El derruido puerto de Tánger rememora épocas de gloria. La de aquella ciudad que atraía a intelectuales del mundo occidental a vivir la libertad negada por el fascismo o el macartismo. No son más literatos y artistas en búsqueda de tórridas experiencias los que van a Tánger hoy. Son migrantes subsaharianos los que día a […]
El derruido puerto de Tánger rememora épocas de gloria. La de aquella ciudad que atraía a intelectuales del mundo occidental a vivir la libertad negada por el fascismo o el macartismo. No son más literatos y artistas en búsqueda de tórridas experiencias los que van a Tánger hoy. Son migrantes subsaharianos los que día a día llegan a la ciudad marroquí esperando sea el último recodo antes de pasar a tierra europea. Tras duros días y kilómetros, hombres, mujeres y niños llegan de toda África subsahariana, de Nigeria, Congo, Senegal, Somalia, hasta de Sudáfrica. Es así como llegaron hace ya ocho años Patrick y Destiny. Escapando de la pobreza y de la ausencia de perspectivas en países que no sólo no tienen nada que ofrecer, sino donde todo puede dar un giro tal que la vida no valga nada. «No me espera nada allí y no voy a regresar, pase lo que pase», nos dice Destiny a viva voz con sus dos niños revoloteando en sus brazos.
Patrick vivía mendigando en las calles de Lagos, su padre ya había emigrado a Italia; no pudo terminar la escuela y encontrar un trabajo estable era una empresa de ensueño. El destino de Patrick y Destiny es común a la mayoría de la gente en un continente con una historia de colonialismo y saqueo. Esta historia tiene, en su fase más reciente, el cuño del neoliberalismo y de la expoliación de los recursos naturales por potencias extranjeras y empresas transnacionales que, a su vez, determinan la política de precios de materias primas. La agricultura no se orienta a paliar la pobreza y el hambre reinantes, sino que responde a los intereses de las transnacionales de la agroindustria. Según estimados de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) 20 millones de héctareas fueron vendidas o cedidas en uso en los últimos dos años, la mayor parte a empresas transnacionales. Según cifras oficiales, el Sudán ha cedido el uso de 8,400 km² de tierra cultivable a largo plazo; esto sucede en un país en el que 5 millones de sudaneses dependen de las donaciones de alimentos del extranjeron [1] . Desde la década de los ochenta, la mayoría de los países africanos han seguido los dictámenes neoliberales del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial, así como también de la Unión Europea. Esta, a su vez, refuerza su ingerencia política en asuntos internos de los países africanos a través de la llamada cooperación para el desarrollo, imponiendo medidas que benefician a Estados y empresas europeas [2] . Es decir, la Unión Europea implementa la política del más puro cinismo. Por un lado, demanda del pueblo africano mayores sacrificios a razón de cumplir con el decálogo neoliberal y; por otro lado, les exige que se quede en sus países bancándose la miseria.
Patrick llego a Tánger tras una travesía novelesca, como la de tantos otros, miles de hombres, mujeres y niños que fueron abatidos por el sol, el hambre, la sed y la desesperación del desierto. «Éramos un grupo como de 60, íbamos en coches, pero nos hacían bajar para continuar por tramos largos a pie. Nuestro pan bajo el brazo y un poco de agua no eran suficientes. Además, no sabíamos cuándo podríamos comprar más, y yo no podía comer mucho porque había escondido mi dinero en el ano, envuelto en plástico. Si no comes, no cagas. Tu vida no vale un centavo en el desierto». Patrick nos cuenta que no le tocó presenciar ninguna violación, pero que muchos otros le han contado cómo las mujeres son violadas ya sea por los que hacían de guías, por asaltantes o por las fuerzas de seguridad. Los inmigrantes del África subsahariana pagan por el viaje a Marruecos entre 3,000 y 4,000 euros. Sin embargo, este pago no garantiza la vida de nadie; el paso por el desierto se ha vuelto en una empresa más difícil y arriesgada. Muchos mueren en el intento: deshidratados, abandonados a su suerte por sus guías, o asesinados por bandas errantes del desierto que, como aves de rapiña, atacan a los viajeros indefensos. Hay, a su vez, incontables relatos de sobrevivientes del desierto que han denunciado que, muchas veces, es la policía de los países que atraviesan quienes asaltan, torturan, roban y violan a mujeres migrantes. Esta práctica criminal es coherente con las políticas nacionales de países ubicados en la ruta de paso que apunta a frenar los flujos migratorios hacia Europa. La Unión Europea viene firmando tratados de cooperación en las áreas de seguridad y desarrollo con los países subsaharianos buscando, de esta manera, poder frenar los flujos migratorios en sus orígenes. Patrick y Destiny tuvieron suerte: se conocieron en el desierto y sobrevivieron para contarlo. Hoy forman una pareja y tienen dos hijos que ya empiezan a preguntarles a sus padres cuándo continuaran el viaje.
Encallados en Tánger
Anne, una joven chica de Nigeria con su bebé en brazos, nos cuenta que la mayor felicidad que sintió al ver las luces de la ciudad de destino fue dejar de ver el desierto, por fin no más desierto. No se imaginaba la vida que le esperaba en Tánger. Los migrantes subsaharianos no existen en la vida oficial de Marruecos. La política hacía extranjeros irregulares se limita a detener, de tiempo en tiempo, a subsaharianos y transportarlos al centro de expulsión de Oujda, cerca de la frontera con Argelia. Después de unos días de detención, los sueltan cerca de la frontera y les ordenan dejar el país. Lo absurdo de todo es que esta frontera se halla cerrada desde 1997. Anne nos cuenta que fue llevada a Oujda dos veces: «no les importaba que llevaba un bebé de dos semanas en brazos, me tuvieron encerrada tres días; solamente me dieron agua y un poco de pan, nada para darle a mi bebé o para lavarlo. Después me soltaron cerca de la frontera con Argelia. Regresé a Tánger mendigando y continúo mendigando».
La política de extranjería marroquí se determina en su relación con la Unión Europea, especialmente con España. Esto quedó claro el agosto pasado tras generarse un incidente diplomático porque ciudadanos marroquíes denunciaron que sufrían trato discriminatorio por parte de la policía fronteriza en Ceuta y Melilla. El gobierno marroquí alzó su voz de protesta contra este maltrato e incluso contra el sufrido por el colectivo subsahariano a manos de la Benemérita. Buena jugada del gobierno marroquí que si bien algunas veces se hace de la vista gorda, la mayor parte del tiempo somete a los subsaharianos a persecusión policial. Hay temporadas en las cuales no pueden ni asomarse a las calles. A los subsaharianos no se les permite utilizar el transporte público ni tomar taxis. Esto los obliga a eternas caminatas. La mayoría no trabaja, porque no les está permitido trabajar y porque no hay trabajo ni para los marroquíes. Además, en Marruecos prevalece un Estado casi policial: el control es omnipresente. Ningún empleador se arriesga a contratar a un subsahariano por temor a las altas penalidades a pagar. Por el momento, la mayoría de los subsaharianos en Tánger viven en barrios marginales en las afueras de la ciudad, con altos índices de criminalidad; allí, ellos son los más vulnerables. En la mayoría de los casos viven hacinados de a ocho o diez en habitaciones hechas para dos personas. La mendicidad y pequeños negocios apenas les permiten pagar el alquiler de los precarios apartamentos que habitan. Con la espera, muchos de ellos han formado parejas, familias, han tenido hijos. Estos hijos crecen sin identidad, sin ningún tipo de cobertura de salud y sin derecho a ir a la escuela. Muchos de estos niños salen con sus madres a mendigar. Parece casi un milagro que los subsaharianos puedan sobrevivir mendigando en un país como Marruecos, donde el sesenta por ciento de la población vive en la pobreza y el analfabetismo. «Eso me sorprende -nos dice Patrick-: que habiendo tanta pobreza todavía tengan algo para nosotros, quizás sea su religión».
La mayoría de subsaharianos permanece entre sí, formando grupos por nacionalidades. Los hay de toda África, incluso de países tan lejanos como Sudáfrica o Ruanda. Hay dinámicas de solidaridad dentro de los colectivos del mismo país. La mayoría no habla árabe y no tiene mucho contacto con marroquíes. Aun cuando llevan años en Marruecos se siguen considerando como viajeros de paso. Pareciera que tuvieran otro sentido del tiempo. Todo el tiempo pensando pasar al otro lado, como sea, cuando sea, al precio que sea. Han invertido sus vidas en ello. Matan el tiempo reunidos hablando de la vida dejada detrás y de lo que les espera. Y tratan, a pesar de todo, de llevar una vida que se pueda llamar normal, celebrando cumpleaños o matrimonios.
Pero no están, sin embargo, completamente aislados. La asociación marroquí «Red Chabacka» trabaja desde hace años por los derechos de los migrantes subsaharianos, les brinda asesoría jurídica y los apoya en resolver cuestiones urgentes y prácticas, como conseguir que alguien sea aceptado en un hospital o conseguir alojamiento para una familia. La «Red Chabacka» busca sacar al colectivo subsahariano del anonimato y del vacío legal. Con muchos esfuerzos, llevan una campaña por la escolarización de los niños y por su derecho al acceso a servicios sanitarios. «En Marruecos no existe la noción occidental de Derechos Humanos. El Estado no tiene, por ello, ningún problema en negarle a sus ciudadanos y, más aún a los subsaharianos, derechos fundamentales. Pero nosotros trabajamos para que esto no sea así», nos dice un activista de derechos humanos marroquí.
Los Estados de la Unión Europea vienen haciendo cada vez mayor presión a Marruecos y a los países de la África subsahariana para que refuercen sus controles y asfixien la emigración de la región con destino al viejo continente. Muestra de ello es el acuerdo firmado entre la Unión Europea y Marruecos el 13 de octubre del 2008, en el cual se le otorga a Marruecos el «estatuto avanzado» brindándole un trato preferencial en su relación con la Unión Europea. El acuerdo contempla también medidas a llevar a cabo por Marruecos en materia de política migratoria, que van desde el desarrollo de una legislación relativa al asilo y los derechos de refugiados, hasta el fortalecimiento y modernización de instituciones responsables para el control de las zonas de entrada y salida de migrantes. Claro que este acuerdo, como era previsible, no contempla el respeto a los migrantes subsaharianos. El compromiso de Marruecos para satisfacer las expectativas de la Unión Europea en tanto gendarme del Magreb se refleja en el reflujo de las tentativas migratorias desde este país. Según el Ministerio del Interior marroquí, las tentativas de migración desde Marruecos hacia Europa se han reducido desde principios del nuevo mileno, de una cifra que oscilaba entre 31,000 y 36,000 personas por año, a otra que va entre 13,000 y 14,000 hacia finales de la presente década [3] . La política de llevar las fronteras de la Unión Europea hasta la misma África encuentra su mejor expresión en Marruecos.
En patera hacia el sueño europeo
Los subsaharianos no abandonan el sueño europeo. Esperan algún día poder juntar los 6,000 euros para pagar la patera e intentar cruzar el charco. Desde que se han reforzado los controles frente a las costas más accesibles, las rutas se hacen más largas haciendo del pasar en patera una empresa cada vez más arriesgada. Los africanos saben que lo es, y lo saben de primera mano porque algunos son sobrevivientes; pero no los amilana nada. Según estimados de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, 101 personas perdieron la vida y 105 están desaparecidas en el intento de cruzar el estrecho buscando llegar a costas españolas durante el 2009. Pero estos son sólo estimados, hay expertos que dicen que la cifra negra es mucho más alta; y a esto hay que sumarle los intentos de llegar a costas griegas, italianas y maltesas.
Denis es uno de los sobrevivientes de un naufragio ocurrido en octubre del año pasado frente a las costas españolas. Murieron 14 personas, casi todos mujeres y niños. Sólo los más fuertes pudieron soportar las embestidas del mar embravecido asidos a los restos de la embarcación durante más de ocho horas. Los sobrevivientes fueron llevados a tierra española por la policía y una vez allí fueron inmediatamente expulsados a Marruecos. De esta manera, el Estado español violaba por enésima vez la Convención de Ginebra sobre Refugiados que prohíbe expulsiones colectivas sin que se haya verificado que alguno de los rescatados tenía derecho a asilo. Esta es una práctica común de Estados como España, Italia, Grecia y Malta, a cuyas costas llegan africanos que arriesgan sus vidas en pateras.
A menudo, la violación de tratados internacionales se comete con el apoyo y la complicidad de Frontex: la agencia europea de seguridad de fronteras. Frontex cuenta con personal y equipos propios. En la mayoría de los casos, el personal de Frontex le transmite la información a las policías de fronteras nacionales, que a su vez intercepta las pateras en alta mar y expulsa a los inmigrantes inmediatamente. Es decir, tanto las policías nacionales como Frontex violan la Convención de Ginebra. Frontex tiene acuerdos de cooperación con Marruecos, Mauritania, Senegal, Cabo Verde para patrullar en sus costas y, así, cortar el paso de las embarcaciones con migrantes.
Denis, sobreviviente del naufragio, tuvo quizás suerte que su patera se haya hundido, porque muchos sobrevivientes han denunciado que las patrullas nacionales de fronteras no les ha permitido siquiera llegar a costas europeas sino que los han obligado, incluso a fuerza de tiros de fúsil, a virar y regresar por donde venían. Varias embarcaciones se han hundido en estas forzadas travesías de retorno. Ya que los sobrevivientes de estos naufragios no cuentan con las pruebas necesarias, hasta hoy ningún funcionario ha sido juzgado por estos actos criminales.
La idea de llevar a la cárcel a algún funcionario español, maltés o europeo por estas canalladas ni pasa por la mente de Denis o de otros que como él han seguido el mismo destino. De estar tan cerca y tan lejos. Patrick nos dice agitando las manos y excitado: «No tiene sentido intentar pasar en patera con mi esposa y mis hijos, pero no tenemos otra alternativa, lo vamos a hacer. No podemos regresar, ¿a dónde? ¿A Nigeria? Imposible, allí no tenemos nada y quizás morimos o nos matan en el desierto. Sólo nos queda continuar». Y aún siguen esperando.
[1] Guillaume Lavallee (AFP) ¿Sudán: el futuro granero de Oriente Medio?
http://farmlandgrab.org/9320
[2] Al respecto ver críticas a la Cumbre Unión Europea – África 2007 en que la UE buscaba imponer acuerdos de libre comercio que desfavorecía a los países más pobres del continente
http://www.oxfam.org/en/node/238
[3] Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (2010) Derechos Humanos en la Frontera Sur 2009. http://www.apdha.org/media/informeFS2009.pdf
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