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Al rescate de Maximilien Robespierre

Fuentes: Rebelión

Debemos cumplir una misión urgente, y realizarla con esmero y cuidado. Un comando de fuerzas especiales de la izquierda anticapitalista española, compuesto por nuestros mejores militantes, debe partir de inmediato hacia Francia, para encontrar la sepultura perdida de Maximilien Robespierre, rescatando sus restos mortales. Acabaremos así con uno de los misterios de la Revolución Francesa, […]

Debemos cumplir una misión urgente, y realizarla con esmero y cuidado. Un comando de fuerzas especiales de la izquierda anticapitalista española, compuesto por nuestros mejores militantes, debe partir de inmediato hacia Francia, para encontrar la sepultura perdida de Maximilien Robespierre, rescatando sus restos mortales. Acabaremos así con uno de los misterios de la Revolución Francesa, desvelando el destino final del que fue el más grande de sus líderes.

La primera parada de la expedición será el cementerio de Errancis, donde los termidorianos enterraron al Incorruptible, cubriéndole con cal viva. El equipo de arqueólogos de la Federación Estatal de Foros por la Memoria tendrá que trabajar duro, inspeccionar el camposanto de cabo a rabo, buscando cualquier mínimo rastro de Robespierre. Y si aparece de paso Louis Antoine de Saint-Just, su principal lugarteniente, mataremos dos pájaros de un certero disparo.

Si fracasamos en el intento y no descubrimos nada, no hay porqué preocuparse. El cuerpo de Robespierre no es indispensable para que el operativo finalice exitosamente. Lo que sí necesitamos son los ideales robiesperristas, aquel torrente de pensamientos que hicieron temblar el mundo. Ahora estas ideas nos ayudaran a rehacer nuestra constelación de causas perdidas, que se han ido resquebrajando a medida que triunfaba el neoliberalismo.

El PSOE, nacido marxista y reeducado sociademócrata, es el partido del orden y del capital, el partido de la gran banca y de la oligarquía. Enzarzado el PP en una lucha a cara de perro, de pronóstico reservado, el PSOE es la garantía de que el statu   quo no se modificará en detrimento de la clase empresarial. El PSOE es el enemigo a batir, por mucho que se empeñe la progresía en mostrarnos los horrores del PP. La reconstrucción de la izquierda alternativa y transformadora se hará contra el PSOE y contra el Gobierno ZP.

Para recuperarnos del coma profundo que sufrimos, necesitamos tanto la teoría económica de Marx como la propuesta demócrata radical de Robespierre. El socialismo del futuro será robespierrista o no será, será democrático o sólo será un sucedáneo, una chuchería con la que endulzar la mediocridad imperante. El hilo rojo que une a Karl Marx y a Maximilien Robespierre, del que ya han hablado otros antes que yo, forjará la madeja del anticapitalismo revolucionario, en este nuevo siglo.

Estamos en la última década del siglo XVIII. La joven República Francesa, atacada e invadida por las más poderosas naciones del orbe (la misma situación se repetiría 130 años después con la naciente Unión Soviética), vacilaba entre los realistas, los girondinos y los jacobinos, estableciendo para siempre los conceptos de derecha, centro e izquierda. Marat, Danton, La Fayette, Robespierre, Saint-Just, Bonaparte, ocupaban la arena pública, debatiendo en la Convención o en la Asamblea Nacional, publicando panfletos insurreccionales o dirigiendo los ejércitos franceses hacia la victoria. Sobre todos ellos, brillaba Robespierre.

Maximilien Robespiere, tribuno de la plebe, abogado de los humildes, defensor del pueblo campesino y trabajador, miembro del ala izquierda del club de los jacobinos, figura maldita para monárquicos y burgueses, idolatrado por los sans   culottes, magnífico orador, parlamentario agresivo, hombre de salud escasa, con razón la masa le llamó Incorruptible. Denostado durante siglos, vilipendiado y olvidado, descatalogado por la ortodoxia soviética, víctima de una campaña de desprestigio demasiado larga y cruel, consiguió combinar los aspectos más positivos del liberalismo con lo que él mismo calificó de economía política popular.

La economía política popular que propugnaba Robespierre defendía la prevalencia del poder político sobre el poder económico, defendiendo el control ciudadano de la economía. Se oponía así a la libertad total del mercado, base fundamental del liberalismo clásico, precisando que nunca el derecho a la propiedad privada podría situarse por encima del derecho a una existencia digna. Ni el derrocamiento de la Monarquía Borbón ni la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano eran suficientes, sólo etapas importantes de una carrera de fondo hacia la libertad y hacia la felicidad, que todavía recorremos.

Ante aquellos que pretendían negar el derecho al voto a judíos y a comediantes, Robespierre afirmaba «Devolvámoslos a la felicidad, a la patria, a la virtud, devolviéndoles la dignidad de hombres y de ciudadanos libres; soñemos que jamás puede ser política, que se pueda llama así, el condenar al envilecimiento y a la opresión a una multitud de hombres que viven entre nosotros«. El de Arrás atacaba los prejuicios antijudíos, propios de entonces, exigiendo la igualdad legal para cualquier ciudadano.

Robespierre se oponía a a la proposición de ley marcial, que trataban de aprobar los reaccionarios con el fin de sofocar militarmente los numerosos motines populares que estallaban en Francia. Justificaba el derecho del pueblo a la insurrección si el Estado violaba las libertades, argumentando que «El pueblo volverá a ponerse por sí mismo bajo el yugo de las leyes cuando éstas no sean otra cosa que protección y provecho».

«Todos los hombres nacidos y domiciliados en Francia son miembros de la sociedad política que se llama la nación francesa, es decir, ciudadanos franceses. Lo son por la naturaleza de las cosas y por los principios primeros del derecho de las gentes. Los derechos unidos a este título no dependen ni de la fortuna que cada uno de ellos posee, ni de la cantidad del impuesto a la que está sometido, porque no es el impuesto lo que nos hace ciudadanos; la cualidad de ciudadanos obliga solamente a contribuir a los gastos comunes del estado, según sus facultades». Con estas palabras combatía Robespierre el sufragio censitario, que privaba del derecho al voto a la inmensa mayoría de los franceses.

El diputado jacobino siempre se enfrentó al esclavismo, porque lo consideraba incompatible con la propia Revolución: «Desde el momento en que, en uno de vuestros decretos, hayáis pronunciado la palabra esclavo, habréis pronunciado vuestro propio deshonor y el derrocamiento de vuestra constitución».

«Cuanto más pobre se es, más necesidad se tiene de la autoridad protectora; así, lejos de disminuir esta facultad, para la causa de los ciudadanos más pobres, es por el contrario a estos ciudadanos a quienes el legislador debe garantizarla de la manera más auténtica y extensa». Este pequeño apunte deja bien claro en que trinchera de la lucha de clases estaba Maximilien Robespierre .

Frente a los que promovían la guerra de conquista para, supuestamente, extender los principios revolucionarios por Europa, Robespierre replicaba «La idea más extravagante que puede nacer en la cabeza de un político es creer que es suficiente que un pueblo entre a mano armada en un pueblo extranjero para hacerle adoptar sus leyes y su constitución. Nadie quiere a los misioneros armados. Y el primer consejo que dan la naturaleza y la prudencia es rechazarlos como enemigos». Anticipaba de este modo el fracaso del socialismo real, impuesto por el Ejército Rojo a los países del Este tras el aniquilamiento del Tercer Reich. Incluso, se adelantaba al error tremendo del Che  Guevara, lo que le acabó costando la vida en las selvas de Bolivia.

En otra de sus fantásticas alocuciones, respondía a los que le acusaban de tomar medidas ilegales para actuar contra los enemigos de la revolución, alegando que «Todas aquellas cosas eran ilegales, tan ilegales como la revolución, como la caída del trono y de la Bastilla, tan ilegales como la propia libertad» .

«La libertad del comercio es necesaria hasta el límite en que la codicia homicida empieza a abusar de ella»; «Ningún hombre tiene el derecho a amontonar el trigo al lado de su semejante que muere de hambre»; «La primera ley social es pues la que garantiza a todos los miembros de la sociedad los medios de existir»; «Todo cuanto resulte indispensable para conservarla (la vida) es propiedad común de la sociedad entera»; «Toda especulación mercantil que hago a expensas de la vida de mi semejante no es tráfico, es bandidaje y fratricidio». La prosa contundente del Incorruptible deja bien claro que el ser humano es más importante que el mercado, que nadie debe hacerse rico a costa de que otros se mueran de hambre. Anticapitalismo del bueno, parece escrito para describir la globalización.

También atacaba la pena de muerte: «Quiero probaros dos proposiciones principales: la primera, que la pena de muerte es esencialmente injusta; la segunda, que no es la más represiva de todas las penas, y que contribuye mucho más a multiplicar los crímenes que a prevenirlos». Precisamente, la acusación que lanzó la reacción contra Robespierre, y que aún se escucha, es que fue un tirano sanguinario, acérrimo partidario de la pena de muerte. Otra mentira más. Sólo fue partidario de ella en contadas ocasiones. Cierto es que votó a favor de la ejecución del rey, medida extrema que contribuyó a descabezar la conspiración contrarrevolucionaria. En la época del Terror, con Francia asaetada por los ejércitos absolutistas, justificó el uso de la pena de muerte para preservar la integridad de la república, seriamente amenazada.

«Dar al gobierno la fuerza necesaria para que los ciudadanos respeten siempre los derechos de los ciudadanos, y hacer de manera que el gobierno nunca pueda violarlos». Estas debían ser las funciones del Poder Legislativo según Robespierre. «Los males de la sociedad no provienen jamás del pueblo sino del gobierno»; «El interés del pueblo es el bien público. El interés del hombre con poder es el bien privado». Como pueden apreciar, Robespierre era rousseauniano, demasiado ingenuo, demasiado honesto para este mundo de canallas.

El discurso sobre los Principios del Gobierno Revolucionario es fundamental en la trayectoria de Maximilien Robespierre: «La teoría del gobierno revolucionario es tan nueva como la revolución que la ha traído. No hay que buscarla en los libros de los escritores políticos, que no han visto en absoluto esta Revolución, ni en las leyes de los tiranos que contentos con abusar de su poder, se ocupan poco de buscar la legitimidad; esta palabra no es para la aristocracia más que un asunto de terror; para los tiranos, un escándalo; para mucha gente un enigma. El principio del gobierno constitucional es conservar la República; la del gobierno revolucionario es fundarla… El gobierno constitucional se ocupa principalmente de la libertad civil; y el gobierno revolucionario de la libertad pública. Bajo el régimen constitucional es suficiente con proteger a los individuos de los abusos del poder público; bajo el régimen revolucionario, el propio poder público está obligado a defenderse contra todas las facciones que le ataquen. El gobierno revolucionario debe a los buenos ciudadanos toda la protección nacional; a los enemigos del pueblo no les debe sino la muerte».

La reacción obligó a la Revolución a actuar rigurosamente, aplicando la pena de muerte a opositores y a conspiradores. Robespierre ejerció como contrapeso, dentro del Comité de Salud Pública del que era miembro, entre las posturas más extremistas y las más moderadas. Era un hombre, nada más y nada menos que una persona, por lo que su quehacer político no fue perfecto, cometió errores en algunas ocasiones, aunque siempre tuvo al pueblo en su corazón.

«La esencia de la república o de la democracia es la igualdad, se concluye de ello que el amor a la patria abarca necesariamente el amor a la igualdad. Es verdad también que este sentimiento sublime supone la prioridad del interés público sobre todos los intereses particulares». La igualdad, la bendita igualdad, el horizonte de nuestras batallas, fue también el propósito final de aquel francés enfermizo y enjuto, que un día sembró de inquietud el alma podrida de los poderosos.

Cojamos picos y palas, pongámonos el mono de trabajo, cavemos una y otra vez, destripando la tierra donde dicen que arrojaron el cadáver de Maximilien. Quizás encontremos su cabeza, la cabeza del sabio, del orador, del guerrero de la Revolución. Si tenemos la suerte de lograrlo, no permitamos que nadie le eleve a la categoría de dios, le ponga velas y le rece avemarías, porque entonces seríamos traidores, traidores a Robespierre y traidores a la causa de la humanidad.

«La verdad es mi único refugio frente al crimen; no quiero ni elogios ni partidarios: mi defensa está en mi conciencia». Así sea, compañero.

* La totalidad de las citas de Maximilien Robespierre, mencionadas en este artículo, provienen de la recopilación de discursos del revolucionario jacobino, «Por la felicidad y por la libertad», publicada en El Viejo Topo, en 2005.

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