El pueblo libio, declarado desde el pasado 17 de febrero en rebelión pacífica y abierta contra el régimen de Gadafi, está siendo victima de un dictador enloquecido y sanguinario que ha convertido en ángeles celestiales y bondadosos tanto a Ben Alí de Túnez como a Mubarak de Egipto. Tras días de ataques terrestres y aéreos, […]
El pueblo libio, declarado desde el pasado 17 de febrero en rebelión pacífica y abierta contra el régimen de Gadafi, está siendo victima de un dictador enloquecido y sanguinario que ha convertido en ángeles celestiales y bondadosos tanto a Ben Alí de Túnez como a Mubarak de Egipto.
Tras días de ataques terrestres y aéreos, aplicando la política de tierra quemada en la que más de mil ciudadanos libios desarmados han sido asesinados, Gadafi apareció en un discurso maratoniano e interminable, amenazando al pueblo con «recurrir a las armas», asegurando que «lucharé hasta la última gota de mi sangre» y autocalificándose de «una roca sólida», en un desafío abierto e histérico a su propio pueblo.
Tras este discurso se teme lo peor para los próximos días y ya se multiplican los llamamientos a los países árabes y a la comunidad internacional para socorrer al pueblo libio, que lleva 42 años sufriendo las locuras de un demente que nadie sabe todavía cómo pudo llegar a controlar este gran país y este gran pueblo a lo largo de tantos años, convirtiéndose en el gobernante árabe más antiguo.
Acabado el discurso, la Liga de Estados Árabes declaró congelada toda participación libia en sus actividades, lo cual ha sido la medida más grave tomada hasta ahora contra el regimen de Gadafi a nivel panárabe.
Sin embargo, el discurso de Gadafi ha sido el primero pronunciado en ausencia de público, pues ha sido grabado y emitido por la televisión estatal libia, en lo que numerosos observadores, intelectuales, activistas y comentaristas libios han considerado como una señal inequívoca de que el dictador está prácticamente acorralado y solo. Su aparición televisiva fantasmagórica el día anterior de solo 15 segundos, asomado desde un coche, sujetando un paraguas abierto, había venido a confirmar ya el hecho de que el caudillo libio se encontraba escondido, no se sabe dónde.
La intervención del padre (el 22 de febrero) ha superado con creces la de su hijo, Saif Al Islam, que dos días antes apareció también en un discurso incendiario, con aires de grandeza y hablando como a unos colegiales, sacudiendo continua y fuertemente su dedo índice derecho, amenazando al pueblo con «ríos de sangre». Amenaza ésta que cumplió acto seguido lanzando a miles de mercenarios africanos, que nadie sabe de donde han salido, contra la población inocente en un intento desesperado de detener la revolución popular que está en marcha y que ya controla numerosas localidades del país, especialmente Bengazi, la segunda ciudad del país.
Saif Al Islam, el segundo de los 8 hijos de Gadafi, es un hombre de unos 38 años que no tiene ningñun cargo en en Libia, ni oficial ni extraoficial, lo que hizo que su discurso amenazador, cuando su padre se abstenía de hablar al pueblo desde el estallido de la rebelión popular el pasado 17 de febrero, provoque una gran extrañeza en las filas del pueblo libio y haga que la población se cerciore del caracter odioso y violento de este hombre que a lo largo de los últimos cinco años mostraba un rostro amable, moderno y renovador en su conocido afán de suceder a su padre en el liderazgo del país. Estaba claro que se trataba un joven dictadorcillo bien entrenado en el desprecio al pueblo al que pertenece y que considera a Libia, con sus 1.800.000 kilometros cuadrados y sus 6 millones de habitantes, una granja de su propiedad o un coto privado donde puede hacer y deshacer absolutamente a su antojo, incluida la aniquilación de la población. A partir de ese momento el pueblo libio ya sabía que su revolución debía de seguir a toda costa, hasta la victoria, y que se encontraba ya en un punto sin retorno.
Aquí conviene anotar, para un mejor conocimiento del personaje, que Saif Al Islam, tal como se desprende de su trayectoria reciente como de su discurso, posee una psicología extravagante, de megalómano, heredada seguramente de su padre. Saif También es conocido por ser un joven vividor sin escrúpulos, con numerosos aventuras amorosas siempre ejercidas fuera del país, especialmente en Italia, que fueron aireadas por la prensa occidental y árabe. En este contexto es conocida su íntima y larga relación sentimental con la actriz israelí Orly Weinerman, conocida por ser el «sex symbol» del cine israelí (Maariv, 13 enero 2006) y de quien circulan fuertes rumores de que el hijo de Gadafi está casado con ella en secreto y que pasan juntos largas temporadas en Italia.
Gadafi, con su usual aspecto patético y apayasado y con su acostumbrado lenguaje caótico e impulsivo, superó en bestialidad a su hijo cuando salió el martes a decir a los libios y a las decenas de millones de árabes que seguían su discurso entre divertidos y estremecidos, que él no tenía cargo alguno: «no soy presidente para que nadie me pida que dimita, sino que soy el lider de una revolución, si yo fuera presidente os habría arrojado a la cara mi dimisión». Y desde esta perspectiva «revolucionaria» el coronel Gadafi amenazó con traer a millones de africanos para que defiendan su «revolución» contra los «antirrevolucionarios y reaccionarios» asegurando que ya dió ordenes a sus «oficiales libres» para que «aniquilen a las ratas». Con este lenguaje de megalómano que vive fuera de la realidad, estuvo el dictador hablando a lo largo de más de media hora solo de sus proezas y de su heroicidad, asegurando que él era la «gloria» de Libia. De una mente tan deteriorada cabe esperar todo, incluida una nueva Ruanda en Libia. De hecho, y según fuentes libias fiables, hay en Líbia unos 150.000 mercenarios africanos, 50.000 de los cuales se encargan de proteger al dictador, defender Trípoli y sembrar el terror en sus calles, mientras que el grueso de esas tropas solían tener sus bases cerca de la frontera de Chad, al sur del país y no se sabe a estas horas cuál es su actual emplazamiento.
Por este motivo, numerosas personalidades libias, entre ellas el miembro del Tribunal Penal Internacional Alhadi Shaluf, han solicitado al Consejo Militar Supremo que controla el vecino Egipto la inmediata intervención militar egipcia en Libia para impedir que ocurra un genocidio en el país. Datos de última hora señalan que tropas egipcias se están concentrando cerca de la frontera libia mientras que El Cairo y otras ciudades egipcias están siendo escenarios de numerosas manifestaciones de apoyo a la revolución libia.
Según Gadafi, «la legalidad internacional y las leyes libias» le otorgan el derecho a arrasar a los «rebeldes», para lo cual mencionó como ejemplos la matanza de estudiantes de la plaza de Tiananmen, en Pekin, en 1989; el bombardeo del Parlamento ruso con los diputados dentro ordenado por el presidente Boris Yeltsin en 1993; el salvaje bombardeo estadounidense de la localidad irakí de Faluya en 2004, etc., subrayando que en todos estos casos «Occidente no protestó y dijo que todo esto era legal».
Gadafi, demostrando cuan ajeno es a los intereses del pueblo libio, dijo que el país marcha hacía una guerra civil, seguro que pensando en el respaldo que tiene por parte de sus mercenarios africanos y de algunos miles de libios leales. Por otra parte, en su discurso Gadafi hizo numerosas manifestaciones encaminadas claramente a provocar la lucha entre las distintas tribus del sur y del este del país. Sin embargo, la mayoría de estas tribus han manifestado ya, inequívocamente, su alineación con la revolución popular en marcha. La propia tribu al Gadadfah, a la que pertenece Gadafi, anunció que reniega del dictador y de su régimen.
Así las cosas, e independientemente del desarrollo de los acontecimientos en Libia en los próximos días, el régimen de Gadafi y sus hijos tiene las horas contadas, no sólo a juzgar por las numerosas localidades que ya no están bajo su control, sino también por la clarísima determinación del pueblo libio a deshacerse de este cáncer que ha corroído el país a lo largo de cuatro décadas, incluso a base de seguir pagando un altísimo precio en sangre y victimas, como de hecho ha ocurrido en las horas que han seguido al nefasto discurso en las que decenas de ciudadanos libios perdieron su vida a manos de los mercenarios en la capital Trípoli.
No sólo eso. También refuerza este pronóstico el hecho de la alineación con la revolución de los regimientos del ejército destacados en la legendaria zona de Yabal Al Ajdar, en el nordeste del país, que durante el período de ocupación italiana era el baluarte de los guerrilleros libios encabezados por el mítico Omar Mujtar. La capital de esa región es la ciudad de Al Baida, la primera en deshacerse del control del régimen de Gadafi hace ya varios días.
A esto hay que añadir que todas las unidades del ejército y de la policía de las localidades «liberadas» ya habían anunciado su paso al bando de la rebelión y su determinación a luchar contra el dictador. A estos hay que añadir varios pilotos militares que aterrizaron con sus aparatos en Bengazi y en la cercana isla de Malta tras negarse a obedecer las órdenes de sus mandos de atacar a las localidades rebeldes. Además, dos buques de guerra libios hicieron lo mismo dirigiéndose a Malta.
Mientras, numerosos diplomáticos libios en el extranjero, incluidas las delegaciones diplomáticas ante la ONU, la UNESCO, Bruselas, Londres, Pekin y muchas otras capitales han anunciado su dimisión y su postura anti-Gadafi.
Lo mismo hizo el ministro del Interior libio, el coronel Abdelfattah Yunes Al Ubaidi, hombre muy allegado a Gadafi y su compañero en el golpe de Estado que derrocó, en 1969, a la monarquía. Mientras tanto, nada se sabe del paradero del ministro de Defensa, el coronel Abu Baker Yunes Yaber, a quien según distintas fuentes se ha puesto bajo arresto domiciliario.
Gadafi, tanto en su discurso como en el discurso de su hijo dos días antes, demostró no haber aprendido nada de lo acaecido el 14 de enero en Túnez, con la huida de Ben Alí, ni de lo ocurrido el 11 de febrero en Egipto, con la dimisión forzada de su dictador, Mubarak. Éste se comportó estúpidamente al decir en su primer y segundo discurso dirigido a la nación «que nadie piense que Egipto es Túnez», frase que repetió luego con mucha altanería su vicepresidente Omar Suleimán, demostrando que no entendía nada. Ambos desaparecieron poco después de la escena política. Los Gadafi, hijo y luego padre, repitieron la misma escena y las mismas palabras huecas, pero esta vez con una altanería exacerbada, cargada de histeria. «Que nadie piense que Libia es Túnez o Egipto» repetieron los dos hombres, absolutamente cegados de cólera al verse acorralados por la cólera del pueblo que tanto han oprimido y humillado.
Y como ocurrió en Túnez y luego en Egipto, ocurrirá irremediablemente en Libia, pero esta vez de una manera mucho más contundente y definitiva ya que del régimen de Gadafi no quedará ni rastro, a pesar de ser el más antiguo de los tres países, casí doblando en antigüedad a la dictadura Tunecina.
Si en Túnez y Egipto los dos regímenes han sido más astutos, sacrificando a sus correspondientes dictadores pero manteniendo, de momento, a flote a ambos regímenes, en Líbia tanto Gadafi como su régimen y su familia desaparecerán por completo, simultáneamente, de la faz del país.
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rCR