A su edad de 93 años, Nelson Mandela aún está activo, inspirando un día internacional de servicio comunitario en su nombre el 18 de Julio. Ésta parece ser una idea que Barack Obama tomó prestada de eventos similares en los EEUU. Mientras activistas, atletas y artistas del espectáculo lo honran respondiendo a sus llamados al […]
A su edad de 93 años, Nelson Mandela aún está activo, inspirando un día internacional de servicio comunitario en su nombre el 18 de Julio. Ésta parece ser una idea que Barack Obama tomó prestada de eventos similares en los EEUU.
Mientras activistas, atletas y artistas del espectáculo lo honran respondiendo a sus llamados al compromiso, los periodistas de los departamentos de obituarios de la redes de noticias mundiales están silenciosamente -incluso secretamente- escarbando sus archivos fílmicos buscando metraje y tributos que van a transmitir cuando él pase al otro mundo. Se están preparando; y tienden a pensar que va a ocurrir más temprano que tarde. Yo ya he visto un obituario del largo de un programa entero, que una de las redes de noticias mayores tiene listo para ser lanzado. Aparte de significar un gran desastre, la muerte de Mandela puede llegar a recibir más atención que los logros de su larga vida. La pregunta es: ¿cuál memoria de Mandela será recordada? ¿Será la del líder que construyó un movimiento y una organización militar para combatir la injusticia? ¿O la del hombre de la gran sonrisa a quien admiramos debido a los largos años que sufrió tras las rejas? Habiendo pasado muchos años de mi vida como productor de un canal de noticias, sé que el «instinto» de la industria de las noticias por televisión es el de «humanizar» a los caídos enfocándose en su importancia simbólica. Él ha sido un «símbolo de un compromiso por el perdón a sus enemigos» y el de «promover reconciliación»; un hombre que fue arrancado de su familia y, al final, una fabulada historia de amor con Winnie Mandela, luego de varios años de doloroso encarcelamiento. Este enfoque incluye el ablandamiento, apoteosis y despolitización de una persona completamente política (quién famosamente dijo: «la lucha es mi vida») en el nombre de la presentación de alguien con quien todo el mundo se puede identificar; un gran nombre a quién admirar, pero no necesariamente aprender de él ni obtener una figura balanceada del mismo. La idea es que Mandela va a ser «querido» si es que él es como cualquier otro, y no que su estatura de líder lo diferencie. En los Estados Unidos, el ícono de los derechos civiles Martín Luther King ha sido reducido a cuatro palabras: «yo tengo un sueño», como si éstas fueran el resumen de su pensamiento y la extensión de su contribución. Pregúntele a cualquier niño de escuela sobre él, y usted va a escuchar un reciclado de esas cuatro palabras, sin contexto ni trasfondo. En Sudáfrica Mandela se ha vuelto un semi-dios. Es visto como el hombre que unilateralmente liberó el país del apartheid, y quien virtualmente «camina sobre el agua». Es considerado más en términos de un mito heroico que en términos de un hombre que se levantó frente a un enorme desafío. No es ciertamente un mero político. Sus logros (o la falta de ellos) mientras estuvo en el gobierno, no son conocidos; mientras que la historia de cómo Sudáfrica terminó con el apartheid es reducida a Mandela moviendo su varita mágica. Muy poca atención se presta a cómo Mandela se veía a sí mismo como un hombre organizativo; un miembro «leal y disciplinado» del Congreso Nacional Africano (CNA) y los movimientos que éste ha inspirado. El acento puesto en la televisión es siempre el del cambio desde arriba, realizado por los grandes y los buenos; no el de la presión de abajo, realizada por luchadores de la libertad a nivel de base, quienes hicieron que Sudáfrica sea ingobernable, con la ayuda de combatientes armados en el exilio, resoluciones en la ONU, sanciones económicas y culturales, presiones efectuadas por militantes anti-apartheid a lo ancho del mundo, e incluso el poderío del ejército cubano que derrotó a los Sudafricanos en Angola.
A los medios de comunicación les gusta personalizar las historias, pero la complejidad de las mismas es raramente relacionada o contada. La propia trayectoria contradictoria de Mandela no es totalmente apreciada. Mandela nació de una familia de realeza en una cultura tribal, y fue en sus años de joven un aristócrata apolítico en términos sudafricanos, quien solo lentamente se volvió un líder de masas. Se mudó a la ciudad y se volvió un abogado exitoso, quien era al comienzo parte de una élite, un nacionalista, y desconfiado de los extremistas desde una organización no-violenta. También fue conocido como un mujeriego, incierto de su propia dirección. Pero los eventos, y nuevos amigos, ayudaron a transformarlo, de un cautivo de traje y corbata a un hombre de la calle. Su abogado socio -Oliver Tambo- y su colega del CNA Walter Sisulu con su estilo calmado, influenciaron su forma de pensar. Su exposición a los estragos y a la violencia del apartheid sobre las vidas de simples africanos lo radicalizaron. Pronto estuvo trabajando con comunistas y con gente de todas las razas. Como miembro de la Liga Juvenil del Congreso Nacional Africano, cuestionó el conservadurismo de la organización y desafió a su masiva base planteándoles, luego de cada masacre de su gente, que ellos tendrían que responder los ataques. Se transformó en el líder de un grupo interno de su partido comprometido con la lucha armada, y viajó a otros países africanos a buscar entrenamiento militar. Fue denunciado como un terrorista, pero él era cuidadoso de asegurarse que las bombas que sus camaradas colocaban no mataran civiles. En resumen, se volvió el guerrillero al que Sudáfrica trataba de cazar junto con la CIA. De hecho, fueron los estadounidenses quienes delataron a la policía acerca de dónde capturarlo. No había en esos días un Julian Assange para exponer públicamente el seguimiento secreto de la CIA. Esta no es una parte de su historia que los medios de comunicación corporativos gusten de proyectar, por temor de lo que pueda inspirar. Las corporaciones, y las fundaciones que financian sus fundaciones, prefieren tratarlo como a un ícono que todos quieren; no un agitador que el establishment odiaba. Sus años en prisión lo convirtieron en un no-persona. No podía ser citado en Sudáfrica y su fotografía no podía ser mostrada. Los sudafricanos, no sólo lo encarcelaron en su mazmorra más remota y brutal, sino que se aseguraron que desapareciera de la vista pública. A pesar del aislamiento, no fue olvidado. Organizó a los hombres que lo rodeaban en una unidad de resistencia, y educó políticamente a los jóvenes presos en lo que fue llamada «universidad Mandela». Él y sus camaradas no se dejaron, ni dejaron al creciente número de sus compañeros presos, ser desmoralizados. Enfatizaban la disciplina para combatir la desesperanza. Como me dijo un ex prisionero en «La Isla»: «nos volvimos prisioneros de esperanza». ¿Cómo hicieron esto? ¿Cómo lograron cooptar y amigarse con los guarda-cárceles? Hablando su idioma, y averiguando de sus familias, debilitando su hostilidad y violencia. Él era siempre estratégico. Aprendió a contener su rabia y a no sucumbir al odio para asegurar su supervivencia. Seguro, estaba sólo. Pero, ¿quién no lo está en la prisión? Era tan exitoso que una vez uno de los jefes de la prisión le pidió: «Señor Mandela, ¿puedo darme de regreso mi presidio?» A medida que montaba su prolongada batalla personal, él se adentró en ella, a menudo escondiendo sus sentimientos personales y sus vulnerabilidades. Se dio cuenta que era un modelo para los demás, y actuó su rol. Fuera de la prisión, sus camaradas decidieron transformarlo en una figura de póster; a proyectarlo como el símbolo de sus luchas. La consigna de «libertad a todos los presos políticos» fue reemplazada por la consigna «libertad a Mandela». Era una mercancía más fácil de mercadear, y pronto se volvió el foco mediático. De repente hubo canciones, conciertos, documentales de televisión y marchas. Se volvió el prisionero más conocido del mundo. A medida que el mundo descubría su coraje, Sudáfrica tuvo que tomarlo con más seriedad. El régimen racista fue
inundado con exigencias por la libertad de Mandela por parte de gente en todo el mundo y de todas las clases. Mandela era un arriesgado. Partiendo de su voto acerca de que estaba «preparado para morir» -un punto de vista estridente que sus abogados no aconsejaban- hasta su disposición a hablar con sus enemigos, incluso cuando su iniciativa personal de sostener negociaciones eludió su organización y preocupó a muchos de sus miembros. Tenía tanto agallas como encanto. Su estoicismo y paciencia eran legendarias. Actuó de forma muy pensada, y usó su visibilidad para ayudar a sus camaradas a quienes insistió en que sean liberados antes que él. Nunca perdió el foco político. Todas sus elocuciones les parecían profundas al creciente número de sus seguidores, incluso cuando no lo fueran. Llegó a pactar acuerdos con los líderes del apartheid; a censurar a su contraparte de negociaciones F.W. DeKlerk, y luego a abrazarlo. Ayudó a organizar la primera elección democrática de su país, y no sólo presentarse en ellas. Todos los partidos fueron bienvenidos. Conscientemente construyó alianzas a través de fronteras raciales, políticas y tribales. Hizo compromisos con sus propios principios en nombre de evitar una guerra sangrienta o en nombre de revitalizar la economía. Luego abdicó, después de un solo mandato; una rareza en África. Reconoció tempranamente la amenaza del SIDA, cuando algunos de sus colegas no lo hacían. Éste fue su genio. Es una historia de gran pasión y perseverancia a lo largo de décadas. Es la historia detrás de su «larga caminata hacia la libertad». Su vida amorosa, sus problemas con su esposa, hijos y nietos, puede que toquen una cuerda sensible en nuestros corazones, pero no son tan importantes como la batalla épica que él lideró contra la injusticia y por la libertad.
Después de su muerte, esta lucha por la libertad que inspiró al mundo merece ser contada. Pero… ¿cuál historia piensa usted que las cadenas de noticias contarán? ¿Lo presentarán como víctima o vencedor? ¿Tan imperfecto como él se ve a sí mismo? ¿O como un santo límpido y empaquetado para consumo masivo?
¿Nos entregarán la figura unidimensional jolivudense del blando y entrañable gigante apacible, que lo convierte en un abuelesco osito de peluche?
¿O la saga verdadera, de un líder por la liberación que triunfó contra todas las probabilidades?
Traducido por Rolando Gómez
Fuente: http://english.aljazeera.net/indepth/opinion/2011/07/201172141053378510.html