¿CÓMO ESTARÁN HOY LOS MERCADOS? No es el fantasma del comunismo el que recorre Europa, como predijo Marx, sino el del caos y el derrumbe de un sistema económico y social que lanza, aparentemente, llamadas de socorro como un navío en perdición. Pero que está, al mismo tiempo, librando una lucha aparente contra los grandes tiburones […]
¿CÓMO ESTARÁN HOY LOS MERCADOS?
No es el fantasma del comunismo el que recorre Europa, como predijo Marx, sino el del caos y el derrumbe de un sistema económico y social que lanza, aparentemente, llamadas de socorro como un navío en perdición. Pero que está, al mismo tiempo, librando una lucha aparente contra los grandes tiburones de la finanza, pero también contra las fuerzas de progreso y aquellos que creen que la mejor manera de salvar la «sociedad de bienestar» , o lo que queda de ella, (si es que algún día existió), es aún la lucha, la crítica sin concesiones de esta vasta operación de reestructuración y regeneración del capital, acompañada por una operación de manipulación mediática, a nivel planetario.
Una vez más, la prensa, el alud de noticias que transmiten a diario los medios de comunicación sobre la crisis monetaria y sus vaivenes, parece cumplir un doble papel: por un lado, dar la sensación de que los gobiernos, las organismos internacionales – Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional, Unión Europea, Organización de las Naciones Unidas – como instancias de regulación de las crisis, junto a un trío de políticos altamente «responsables» (Obama. Merkel, Sarkozy), están haciendo esfuerzos denodados para enfrentarse a la fiera de los mercados y a esa mafia de los especuladores a la que nadie ha sabido prestar aún un rostro. Y, por el otro, paralizar, si se produce, la resistencia del ciudadano de a pie, que apenas salido del trauma del terrorismo , hoy aparentemente olvidado , se ve obligado a actualizar sus escasos conocimientos sobre las leyes del mercado y de la economía. Para, poderse enfren tar, urgentemen te, a ese personaje terrorífico , y a la vez doméstico y familiar, bautizado con el nombre de «la prima de riesgo«.
En pocos días el ciudadano en cuestión recibe un chaparrón de noticias contradictorias.. Y lee atentamente, porque se lo recomienda un amigo, el artículo de Maite Campillo («Mi prima está en riesgo. ¿Qué hacemos con la prima?») publicado en «Rebelión». Intenta, a diario, adivinar en qué le pueden afectar a él y a su familia las oscilaciones de ese valor. Un día, al levantarse, lee encogido el siguiente comentario: «Con la prima de riesgo de los bonos españoles cerca de los 400 puntos básicos, la perspectiva de un pronto repunte del crédito se desvanece». Para remate, cae después sobre el comentario de un periódico alemán, que se lamenta: «Nadie pudo haber previsto este dramático colapso y ahora la situación solo puede encararse con humor negro». Felizmente, cuando recorre una por una las páginas interiores de su diario, descubre esta noticia esperanzadora. Un conocido analista financiero, afirma: «No estamos en 2008 y muchas empresas tienen una salud mucho mejor que cuando cayó Lehman Brothers. Habrá una reducción de los beneficios, pero las perspectivas de los dividendos siguen siendo buenas».
Al día siguiente, el peligro de una recesión a escala mundial reaparece:
– Obama afirma: Estados Unidos siempre será triple AAA.
– La prima se desploma y el IBEX se dispara por la decisión del Banco Central Europeo de ampliar la operación de auxilio a las economías de España e Italia (bajo la condición de aplicar nuevas y drásticas reformas),
– El IBEX se cae con gran volatilidad. Atento al BCE y a la FED, entra en rojo y la prima vuelve a subir levemente,
– Etc., etc.
¿En qué quedamos?, se dice a sí mismo, malhumorado y ansioso. Felizmente oye por la radio, mientras desayuna, que la viceministra , Elena Salgado, ha pronunciado una frase críptica que obra como un bálsamo sobre su psique: «Los fundamentales, afirma Salgado con aparente seguridad, están muy lejos de necesitar un rescate».
El ciudadano de a pie opta al final por sumergirse en la lectura de un libro que no tiene nada que ver con estos estertores y miedos cotidianos. Su título: «La fascinación del movimiento», de un tal Simón Feldman. Pero, al hojear las páginas del libro, se detiene sobre un párrafo cuya lectura le devuelve a su intranquilidad y a su desarraigo existencial:
«En el mundo medieval (…) las estampas circulaban en ferias y mercados pueblerinos. Las informaciones que llegaban, más que para cubrir las necesidades de conocimiento, eran las referidas a la fantasía o al asombro (…). Se mostraban tanto a las personas analfabetas como también a la gente ilustrada. Unos y otros eran sometidos a la visión de horribles monstruos capaces de devorar barcos enteros».
BENEDICTO XVI OKUPA MADRID
Aunque a algunos les pueda parecer un comentario poco oportuno y ecuménico, les diré que la visita-rodillo del Papa , prevista para estos próximos días, me ha hecho recordar algunas palabras alemanas (kaputt, Kaiser, kommandantur, entre otras), oídas en mi juventud. Su eco resuena a veces, desagradablemente, en mis oídos.
No voy a evocar insistentemente, como lo hacen algunos, la pertenencia de Benedicto XVI, en sus años mozos, a las Juventudes hitlerianas. Tampoco exhibiré esa foto de un joven uniformado haciendo el saludo nazi con el brazo estirado. Pero nadie podrá negarme que ese salto en el tiempo y ese cambio tan drástico, de joven hitleriano a Papa de todos los creyentes, no pueda producirle a uno un cierto vértigo.
No insistiríamos tanto en la contemplación de esa imagen, 70 años después de haber acabado la Segunda Guerra Mundial , y felizmente derrotadas las divisiones de Panzers que estuvieron a punto de imponernos una dictadura de hierro, si esta nueva invasión, bienintencionada y pacífica, la del Papa actual, de sus dignatarios y del simpático ejército de jóvenes venidos de todas las partes del mundo, hubiese estado dedicada, por ejemplo, a denunciar aquel cataclismo y otros más recientes: en nombre de la tolerancia, de la condena del sistema inhumano en el que vivimos y de los innumerables conflictos que asolan hoy a la Humanidad. Entre ellos, el de los millones de seres que se mueren en este momento de hambre, ante la indiferencia, no solo de los gobiernos, sino de esta Iglesia y, en general, de todas las Iglesias.
Estos dos tipos de invasión, nos objetarán algunos – una destructiva y demoledora, la otra pacífica y ejemplar – no tienen nada en común. Salta en efecto a la vista, viendo aquellos uniformes y contemplando los atuendos actuales del Papa, que la gorra o el casco de acero han sido felizmente reemplazados por la mitra. El saludo nazi por la bendición «urbi et orbi». Las pesadas botas de los soldados por unos mocasines ligeros de color carmesí. La perorata fascista por la homilía y el mensaje evangélico. (Sin que, por otra parte, según comentan los periódicos, sea poco probable que el gobierno socialista – pese a su mansedumbre y generosidad – pueda escapar a las acusaciones y recriminaciones del Papa respecto a su intolerancia hacia la religión, su laicismo militante y su papel corruptor de las costumbres y códigos que sostienen nuestra moral, etc., etc.). Y por último, para completar esta comparación entre uniformes y atuendos papales, aludiremos a esa imagen, tan distinta de la del tanque brutal y avasallador, del famoso «papamóvil», un vehículo de pequeñas dimensiones, ligero y transparente, que nos permitirá ver al Sumo Pontífice en carne y hueso, si estamos apostados detrás de su séquito.
Algunos espíritus críticos, agriados por la resonancia que va a tener a nivel mundial la visita de Benedicto XVI, han señalado que en estos tiempos de penuria y vaticinios pesimistas, el mensaje y despliegue mediático de este acontecimiento – boato y exhibición de riqueza en vez de discreción y humildad cristianas – puede quedar un tanto enturbiado. No solo por los medios sin cuento y facilidades puestos a su disposición por el gobierno socialista, en una época de recortes y restricciones, sino también por la aportación a la financiación del evento de unas empresas multinaciones que han «esponsorizado» el encuentro, como si de un derby futbolístico se tratase. Y que al parecer obtuvieron sustanciosas rebajas y exenciones fiscales.
Ya comentamos anteriormente que la buena disposición del gobierno para acoger esta celebración, no suponía en manera alguna que Iglesia, por boca de su máximo representante y de algunos de sus dignatarios, suavizaría sus críticas. Es el caso, entre otros, de Don Braulio Rodríguez, arzobispo de Toledo, que ha calificado de «paletos» (o sea de «desfasados», «atrasados» o «ignorantes«) a los que se han atrevido a criticar la JMJ. Felizmente otros, como Monseñor Rouco, contradiciendo su imagen de clérigo bronco e inflexible, ha afirmado por su parte que «las críticas son inevitables y deben ser asumidas como una servidumbre».
En esta ocasión, a causa de las críticas a la financiación del encuentro, el milagro de los panes y los peces podría perder su aura simbólica. Los 50 millones de euros que va a costar, se transformarán – nos lo aseguran los expertos y el propio alcalde de Madrid, Ruiz Gallardón – en 100 millones, gracias a los beneficios que reportará a la capital no solo la presencia de esos 500.000 jóvenes, sino la de los numerosos turistas atraídos por tan magno acontecimiento.
Concluiremos recordando que algunas personas olvidadas o silenciadas por los medios de comunicación podrán estar agradecidos a la JMJ: es el caso de las trabajadoras de una empresa de Granada, que han utilizado 45.000 metros de tela para vestir al Papa y a su séquito, confeccionando casullas, albas y mitras. Una ropa que, al parecer, será donada después a las iglesias pobres, que no pueden adquirir ropas litúrgicas de calidad. Y también el del carpintero llamado José, que ha confeccionado los doscientos confesionarios instalados en el Retiro, donde 4000 curas de 190 países otorgarán el perdón en 56 lenguas distintas (excepcionalmente, podrán beneficiarse de ese perdón las mujeres que hayan abortado y que se arrepientan).
LONDRES: ¿REBELDES SIN CAUSA?
«Cuando durante varios días hemos recorrido y pateado el adoquinado de las calles principales. Cuando nos hemos abierto paso, con dificultad, a través del caos circulatorio, de las filas interminables de coches y carros, cuando hemos visitado los barrios «de mala fama» de esta metrópoli, fue cuando empezamos por fin a descubrir que esos londinenses tuvieron que sacrificar sus mejores virtudes humanas para que se pudiesen realizarse esos milagros de la civilización que tanto abundan en la ciudad. (…). Esos centenares de miles de personas, de todas las clases y de todas las condiciones, que corren y que se empujan, son hombres con las mismas cualidades, las mismas capacidades y el mismo interés por alcanzar juntos la felicidad».
F. Engels : «La situación de la clase obrera en Inglaterra» (1845)
«Lo que relato en este volumen me sucedió en el verano de 1902. Descendí al submundo londinense con una actitud mental semejante a la del explorador (…). Adopté un criterio sencillo para medir la vida de aquel submundo. Aquello que estuviera por la vida, por la salud física y espiritual era bueno. Lo que estuviese en contra, hiriera, disminuyera o pervirtiera la vida, era malo. El lector comprenderá enseguida que mucho de lo que vi era malo. Sin embargo, no se debe olvidar que la época sobre la que escribí era considerada como de «buenos tiempos». El hambre y la falta de techo que encontré constituían una situación de miseria crónica que ni siquiera se superaba en los períodos de prosperidad. Un duro invierno siguió aquel verano. Los parados, en gran número, organizaban manifestaciones, a veces hasta doce al mismo tiempo, y marchaban por las calles de Londres pidiendo pan».
Todos los análisis y las crónicas que hemos leído estos días sobre los hechos luctuosos que han tenido lugar en varias ciudades de Inglaterra – los saqueos, las muertes, los incendios, las revueltas y los centenares de detenciones – coinciden en señalar que los disturbios tienen su origen en unos barrios donde viven hacinadas unas comunidades que proceden, en su mayor parte, de las antiguas colonias británicas. Se trata de grupos sociales que solo aparecen en los medios de comunicación cuando se producen estas u otras explosiones, motivadas en gran parte por la situación de marginación y abandono en que se encuentran.
Esas crónicas hacen a veces referencia a la periodicidad y repetición de estos conflictos. Y algunas señalan que es cuando la sociedad inglesa – parangón de democracia según algunos – reprime estos desórdenes, que muestra su verdadero rostro: el de una sociedad compartimentada, ferozmente clasista y experta, desde los albores de la industrialización, en perpetuar y acentuar las desigualdades e injusticias sociales. Bajo el amparo y patronazgo de una monarquía parasitaria.
Podríamos, remontándonos a un período relativamente reciente, evocar los métodos con los que Margaret Tatcher, «La dama de hierro», aplastó en 1984 la revuelta de los sindicatos mineros, que nunca se recuperaron de aquella derrota. Pero para comprender cual es el origen de esos acontecimientos y de estos otros más recientes, es quizás necesario hurgar en las entrañas del monstruo: desde el nacimiento de la sociedad industrial, hasta hoy mismo. Descubriremos así cual es el origen lejano de esa violencia y todo lo que Engels describe en su ensayo sobre «La situación de la clase obrera en Inglaterra»: sus condiciones de explotación , la falta de higiene de sus viviendas, la adulteración de los alimentos que consume, etc.
En 1903, el novelista americano Jack London decidió por su parte sumergirse, disfrazado de marinero en paro, en el East End londinense. Vivió así una experiencia que dejó en él una huella profunda. Hasta el punto de escribir en «El pueblo del abismo», la obra que redactó al término de su recorrido por las calles y las viviendas de aquel barrio, estas palabras: «Es el único libro que he escrito con el corazón encogido y los ojos llenos de lágrimas«. Tal debía ser la miseria y las condiciones de existencia inhumanas de la población con la que convivió durante su experiencia. Había transcurrido en consecuencia más de medio siglo desde que Engels escribió su ensayo hasta que London relató su experiencia. Sin que, entretanto, las condiciones de vida de los trabajadores hubiesen mejorado. Al contrario.
Podemos concluir este breve análisis, refiriéndonos a otras causas, actuales, de esa violencia aparentemente irracional de las bandas de jóvenes, y a veces de menos jóvenes, que han asolado sus propios barrios y otros que habitualmente no suelen frecuentar . Un testigo de esos desórdenes, Alfredo Oliva, señalaba en un artículo publicado en «Kaosenlared» cuales eran las causas profundas de esa explosión: en Inglaterra, recordaba, 15 millones de personas, el 22 % de la población, viven en la pobreza, hacinados en sus barrios. La sociedad británica, bajo una apariencia de orden y de tranquilidad democrática, vive en realidad, afirma, «bajo la más férrea vigilancia y control social«. 500.000 cámaras (una para 14 personas) han sido instaladas en la zona metropolitana de la capital. Como resultado de los recientes desórdenes, las fotos de los alborotadores, captadas por esas cámaras, están expuestas estos días en plena calle, incitando a los ciudadanos a que colaboren con la policía si los reconocen.
Y concluye: ni Aldous Huxley con su «Mundo feliz«, ni Georges Orwell con «1984», podían prever que algún día nuestras sociedades irían adquiriendo los rasgos y características de las que ellos describieron en estas obras de anticipación.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.