la respuesta sigue siendo: ‘tengan confianza en nosotros.'» Wyden afirmó: «Se me hace difícil confiar en el Gobierno.»
Publicado originalmente en http://www.newyorker.com/printables/fact/070305fa_fact_hersh