No os hagáis ninguna ilusión: el Premio Nobel de la Paz 2010 concedido a Liu Xiaobo, el redactor principal de la Carta 08, no tiene nada que ver con los derechos humanos. Se trata de una operación directamente dirigida contra el mayor sistema económico y socio-político de fuera de Occidente. Occidente no está en absoluto […]
No os hagáis ninguna ilusión: el Premio Nobel de la Paz 2010 concedido a Liu Xiaobo, el redactor principal de la Carta 08, no tiene nada que ver con los derechos humanos. Se trata de una operación directamente dirigida contra el mayor sistema económico y socio-político de fuera de Occidente.
Occidente no está en absoluto interesado en los derechos humanos en China ni en ninguna otra parte. ¿Cómo podría estarlo si él mismo los viola en todos los continentes del mundo? Los derechos humanos sirven para camuflar el apoyo occidental a cualquier grupo que se preste a confrontar, enfrentar o destruir cualquier país o estado comunista o socialista, supuesto o real.
El apoyo a los derechos humanos es a menudo sinónimo de ingerencia en asuntos interiores, de acto hostil contra un estado soberano o incluso de una violación de los derechos humanos o de llevar a un país a la guerra civil. Esta técnica ya ha sido «aplicada» en Nicaragua, Cuba y Chile, entre otros, y es utilizada hoy mismo para intentar desestabilizar a China.
«El apoyo a los derechos humanos» ha jugado un papel en la caída de la Unión Soviética y logró destruir en un momento dado prácticamente todas las revoluciones o movimientos populares en América latina (a excepción de Cuba) y se ha empleado como justificación para algunas de las intervenciones más espantosas, como actos de crímenes en masa/genocidios contra los pueblos de Vietnam y de Laos.
Las tácticas empleadas en otro tiempo (comenzar desacreditando para después intentar destruir todo gobierno comunista y socialista, progresista y nacionalista como la Unión Soviética, Cuba, Nicaragua, Corea del Norte, Chile, Tanzania y recientemente Venezuela) aún se consideran válidas. Incluso han sido mejoradas con el tiempo (con más medios en personal y tecnología) y son más eficaces que nunca lo fueron. Después de todo, el objetivo que Occidente y su dictadura global se han fijado es de talla: China, el país más poblado del planeta. El hecho de que China sea un estado históricamente pacífico y que haya tenido éxito en muchos ámbitos hace la tarea más difícil. Y para complicar aun más las cosas, China viola mucho menos los derechos humanos que todos los aliados occidentales de la zona y, por supuesto, menos que el mismo Occidente. Después de todo, Occidente está (indirectamente) implicado en las masacres del Congo/RCD (se cuentan al menos cinco millones de muertos), en la desestabilización del Cuerno de África y de algunas zonas de América latina, así como en la agresión contra Iraq y Afganistán, por no citar más que algunas de sus macabras aventuras.
Desacreditar a China exige grandes esfuerzos, pero pareciera que ningún afán fuera insuperable a los ojos de aquellos que, en Occidente, estarían dispuestos a sacrificar al planeta para saciar su sed de conquista y de poder.
Dueños de la «lengua internacional», pertrechados de fondos ilimitados y con total acceso y control de los medios, los promotores de la propaganda occidental están a punto de lograr deformar a la opinión pública. Entre tanto, China se pliega a las reglas del juego a la espera de que su buena voluntad, sus acciones y su actitud conciliadora le procuren algunas amistades o alianzas. Pero nuestro mundo está controlado por imperios coloniales y post-coloniales que tienen cientos de años de experiencia en materia de conquistas y de opresión por todo el mundo; ser bueno y pacífico no nos ahorrará conflictos, ¡ni siquiera nos garantizará la vida!
Las poblaciones occidentales cada vez son más hostiles hacia China, pero no es porque conozcan o comprendan a ese país, sino porque están sometidas al bombardeo constante de la propaganda. Hay decenas de miles de hombres y mujeres en los medios y en las universidades cuyo único objetivo profesional es calumniar a China, desacreditarla o pintar un cuadro siniestro del país. Tomarla contra China ha venido a ser uno de los mejores medios para obtener créditos de investigación o para subir escalones en la industria mediática.
No hay prácticamente ningún lugar sobre la tierra que escape a la propaganda producida por el régimen occidental globalizado. En África, donde China ofrece una formidable alternativa al pillaje occidental (construyendo escuelas, centros sociales, hospitales, edificios públicos, carreteras y ferrocarriles) hay mucha gente profundamente agradecida a este enorme país comunista que se declara «amigo de los países en vías de desarrollo». En Kenia yo he escuchado testimonios de centenares de trabajadores en proyectos chinos que decían haber sido «tratados por la primera vez como seres humanos por unos extranjeros», y que «nunca habían tenido que negociar sus salarios con los patronos chinos porque siempre ofrecían tres veces más de lo que esperaban». Sin embargo, cuanto más se implica China de manera positiva en Africa (o en Oceanía o en otros lugares del mundo) tanto más tiene que soportar los sarcasmos y las críticas de los medios occidentales que deforman y ensucian toda alternativa para crear un mundo alternativo en el que la solidaridad y el internacionalismo primen sobre los bajos intereses materiales.
Los periódicos locales en Africa y en otros lugares desbordan su celo por publicar artículos para la opinión pública local concebidos y pagados en el extranjero. Los periodistas que unen sus voces al coro de los medios anti-chinos se ven recompensados con viajes al extranjero para seguir una «formación», con premios o con visados para Occidente. El mismo fenómeno ocurre en Oceanía y en el Sudeste asiático. La tentación es demasiado fuerte y el castigo reservado a los que se resisten demasiado severo.
«La gente ve con sus propios ojos lo que China está haciendo», explica Mwandawiro Mghanga, antiguo diputado de Kenia y miembro de la Comisión de Defensa y de Relaciones Internacionales, poeta y prisionero político bajo el régimen brutal pro-occidental del antiguo dictador Moi. «Si usted viaja a través del país podrá ver a chinos construyendo carreteras o edificios, estadios y pisos; unos proyectos excelentes. Son además muy cooperantes a pesar de la propaganda difundida por Occidente. La gente ve lo que China está haciendo realmente y lo aprecian. Pero hay una gran presión que se ejerce sobre el gobierno keniata para que cese su cooperación con China. De hecho, existe una gran hostilidad hacia Kenia. Occidente nos castiga a causa de nuestras relaciones estrechas con la RDCh.»
Es así como funciona esto, así es como reinamos «democráticamente» sobre el mundo (imponemos nuestra voluntad, corrompemos y, si es necesario, derrocamos gobiernos), pero no es lo que oímos de la boca de nuestros políticos. Y ¡por todos los dioses, que no se os ocurra asociar estos métodos con violaciones de los derechos humanos o de la democracia!
Durante la dictadura de Moi (un régimen que bien se puede calificar de política y económicamente pro-occidental), M. Mwandawiro, como decenas de miles de otros opositores keniatas, opositores políticos y disidentes, fue salvajemente torturado. Resistió firme, pero nunca recibió el premio Nobel. !Ni siquiera era miembro de la «sociedad civil» o de alguna ONG pro-occidental!
Pramoedya Ananta Toer, el mayor escritor indonesio, que pasó más de diez años en el campo de concentración de Buru, murió sin haber recibido el premio Nobel de la Paz ni el Nobel de Literatura. Evidentemente, el campo de concentración en el que estaba encerrado era nuestro; era nuestro aliado Suharto, que mató entre 2 y 3 millones de personas después del golpe de estado de 1965 promovido por EE UU, el que lo construyó. La mayoría de las víctimas eran comunistas, miembros de la minoría china, intelectuales de la oposición, ateos y maestros. Antes de su muerte, Pramoedya Ananta Toer me había confesado sus ideales marxistas y cómo había defendido durante decenios a la minoría china en Indonesia. Pero nunca recibió el Premio Nobel. Ni siquiera era miembro de la «sociedad civil» o de alguna ONG pro-occidental.
Nunca ha sido cuestión de dar el Premio Nobel a los hombre y mujeres que resistieron a la dictadura de Chile. Los hombres de Pinochet mataban y violaban a nuestras órdenes (occidentales) ¿Cómo iba una de nuestras instituciones a concederles un millón de dólares a los que querían poner fin a la carnicería? En su lugar, el Premio Nobel de la Paz fue concedido a Henry Kissinger, uno de los cerebros de la matanza chilena.
Es muy simple; las instituciones occidentales no se engañan, o a menos no muy a menudo. El arte de la manipulación se ha perfeccionado a través de los siglos. La Filosofía, la lógica y hasta el lenguaje han sido distorsionados mientras que todo otro análisis intelectual es anulado. ¡Soljenitsyne, el Dalai Lama, antiguo señor de la guerra feudal, y últimamente Liu Xiaobo! El mismo año en que se concede el premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa, de origen peruano, naturalizado español y novelista anticomunista; ciertamente más admirado en Europa que en su país de origen.
¡No intentéis ridiculizar a los ídolos! ¡Nuestra prensa no se atreve más que a burlarse de los santos musulmanes, no de los nuestros! La fabricación de nuestros héroes (entiéndase los ‘héroes’ que sirven a nuestros intereses políticos y económicos) es un acto sagrado del que en ningún caso se puede uno burlar. Evidentemente nuestros medios se permiten, incluso es lo que se les pide, burlarse de todos los personajes, símbolos, incluso de los cantos revolucionarios chinos, rusos o de América latina. Al mismo tiempo que han alabado tanto a nuestros ‘héroes’ anticomunistas y reaccionarios, les han puesto tantas veces la alfombra roja y han atribuido tantas cualidades cuasi divinas a su existencia, que toda persona que estime su reputación, su empleo o incluso su seguridad, no se atreverá a analizar la verdaderas motivaciones de estos santos.
Vean. El president de Ruanda, Paul Kagame, es un hombre bueno y punto. Nunca ha atacado a su propio país desde Uganda. Nunca ha matado a centenares de personas en el Congo ni en Ruanda. (¿Tiene usted pruebas? ¿Estaba usted allí? ¿Tiene usted imágenes de las violaciones o de las massacres? Imagínense que yo tengo efectivamente pruebas e imágenes, pero ese es otro debate). Si usted pone en duda las cualidades de Kagame, usted «está negando el genocidio de 1994». ¿Por qué? Simplemente porque es nuestro hombre; porque sus soldados matan en nuestro nombre desde hace muchos años en el Congo/RDC. Ahora que el informe de la ONU afirma que Ruanda y Uganda tal vez hayan cometido otro genocidio en el Congo, guardamos silencio esperando que pase la truena y que los principales «donantes» de la ONU (nosotros, Occidente más nuestra antigua colonia y actualmente aliado, Japón) logremos manipular a las Naciones Unidas para retirar la documentación o al menos reformular las conclusiones, algo que ya está parcialmente conseguido, gracias a la actitud servil del Secretario General de la ONU, Ban Ki Moon. ¿Hemos dado acaso el Premio Nobel de la Paz a la oposición ruandesa? Ni por asomo, aunque sus dirigentes hayan sido asesinados, encarcelados, algunos desaparecidos antes de las recientes elecciones ppresidenciales. M.Kagame es nuestro amigo y es gente como Tony Blair, antiguo Premier británico, la que hace parte de su consejo personal. Tal vez Tony Blair reciba él también el Premio Nobel de la Paz, pero no la oposición ruandesa
¿Le damos el Premio Nobel de la Paz a la oposición tailandesa? Nuestro amigo el régimen tailandés ha asesinado a cientos de ellos (algunos fueron asesinados desde los tejados por francotiradores, de un balazo en la cabeza. Yo tengo imágenes, yo estuve allí… ¿quieren verlas? ¿Les interesa ver cómo era de pacífica nuestra oposición de los Camisas Rojas?) Por supuesto, el primer Ministro que ordenó la carnicería nació y estudio en Gran Bretaña. Un auténtico gentleman, nuestro gentleman. El monarca tailandés, nacido en EE UU, es tal vez, incluso según la prensa de EE UU, el rey más corrupto del siglo XX, pero se las arregló para hacer matar a tantos comunistas y progresistas que no tenemos otra opción que quererle y protegerle de toda crítica, en su país o en el extranjero. También ayudó a bombardear el Vietnam y Laos. Olvídense de los derechos humanos. ¿Un Premio Nobel para la oposición tailandesa? ¿Están de chiste o qué?
¿Tal vez deberíamos dar el Premio Nobel de la Paz a los indígenas Papúes combatientes de la libertad? Su país fue anexionado por Indonesia con nuestra ayuda para que nuestras compañías mineras y forestales puedan saquear el país a su sabor, mientras que las elites indonesias se entregaban y se entrega aún hoy a construirse lujosas villas en las que se afanan decenas de chóferes, jardineros y criadas, solamente por su placer; no saben ya qué hacer con todo el dinero que han sacado de ese país miserable. Hasta los militantes de los derechos humanos occidentales han admitido que 100 000 papúes han sido masacrados a día de hoy ¿Recompensar a un papú con el Premio Nobel de la Paz? ¿Pero es que quiere usted ser borrado definitivamente de los medios occidentales o qué?
¿Habría entonces que pensar en atribuir el Premio Nobel de la Paz a los defensores de la democracia en Venezuela, a aquellos que valientemente resistieron el golpe de estado militar organizado por EE UU y que tenía como único objetivo el derrocamiento del presidente democráticamente elegido Hugo Chávez? ¿Se imaginan?
Dejemos pues seriamente y de una vez por todas caer este ridículo término de Derechos Humanos. Está manchado por invasiones, injerencias, golpes de estado militares y todos los asesinatos, torturas y violaciones que se siguen. O si queremos conservarlo, usémoslo con equidad para cada estado y para cada situación. Veríamos claramente así quién es el mayor violador de los derechos humanos. Veríamos entonces lo que significan los «derechos humanos». Cuáles son los derechos humanos más elementales. ¿No serán acaso el derecho a la vida y a la autodeterminación? Y si esto es así ¿no seríamos nosotros los responsables de las mayores violaciones cometidas en el pasado y en el presente?
M. Mwandawiro declaró un día que muchas ONG, «sociedades civiles» y organizaciones de defensa de los derechos humanos servían a menudo directamente a intereses imperialistas de Occidente en los países pobres. Constituyen una Quinta Columna en Venezuela, Cuba y China; de hecho, en cualquier país que escape a nuestro control.
Evidentemente no todas estas organizaciones son sucursales locales de un servicio extranjero, pero muchas son, unas frecuentemente y otras permanentemente, compradas o manipuladas desde el exterior. Es pues lógico decir que si Occidente estuviese realmente interesado, aunque fuera un poquito, en los derechos humanos, cesaría en sus agresiones brutales y sus guerras en el extranjero; cesaría de apoyar a las dictaduras más abominables a través del mundo y llamaría al orden a sus empresas que comenten regularmente crímenes (directos o indirectos) por todo el mundo; crímenes cometidos en su mayoría contra gentes pobres y sin defensa o, paradójicamente, contra los verdaderos defensores locales de los derechos humanos.
Pero es ridículo esperar una cosa así. No hay nada de altruista en el sistema de poder de Occidente. El aparato es extremadamente brutal y no sirve más que a sus intereses. No tiene corazón y no siente piedad ni solidaridad alguna. Ya ha desencadenado centenares de guerras y conflictos que han costado la vida a centenares de millones de inocentes.
En toda lógica, la gran y pacífica China representa un peligro para el expansionismo occidental. Occidente tiene miedo. Un miedo que vira hacia la histeria. Ya no sabe qué hacer. Los responsables occidentales han recurrido contra China a las mismas técnicas de zapa empleadas contra Chile en 1973 o e Indonesia en 1965. La provocan y arrinconan como lo hicieron con la Unión Soviética y Cuba. Intentan diseminar la propaganda, desacreditar el sistema al interior como al exterior. Ensayan intervenciones e infiltraciones; prueban con sobornos. Buscan de aislar a China, atrayendo a Mongolia y a sus vecinos a su esfera de influencia. Intentan incluso convencer a Vietnam para que adopte una actitud agresiva hacia su gran vecino. Pero no funciona.
Se trata de un juego en el que todos los golpes bajos están permitidos, lo que es extremadamente peligroso. Su objetivo es aislar a China, provocar su rotura, preferentemente al interior. Pero Occidente se las ve y se las desea ante una de las más grandes culturas de la tierra, con más de 5000 años de historia. Tiene ante sí a unos espíritus brillantes, intelectuales y estrategas; gente contra la que nunca se ha enfrentado. Pero más significativo aun es que el Dragón chino rehuye la confrontación. Escucha todos esos ladridos alrededor de sus tobillos, a los provocadores y manipuladores que han reinado en el mundo durante siglos y que de golpe se dan cuenta de que pueden perder. El Dragón chino escucha cortésmente pero prosigue su camino, seguro de su elección. Opciones cuyo objetivo principal es sacar a todos sus ciudadanos de la pobreza y, con ello, mostrar el ejemplo al resto del mundo oprimido de cómo pudo levantarse después de siglos de sumisión a los colonizadores occidentales. El Dragón chino tiene la piel dura pero es una criatura no sólo enorme, sino también una criatura dulce y solícita.
A pesar de ciertos errores, la experiencia china está fundamentada en la solidaridad. Una gran mayoría de sus ciudadanos la apoyan y esto basta para demostrar el carácter profundamente democrático del proceso. Así es como la mayoría de los chinos piensan y eso es lo que cuenta.
China nunca más obedecerá a las órdenes de los marionetistas occidentales. Ya ha sido invadida, pillada, violada. Una mayoría de la población nunca jamás dará su confianza a los occidentales. China tiene su propio sistema y si su pueblo piensa que hay que modificarlo, lo hará de manera que el cambio se efectúe a su propio ritmo. No tendrán necesidad de que los occidentales les digan cómo y cuándo proceder. Y no hay ninguna razón para hacerlo: el sistema occidental está moralmente corrompido como puede testificarlo el resto del mundo (si se le autorizase) y los países que tienen la oportunidad de estudiar este sistema, no tienen ninguna gana de conocer de nuevo su abrazo mortal.
Se comprende la cólera de Occidente. Por primera vez, sus armas, su propaganda y sus tácticas de desestabilización parecen ineficaces e impotentes. Aparentemente no tienen la capacidad ni de conquistar China ni de romperla. Las tentativas han sido numerosas: lean los libros chinos traducidos y publicados en Occidente; están escritos en un 99% por ‘disidentes’ (en inglés son los únicos que se han publicado). Pero eso sigue sin funcionar. China está unida y en paz. La antigua colonia de Hong Kong, amargada y cada vez más anacrónica, es la encargada (por Occidente) de forjar la opinión de los extranjeros sobre un país de 1400 millones de habitantes. Es públicamente notorio que las librerías de Hong Kong, sobre todo las situadas cerca del aeropuerto, no ofrecen más que propaganda anti-china. En este punto, los chinos del interior de China (República popular) tienen acceso a publicaciones mucho más variadas y a opiniones mucho más diversas sobre su país de las que tienen los habitantes del exterior y que no cuentan más que con fuentes en inglés (prácticamente todas negativas y hostiles).
China es paciente. Escandalosamente paciente. Occidente no toleraría semejantes injerencias. Imagínense una China Comunista que, de repente y abiertamente, apoyara a un partido comunista en EE UU que planificara un derrocamiento del sistema político americano. En EE UU y en Europa cientos de personas están en la cárcel por mucho menos que esto. Imagínense una China que intentara activamente aislar a EE UU, que comprara y corrompiera a los gobiernos de Canadá o de Méjico. O que instalara misiles de cabeza nuclear a apenas una hora de vuelo de la capital.
Se diría que los ciudadanos en Europa y en Norteamérica están acostumbrados a tales injusticias cometidas (por ellos) en no importa qué país del mundo, pero se ponen a gritar contra el crimen si son ellos las víctimas. China parece consciente de esta patología mental (Gustavo Jung escribió numerosos ensayos al respecto) que reina en Occidente, a saber, su incapacidad de restringir su deseo de controlar y dominar el mundo. Bajo todos los puntos de vista, China es paciente y comprensiva, al menos de momento. Comprende que Occidente es incapaz de dominar su deseo de dominación global. Pero tienen que haber un límite. Todas las tentativas de desestabilizar el país chocarán con la resistencia determinada del Dragón que no dudará, si es necesario, en defender a su pueblo y su territorio.
Atribuir el Premio Nobel de la Paz (1,5 millones de dólares procedentes de los fondos del inventor de la dinamita) a una figura de la oposición china, es grotesco. Existen miles de personas que resisten ante el terror occidental en todo el mundo. A ellos habría que recompensar prioritariamente. ¡No gritemos ante «una cucaracha en la cocina del vecino» cuando estamos viviendo en una pocilga!
André VLTCHEK es escritor, director de cine y periodista. Autor de varios libros (novelas y ensayos). Su última novela ha sido traducida al francés con el título «Point de non retour».
Fuente: http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article998
Traducido por el Equipo de Traducción de Corriente Roja