Cada año, el Sáhara engulle 1,5 millones de hectáreas en los países del Sahel, como un reloj de arena que avanza, de manera imparable, de norte al sur del continente. Pero África no se resigna a convertirse en un territorio yermo: quiere domar el desierto. Tras tres años de preparativos, Senegal comenzó el 1 de […]
Cada año, el Sáhara engulle 1,5 millones de hectáreas en los países del Sahel, como un reloj de arena que avanza, de manera imparable, de norte al sur del continente. Pero África no se resigna a convertirse en un territorio yermo: quiere domar el desierto.
Tras tres años de preparativos, Senegal comenzó el 1 de agosto la construcción de la Gran Muralla Verde, un proyecto que busca frenar el avance del Sáhara con un cinturón vegetal de 7.000 kilómetros de longitud y 15 de ancho entre el Atlántico y el Índico.
Si la iniciativa tiene éxito, una barrera discontinua de acacias, tamarindos, jatrofas y azufaifos conectará la capital senegalesa, Dakar, con la pequeña República de Yibuti, situada en el Cuerno de África. El desafío es titánico. Más de 2.000 personas trabajan en Senegal para reforestar unas 5.000 hectáreas con dos millones de plantas antes de fin de año. Y sólo conseguirán colocar un minúsculo ladrillo de la muralla que ocupará, en total, unas 760.000 hectáreas sólo en este país. A pesar del ímpetu senegalés, la barrera se enfrenta a enormes obstáculos que hacen dudar del éxito del proyecto. Según el bosquejo inicial, aún sin concretar, discurrirá por algunos de los países más pobres de África, como Chad, envuelto en una crisis civil interna, y los del Cuerno de África, amenazados por una hambruna que afecta a millones de personas.
A pesar de estas dificultades, el Gobierno senegalés insiste en que «el mayor proyecto federador del continente africano» es factible. Su presidente, Abdoulaye Wade, es su principal padrino, tras la marcha del ex presidente nigeriano Olusegun Obasanjo, quien anunció el proyecto en 2005 en Uagadugú, capital de Burkina Fasso, en la cumbre de dirigentes de la Comunidad de Estados del Sáhara y del Sahel, la región semiárida que limita al norte con el mayor desierto cálido del mundo. A juicio de Wade, la gigantesca barrera verde es «un proyecto para toda la humanidad» que debería tener éxito. Para garantizarlo, el presidente visitará antes de fin de año los países implicados en el proyecto, con el objetivo de certificar su respaldo.
El experto en desertificación Al-Hamndou Dorsouma, del Observatorio del Sáhara y del Sahel, tampoco ve la Gran Muralla Verde como una utopía. «Es una iniciativa perfectamente realizable, a poco que la voluntad política de los jefes de Estado africanos permanezca y se destinen a ella recursos sustanciosos», sostiene.
Como sugiere Doursuma, la Unión Africana, que agrupa a la práctica totalidad de los países del continente, adoptó el proyecto en enero de 2007. Sin embargo, en su primera etapa, sólo participarán los países del Sahel, los más afectados por la árida metamorfosis que está viviendo África.
Pasividad internacional
«Las consecuencias de la desertificación ya están aquí, y las soluciones aportadas hasta ahora por los estados y la comunidad internacional son muy limitadas frente a la amplitud del desastre», denuncia Dorsouma. A su juicio, la Gran Muralla Verde permitirá limitar la dilatación del desierto y, de paso, será «una oportunidad para que los países africanos trabajen juntos».
El ecólogo Francisco Pugnaire, de la Estación Experimental de Zonas Áridas (CSIC), en Almería, no es tan optimista. En su opinión, la kilométrica barrera vegetal es «un proyecto interesante, pero demasiado político y con poca base científica». Para Pugnaire, el plan se enfrenta a obstáculos prácticamente insuperables. La falta de lluvias -la pluviometría media española duplica la del Sahel- pone en duda el mantenimiento de los árboles y la inabarcable magnitud del proyecto hace sospechar que no llegará a tiempo. «Al ritmo que se han propuesto, tardarán decenas de años en acabar la muralla», augura el científico.
El resultado dependerá del poder de persuasión de Wade. Tras su gira panafricana, se sabrá si ha cosechado frutos o si ha predicado en el desierto.