A veces es necesario volver para saber dónde estamos. Tras una semana en Cuba regresamos a Túnez, de donde no habíamos salido desde que cayó Ben Alí, y en una mañana ventosa y soleada compramos los periódicos y nos encaminamos a la avenida Bourguiba. La Presse habla de «Ben Alí Baba y los cuarenta ladrones», […]
A veces es necesario volver para saber dónde estamos. Tras una semana en Cuba regresamos a Túnez, de donde no habíamos salido desde que cayó Ben Alí, y en una mañana ventosa y soleada compramos los periódicos y nos encaminamos a la avenida Bourguiba. La Presse habla de «Ben Alí Baba y los cuarenta ladrones», da nuevos datos sobre el alcance y profundidad de la corrupción del antiguo régimen y examina las medidas tomadas por el nuevo gobierno para aliviar la situación económica de las familias. Le Temps publica un montaje fotográfico muy truculento que, sin embargo, hace reír a carcajadas a un comprador que está a mi lado: en él se reproduce la imagen de la famosa y triste visita de Ben Alí a Mohamed Bouazizi en el hospital, pero ahora es el ex dictador el que está en coma, tendido en la cama, y el vendedor de frutas el que lo contempla en las ropas del presidente. En A-shuruq se habla de la ola migratoria alentada por Libia en los días pasados y de los náufragos de Zarzis, cuyos cadáveres siguen reclamando las familias.
Una alegría irreprimible e infantil nos embarga en la avenida Bourguiba: ¡siguen las manifestaciones! Si la protesta se ha convertido en un deporte, no cabe duda de que es mejor que el fútbol o el golf; si forma parte del folklore nadie negará que es preferible a las corridas de toros o a las procesiones.
Una de las manifestaciones grita delante de la embajada de Francia pidiendo la dimisión de Boris Boillon, el nuevo embajador de la ex potencia colonial, el cual despreció con arrogancia a los periodistas tunecinos durante una rueda de prensa celebrada el pasado jueves. Boillon, embajador antes en Argel y Bagdad, declaró a la revista Challenges en 2009: «La reconstrucción de Iraq es el mercado del siglo: 600.000 millones. Francia debe estar en las primeras posiciones». Se comprenderá que, tras el apoyo de Sarkozy y Alliot Marie al dictador, los tunecinos confían poco en la Francia apagaluces como modelo de democracia. ¡Hay que encender de nuevo Les Lumières y para eso los franceses tendrán que imitar -y no al revés- a los árabes!
La otra manifestación, más numerosa, ha sido convocada en defensa del laicismo y reúne a algunos miles de personas que desde el Teatro Municipal suben hacia el Ministerio del Interior coreando consignas a favor de la separación Estado/Religión, que en Túnez -digamos la verdad- no se ha visto en ningún momento amenazada: «La religión para Dios, la patria para todos». Es importante sin duda esta declaración pública a unos medios occidentales siempre dispuestos a localizar -y enseguida activar- fanatismos religiosos por todas partes; y es muy bonito y elocuente ver varias mujeres con velo entre las manifestantes: «musulmanes y laicos», dice el cártel que levantan en sus manos. Pero hay algo preocupante en la preocupación de estos grupos, claramente de clase media y de sectores intelectuales, que orientan la mirada hacia el Ghanoushi del Nahda y no hacia el Ghanoushi que ocupa el primer ministerio. De hecho, discutimos con algunas mujeres que evocan el asesinato ayer de un sacerdote en Manouba y la tentativa de incendio en un barrio de prostitutas. Nos parece absurdo asociar estos hechos a la actividad de un partido que, además de condenarlos, no puede estar objetivamente interesado en minar su débil posición política. Y les recordamos que el fantasma de la islamofobia ha servido precisamente en Túnez para impedir la democracia y puede servir ahora para promover un conflicto civil, sembrar el terror y desplazar la atención lejos de las verdaderas prioridades, que son políticas, sociales y económicas. Por lo demás, no nos parece evidente la identidad entre democracia y laicismo que formulan algunas consignas escritas en las pancartas. El capitalismo es profundamente laico, pues tolera y acepta la compraventa en el mercado de todos los emblemas y todos los principios, incluidos los religiosos, y sin embargo es radicalmente antidemocrático; y el propio Ben Alí fue un dictador laico que supo combatir muy bien, con cárcel, tortura y asesinato, el islam político.
El socialismo -nos parece- es el único lugar donde laicismo y democracia se dan cita. Y el socialismo habrá que defenderlo en los barrios periféricos de la capital y en los pueblos y ciudades del centro y el sur de Túnez, donde la gente lo está pidiendo a gritos, quizás sin saberlo, y donde se corre el peligro, en efecto, de que, mientras nosotros nos manifestamos en favor del laicismo delante de un teatro, los disciplinados islamistas ocupen nuestro lugar.
Es en todo caso un placer nuevo éste de volver a Túnez, incluso si una viene de Cuba. Aquí también se está luchando.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR