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El cuarto día del pueblo tunecino

¿Reforma o ruptura?

Fuentes: Rebelión

Después del domingo viene el lunes. Pero aquí, después del domingo, sigue siendo Túnez, la nueva dimensión, que empieza a ser, no un país, no, sino un día muy largo, con horas que se repiten cada cien metros y minutos compuestos de sesenta ciudades diferentes. El cuarto día del pueblo tunecino tiene algo de déjà […]

Después del domingo viene el lunes. Pero aquí, después del domingo, sigue siendo Túnez, la nueva dimensión, que empieza a ser, no un país, no, sino un día muy largo, con horas que se repiten cada cien metros y minutos compuestos de sesenta ciudades diferentes. El cuarto día del pueblo tunecino tiene algo de déjà vu. ¿Porque ya lo vivimos ayer? ¿O porque lo habíamos soñado alguna vez? Los estados de excepción -las guerras y las vacaciones- imponen una sombra familiar, el eco de un ritornello. Uno vive por primera vez sólo las cosas más banales; las decisivas ya se habían vivido antes, en otro cuerpo, en otra época de la historia, en otra generación. Amamos la primera vez por segunda vez; nos morimos siempre de nuevo; la libertad siempre se recupera. Todo lo que ocurre de verdad ya había ocurrido antes. Porque todo lo que ocurre de verdad le ocurre a mucha gente al mismo tiempo. Esos tanques y esos disparos los reconocemos, pero la alegría de compartir un gesto viene también de otra vida anterior, de otras vidas. El terror y el entusiasmo nos traen siempre viejos recuerdos.

Hay una intensificación que homogeneiza la experiencia o una homogeneización que la intensifica. Eso explica, en parte, la delicadeza asombrosa en las colas para comprar el pan, la facilidad con que se establecen conversaciones entre desconocidos, la tranquilidad pasmosa con que la gente toma café después de un tiroteo o la pericia rutinaria con que se monta una barricada. O lo más asombroso: que un pueblo silenciado durante 23 años hable de pronto de política, con naturalidad y madurez, como si lo hubiese hecho toda la vida. ¡Qué gran transformación que parezca normal lo que no se ha vivido nunca y que se ha conquistado mediante un centenar de muertos!

Hemda, la periodista tunecina despedida de la radio, ha encontrado enseguida trabajo en una emisora nueva: por teléfono, sin conocer a sus patrones, se ha convertido en reportera y debe mandar crónicas desde distintos puntos de la ciudad. El propósito es el de radiar en directo el regreso a la normalidad de la población de la capital. Pero lo primero que encontramos en el centro de la ciudad es una manifestación de unas doscientas personas que avanzan por la avenida de Paris hacia Le Passage. Gritan consignas contra el primer ministro, Mohamed Ghanoushi, y reclaman la inmediata disolución del RCD, el partido de Ben Ali. Las pocas tiendas abiertas se precipitan a cerrar sus puertas mientras los policías se disponen a intervenir ante la mirada de esfinge de los retenes militares. Aún faltan unas horas para el anuncio del nuevo gobierno de coalición, pero esta imagen da ya la medida de un conflicto que sólo puede agravarse en los próximos días. Los viandantes que han salido a comprar el pan discuten en voz alta: como en todos los barrios de Túnez, unos sostienen que hay que ser pacientes, esperar a las elecciones y dar la vuelta al calcetín sucio del régimen desde dentro. Otros, al contrario, desconfían de esa posibilidad y aseguran que es necesario continuar la presión para que no les arrebaten una oportunidad histórica que puede no volver a presentarse.

Prolongamos la discusión en el Bardo, donde la noche del domingo hubo duros enfrentamientos armados y cuyas calles vigila el ejército. Curiosamente esto proporciona un pequeño recinto de normalidad paradójica. Mientras decenas de personas forman cola delante del Monoprix, que está a punto de abrir sus puertas, los cafés del barrio están atestados de clientes y beben y fuman en las terrazas al lado de los soldados que montan la guardia. En uno de ellos encontramos a Mehdi, licenciado en historia, quien sostiene que las manifestaciones son peligrosas, pero también una demostración de normalidad democrática que debería respetarse. Está preocupado, en todo caso, por la continuidad previsible del nuevo gobierno. Hemda insiste en que lo prioritario es recuperar la normalidad, convocar elecciones y permitir que todos los partidos se presenten a ella, y que para llegar a ese punto es preciso evitar las provocaciones y aceptar la gestión provisional del RCD. Me pregunto para mis adentros qué pensarán al respecto los jóvenes tranquilizadores de los cuchillos que defienden los barrios populares y decido proponer a Hemda una visita al Malasin o al Muruj para el día siguiente. En todo caso, es emocionante escucharles pronunciar la palabra democracia; suena muy limpia en sus labios, muy poderosa, difícil de rebatir. A mis objeciones sobre el trabajo en la sombra de EEUU y Francia para imponer límites a cualquier proceso electoral futuro, responden con cabezonería: elecciones, elecciones, elecciones. Confían de tal manera en la madurez de ese pueblo que ha demostrado en estos días tanto valor, disciplina y dignidad que ven por un solo ojo. Pero ese ojo está lleno de luz.

De vuelta al centro, en la avenida Mohamed V, vemos una escena diminuta y modélica. En medio de la calle hay dos coches que nos bloquean el paso. Los conductores se hablan de ventanilla a ventanilla. ¿Conspiran? ¿Discuten? ¿Se están pasando un arma? No, uno de ellos alarga la mano y le da al otro media barra de pan. Es la primera baguette que vemos en cinco días.

Pasamos luego por los aledaños de la avenida Bourguiba, donde se respira una enorme tensión -y restos de gases lacrimógenos. Sólo hay soldados y policías y caminamos sin querer mirando a los tejados, recordando los francotiradores del ex-dictador que la tarde anterior han provocado el terror.

Por fin vamos a la Qasba. Allí se encuentran el palacio de Justicia, la Alcaldía de Túnez, el Ministerio de Finanzas. Se puede imaginar la vigilancia: tanques, soldados, policías. Y sin embargo -por uno de esas misteriosas extravagancias de este país- logramos llegar sin que nadie nos detenga ni nos pregunte nada hasta la misma puerta de la sede del Primer Ministro, donde está a punto de celebrarse la conferencia de prensa anunciada para las 15 h.. Hemda, que aún no tiene carnet de prensa, pide a un periodista de Al-Jazeera que marque el número de la emisora y active el móvil cuando comience a hablar Mohamed Ghanoushi. Es así como consigue retransmitir los nombres de los nuevos ministros que nosotros, fuera, no oímos. Pero escuchamos, en cambio, a uno de los policías que custodian el ministerio, muy simpático, muy familiar, que quiere convencernos de que también ellos son buenos:

– En realidad somos proletarios y estamos dispuestos a dar la vida por el pueblo. Es una minoría la que ha disparado sobre nuestros hermanos y no se nos puede juzgar por lo que han hecho y siguen haciendo unos pocos. Se nos necesita y tendremos que buscar la forma de que los ciudadanos confíen en nosotros.

De vuelta a casa, dos horas antes del toque de queda -que se ha retrasado hasta las 7- me entero de la composición del nuevo gobierno: el RCD conserva todo el aparato del Estado -Interior, Exteriores, Defensa y Justicia- y deja a los tres partidos de oposición que ya eran legales Sanidad, Desarrollo y Educación. Si eso es toda la ruptura que puede ofrecer Ghanoushi, hay motivos para preocuparse. La oposición real -Marzouki o Nasraoui, por ejemplo- denuncian enseguida la continuidad con la dictadura y llaman a los tunecinos a seguir movilizándose.

La situación, pues, se complica. El ejército, independiente pero débil, apenas si puede hacer otra cosa que contener a las milicias asesinas del ex-dictador. El gobierno ya ha dejado claro cuál es la vía que se va a seguir. Y los ciudadanos están divididos entre dos alternativas igualmente peligrosas: ceder puede acabar para siempre con la esperanza de una verdadera democracia para Túnez; seguir luchando puede conducir a una guerra abierta en la que, sin líderes reconocidos ni organizaciones aglutinantes, los rebeldes sean masacrados por todas las partes. La sensación es que todo se vuelve frágil y peligroso.

A las 9 escuchamos tres ráfagas de metralleta cercanas. Luego la noche es tranquila.

En Argelia, en Egipto, en Mauritania tres jóvenes siguen el ejemplo de Mohammed Bouazizi y se inmolan como protesta. Túnez ha volteado de un coletazo su posición en la historia para convertirse en la vanguardia inesperada del mundo árabe. Todos tenemos ahora los dos ojos puestos en este país.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.