Traducido para Rebelión por Caty R.
Tras el golpe de Estado que derrocó al presidente Sidi Ould Cheikh Abdallai, el 6 de agosto pasado, la comisión Europea ha suspendido una ayuda humanitaria a Mauritania por importe de 156 millones de euros. En cambio, en materia de lucha contra la emigración clandestina, la cooperación continúa. Ceuta y Melilla ya son prácticamente inabordables, por lo que la costa mauritana, desde donde se puede pensar que hay posibilidades de llegar a las Canarias, se ha convertido en un punto de partida privilegiado para los emigrantes del oeste de África.
Con su característico humor negro, los habitantes de Nuadhibu, ciudad portuaria situada a cuatrocientos setenta kilómetros de Nuakchott, la capital de Mauritania, han bautizado a sus barrios de bloques de hormigón desnudo con nombres de grandes capitales extranjeras: Accra, Bagdad, Dubai. Cuando en 2006, las autoridades españolas de acuerdo con el gobierno mauritano, instalaron en Nuadhibu un centro de retención para emigrantes clandestinos, rápidamente le encontraron un nombre: «Guantánamo».
Los edificios de una antigua escuela en las afueras de la ciudad, en la frontera del Sahara occidental, encierran a los que intentan la travesía hacia España a través de las islas Canarias, a unos ochocientos kilómetros al norte, en línea recta. A veces, los viajeros ni siquiera han abandonado la costa a bordo de largas piraguas de pesca tradicionales, cuando son apresados por los guardacostas mauritanos, secundados por la guardia civil española.
Tras los altos muros de hormigón coronados con alambradas se puede ver, a través de la uralita abierta, un gran patio de arena vacío. Al fondo un largo edificio rosado que antaño albergaba las aulas y a un lado dos aseos. Los habitantes del suburbio vecino entran y salen, aparentemente con libertad, para rellenar los bidones de agua en un grifo del centro. Dos jóvenes policías mauritanos montan la guardia, sin celo. Desde finales de junio hay una célula ocupada. Es una vieja aula de ocho metros por cinco, equipada con literas de campaña superpuestas. Una decena de hombres azorados emergen de las sombras. Casi todos se declaran malienses. Uno de ellos interpela al policía: «¿Cuándo nos repatriarán?», «No puedo responderle»; otro protesta: «Ya hace diez días que estamos aquí»; «Una semana», rectifica el guardia. Según el presidente del comité local de la Media Luna Roja, Mohamed Ould Hamada, se supone que los detenidos no pueden permanecer más de 72 horas entre los muros de la vieja escuela.
Un detenido, con un gesto explícito señalándose el estómago indica que tiene hambre. El más joven declara que tiene 18 años. Camina con dificultad porque tiene heridas las dos piernas. Todavía se pueden ver las heridas vivas a través de las vendas que le ha puesto hace unas horas un médico de la Cruz Roja española. El policía explica que una piragua que transportaba a sesenta y seis personas naufragó la semana anterior. «Murieron treinta, nos trajeron a los supervivientes. Sólo quedan una decena, a los demás los llevaron en autobús a la frontera maliense. A los que están demasiado enfermos para soportar los mil quinientos kilómetros de viaje los dejan aquí, esperando a que recuperen las fuerzas.
Las autoridades mauritanas organizan la detención y los devuelven a la frontera. Pero el centro no presta asistencia ni alimentación, son la Cruz Roja Española y la Media Luna Roja mauritana las que se encargan, y además reparten teléfonos móviles. También llegan al portal algunas almas caritativas con víveres. «Los españoles crearon este centro pero no han dado nada a Mauritania para gestionarlo. El problema es que nosotros carecemos de fondos», explica el encargado de los refugiados del ministerio del Interior.
En un informe de julio de 2008, Amnistía Internacional puso de manifiesto el tratamiento de la emigración clandestina en Mauritania e insistió sobre la arbitrariedad de las expulsiones colectivas y las condiciones de detención en «Guantánamo» (1). En Nuadhibu, las asociaciones de apoyo a los emigrantes se sublevan. Para Ahmed Ould Kleibp, presidente de la Asociación para la protección del medio ambiente y la acción humanitaria (Apeah), el centro «Es una auténtica prisión y las condiciones de detención son terribles. El representante de la Media Luna Roja niega esas declaraciones alarmistas; pero también confiesa que a su predecesor sus amargos comentarios le costaron el puesto. Ould Hamada se preocupa sobre todo por las condiciones de reconducción a la frontera: «En la ruta, de Nuadhibu a la frontera senegalesa o maliense, los emigrantes no reciben ninguna asistencia». El ministro español de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, en una visita oficial a Nouakchott el 8 de julio, prometió que una delegación de su ministerio, acompañada por ejecutivos del ministerio del Interior, visitaría el centro «Para seguir de cerca la cuestión de los derechos humanos».
De octubre de 2006 a junio de 2008, seis mil setecientas cuarenta y cinco personas han pasado por el centro de detención, es decir, unos trescientos al mes como promedio, según las cifras de la Cruz Roja española. El mes de julio pasado, el número de detenidos subió a quinientos. Desde 2005, año marcado por una intensificación de la represión, el paso hacia Europa está controlado de forma más rigurosa en el estrecho de Gibraltar, donde sólo quince kilómetros separan Marruecos de España. Los enclaves españoles de Ceuta y Melilla se han convertido prácticamente en inaccesibles y casi todos los campamentos informales de emigrantes instalados en las afueras de estas ciudades han desaparecido.
Ahora las piraguas salen de la costa sur de Marruecos, de Tarfaya, El Aiún y Dakhla. Las salidas clandestinas se hacen a veces todavía más al sur, hasta en San Luis y Dakar, en Senegal, para llegar al territorio español de las Islas Canarias, después de mil quinientos kilómetros de navegación. El viaje es todavía más peligroso porque las piraguas alargan el trayecto, ya muy largo, para evitar las aguas territoriales vigiladas, antes de virar al final del camino hacia las islas más occidentales del archipiélago canario.
A medio camino entre África del oeste y el Magreb, Nuadhibu está considerado como un punto de partida privilegiado. La sección mauritana Nouakchott-Nuadhibu de la carretera transahariana que une Senegal con Marruecos, finalizada en 2004, sigue estimulando los movimientos migratorios hacia el puerto, donde las industrias pesquera y minera, desde principios de los años 50, atraen a los trabajadores subsaharianos.
Fue en 2006 cuando España, en respuesta al aumento repentino de los desembarcos clandestinos, reactivó un acuerdo de readmisión firmado con Mauritania tres años antes: cualquier persona que presuntamente haya pasado por territorio mauritano para llegar ilegalmente a Canarias, obligatoriamente será reenviada a Nuakchott o a Nuadhibu.
Cada semana una salida de piragua
«Guantánamo», en realidad, no es más que una parte de un dispositivo disuasorio. Desde abril de 2006 se estableció un sistema de control en Nuadhibu por la agencia europea Frontex, encargada del control de las fronteras exteriores de la Unión Europea. En este contexto dos «estrellas»: un avión de vigilancia y un helicóptero están a disposición de las autoridades mauritanas. La cooperación con los países llamados «de origen» o «de tránsito» de los emigrantes clandestinos está en el centro de las políticas europeas promovidas especialmente por Francia y España. El «Pacto europeo sobre la emigración», presentado el 7 de julio por el ministro francés de Inmigración e Identidad Nacional, Brice Hortefeux, a su colegas de Justicia y Asuntos Interiores de la Unión, así como el proyecto de Unión para el Mediterráneo impulsado por Nicolas Sarkozy, incluyen el refuerzo de este tipo de acuerdos, así como el papel del Frontex.
En respuesta a las recientes críticas de Amnistía Internacional, el Secretario de Estado español para la Seguridad, Antonio Camacho Vizcaíno, señaló que «(España) no ha presionado en ningún momento a Mauritania ni a ningún otro Estado soberano para que endurezcan sus políticas en materia de inmigración». Esto, según el periódico El País (2),no impidió que su gobierno, por la suma simbólica de 100 euros, entregara tres aviones de vigilancia C-212 a Senegal, Mauritania y Cabo Verde.
En Mauritania, esta obsesión por la seguridad alborota a las asociaciones locales sin disuadir a los «clandestinos». «Hay por lo menos una salida de piragua por semana, es un secreto a voces», declara Ba Djibril, periodista de Nouadhibou y secretario general de Apeah. «Los emigrantes se instalan aquí para trabajar, a veces a largo plazo, pero para ellos la salida hacia Europa es una certeza». La geógrafa y profesora de la Universidad de París Este Marne-la-Valle, Armelle Choplin, señala que «entre los veinte mil extranjeros que viven en Nuadhibu, no todos quieren partir». «Sin embargo, explica, es difícil establecer las categorías de emigrantes. Los que creen que sólo van a estar de paso en Nuadhibu también pueden ser acorralados y deciden establecerse de forma duradera, mientras que el extranjero que no tiene como proyecto la travesía hacia Europa puede decidir de repente tentar a la suerte si se presenta una oportunidad». En 2008 estamos muy lejos de las cinco partidas por noche reveladas por la geógrafa hace dos años. Pero, según ella, «El dispositivo de control establecido por la Unión Europea opera a manera de filtro más que de obstáculo».
En Nuadhibu, los relatos de travesías clandestinas no se agotan. Por supuesto hay quienes no quieren volver a oír hablar de Europa. Salimata comercia con pescado seco entre Nuadhibu y Dakar. Como otros senegaleses, malienses o guineanos que viven desde hace años en Nuadhibu, no tiene intención de abandonar Mauritania. «Mi marido y mi hijo de 9 años murieron en el mar, ¿cómo voy a querer también partir? Mi marido trabajaba en el puerto. Un día fue a verle un hombre y le propuso ir con él capitaneando una piragua hacia Europa. Le dijo que los españoles necesitaban trabajadores para la cosecha. Intenté disuadirle, pero partió llevándose a nuestro único hijo. Pensaba que la Cruz Roja se ocuparía del niño, que le darían estudios…»
Pero, para la mayoría, la represión y los cadáveres que aparecen en la costa no empañan el sueño. Algunos han fracasado varias veces, engañados por los traficantes o detenidos por la policía. Después del tiempo necesario para reunir el importe del pasaje -que puede llegar a 1.000 euros-, algunos vuelven al mar. «He intentado la travesía dos veces, con mi hijo de 2 años y medio. La primera vez nos perdimos en el mar. Navegamos durante cinco días y regresamos. La segunda vez, los guardacostas marroquíes nos apresaron», cuenta Aissata, una guineana de 27 años. Preguntada por su determinación, responde riéndose: «Usted sabe, es una elección entre el sufrimiento y la muerte»
El imposible saber el número exacto de las desapariciones en el mar. El gobierno español avanza la cifra de sesenta y siete cadáveres encontrados a lo largo de las costas de la península Ibérica y las islas Canarias en 2007; pero el número de fallecidos estimado es mucho mayor. A pesar de las tragedias, algunas historias con final feliz son suficientes para apoyar el mito de la partida fácil. «Los que quieren partir se fijan en la experiencia de los que llegaron a España, no en los náufragos o los detenidos, dice Djibril. Y otros emigrantes llegan a Nuadhibu atraídos por un sueño de una fuerza irresistible, como testimonia Salimata: «Les dicen que desde aquí se pueden ver las luces de Europa reflejadas en el agua».
(1) Amnistía Internacional, «Mauritania; «Nadie nos quiere». Detenciones y expulsiones colectivas de emigrantes clandestinos en Europa», informe AFR 38/001/2008, Londres, 1 de julio de 2008.
(2) Tomás Bárbulo «España despliega en África una armada contra los cayucos», El País, Madrid, 17 de julio de 2008.
Texto original en francés: