He leído y escuchado las noticias sobre los «piratas» en Somalia y, ni sé bien por qué, todavía me sorprendo con la falta de responsabilidad y la mala fe de los periodistas. Está claro que el periodismo de hoy en día es un pastiche, mera propaganda del sistema capitalista. Pero, de vez en cuando, pienso […]
He leído y escuchado las noticias sobre los «piratas» en Somalia y, ni sé bien por qué, todavía me sorprendo con la falta de responsabilidad y la mala fe de los periodistas. Está claro que el periodismo de hoy en día es un pastiche, mera propaganda del sistema capitalista. Pero, de vez en cuando, pienso que los profesionales que actúan en esta área precisarían tener un mínimo de dignidad y, delante de cuestiones abisales como la de Somalia, por lo menos intentar contextualizar los hechos.
Un «pirata» somalí no es obra del acaso. Él no brotó del mar así como así, de golpe, por cuenta de una posible «naturaleza malvada» de aquella gente. No. Los «piratas» en el Golfo de Áden son la expresión acabada del proceso de destrucción emprendido por los países coloniales en aquella región del continente africano. Con la creación de fronteras artificiales y las disputas de los países de Europa y la Unión Soviética la situación por allí sólo se agravó a partir de los años 60 cuando fue «inventado» el país, dividiendo etnias y familias que ocupaban aquella región por siglos desde los tiempos del Imperio Otomano. Las gentes locales y sus formas de organizar la vida fueron solapadas por la presencia extranjera y, hoy, siguen zambullidas en una lucha encarnizada por el poder político, que envuelve cuestiones externas e internas, como la demarcación de fronteras con Etiopía.
Por el hecho de que en la década del 70, la Unión Soviética hegemonizó el gobierno en aquella región – que es tremendamente estratégica tanto política como comercialmente – la intervención de Estados Unidos de inmediato se hizo presente con todo su aparato de intrigas, golpes y construcción de líderes locales aliados, lo que sumergió al país en una sangrienta guerra civil, en la cual los que más padecen son las gentes del pueblo, como siempre sucede en estos juegos de poder.
En 1992, con el viejo golpe de la ayuda humanitaria Estados Unidos -liderados por el demócrata Bill Clinton – ocuparon Somalia, pero acabaron metidos en un enrosque tremendo, enfrentando la reacción, y salieron de allá vencidos, con varios soldados muertos y una centena hecha rehén de los soldados somalíes. La piratería viene desde estos días, no es cosa de ahora y surgió más con la tentativa de garantizar el alimento para las personas que morían de hambre. Inclusive ahora, la mayoría de los ataques es a los navíos cargados de comida.
El pueblo de Somalia vive en la más absoluta miseria, acosado por una lucha sin treguas que envuelve varios intereses que no son de ellos. Sea el control del territorio que es puerta de entrada para el mundo asiático, sea el intento dominación por la fe, sea el uso del territorio para depósito de basura atómica, sea por la rapiña de los peces del mar.
Es posible que entre los que hoy asaltan a los barcos que por ahí pasan o allí van a robar las riquezas de Somalia existan «bandidos», como dice la media. Pero la mayoría forma parte de la Guardia Costera Voluntaria de Somalia, argumentando que lo que están haciendo no es nada más que defensa nacional. Imaginen que un barco de una nación cualquiera fuese de la costa de Estados Unidos a tirar basura o agarrar todo el pescado de allá, o de Italia, o de Inglaterra. ¿La acción de la guardia costera sería considerada piratería? Seguro que no.
– ¡Ah, pero ellos hacen rehenes!… Sí, es verdad, y eso no se justifica. Pero, ¿quién en sana conciencia puede juzgar el acto desesperado de una nación que vive hace más de una década en un caos no provocado por ella? El pueblo somalí hace tiempo viene intentando hacerse oír, hace décadas busca resolver sus problemas, pero las grandes naciones no lo dejan. Ellas fomentan todavía más el caos interviniendo con sus ejércitos, planes secretos y sus deseos de dominación. Entonces, cuando hombres armados y hambrientos se vuelven contra los imperios, son denominados «piratas». Típico.
Para nosotros, figuras tan distantes de este terrible campo de batalla, adonde el simpático Obama debe enviar tropas bien rapidito -alimentando así la bocona de la industria de armamentos en esta crisis del capital -queda el desafío de conocer más sobre estas gentes. Hay siglos que el pueblo del continente africano viene siendo diezmado por la codicia de las grandes naciones capitalistas y todo lo que hacemos es callar. Que por lo menos ahora no seamos cómplices de una acción más de violencia contra la gente de Somalia, impedida que está desde hace años, de construir su propia historia.
Los piratas, al fin, no son los hombres famélicos y desesperados, los que todavía encuentran fuerzas para defender su suelo. Piratas son estos que llegan con sus barcos, robando las riquezas de los otros y travistiéndolas de «libre comercio». Estos sí merecían ser parados y juzgados como ladrones.
Traducción: Raúl Fitipaldi, de América Latina Palavra Viva.