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Obama: el vendedor de futuro

Fuentes: Rebelión

Obama es sin duda un líder con buena estrella. Teniendo a sus espaldas un modestísimo curriculum político -dos años en el Senado Federal y unos pocos años más en el irrelevante Senado estadal de Illinois- llegó a la presidencia de la nación más poderosa de la tierra. En su haber contaba con muchas palabras y […]

Obama es sin duda un líder con buena estrella. Teniendo a sus espaldas un modestísimo curriculum político -dos años en el Senado Federal y unos pocos años más en el irrelevante Senado estadal de Illinois- llegó a la presidencia de la nación más poderosa de la tierra. En su haber contaba con muchas palabras y ninguna realización. Con poco más de ocho meses en el gobierno y con el mismo bagaje con el que llegó a la Casa Blanca, gana ahora el Premio Nobel de la Paz.

El significado de lo anterior es claro: Obama es un extraordinario vendedor de futuro. Poco importa que en su pasado o en su presente hayan pocos hechos concretos que mostrar. Ninguna pieza legislativa que lleve su nombre como resultado de su paso por el Senado Federal, como se hacía inevitable para un recién llegado que dedicaba su tiempo a hablar de los mejores tiempos por venir. Ahora un Premio Nobel, sobre la simple base de haber cumplido con la rutina secular de designar enviados especiales para las zonas conflictivas del planeta y discurrir retóricamente acerca del deber ser internacional.

A su favor el inquilino de la Casa Blanca cuenta con la magia de su verbo y con la frescura de unas ideas que adquieren vuelo al comparárselas con el nefasto legado de su predecesor. Sin embargo, Obama no puede pasar el examen de méritos establecido por los pragmáticos romanos hace más de dos mil años: «res non verba» (hechos no palabras). Y el problema no es tanto la injusticia de recibir el reconocimiento antes del logro, sino la duda misma con respecto a sus posibilidades para hacer realidad el logro.

Si algo está demostrando la presidencia Obama es, precisamente, que el hombre no pareciera estar a la altura de las expectativas que crea. Los tres proyectos de Ley fundamentales para materializar el cambio estructural que preconiza -Salud, Cambio Climático y Finanzas- se encuentran actualmente estancados en el Congreso. ¿Y que decir de Guantánamo? No se trata simplemente de que la ambición de sus metas choque contra la dura realidad. El problema podría ser peor: Obama no está resultando un buen operador político. Su exceso de cautela y su búsqueda permanente del consenso diluyen el sentido de propósito y restan fuerza a su principal activo político: la capacidad para movilizar a la opinión pública.

No en balde el desencanto creciente de sus conciudadanos. Si para el 3 de marzo una encuesta de NBC señalaba que dos terceras partes de los consultados resultaban optimistas con respecto al liderazgo de Obama y 68% aprobaba su naciente gestión, la última encuesta Gallup, del 24 de agosto, reportaba apenas 51% de aprobación. Es decir, una cifra por debajo de la media de los presidentes norteamericanos de la postguerra, para estas alturas de mandato.

Los brasileños, siempre irónicos con respecto a su nación, acuñaron la frase: «un país del futuro que siempre lo será». Es decir, la perpetua esperanza nunca materializada. A Obama le calzaría bien esta frase de no ser porque en los seres humanos, a diferencia de los estados, el futuro se transforma pronto en pasado. Y es allí cuando el juicio sobre los líderes que decepcionan las expectativas creadas se torna implacable: es el momento en el que se estrellan las buenas estrellas. Vender futuro puede transformarse, en efecto, en un oficio peligroso.

 

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.