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El drama de la lucha popular por la democracia en Kenia

Fuentes: Oozebap

En Kenia se celebraron las elecciones presidenciales el 27 de diciembre del 2007 y los resultados se anunciaron tres días más tarde. Minutos después de que Mwai Kibaki apareciera como el ganador, surgieron actos espontáneos de protesta por todo el país. La oposición fue muy intensa especialmente entre los jóvenes sin empleo que habían votado […]

En Kenia se celebraron las elecciones presidenciales el 27 de diciembre del 2007 y los resultados se anunciaron tres días más tarde. Minutos después de que Mwai Kibaki apareciera como el ganador, surgieron actos espontáneos de protesta por todo el país. La oposición fue muy intensa especialmente entre los jóvenes sin empleo que habían votado masivamente por el cambio. Una camarilla en el poder que robó millones de dólares en un periodo de cinco años había robado también las elecciones. Este fue el veredicto de los pobres. Sin embargo, esto se enturbiaba por la afirmación étnica y por la cantinela constante de intelectuales, tanto locales como extranjeros, de que la crisis y las matanzas surgían de profundas hostilidades «tribales». Esta narrativa tribal se intensificó tras la quema y la muerte de civiles inocentes en una iglesia, Eldoret, en la región del valle del Rift. Aunque estas masacres tenían todas las características de la violencia genocida de Ruanda y Burundi, también, y eso era lo más importante, hacía evidente que la sociedad de Kenia debía salir de esta espiral bélica. La violencia y los asesinatos amenazaban incluso a los líderes políticos. En nuestra opinión, la llamada a la calma y a la reconciliación de los dirigentes religiosos y políticos no se escuchará hasta que no se hagan esfuerzos para erradicar los procesos donde se recurre a los linchamientos, a las muertes extrajudiciales, a la violación de mujeres y el menosprecio por la vida en general. Con este breve comentario sobre las elecciones y sus resultados, me gustaría exponer lo imprescindible que resulta liberarnos de las ataduras mecánicas, competitivas y individualistas de la filosofía occidental y reunificar a los ciudadanos de Kenya con sigo mismos, con la tierra y con la espiritualidad. Este análisis se rige por la teoría fractal y sitúa en el centro a los africanos como seres humanos. La teoría fractal se basa en algunos aspectos del sistema de conocimiento africano y rompe con las viejas narrativas tribales que consideran a los africanos como seres infrahumanos que necesitan la Civilización, el Cristianismo y el Comercio. Los que condenan la violencia postelectoral en Kenia no condenan el terrorismo económico en el país. Debe quedar claro que la utilización de mujeres y niños como cobayas por las farmacéuticas es tan repugnante y monstruoso como quemarlos en las iglesias. La violación y los abusos a manos de los pobres y de los jóvenes desempleados se han sobredimensionado por analistas y observadores, que se han centrado en uno de los muchos componentes de la matriz de explotación en Kenia: la etnicidad. Conjuntamente con este discurso de la teoría fractal, nuestro comentario se dirige a los intelectuales progresistas de Kenia, llamándolos a una revolucionaria transformación paradigmática: una que sea intrínseca al sistema de conocimiento africano y que pueda aplicarse en la práctica y en el día a día de los africanos. Las transformaciones revolucionarias son necesarias para romper los procesos que se han desencadenado en Kenia y en toda África del este desde la imposición del colonialismo y el Gulag británico. Esta ruptura requiere ideas revolucionarias en Kenia, así como nuevas formas de organización política. El capitalismo y las organizaciones democráticas neoliberales han creado dirigentes que organizan el poder político sin ni tan siquiera importarles formar partidos políticos sólidos. Kenia necesita una transformación profunda que vaya más allá de ganar las elecciones. Sin embargo, hasta que surjan nuevas ideas y nuevos líderes, los disturbios actuales servirán para ilustrar a la mayoría empobrecida sobre los límites de las alianzas políticas y étnicas que privilegian la clase capitalista del país. El siguiente análisis lo presentamos como un drama en tres actos. El primero se representó en la campaña electoral. El segundo habla de lo acontecido tras el anuncio de los resultados, con las reacciones violentas que suscitó en la sociedad. El tercero trata de la necesidad de esta transformación revolucionaria como cuestión central para los objetivos políticos en Kenia y en África del este.

ACTO PRIMERO. Las luchas por el voto y la campaña para las presidenciales

La escena: Kenia ha sido el epicentro de la dominación imperial en África del este desde la colonización británica. Caroline Elkins, en su libro Britain’s Gulag, ha documentado para la posteridad la violencia extrema y los asesinatos que sufrió la cultura política de Kenia a manos del gobierno británico. Tras la independencia en diciembre de 1963, el Reino Unido dejó en el poder a personas que, básicamente, estaban de acuerdo con ejercer de socios del capitalismo británico en el este y el centro de África. Este acuerdo incluía la aceptación, por parte de la clase dirigente de Kenia, de las formas europeas de propiedad de la tierra, que imponían una modernización de los modos «tribales» y «primitivos» de los africanos. Durante cuarenta años, Kenia se presentó como una historia de éxito, donde una clase media parásita y un próspero Nairobi Stock Exchange (compuesto por capital extranjero) demostraban que el capitalismo podía enraizarse en África. La segunda escena de este primer acto empieza con la campaña para las elecciones al Parlamento. La obra de la lucha por el cambio en Kenia se representó con una batalla electoral que afectó a la sociedad durante muchos meses. Al final de esta escena, uno de los principales protagonistas, la prensa local, informó que los resultados fueron «un baño de sangre». El titular clamaba: «Los activos votantes barrieron al vicepresidente, a los ministros y a los políticos veteranos como un viento de cambio que sopla a través del país». Pero los periódicos todavía no eran conscientes de las implicaciones de utilizar imágenes como «baño de sangre» en sus titulares. Todo el mundo esperaba los resultados finales sobre quién sería el presidente, que se retrasaron mientras arreglaban el recuento. Cuando las noticias de la derrota parlamentaria del presidente Kibaki y sus aliados en el Partido de Unidad Nacional (PNU) aterrizaron en las calles, en las pantallas y en los SMS, la población empezó las acciones espontáneas para asegurarse de que no fueran silenciados por las mismas autoridades que los habían colocado en la cima del movimiento por el cambio. Estos actores y actrices principales (wananchi) habían participado con entusiasmo en la campaña electoral articulando sus demandas de paz, reconstrucción y transformación social. En la tercera escena, la panda de ladrones de Kibaki y compañía intentó silenciar a la prensa. Para que se representara la escena, los observadores internacionales y la prensa (tanto nacional como extranjera) fueron expulsados del centro de la Comisión Electoral de Kenia (ECK), en el Kenyatta International Conference Centre. El responsable de la ECK se dirigió a una pequeña habitación y anunció los resultados de las elecciones, nombrando a Mwai Kibaki como el ganador de las elecciones. Tres días más tarde, el mismo responsable de la ECK afirmó en la prensa que no estaba seguro de si Kibaki había ganado las elecciones. Por otro lado, el equipo regional de los barones y aspirantes a financieros de Raila Odinga aseguraron que los verdaderos resultados de las elecciones mostraban que Odinga había sido elegido por la mayoría para que fuera el líder. Si su partido, el Orange Democratic Movement (ODM), obtuvo más de cien escaños en el Parlamento frente a los menos de treinta de la panda de ladrones de Kibaki, ¿cómo era posible perder las presidenciales? Los observadores locales y extranjeros pusieron el grito en el cielo: las elecciones habían sido manipuladas y los resultados anunciados no se correspondían con la realidad. Todo el proceso fue defectuoso. Esas voces fueron rápidamente ahogadas por la fuerza de los que mantienen el control estratégico de las secciones militares y mediáticas de esta pantomima. La política neoliberal incluye la falsificación y la mentira, pero los observadores internacionales utilizan un lenguaje comedido de «irregularidades» y «anomalías» para referirse a la realidad. Raila Odinga calificó el proceso como un «golpe civil».

El juramento del presidente Kibaki

La escena tercera de esta obra se representó en los muros seguros de la Casa del Estado, donde únicamente habían sido invitados los financieros paraestatales, la mayoría de los ministros y una pequeña sección de la prensa. En la escena, Mwai Kibaki es condecorado como tercer presidente de la República de Kenia. El escenario resulta muy diferente del anterior, en el parque Uhuru de Nairobi, cuando el 30 de diciembre del 2002 un público entusiasta lo ovacionó. En la de ahora, la escena se representó sin público porque los actores y actrices principales no ratifican este nuevo acto. Minutos después del anuncio de la victoria de Kibaki, hubo manifestaciones espontáneas en todo el país, especialmente en las zonas urbanas. El descontento popular por el robo de las elecciones conllevó violencia y el asesinato de inocentes en Kakamega, Kisumu, Mombassa, Nairobi, Nakuru y otras ciudades. La policía asesinó manifestantes mientras la prensa extranjera hablaba de las protestas en términos étnicos. Las dimensiones de clase, de género y de etnia de la oposición a Kibaki empezaron a manifestarse en las comunidades pobres, llamadas slums, pero los medios se centraron en una de las dimensiones: la alienación étnica de las pobres y explotados. Cientos de muertes trajeron a casa la realidad de que las elecciones y el recuento de votos eran, simplemente, piezas en la lucha por romper con la vieja política de explotación y deshumanización en Kenia. No obstante, como esta política de explotación ha sido enmascarada por los políticos como etnicidad, los miembros pobres de nacionalidad kikuyu fueron los objetivos en algunas comunidades, con la masacre de Eldoret recordándonos la larga tradición de limpiezas étnicas que sucedieron en esta región durante el régimen de Arap Moi. La misma prensa se negó a informar que los pobres kalenjin también fueron los que prendieron fuego a la casa del expresidente Moi. ¿Es posible erradicar el recurso a la masacre de pobres? Odinga y su equipo condenaron las muertes de un grupo étnico en particular, pero el odio era demasiado profundo entre los jóvenes para que los escucharan. Desgraciadamente, el Orange Democratic Movement de Raila Odinga no disponía de la estructura suficiente para que estos jóvenes aparcaran la violencia.

Raila Odinga y el Orange Democratic Movement

Para impedir la posible guerra que podía salir de este nuevo acto, son imprescindibles ideas novedosas, si no revolucionarias, que saque partido de las ansias que tiene la población por el cambio. La radicalización de la política de Kenia había surgido con las fuerzas altermundistas internacionales, hasta el punto que en ese mismo 2007 Kenia albergó el Foro Social Mundial. Las peticiones radicales del Manifiesto de Bamako, en el Foro Social Africano, para una transformación profunda a nivel económico, social y de género en África, no podían llevarse a cabo por las arcaicas ONG aliadas con ONG occidentales. El Foro Social Mundial demostró que se necesitan ideas revolucionarias con nuevas formas de organización para conseguir los objetivos y las aspiraciones del foro social africano. Raila Odinga y su grupo de barones del mismo origen regional y étnico se habían centrado en los sentimientos radicales de los jóvenes más allá de las divisiones étnicas. Odinga llamó a su equipo «Pentágono» y movilizó los discursos populares sobre la juventud, la mujer y los desfavorecidos para hablar de «erradicación de la pobreza» y «corrupción». Pero en la plataforma del Orange Democratic Movement no había un programa claro de reconstrucción y transformación. Raila Odinga es un actor político clave desde hace cuatro décadas. Había participado en casi todos los partidos políticos importantes y su padre, Odinga Odinga, es un conocido opositor al neocolonialismo. Desgraciadamente, las elecciones del 2007 mostraron la realidad: no existen partidos políticos reales en Kenia. Los dirigentes de todos los bandos no están interesados en construir un movimiento sólido para el cambio, sino que consideran los partidos como vehículos para llegar al poder. Existen más de 300 partidos registrados en Kenia y unos 117 participaron en estas elecciones. Los escritores locales y extranjeros, que antaño habían sido las voces de los pobres, apoyaron con entusiasmo la representación de la primera escena: las elecciones. Algunos de estos intelectuales se quejaron de que el guión había cambiado cuando aquellos que controlan la maquinaria de estado desataron la violencia contra los pobres. Para que esta violencia de estado contra las masas empobrecidas funcionara, el ministro del Interior prohibió la difusión de imágenes en directo. El estado también manejó la idea de prohibir los SMS en toda Kenia. Pero, sencillamente, la población se dirigió a la prensa internacional para confirmar lo que ya sabían: el recurso a las matanzas y a las represalias son un espiral incontrolable. Sin decretar el estado de emergencia (por miedo a perjudicar la industria del turismo), la mayoría de pobres vivieron bajo el aparente toque de queda mientras los militares, la policía y las unidades de servicios generales se desplazaban por todo el país y se implementaban nuevas formas de censura. Kibaki, el líder que había robado las elecciones, debía ir con cuidado con el trato a la policía, al ejército y a los servicios de inteligencia para que las divisiones internas en las fuerzas de seguridad no cambiaran la autoridad de quien había robado las elecciones. Raila Odinga intentó incidir en estas divisiones de las fuerzas represivas llamando a la manifestación de un millón de ciudadanos para expresar su rechazo a los resultados manipulados.

La prensa y el capital internacional

La British Broadcasting Corporation (BBC) y otras voces del imperio también fueron uno de los protagonistas de esta representación desde el principio. Los británicos estuvieron particularmente activos debido a sus intereses económicos: el capitalismo británico es una parte muy importante en la narración de este drama. En las escenas dos y tres del acto primero, los protagonistas extranjeros habían condenado las «irregularidades», enviando los observadores de la Unión Europea y de la Commonwealth. El responsable de la misión de los observadores de la UE declaró que «las elecciones tienen una falta de credibilidad, así que es necesario un recuento independiente para rectificar las cosas». Esta declaración llevó a que el gobierno de los Estados Unidos invalidara su anterior reconocimiento de Mwai Kibaki como ganador de las presidenciales. En Washington están preocupados por el futuro de Kenia, pues el país juega un papel importante en su guerra global contra el terrorismo. Durante el periodo de Kibaki, algunos ciudadanos de Kenia fueron sacados del país y tratados como terroristas bajo la política de secuestro estadounidense. El Orange Democratic Movement firmó una declaración de entendimiento con la comunidad musulmana durante la campaña electoral, y miembros del ODM condenaron la entrega de ciudadanos de Kenya por parte del gobierno. Su argumento era que si estas personas habían infringido las leyes de Kenia, debían ser juzgados según estas mismas leyes. Sin embargo, tras los acontecimientos y las masacres, ¿estaban tanto el gobierno como la oposición más preocupados por las vidas de los pobres que por el poder? Frente a la ausencia de un liderazgo moral para condenar las masacres, los medios internacionales tildaron las luchas por la democracia en Kenia de violencia «tribal».

ACTO SEGUNDO. Estancamiento y abismo

Raila Odinga y su equipo (llamado Pentágono) entraron en el drama con el guión de los que habían mantenido el poder desde la colonización. Llamar a su equipo «Pentágono» nos muestra la falta de sensibilidad al rechazo internacional contra los símbolos militares. Los cinco líderes del Pentágono son: (i) M Mudavadi, (ii) Charity Ngilu, (iii) William Ruto, (iv) Bilal Najib y (v) Joseph Nyagah. Este grupo de barones del mismo origen regional y étnico tienen experiencia en varias formaciones políticas y muchos conservan vínculos familiares y económicos con financieros de dentro y de fuera del gobierno de Kibaki. Durante la campaña, este grupo prometió delegar el poder del gobierno central. Los pobres creían que esto conllevaría el acercamiento del gobierno a los pueblos y comunidades. De este modo, recibirían asistencia sanitaria, abastecimiento de agua, pavimentación de las calles y carreteras, educación y otros servicios básicos y, por consiguiente, mejorarían sus condiciones de vida. Asimismo, supondría oportunidades de empleo para los jóvenes. Sin embargo, para los barones regionales la promesa sobre la delegación pretende asegurarse un acceso más fácil al tesoro del estado. Al equipo de Kibaki -entrando en la obra sin un partido político real y sin un órgano que sitúe a la mayoría de actores y actrices en el epicentro- le resultaba fácil apoderarse del malestar espontáneo. Por todo el país, los jóvenes habían trascendido la identificación étnica y deseaban un cambio real en la calidad de vida. ¿Había aprendido el ODM la lección del poder popular en las calles de la «revolución naranja» de Ucrania? ¿Podría derrocar las viejas estructuras de poder ofreciendo una alternativa? En el pulso entre las fuerzas naranjas y las del poder, Kibaki aparecía como un líder condenado, rodeado por políticos y financieros que aseguraban que debía negociar desde una posición fuerte. Odinga afirmó que las negociaciones sólo podían empezar si Kibaki aceptaba que las elecciones habían sido amañadas. En este bloqueo, países vecinos como Uganda, Ruanda y el sur de Sudán empezaron a notar los efectos del bloqueo del sistema de exportación de Kenia.

Mwai Kibaki y el régimen neoliberal

Kibaki pertenece a la clase dominante de Kenia desde hace cincuenta años. Empezó su carrera como representante de la petrolera Shell en Kampala (Uganda) y pasó de ocupar una plaza en la Universidad de Makerere al más alto nivel del recién gobierno independiente. En el libro The Reds and the Blacks, William Atwood, por aquel entonces embajador de Estados Unidos, califica a Kibaki como uno de los principales «reformadores» que garantizaría los intereses del capital extranjero. Kibaki emergió como una fuerza estable en los círculos de poder que rodearon tanto a Jomo Kenyatta como a Daniel Arap Moi como ministro de Economía. Precisamente fue durante los gobiernos de Kenyatta y Moi que se redefinió la corrupción por la clase dominante. Los asesinatos extrajudiciales y las muertes accidentales de destacados líderes sindicales y opositores fueron silenciados por la prensa extranjera, que calificaba a Kenia como una democracia «estable».

Arap Moi y el capital internacional

Tras la muerte de Kenyatta en 1978, Daniel Arap Moi cementó una alianza de financieros extranjeros y políticos locales para saquear a la sociedad y fomentar las divisiones y el odio étnico entre los más pobres y oprimidos. Las inversiones británicas dominaban el país con empresas como Unilever, Finlays, GSK, Vodafone, Barclays y Standard Bank convirtiéndose en los principales nombres del Nairobi Stock Exchange. El Reino Unido llegó a un trato con los líderes de la independencia y los premió con una pequeña suma para que esta nueva clase de granjeros y terratenientes africanos se uniera a los colonos británicos en la explotación de Kenia y, por consiguiente, de África del este. Molo, en el valle del Rift (uno de los distritos en el centro de la contienda de las elecciones amañadas), fue uno de los lugares donde se reinstalaron algunos kikuyus tras la independencia. Durante su mandato, Moi permaneció en el centro de esta alianza con las finanzas británicas, los inversores asiáticos y los empresarios kikuyus de la Provincia Central. Cuando Moi perdió las elecciones en diciembre del 2002, su familia y alegados de su partido, el Kenya African National Union (KANU), continuaron en el juego de la explotación. Fue bajo el gobierno de Moi que el imperialismo utilizó Kenia como base para subvertir y atacar las independencias de muchos países africanos. Un informe encargado por la administración de Kibaki (llamado Kroll Report), denunciaba a Moi y a sus hijos como multimillonarios con cuentas en bancos de Gran Bretaña, Suiza, Sudáfrica, Namibia, las Islas Caimán y Brunei. Este informe alega que los parientes y socios del expresidente Moi robaron más de 1 billón de libras de las arcas del estado. El documento coloca a los Moi en el bando de los grandes presidentes-ladrones de África como Mobutu Sese Seko del Zaire (la actual República Democrática del Congo) y Sani Abacha (Nigeria). La afinidad entre Moi y Kibaki quedo reflejada claramente durante la última campaña electoral, cuando Moi y sus hijos defendieron encarecidamente la reelección del presidente Kibaki. La documentación del tamaño del robo de Moi salió a la luz en lo que se conoció como el escándalo Goldenberg. Éste destapó la alianza entre Moi, el KANU y los financieros asiáticos: habían esquilmado el país con tanta impunidad que Kamlesh Mdami Pattni, un financiero asiático citado en el escándalo Goldenberg, formó un partido para participar en las elecciones del 2007. Antes de las revueltas multipartidistas de 1992, Kibaki quiso distanciarse de este grupo de financieros involucrados en proyectos agrícolas, transportes, servicios, seguros, construcción, ingeniería, así como en los sectores de salud y educación. Estos financieros, de dentro y fuera de la arena política, también daban su apoyo a los saqueos que se realizaban en todo el este del continente. En la economía de Kenia, el dinero del petróleo de Sudán (especialmente del sur), los intereses comerciales en Somalia o el negocio del oro o diamantes en Ruanda, Burundi y el este del Congo ha funcionado a expensas de la clase trabajadora y empobrecida de Kenia. Por consiguiente, desde la pasada década existe un crecimiento de la economía nacional. Felicia Kabunga, buscada por el Tribunal Penal Internacional de Ruanda por crímenes de genocidio en Ruanda, fue la clase de saqueadora que encontró refugio entre los apoderados de Kenia.

Kibaki y la emergencia de los nuevos financieros

Aunque Mwai Kbaki hizo campaña contra la corrupción en el 2002, su presidencia está marcada por una explosión de nuevos esquemas de acumulación. El auge de las telecomunicaciones, la tecnología de la información y del sector bancario floreció con nuevas empresas como el Equity Bank y numerosas empresas de telecomunicación (Safaricom, Flashcom, Telecom, etc.) que rivalizaban con los inversores ya existentes. El lanzamiento de nuevas acciones bajo una Oferta Pública Inicial para Safaricom se convirtió en tema central de la campaña electoral, pues aquellos que tuvieran acceso a las acciones cuando saliera la oferta se convertirían inmediatamente en millonarios. El gobierno de Kibaki estaba dominado por personas que formaron una empresa llamada MEGA, y mediante Transcentury Corporation se habían situado entre los principales financieros del país. Este grupo presentó un programa llamado Vision 2030 para que Kenia se convirtiera en el líder capitalista de África, el Singapur africano. El control del aparato de estado era crucial para los objetivos de Vision 2030. No tenemos suficiente espacio para una descripción de los miembros de esta panda de ladrones y el lugar que ocupaban en el Nairobi Stock Exchange. Lo que es significativo es que los nombres de financieros y políticos de Transcentury figuran en el escándalo de corrupción que sacudió al gobierno de Kibaki. Se llamó el escándalo «Anglo-leasing» e implicó contratos gubernamentales con empresas falsas. Uno de los implicados, John Githongo, expuso el escándalo y se trasladó a Gran Bretaña. El dinero de este escándalo no ha aparecido, y aunque los gobiernos europeos y Estados Unidos se escandalizan sobre la corrupción, nadie hace nada para devolver el dinero a Kenia. Estos escándalos estuvieron muy presentes en la campaña electoral. Tres de los cuatro ministros que dimitieron por el escándalo «Anglo-leasing» fueron readmitidos por Kibaki. Estos ministros, junto a otros veinte, perdieron sus escaños en las elecciones de diciembre del 2007. La mayoría pobre de Kenia ha utilizado el voto para enviar un mensaje a los financieros. La prueba real en la política de Kenia es si el equipo llamado «Pentágono» del ODM podía cambiar esta corrupción. La población votó por el cambio. ¿El Orange Democratic Movement es un movimiento que desea el cambio o únicamente el poder? Esta es la cuestión principal.

ACTO TERCERO. Una situación revolucionaria sin ideas revolucionarias

Como la obra se está representando todavía, no es posible concluirla. En este acto, la población de Kenia está desgarrada entre dos tradiciones: la de los combatientes por la independencia y la de la violencia, saqueo y menosprecio por la vida. Los jóvenes han crecido tras el fin del apartheid y la derrota de Mobutu. Esta generación ha superado la politización de la nacionalidad étnica y, junto a las mujeres progresistas, desean finalizar con la violencia, especialmente con las violaciones. Para estos jóvenes, Kenia se encuentra en medio de una guerra por la libertad. Aunque la conciencia de la juventud puede aumentar a largo plazo, existen escasos líderes revolucionarios y una pobreza de ideas innovadoras. Los jóvenes pobres han sido movilizados para desencadenar la violencia contrarrevolucionaria, donde los oprimidos se queman y asesinan unos a otros. Esta es la lección de los asesinatos y masacres del valle del Rift. La violencia contrarrevolucionaria del genocidio de Ruanda flota en el ambiente. Los mismos políticos que dieron refugio a los genocidas ruandeses fomentan la violencia genocida entre los pobres. Las imágenes de jóvenes merodeando con machetes proporcionan el imaginario necesario para presentar al mundo al salvaje africano. Esta misma prensa no destacará que los campesinos empobrecidos de la zona residencial de Arap Moi quemaron su casa. El panorama de una guerra de clases en Kenia aterroriza tanto al gobierno como a la oposición. Por consiguiente, ponen mucho esmero en gestionar la crisis y que la acumulación del capital pueda volver a las páginas de economía y salir de las portadas. Raila Odinga y el Orange Democratic Movement se encuentran entre la espada y la pared, entre las aspiraciones de los financieros y la petición de un cambio real en todo el país. Tras las elecciones queda claro que el ODM no pudo convencer suficientemente a sus seguidores con nuevas ideas que trasciendan la etnicidad y la sociedad patriarcal. Esta petición de un cambio democrático en Kenia necesita nuevas formas de organización que trasciendan el electoralismo. Para eso es imprescindible romper con los idearios occidentales que promueven el capitalismo como democracia y el genocidio como progreso.

*Horace Campbell es Profesor de ciencias políticas y uno de los autores del libro China en África, ¿ayuda o arrasa? (oozebap, Barcelona, 2007, www.oozebap.org ). Más información y análisis sobre los acontecimientos y la crisis en Kenia en http://www.pambazuka.org